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Por Claudio Pagano
Argentina es como un adicto en tratamiento. Su adicción es el déficit fiscal, que cada determinado período de tiempo genera una crisis de deuda, un estallido inflacionario, o un control de capitales (cepo).
Esta vez, el tratamiento elegido por el “médico” no fue cortar en seco con el déficit, sino financiarlo por un tiempo… hasta que con alguna que otra medida, y el paso del tiempo, éste desapareciera.
La medida, el famoso “gradualismo”, tenía sentido en un mundo financiero que era excesivamente generoso en sus préstamos y que, en un momento dado, fue definido como un “tsunami de liquidez”.
Sin embargo, algo ha cambiado. La marea bajó y quedaron expuestos quienes nadaban desnudos.
Finanzas globales menos generosas: lo primero que hay que notar para entender qué está pasando es que la tasa de interés de los bonos del tesoro de Estado Unidos, considerados como el summum de las inversiones seguras, pasó de rendir 1,5% en septiembre de 2016 a 3,0% en los últimos días.
Este rendimiento no solo mostró una aceleración hacia arriba, sino que está en el valor más alto de los últimos 4 años.
La elevada tasa de los bonos estadounidenses genera lo que se llama “vuelo a la calidad”.
Los inversores internacionales deciden tomar su dinero y colocarlo en estos títulos, dejando opciones más riesgosas de lado. Esto hace caer el precio del resto de los bonos (como los de Argentina) y subir sus tasas de interés.
En términos de indicadores internacionales, lo último que debemos mencionar es lo que estuvo pasando con el valor del dólar.
Al mismo tiempo que subía fuertemente la divisa en el mercado local y el BCRA vendía reservas de manera desesperada, el dólar también estaba apreciándose en el mundo.
Un dólar más caro en el mundo necesariamente implica un dólar más caro en Argentina, con todo lo que eso implica para la psicología de los inversores y el intento por reducir la inflación.

País vulnerable
Las condiciones de liquidez internacional se han modificado de manera significativa en los últimos meses. Eso siempre es un problema para quienes necesitan financiarse en los mercados, y muchos países han visto depreciarse sus monedas, así como una suba del riesgo país.
No obstante, a nuestro país la situación le pega de manera particular. ¿Por qué?
En primer lugar, porque, como destacaba la agencia internacional Standard & Poor’s en noviembre del año pasado, el país estaba en segundo lugar en su lista de los 5 países más vulnerables a la reversión del flujo de capitales.
En orden descendente, Turquía, Argentina, Pakistán, Egipto y Qatar conforman el nuevo grupo de los “Cinco Frágiles”.
Para armar la lista, S&P considera siete variables, entre las que se encuentran el déficit de Cuenta Corriente como % del PBI y de los ingresos por Cuenta Corriente, las Reservas Internacionales, las necesidades de financiamiento extranjero, dos indicadores de deuda externa y, por último, la deuda pública denominada en moneda extranjera.
Obviamente, no nos va muy bien en ninguno de estos indicadores, y principalmente porque las necesidades de financiamiento –es decir, el déficit fiscal que acarrea el país- son grandes y muestran poca convergencia al equilibrio de acuerdo con las proyecciones del FMI.
Según las últimas proyecciones del Fondo, si bien el déficit primario irá convergiendo con el correr de los años, el resultado fiscal solo se morigerará, pero sin quebrar la barrera del 4% del PBI de acá a 2023.
A la luz de estos datos, y sin voluntad de acometer un ajuste fiscal mayor que restablezca la confianza, el gobierno decidió “jugar la carta del FMI” e iniciar conversaciones para pedir una línea de asistencia.
El FMI puede prestarle a la Argentina a una tasa más baja de lo que lo harían los mercados internacionales, evitando que el gobierno se financie en el mercado interno, lo que succionaría la poca liquidez que éste tiene.
Sin embargo, las pida el Fondo o no, lo que el país necesita son reformas estructurales profundas para no caer en una crisis y para devolverle la competitividad al sector privado. Si estas reformas no se llevan adelante, la asistencia del Fondo será solo un respirador artificial con efecto temporario.
¿Estará la clase política –es decir, gobierno, pero también oposición – a la altura de las circunstancias?