Las disfunciones de Vox
Ha sublimado la contradicción, la ha encarnado en un partido político exitoso. Denuncia el servilismo de los sindicatos mayoritarios, constituye uno propio para contrarrestarlo, pero al tiempo compadrea con un político que despotrica de la justicia social. Se opone al globalismo y a sus instituciones, pero al tiempo exalta a la OTAN, su brazo armado, que hasta hace poco, hasta lo de Rusia, consagraba sus días a la propaganda LGTBI y al activismo climático. Critica la inmigración ilegal por cuanto tiene de perniciosa para el trabajador español, pero al tiempo guarda un estricto, ¡clamoroso!, silencio sobre Uber y sus hediondas relaciones con la casta política. Cuando supera su desconcierto inicial, uno entrevé ahí una desfachatez, un cinismo, y en eso Vox no difiere demasiado del PP: no tiene ningún reparo en hacer B cuando ha dicho A ni en decir B cuando ha hecho A.
Hay ideas incompatibles: o se defiende la civilización cristiana o se defiende la compraventa de órganos
Alguien podría objetar que para conseguir el éxito político uno debe cabalgar contradicciones y concitar en torno a sí a personas muy diversas. Lo entiendo, incluso puedo aceptarlo ―¡la política no está para idealismos!―, pero luego no acusemos al PP de tener convicciones líquidas y de hacer política con la mirada fija en las encuestas. Mi punto de vista, que no es el del político, claro, sino el del columnista, ay, es más simple y también más coherente. Defiendo que hay ideas incompatibles entre sí y que cuando se trata de contentar a muchos se termina desagradando a todos. Quizá peque de dogmático, pero creo que uno no puede profesar un credo y su contrario. O defiende la civilización cristiana o defiende a quien defiende la compraventa de órganos. O representa a los votantes católicos o se refiere al Papa como “ciudadano Bergoglio” O critica el globalismo o exalta a la OTAN, su brazo armado. O banca al trabajador español o banca a Uber, Glovo, las grandes multinacionales y todo lo que está mal en el mundo.
Los analistas consideran que Vox tiene dos almas, y yo coincidía con ellos hasta hace poco. Imaginaba una pugna entre liberales y populistas, una guerra fraticida y brutal. Ahora, sin embargo, pienso distinto. Ya no me creo lo de la guerra. He concluido que las contradicciones de Vox no tienen que ver con el dualismo cartesiano, sino con la desproporción posmoderna. Vox no tiene dos almas; Vox tiene jeta. Una jeta desproporcionada, ¡una jeta de proporciones bíblicas!