En el mundo occidental, se han erigido prejuicios en torno a formas de organización social no occidentales, así como a las razas que las constituyen. Las diferencias que han emanado históricamente de la comunidad del “nosotros” han puesto énfasis en nociones raciales, étnicas o civilizacionales. Sin embargo, es fácil reparar —nuevamente— en las fracturas entre estas formas de “disidencia” para las mayorías: ser distinto casi siempre se asocia a un rasgo preponderante, ya sea la orientación sexual, el género, la raza, el nivel económico y, en ocasiones, las opiniones o el ejercicio de la fe.

La generación de estereotipos posee una curiosa consecuencia, relacionada con las repercusiones inconscientes de las expectativas de roles. A pesar de que los estereotipos no siempre coinciden con la realidad, su asentamiento en la generalización de atributos y la negación de las individualidades hace que sus consecuencias sí sean reales. Las personas que son blanco de estereotipos tienden a conducirse de tal forma que terminan ajustándose a roles pautados por la sociedad, creando así un círculo vicioso que acerca la realidad a las presunciones existentes respecto a grupos sociales específicos, y así sucesivamente.

El negro, por ejemplo, ha sido objeto de asociaciones sobre su rendimiento sexual, prácticas religiosas, habilidades sociales, tradiciones culturales, intelecto y capacidad de trabajo. ¿Hasta qué punto esa “identidad” —muchas veces violentamente otorgada— se ha vuelto una visión demasiado estable y paralizada, a pesar de la larga y no poco tortuosa historia de movimientos emancipatorios que han buscado no solo modificar las realidades sociales, sino también las representaciones?

El problema de la representación social del negro o el africano es un asunto ampliamente tratado y discutido. No obstante, las imágenes existentes sobre estas identidades siguen siendo, por lo general, negativas y subalternas. Las visiones antiguas desaparecen o se reconceptualizan, dando lugar a nuevas imágenes y construcciones intelectuales y jerárquicas. Es innegable que estos procesos de estereotipación están directamente relacionados con el poder.

El término “racismo” no es satisfactorio para describir las realidades cambiantes y entrelazadas que rodean este asunto. Además de poseer una multiplicidad de aristas, las dinámicas de discriminación en la sociedad actual se complejizan, especialmente si se forma parte, al mismo tiempo, de más de una minoría. La fórmula de la hegemonía de la cultura occidental más la pervivencia de una configuración machista y falocéntrica de la sociedad no arroja resultados alentadores. Ser mujer y negra en la actualidad es un desafío que a menudo es subestimado por hombres negros, mujeres blancas y las permutaciones que podamos hacer entre estos estratos.

La lucha contra el racismo se ha extendido a escenarios que pueden incluso estar situados fuera de nuestro marco referencial, pero no ocurre así para las mujeres negras. Los medios de comunicación han creado y legitimado una retórica social basada en la marginación y la burla, la generación de miedo, la segregación y el sometimiento, que han triunfado en la empresa de marcar fronteras sociales e introducir dispositivos de dominación histórica.

La manera en que estas mujeres experimentan el éxito —y otras el fracaso— es muy distinta, debido a su condición de negras y de mujeres. Sus carreras han sido impulsadas por hombres que, hasta cierto punto, las han situado en una cima en la que solo les han cedido un espacio, en una sociedad donde la mujer padece doble, quizás triple discriminación. Algunas de nuestras cantantes favoritas, negras, no encajaron del todo por ser obesas, o quedaron en el camino por sus condiciones económicas o el lugar donde vivían. Es ahí donde se nos presentan con la cara sucia las fronteras de la autodeterminación.

La mujer negra se ha visto sexualizada, desexualizada, vituperada, vulgarizada y poetizada. Su representación ha oscilado entre lo terrorífico y amenazante hasta lo fascinante y misterioso. Durante décadas hemos presenciado etapas y facetas de las visiones sobre ellas que han cambiado en dependencia del lugar donde se generen esas visiones (Estados Unidos o Europa). Sin embargo, la oscuridad de este asunto no ha estado en el color de la piel, sino en las grandes cifras de mujeres negras golpeadas, vulneradas, vendidas y silenciadas que acumula la historia de nuestra muy desarrollada, culta y tecnologizada sociedad.

Las imágenes impuestas por la sociedad intelectual han traído consigo una invisibilización de la riqueza cultural colectiva de negros y negras africanos y afrodescendientes, así como el olvido de la inutilidad de nuestros propios “sistemas de clasificación” social, completamente desleales ahora que los accesos y oportunidades se han ampliado y no vale la pena generar límites y limitaciones en tiempos de cooperación. De este modo, se crean actitudes en esencia ambivalentes respecto a este tema. Existe una relación de amor y temor que fomenta el trabajo poco auténtico con sectores necesitados de actividad proactiva y consciente.

¿Qué nos dice todo esto? En primer lugar, que el racismo nunca viene solo. Es por ello que solemos situar en niveles similares el sexismo, el clasismo y otras formas de creación de estereotipos. Los “detalles” internos de los estereotipos son lo que se modifica, pero el fenómeno se mantiene en términos generales. El problema radica en nuestra debilidad al momento de analizarnos a nosotros mismos. Deberíamos ser capaces de lograr ese distanciamiento necesario que nos aleja de las culturas dominantes y nos permite hacer una fotografía desde arriba, donde no solo se nos revelan las parcelas que hemos creado, sino también el paisaje que dibujan: la unidad. Dejemos de identificarnos de una u otra forma. ¿Por qué no construir una historia común?

Alcanzar poder y privilegio trae consigo una dosis de ansiedad y, claro, la magnificación de las diferencias, por temor. Nada más que por temor. Por ello hemos construido una historia social de humillaciones y segregaciones. Por la misma razón, no sabemos entender la sociedad fuera de la lucha por el logro o el mantenimiento de un estatus. Al mismo tiempo, pasamos desapercibidas a personas que viven desproporcionadamente las consecuencias de un esquema cerrado de supervivencia: blanco, varón, occidental, adulto, civilizado, de clase media, heterosexual…

Ese, el otro, el subalterno, el que no está de moda, ¿dónde cuenta su historia? En nuestras universidades, o mejor: en todo nuestro sistema educacional, necesitamos formas alternativas de educación que trabajen en pos de la eliminación del autodesprecio y el bloqueo que nos genera ser parte de estereotipaciones y que muchas veces somos incapaces de expresar por miedo a hablar. El lenguaje es también la cárcel y el vuelo…

Recordemos que hacer la foto desde arriba nos ayuda a disminuir el sesgo de nuestras percepciones subjetivas y averiguar el verdadero estado de las cosas. Cómo construimos nuestra verdad depende de desde dónde nos disponemos a erigirla. Pero cuidado, nuestra verdad puede solo ser… nuestra.

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