Comodoro Rivadavia
A sólo 180 kilómetros al norte de Comodoro Rivadavia, es un lugar ideal para conectar con la naturaleza patagónica en su estado más puro: bosques petrificados, caminos sinuosos y playas rocosas.
El 30 de Julio de 1789, las corbetas “Descubierta” y “Atrevida”, financiadas por la corona española en la época floreciente de Carlos III, zarpan del puerto de Cádiz. Los 33 metros de eslora, 306 toneladas y 200 tripulantes, conducidos por los capitanes de navío Alejandro Malaspina y José Bustamante, ponen rumbo hacia América en el viaje que se conoció como “la expedición vuelta al mundo”. Uno de sus objetivos era aumentar el conocimiento científico de la flora y la fauna de las colonias hispanas.
Esta expedición, que duró hasta el año 1794, dedicó mucho tiempo a las latitudes australes llegando, inclusive, hasta las Islas Malvinas. El gran aporte de estos visionarios ha sido inmortalizado en los libros de historia. Y a su vez, ellos han sido inmortalizados en los lugares donde navegaron, pisaron y recolectaron información, como en Bahía Bustamante, que fuera re descubierta mucho tiempo después por otro visionario que vino de España en 1953 para recolectar algas: Don Lorenzo Soriano. El alguero se fue enamorando del lugar y compró las 44 mil hectáreas que al día de hoy son “capitaneadas” por su nieto Matías.
Hasta allí llegan las 4X4 y Nicolás, un guía de gran experiencia, invita a los turistas a continuar a pie. Se detiene ante un gran árbol que parece haber sido cortado apenas unas horas atrás, pero que es duro como una piedra y frío como el metal: su evolución comenzó hace 65 millones de años. Este bosque petrificado tiene miles de kilómetros y es uno de los sitios que todos los visitantes desean conocer. El regreso a la estancia por caminos de huella forjada a fuerza de esmero y voluntad es sinuoso y requiere de atención. Varios guanacos, caranchos y hasta una oveja negra son parte de un gran espectáculo visual. Una vez en el hogar, los leños crujen dentro de la salamandra y el humo angelical del té que se vuelve traslucido por los rayos de sol que entran por las ventanas son el preámbulo de una gran atardecer.
En otro recorrido por la estancia, los visitantes pueden abordan la “Atrevida” que, a diferencia de aquella vieja goleta comandada por Bustamante, tiene una capacidad para unas 16 personas y dos motores fuera de borda para enlazar de forma rápida y segura el archipiélago Vernacci. A medida que van saliendo de las aguas calmas de la ría, el despiadado viento comienza a rugir. Por babor se encuentra la península Graviña que ingresa al mar como si fuese una gran mano abierta y a estribor de la embarcación, que batalla algunas olas cortas y puntiagudas, comienzan a aparecer un sinfín de islas e islotes que son hogar de muchas colonias de ostreros, biguás, palomas antárticas, cormoranes imperiales y pingüinos magallánicos. Los lobos marinos son un espectáculo aparte: los machos pasan la mayor parte del día defendiendo sus harems de los más jóvenes que intentan despojar al macho reinante de su playa y de sus “mujeres”.
Un viaje por agua
Mientras la embarcación se pasea de isla en isla y flota a sólo algunos metros de las filosas rocas que dan seguridad a las colonias, un cormorán imperial vuela atrapando pedazos de alga que utilizará para construir su nido. Las bajamares y las pleamares son intensas, atrapantes y condicionan la logística de cada visita. Un claro ejemplo de ello es la isla Pingüino, a la que solo se puede acceder (y salir de allí) a pie durante la bajamar. Su playa rocosa de 360 grados recibe a unos 300 pingüinos magallánicos que durante el mes de octubre crían y alimentan a sus pichones. Bien en el centro de la isla están los nidos que han sido construidos debajo de arbustos y que ofrecen protección contra depredadores y el clima. El abrigado plumaje gris de las crías les mantiene la temperatura corporal pero no las impermeabiliza, por lo que ambos padres deben ir a pescar para alimentarlas a diario. Cuando la hembra trae el alimento semidigerido en su buche, el hambriento pichón mete todo su pico en la boca de la madre extrayendo su porción diaria. El paso del tiempo actúa como una vara justiciera y solo los mas aptos y fuertes llegarán a adultos. Esta estancia-pueblo que supo crear Don Lorenzo Soriano a la edad de 50 años tiene el alto compromiso con la naturaleza en una de las regiones más inhóspitas y bellas de la Patagonia argentina.
Top 5 imperdibles
Bosque petrificado.
Navegación por el archipiélago Vernacci.
Visita al pueblo alguero.
Atardeceres en la península Graviña.
Disfrutar de un buen libro y un vino desde la sala de lectura.
¿Cómo llegar?
Aéreos de Aeroparque hasta Trelew o Comodoro Rivadavia desde pesos $3.000. Coordinar con el personal de las estancias el tramo terrestre.
¿Dónde alojarse y comer?
Hay varias casas, algunas con vista al mar y otras a la estepa. Su romántico restaurante tiene menú fijo para el almuerzo y cena. Desayuno continental amplio y variado. Estancia Bahía Bustamante.