trata

Buenos Aires
Pablo Esteban, el gitano, tenía 74 años, una enorme familia y un caserón en el barrio Bernardino Rivadavia, de Mar del Plata. Pero algo le faltaba a su vida. Alguien. Consciente de su edad, testigo de sus limitaciones pero esclavo al fin de sus necesidades, decidió buscar una solución por Internet. Y la encontró: la eligió por Facebook, acordó un precio y logró que se la entregaran directo en la puerta de su casa.
Nunca aclaró si el envío lo pagó aparte. Se trataba de alguien muy joven. Quizás porque se creyó eso de que un hombre tiene la edad de la mujer que ama.
O que compra, qué importa.
La fiesta de casamiento la hizo al día siguiente de recibir el pedido, sólo para los íntimos. Fue breve, aunque no tanto como la luna de miel: insensible, la Policía Federal la interrumpió con un allanamiento en su casa.
Todo no se puede, comprobó al cabo Pablo Esteban. Y menos con una chica de 16 años, vendida por su propio padre.
Sería optimista decir que C.E. tuvo una vida miserable. Hija de un matrimonio de la comunidad gitana, sus padres se separaron cuando era chica y desde entonces empezó a rebotar de un lugar a otro. Nunca se detuvo. Vivió en San Luis, en Santa Cruz, en La Pampa y, ya esclava, en Mar del Plata. Apenas fue a la escuela primaria hasta tercer grado. No sabe leer, menos escribir.
A los diez años le diagnosticaron retraso global del desarrollo. A los 14 se unió -o la unieron- con un joven. Estuvo veinte días con él, hasta que se escapó y se volvió con su madre, que la tuvo un tiempo con ella en San Luis y luego la llevó a lo de sus abuelos, en Santa Rosa. La dejó allí, supuestamente para que trataran su retraso en el hospital local.
Quien la sacó de esa casa fue su padre, a quien no veía desde hacía nueve años pero que igual se la llevó a vivir con él a un pueblito santacruceño llamado Comandante Luis Piedra Buena. Sin embargo, eso también -por suerte- duró poco: una vecina denunció que en la casa le pegaban y que su tía la maltrataba tanto que había llegado a quemarla con agua hirviendo. La mujer también habló de prostitución, aunque eso no se pudo probar.

Internada
Intervino la Justicia y días después C.E. estaba internada en un instituto. Pronto llamaron a su mamá para que fuera a buscarla. Pero ésta respondió que prefería que una asistente social la llevara hasta Santa Rosa, hogar de sus abuelos maternos. Dijo que no tenía plata.
Mientras la Justicia decidía cómo destrabar esta situación, aún alojada en el instituto la nena recibió una solicitud de amistad en Facebook de un señor bastante mayor. Era Pablo Esteban.
El gitano tenía un parentesco no tan lejano con su padre. Empezó por enviarle un mensaje privado, pero la nena no le respondía. Tampoco tenía cómo: no sabe leer ni escribir. Pasado un mes, y ante la insistencia de Pablo Esteban, C.E. le pidió a otra chica que le leyera los mensajes. Luego, le dictó qué responderle.
Pronto empezaron a llegarle regalos al instituto. Hubo dinero, ropa, calzados y por fin, un teléfono celular a través del cual comenzaron a mantener conversaciones donde él le explicaba la conveniencia de ser su esposa. Sólo se olvidó de mencionarle su edad.
No hizo falta que insistiera mucho más, ya que tenía un celestino de lujo.
El papá de la nena fue al hogar a verla y la convenció de que se casara con Esteban. Según contaría C.E., le dijo que había acordado venderla por 200.000 pesos y que necesitaba que accediera porque le hacía falta el dinero para comprarse una casa Así, el 14 de marzo el hombre la fue a buscar al instituto de menores y, acompañado por el hermano de la chica, la llevó en su auto hasta Mar del Plata, donde se la entregó a Pablo Esteban en la puerta de su casa.
Fue la primera vez que se vieron cara a cara. Horas después, vivían como marido y mujer. El, con 74 años. Ella con 16. Vendida.

Fiesta
La fiesta fue más discreta que lo habitual en la comunidad gitana, según dirían los asistentes. Y la luna de miel, inexistente. En gran parte porque el 17 de marzo, tres días después del casamiento, llegó a Mar del Plata la mamá de C.E. y se presentó en la Comisaría de la Mujer a hacer una denuncia que poco después la depositó en el juzgado federal a cargo de Santiago Inchausti. Ante él, denunció que su ex marido había secuestrado a su hija para llevarla “bajo los efectos de pastillas” hasta Mar del Plata para vendérsela a Pablo Esteban.
“Cuando se despertó en la casa de Pablo se sentía muy descompuesta y con dolores en la zona vaginal”, aseguró.
También dijo que la nena padece “un retraso madurativo”. Que Esteban vendería drogas, que “se casaba periódicamente con jóvenes de la comunidad zíngara” y que lo hacía para prostituirlas. Señaló que C.E. estaba encerrada, que le daban drogas y abusaban de ella.
Y reveló que el hijo de Esteban le había enviado un video donde le advertía que si iba a buscar a la nena la mataría con un machete.
Cada minuto parecía vital. La brigada local de la Policía Federal fue hasta la casa señalada por la madre, en avenida Juan B. Justo al 4800, y confirmó que C.E. estaba ahí. Enseguida allanaron la propiedad y liberaron a la adolescente. Detuvieron a Esteban y se encontraron con que su hijo -el de las amenazas- también vivía ahí, con su esposa y sus hijos. Esa mujer, justamente, tenía el DNI de la chica.
C.E. fue a parar al Hogar Gayone. Una psicóloga la entrevistó y su relato fue muy concreto. Dijo que había sido llevada hasta Mar del Plata por su papá para ser vendida y que así lo había ayudado “a comprarse una casa”. Que no quería estar en lo de Esteban y que tampoco quería volver con su padre, porque presumía que volvería a ser vendida.
“Con mi mamá me llevo de diez y la amo. Con mi papá me llevo más o menos”, contó.
Detenido, Esteban se negó a declarar. Lo mismo hizo su hijo, acusado de haber colaborado con él. Ambos quedaron imputados por trata de personas, mientras se lanzaba una orden de detención contra el padre de C.E. Finalmente lo detendrían el 13 de junio en Puerto San Julián (Santa Cruz), acusado -y luego procesado- por el delito de “trata de personas con fines de explotación (unión de hecho), bajo la modalidad de ofrecimiento y traslado”. “Tengo por verificado el beneficio económico a favor del imputado, y a costa de la vida, integridad y libertad de su hija menor de edad”, diría el juez Inchausti sobre el papá.
Esteban, en tanto, contrató a un abogado. Y los testimonios que lo incriminaban empezaron a atenuarse. El primero fue el de C.E.
“Nunca le pregunté a Pablo cuántos años tenía”, contó. “Es más grande que yo, pienso que tiene como cincuenta… Yo estaba enamorada de él”, señaló en la Cámara Gesell, el sistema de sala espejada que se usa para que declaren los menores. “Los gitanos pagan las mujeres, él le pagó a mi papá y él se fue. Cuando Pablo le pagó a mi papá yo ya era la mujer de Pablo. Desde que soy su esposa tengo que ponerme el pañuelo en la cabeza, entenderlo, planchar, cocinar, hacer todo común y corriente”, explicó. “Él no me pegaba, me llamaba por mi nombre, no me sacaba de los pelos, me pedía las cosas bien…” .
Pero, luego de contar que había tenido relaciones sexuales con Esteban, aclaró: “Yo no quiero volver con él”. Luego fue el turno de su madre.
“Cuando me reencontré con mi hija, ella me dijo que en realidad está enamorada de Pablo, que lo quiere, que no quiere que quede detenido. Pero también me dijo que se quiere volver conmigo a Santa Rosa y quedarse allí”, afirmó. Ante las preguntas incrédulas de los funcionarios judiciales, agregó: “Si bien mi marido la vendió, es porque ello es una costumbre de la cultura gitana, es una ‘dote’. Pero lo que yo no sabía es que C.E. estaba de acuerdo y prestó su consentimiento… Quiero que termine todo e irme a mi casa con mi hija, nada más”.
El extraño cambio de versión pronto tuvo una respuesta. La mujer agregó en su declaración que otra de sus hijas le había dicho que “miembros de la comunidad gitana comentaban que si no retiraba su denuncia matarían a toda su familia”. Por eso, solicitó protección.
Más allá de las idas y vueltas, el juez Inchausti procesó a Esteban por trata de personas. “Se presenta un claro supuesto de venta de personas, con la finalidad de consumar una unión de hecho que permitirá configurar finalmente una clara situación de explotación (…) El imputado, teniendo en miras dicha finalidad, realizó una fiesta, presentándola como su esposa a sus familiares y amigos”, escribió. Destacó que la chica, al haber perdido hasta el control de su DNI, estaba cautiva. “El consentimiento que pudiera haber prestado o no para acceder a desposarse con el hoy imputado es a todas luces irrelevante. Su edad ha sido un factor que le ha impedido auto determinarse”.
En cuanto a los cambios en las declaraciones de la adolescente, señaló: “Se pueden observar marcadores de un aleccionamiento a partir de violencia moral y temor para tratar de mejorar la situación procesal de los imputados”.
El abogado de Esteban, Martín Ferrá, apeló. Su argumento principal fue que el juez había “tergiversado las costumbres ancestrales de la comunidad gitana de entregar una ‘dote’ -que consiste en una suma de dinero o bienes- por parte del novio al padre de la novia cuando se conviene una unión de hecho”.
“Es una especie de indemnización”, explicó Ferrá. “Porque al formar una pareja, la hija tiene que salir de la casa paterna, donde fue criada, educada, mantenida, alimentada, vestida y cuidada por sus padres y ante esta pérdida de la familia es que el padre del novio o el novio debe indemnizar a esta familia la ‘pérdida’ o mejor dicho la partida de uno de sus integrantes”.
Pobre Esteban, a los 74 años seguramente ya no tenía a su padre vivo para que pagara la “dote” por su novia de 16.
La tareas domésticas que había hecho C.E en lo de Esteban, agregó Ferrá, sólo eran “algunos de los deberes conyugales que prevé el Código Civil que desempeñan las amas de casa”.
Y adjuntó un “anexo documental sobre historia y costumbres de la etnia gitana”.
El caso llegó a la Cámara Federal de Mar del Plata que el 23 de junio pasado confirmó el procesamiento de Esteban aunque liberó a su hijo. Sin embargo, quedaron dos temas pendientes. Capítulos aún abiertos.
C.E. contó, confusa, que había sufrido algo así como una venta anterior. “Yo tenía 14 años. Les pagaron 40.000 pesos a mis abuelos, y un auto. No me casaron por la fuerza. Arreglaron con mis abuelos lo de la plata y cuando vino mamá le pagaron a ella”, declaró. El juez Inchausti le mandó esta declaración a la Justicia Federal de La Pampa para que investigue una posible venta anterior.
Y envió un segundo pedido de investigación pero a Caleta Olivia, Santa Cruz. Es que la mamá de C.E. denunció que sospecha que su ex también vendió a su hija mayor.