Nuestra mente ha restringido tanto la capacidad de experienciar el presente que se autocastiga anticipando lo que vive como penoso mañana.
En la actualidad, se vive una versión empeorada y aumentada del síndrome del domingo.
En la actualidad, se vive una versión empeorada y aumentada del síndrome del domingo.
Karin Silvina Hiebaum – International Press
Lo vemos cada vez más temprano, ya desde el lunes se lo comienza a mencionar. Los miércoles (mediado de semana) o los jueves aparece más insidiosamente y cuando llega el viernes, porque de él hablamos, es una fiesta: aparecen personajes exóticos bailando, mascotas brincando junto a algún retocado ambiente alusivo y hasta algún político de turno que se dirige a una reunión de trabajo pero mientras viaja en la ruta va cantando alegremente: “es viernes y mi cuerpo lo sabe”, subiéndolo a las redes para ganar en popularidad. Todo sea por el final de la tortura y el inicio del descanso glorioso.
Esta es una versión empeorada y aumentada: ahora no es sólo los domingos, sino toda la semana. Nuestra mente ha ampliado de tal forma los registros temporales y ha restringido tanto la capacidad de experienciar el presente que se autocastiga anticipando lo que vive como penoso mañana. En un gran salto anticipatorio, recrea con pensamientos e imágenes lo que serán las actividades del futuro. Y como ya el neurocientífico Damasio demostró, la anticipación mental de situaciones que vendrán genera un impacto en el cuerpo muy similar al que viviremos entonces. Estrés, ansiedad, angustia…La otra pregunta que surge entonces, inevitablemente, es: ¿tan poco disfrutamos nuestro trabajo? ¿o es que nos vemos desbordados por la intensidad de las obligaciones, a pesar de que amemos lo que hacemos? ¿es que acaso es imposible experimentar bienestar en el trabajo, sentir menos el impacto del paso del descanso a la actividad laboral?
La mente del trabajador
Algún tiempo atrás (principios del siglo pasado) predominaban trabajos más asociados a procesos industriales donde “poner el cuerpo” y realizar esfuerzo físico era una necesidad, un requerimiento para ocupar un puesto. Así, se producían largas jornadas de esfuerzo físico que generaban, por acumulación semanal, cierto desgaste. Hoy esto sigue ocurriendo con muchísimos trabajadores, por cierto: portuarios, de la construcción, viales. A estas personas parece más fácil comprender, pues la llegada del fin de semana supone para ellos un alivio claro y bien sentido de la energía depositada en sus labores. Pero no es específicamente a este grupo que me refiero.
En realidad, este fenómeno de “esperar el viernes” se ha vuelto un fenómeno más generalizado donde el tipo de trabajo parece no pesar demasiado, de hecho quizás quienes más comunican su pesar por la demora del fin de semana en las redes sociales son quienes tienen trabajos en oficinas, los llamados homeoffice (trabajo en casa), estudiantes de todos los niveles y mucho más. La explicación parece más bien venir por el tema de la ansiedad y el apuro mental, esa frenética anticipación de la vida que corre por autopistas vertiginosas en lugar de por caminos concientes. En esas vías colapsadas de multitasking y urgencia, nuestra atención se des-sensibiliza del milagro del momento a momento y la profundidad de cada instante.
Atención plena a cada minuto
El desafío está en nosotros: el tiempo es el mismo, la vida es una, pero los momentos perdidos se evaporan y empobrecemos nuestra percepción si salteamos la belleza de cada mañana, el esbozo de cada minuto en nuestras vidas. ¿Qué es más urgente que reverenciar cada pequeña acción, cada ser humano o fenómeno natural que vamos encontrando en nuestro día? ¿Vale la pena el sacrificio de una vida empeñada por un mañana mejor cuando nos disociamos de toneladas de experiencias sensoriales en el presente? ¡No importa que eso sea trabajo, tiempo libre o lo que sea! En todo caso, una saludable cuota de alivio y regocijo no vendrían mal el viernes, pero ¿anhelarlo toda la semana?