“Y después se preguntan: ¿Por qué crece Milei?”
Karin Silvina Hiebaum – International Press
Desparpajo, caradurismo, hipocresía, mentiras, impunidad, ventajas, enriquecimientos injustificados, ineficiencias, impericias… Constituyen un entretejido donde se ahoga la política y se desprestigian los políticos. Hace muchos años, ese notable sindicalista que fue Germán Abdala, al que un cáncer lo mató cuando apenas tenía 38 años, sostenía acerca de la política: “Los poderosos no necesitan de la política porque ya tienen el poder, ya sea a través del dinero, de las armas o de las corporaciones. El pueblo sí necesita de la política, porque es la única manera que tiene para construir poder y cambiar las cosas”. Por eso todo el intento de desprestigiar a la política tiene una profunda raíz reaccionaria. Lo gravísimo es que muchos que ejercen esa notable actividad proceden como si fueran suicidas, desprestigiándola. Y eso atraviesa a todas las adscripciones políticas. La suposición que la actividad política es un puente para cambiar de clase social se acredita en numerosos casos. Y que la mentira es el pan diario del comportamiento político, también. Jamás se tuvo tanto material fílmico o audios que permiten probar aquello que un político o referente público intenta negar. Apenas algunos de múltiples ejemplos: en algún momento Mauricio Macri, que es un mentiroso serial, tuvo un rapto de sinceridad al afirmar que “La plata del FMI, que es la plata de los demás países, la usamos para pagarles a los bancos comerciales que se querían ir porque tenían miedo de que volviera el kirchnerismo” (La Nación 8-11-2021). Como está imposibilitado de decir dos verdades seguidas, habló del temor de los bancos al kirchnerismo cuando en junio del 2018 estaba muy fresco el triunfo del macrismo en las elecciones de medio término de octubre del 2017. El Fondo Monetario Internacional publicó en diciembre del 2021 su propia revisión del multimillonario crédito que le otorgó a Mauricio Macri en 2018, y la admisión indirecta de que parte de los casi u$s 45.000 millones desembolsado financió la fuga de capitales. Eso no le impide sostener a los halcones e incluso a Mauricio Macri en otras declaraciones que “los dólares se utilizaron para pagar deudas previas del kirchnerismo”. Y cuando Gerardo Morales reconoce algo incuestionable e indiscutible que la deuda con el FMI la tomó el macrismo, el inimputable diputado twittero Fernando Iglesias, del riñón de Macri lo trata de ignorante, negando el hecho obvio.
Las promesas que se formulan y los resultados que los desmienten es una erosión enorme sobre el prestigio de los políticos y la eficacia de la política.
¿Cuál es la diferencia entre Leonardo Cositorto asegurando una rentabilidad del 7% mensual en dólares y Mauricio Macri prometiendo pobreza cero? ¿Por qué miles y miles de ingenuos o incautos creyeron ser beneficiarios de una rentabilidad imposible y millones le creyeron a un empresario devenido en político que prometió llegar a una inexistencia de pobreza que no hay en ningún lugar del planeta? La consecuencia provisoria, posiblemente no lejana a una situación definitiva, es que Cositorto está preso y Macri se pasea por el mundo, juega un mundial de bridge en Italia y hace declaraciones explosivas, mientras su operador judicial Pepín Rodriguez Simon, el diseñador de su política de aprietes a jueces que no le respondían, está prófugo y protegido por el gobierno uruguayo del presidente Lacalle Pou.
Alberto Fernández prometió mejorar la distribución del ingreso en favor de los trabajadores. A treinta meses de iniciado su mandato ha empeorado dicha participación en el PBI dejado por el gobierno de Mauricio Macri que descendió de 45% al 43%. El capital se queda con el 57%.
El paso de las décadas y la persistencia agravada de los mismos problemas básicos y elementales desde cloacas, agua corriente, pavimento o viviendas, van minando la confianza. El detentar privilegios irritantes sobre sus representados abonan el terreno para que se hable de clase política y en la versión descalificadora superlativa de Milei: “la casta política”. Las fiestas realizadas en plena pandemia cuando estaban prohibidas y penadas fueron eludidas en forma irritante por el Presidente de la Nación y por Elisa Carrió, autoproclamada fiscal de la República, entre otros. El saltearse la cola cuando las vacunas escaseaban en medio de una pandemia y la justificación posterior por Carlos Zannini, un ex candidato a Vicepresidente y hombre de Derecho, integrante del riñón del kirchnerismo, demuestran un grado de impudicia que habitualmente encontraba un cierto clima social permisivo, pero hoy tiene un hartazgo mucho más cercano cuando se exhiben en un panorama social desolador. En las provincias, en los municipios, en las ciudades pequeñas y medianas, es conocido y aceptado entre la resignación y la bronca, militantes políticos que hicieron uso del privilegio de vacunarse antes de lo que les correspondían, o quedan claros los increíbles e injustificables incrementos patrimoniales. Beneficios, privilegios, enriquecimientos, establecen una distancia enorme entre representantes y representados. Sobre ese blanco apunta en forma oportunista pero certeramente el falso libertario, que detectó el hartazgo cercano al límite.
Cuando se viven épocas prósperas, las irregularidades alarmantes pasan desapercibidas, pero cuando hay una acumulación explosiva de fracasos, pandemia, caída estrepitosa del poder adquisitivo, desocupación, niveles inéditos de pobreza rematados con la percepción de la falta de futuro, la mecha corta de que “se vayan todos” está siempre a la vuelta de la esquina.
Sergio Uribarri, ex gobernador de Entre Ríos, en algún momento precandidato a Presidente de la Nación por el kirchnerismo, hasta hace unas semanas embajador en Israel, debió renunciar al ser condenado a 8 años de prisión efectiva. Aunque la sentencia aún no está firme, cualquiera puede enterarse recorriendo la provincia de Pancho Ramírez que es vox populi que hay muchas propiedades colocadas a nombre de testaferros, y que su explosivo incremento patrimonial declarado necesita un mago para justificarla. Resulta habitual en la Argentina que empresarios, jueces, políticos, comisarios, que sus declaraciones oficiales son endebles y eso es sólo el iceberg visualizado que no alcanza por supuesto a todo lo que está por debajo de la superficie.
Javier Milei, un personaje de reparto, incubado por el poder económico y los medios, ha apuntado contra dos caballitos que el neoliberalismo ha venido trabajando en su batalla cultural: el Estado y los políticos. En su discurso el Estado nos roba y los políticos nos engañan. Pero sin Estado el gobierno queda en manos del mercado, es decir de quienes promueven e impulsan a Milei. Como está en contra de la justicia social, hace de la desigualdad un mérito. Como quiere un Estado menos que mínimo, dice no necesitar de los impuestos a los que considera un robo. Como promete terminar con la inflación que atribuye a la existencia del Banco Central, propone su demolición. Poco importa que su inexistencia esta reducida a países muy pequeños o inexistentes, desconocidos e ignorados, la mayoría ubicados en Oceanía: Andorra ( 80.000 habitantes), Estados Federados de la Micronesia (125.000 habitantes), Islas Marshall (70.000 habitantes), Islas de Man ( 100.000 habitantes), Kiribati ( 120.000 habitantes), Mónaco (45.000 habitantes), Nauru (15.000 habitantes), Tuvalu (15.000 habitantes), Palau (20.000 habitantes). Son datos del 2020 actualizados estimativamente al 2022.
Milei sostiene que el calentamiento global es un invento de los socialistas; dudó de la eficacia de las vacunas contra el COVID; propone la libre portación de armas, se obsesiona contra los comunistas como si no se hubiera enterado de la implosión de la Unión Soviética, afirma que los empresarios son los únicos creadores de riqueza por lo que los impuestos a las ganancias y a la riqueza son reaccionarios porque les quitan incentivos. Patotero, insolente, postulador de la razón del grito, insultador serial apenas es rebatido, convirtió a la escuela austríaca de economía en una deidad infalible.
A pesar de su propuesta elemental y falaz, Milei es una estrella ascendente lejos de alcanzar su techo. Su influencia en el escenario político supera largamente a sus votos. Ha llevado a Juntos por el Cambio a desplazarse mucho más a la derecha, mientras erosiona al Frente de Todos en sus sectores juveniles desilusionados. La antigua “hada buena” María Eugenia Vidal, se ha transformado en esta etapa de su carrera política en la madre de Cenicienta, suscribiendo el discurso de Milei, afirmando: “La política se ha vuelto una casta con muchos privilegios” (La Nación 9 de abril del 2022). Incluso Cristina Fernández usó la palabra casta referida a la estructura judicial. Luciano Laspina, el referente económico de Patricia Bullrich le declaró a Jorge Fontevecchia en Perfil del 23 de abril: “Las ideas que hoy necesita la Argentina se parecen a las que empuja Javier Milei”
Con la expresión “casta”, Milei ha enviado un misil de fuerte impacto y repercusión sobre un terreno abonado de fracasos, mentiras, promesas incumplidas, enriquecimientos injustificables y privilegios obscenos.
La impudicia atraviesa en niveles superlativos a los sectores empresariales que son los que lo protegen y auspician y a su vez son defendidos por Milei, los que en lenguaje macrista constituyen “el círculo rojo”. Cristiano Ratazzi, uno de ellos, ha declarado: “Vine a vivir a Uruguay porque si me quedaba en la Argentina después de 10 años terminaba sin patrimonio”.
Las innumerables tropelías de Macri y sus amigos, son invisibilizadas por los medios dominantes, con la misma intensidad que son muy publicitadas la de los funcionarios venales del kirchnerismo como José López, Ricardo Jaime, Daniel Muñoz, uno de los millonarios secretarios de los Kirchner. Con algunos hechos ciertos y comprobados, el baño de estiércol que diariamente se derrama desaprensivamente sobre la población desde las distintas distribuidoras de los medios dominantes, tiene un efecto corrosivo de alto voltaje sobre la política y los políticos.
¿LA REBELDÍA SE VOLVIÓ DE DERECHA?
Un país atravesado por el escepticismo y la decepción, con una desigualdad creciente y habiendo roto desde hace mucho tiempo la escalera de la movilidad social ascendente, con el 40% de la población económica activa informalizada, los cositortos de la política o aún peor los que llegan de afuera de la política, encuentran el campo propicio para propuestas exóticas y descabelladas como la eliminación de Banco Central que sólo se consumó en países casi inexistentes como en islas de Oceanía, con una población total de 600.000 habitantes, mucho menos que tres barrios populosos de la Capital Federal. Comerciantes en caída libre, jóvenes explotados por las aplicaciones con sueldos miserables y horarios muy extensos, adolescentes de las villas, sin trabajo, condenados a ser desocupados o soldaditos de la droga, adultos que han recorrido frustraciones con diferentes experiencias políticas, encuentran en un personaje disruptivo e histriónico que apunta a los políticos con la adjetivación de casta, un sorpresivo representante. Los desilusionados encuentran ahí, en los políticos y el Estado, la razón del fracaso nacional y las penurias personales que padecen. Hay lugares donde el Estado sólo está presente a través de las policías, lugares en donde las ambulancias no llegan porque las calles angostas y tortuosas no lo permiten, y ahí la prédica de Milei encuentra adeptos, como en los jóvenes de clase media y alta.
Entre sus soluciones, propone mucho menos Estado, cuando se necesita mucho Estado pero eficiente. Sus razonamientos tienen verdades lejanas y mentiras cercanas. Son en lo fundamental falsas pero efectivas. Sin embargo, tiene un techo alto y la posibilidad de convertirse en un cisne negro en las elecciones del 2023. Cuando peor sea la situación económica, más alto puede llegar.
Por supuesto que esto presentado por los falsos libertarios, sus secuaces y socios ideológicos como principal es finalmente secundario al lado del saqueo de nuestras riquezas por grupos concentrados, el endeudamiento premeditado como política colonial, la gigantesca fuga de divisas, el contrabando multimillonario, la evasión impositiva.
Es preciso apuntar, para encontrar algunas explicaciones, que la mayor parte de la población se informa por zócalos, títulos y redes sociales. Por ejemplo: el gobierno cierra un acuerdo con el FMI al que lo considera exitoso porque no lo obligan a concretar las reformas estructurales. Ese lector superficial acosado por las penurias diarias piensa que si llegamos a esta penosa situación es debido a que no se realizaron reformas profundas, esas que propone la oposición. Es posible que no comprenda que esas reformas se proponen no para mejorarles la vida sino para deteriorarla. Si percibe que el gobierno se vanagloria que todo estructuralmente siga como está, el planteo en estos términos está dado vuelta y queda como transformador el que le quitará derechos y nivel de vida y como conservador el que pretende mantener las conquistas del pasado, presentadas diariamente como causantes del deterioro actual. Está claro que no alcanza con sólo defender lo mejor del pasado sino que se necesita agregar nuevas respuestas a renovados desafíos.
El que ha estudiado el fenómeno es Pablo Stefanoni, doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires: “Si el futuro aparece como una amenaza, lo más seguro y sensato parece ser defender lo que hay: las instituciones que tenemos, el Estado de bienestar que pudimos conseguir, la democracia (aunque esté desnaturalizada por el poder del dinero y por la desigualdad y el multilateralismo). Si cambio significa el riesgo que nos gobierne un Trump, una Marine Le Pen, un Viktor Orbán, un Bolsonaro o un Boris Johnson, parece una respuesta razonable. Si cuando el pueblo vota gana el Brexit, o triunfa el “No” a los acuerdos de paz en Colombia ¿No será mejor que no haya referendos? Si los cambios tecnológicos nos uberizan, ¿No será mejor defender los actuales sistemas de trabajo y añorar el mundo fabril?… De esa forma la transgresión cambia de bando: es la derecha que dice “las cosas como son”, en nombre del pueblo llano, mientras que la izquierda-culturalizada sería sólo la expresión del establishment y del status quo. La derecha vendría a revolucionar; la izquierda a mantener los privilegios vigentes. La derecha vendría a patear el tablero de la corrección política y a combatir a la “policía del pensamiento”; la izquierda defendería el reinado de una neolengua con términos prohibidos para evitar que la verdad emerja a la superficie.”
Si en economía Milei se inspira en la escuela austríaca, en su concepción filosófica sigue a Ayn Rand, una exiliada rusa fallecida en 1982 radicada durante varias décadas en EE.UU, quien escribió: “A menos que logremos convencer a la gente de que la justicia social es injusta, de que la redistribución de ingresos es inmoral y que la igualdad mediante la ley es contraria a la justicia, una sociedad libre será inviable”
Y después se preguntan: ¿Por qué crece Milei?
En medio de la pandemia, los políticos en general, senadores y diputados en particular no tuvieron la empatía y perspicacia de hacer gestos simbólicos que, sin gran significación económica, hubieran enviado el mensaje: “Todos estamos en el mismo barco. Todos tomamos los baldes y empezamos a sacar el agua que entra. Nadie se queda en las reposeras mirando como si fueran privilegiados.”
La falta de soluciones, discusiones alejadas de las necesidades de la población, la sensación de fracaso, visualizar en muchos casos a políticos con enriquecimientos injustificables y con exhibición de privilegios, va creando un escenario que al tiempo que deja sin filo un instrumento fundamental como la política, descalifica a sus actores que son los políticos.
En ese clima las propuestas más alocadas circulan y logran adeptos. La desesperación y la falta de futuro son soportes para suscribir desde la dolarización a la banca off-shore.
Los países o pseudos países que adoptaron la dolarización coinciden varios, con los que prescinden de Banco Central. Ellos son: Ecuador, Panamá, El Salvador, Islas Marshall, Micronesia, Palau, Timor Oriental y Zimbabue
Los gobiernos que se asumen como nacionales y populares están atosigados de corrección política.
Reemplazar al Estado por el mercado, de donde emergen los advenedizos tecnocráticos o empresarios intentando sustituir los políticos profesionales, es un camino al abismo. Pero ha llegado el tiempo en que la dirigencia política y la política deben auto depurarse. De lo contrario se corre el riesgo de alternativas absurdas con consecuencias irreparables o que en algún momento las imágenes de repudios del 2001 tengan su remake.