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Buenos Aires
Redescubrir el abrazo, el otro, el propio cuerpo en la danza, las historias de las letras, el gusto por lo instrumental, la memoria emotiva. Todo esto puede llevar el tango como terapéutica a la vida de un adulto mayor.
“Realmente el potencial terapéutico del tango es infinito. No se trata sólo de quienes puedan bailarlo, disfrutar de sus letras o escucharlo. Sirve también por todo lo que puede evocar desde lo emocional, la estimulación de la memoria, los vínculos sociales que promueve y la reconexión con el propio cuerpo, permite resubjetivizar el cuerpo que con el deterioro muchas veces parece extraño”, afirma Mariana Fernández Pando, psicóloga especialista en psicogerontología. Es coordinadora general de la Residencia para adultos mayores Jardín del Sol y cuerpo profesional de distintas instituciones, en donde realiza talleres de estimulación cognitiva y evaluaciones integrales de funcionalidad.
Desde esa mirada, comparte: “La psicogerontología trata al adulto mayor desde un punto de partida claro: que es posible un envejecimiento saludable, es decir, activo. Se apunta a una persona independiente, con objetivos, que se relaciona con su entorno, mantiene o establece redes sociales y todo esto, más allá de que puede presentar patologías propias de la edad o no. Esto se contrapone a lo que antes se llamaba la vejez que tenía que ver con la incapacidad, la dependencia, la enfermedad, la quietud, la imposibilidad para autovalerse a sí mismo. Y aunque sean dependientes en las actividades de la vida diaria y haya que asearlos o no puedan hacerse cargo de sí en su plenitud, siempre hay maneras de seguir apuntando a ello, respetar sus decisiones, gustos, derechos, ganas, etcétera”.
Se trata de cambiar el punto de vista, entonces, como sociedad, como familias de un anciano o entorno inmediato. “Así es posible pensar una longevidad saludable que debe estar acompañada por supuesto por los controles médicos, por cuidar el contenido del pensamiento y los sentimientos, acompañar con la actitud de mantenerse en movimiento, para evitar el sedentarismo, comprometerse con la buena alimentación y un buen apoyo en redes sociales, siempre apostar al desarrollo personal y el manejo de las emociones.
Por eso, el trabajo que se hace con el adulto mayor en general, por lo menos en la instituciones desde los nuevos paradigmas, es multidimensional e interdisciplinario”, subraya la experta.
Así, queda claro que no importa si está en geriátrico o no, ni si posee alguna enfermedad o no, la actividad y la estimulación son claves para esta etapa de la vida.

Inclusión
Sin embargo, Taira Peña, desde su experiencia como familiar con un padre con Alzheimer, aporta: “Hablamos de inclusión sólo en temas como discapacidad, diversidad sexual, pero nos cuesta hablar de inclusión de adultos mayores. Si bien apenas fue diagnosticado supimos que hay una terapéutica interesante que se indica para determinados estadíos de la enfermedad, de leve a moderado, ya que la actividad social, recreativa y creativa está indicada, cuesta mucho encontrar lugares que ofrezcan esta posibilidad en entornos que no sean hospitalarios.
Esto implica profesionales que sepan cómo tratar adultos mayores con problemas de neurocognición y que en determinadas instancias necesiten atención especial, pero que puede darse integrada a un contexto de socialización con otros”. Por su parte, Soledad García admite que con su madre iniciaron juntas las clases y luego no pudieron continuar, ya que en el geriátrico donde la internaron no contaban con este taller. “Le hacía muy bien y eso la entristeció. Al poco tiempo tuvimos que sacarla porque si bien la trataban bien, no la estimulaba nada de lo que le proponían. Probó con pintura, hacía la gimnasia que daban ahí, pero el tango era mágico en ella.
Creo que fue algo que disfrutó más de mayor que de joven”, señala García. Si bien es cierto que existe un movimiento que trabaja en pos de la visión que comparte Pando, también la falta de estos espacios y la facilidad para dar con ellos es una realidad para muchas familias en un derrotero que no cuenta con el tiempo a favor.
“Los talleres gratuitos de PAMI o los que ofrecen en clubes barriales pueden ser una opción, fuera de lo institucional”, propone la licenciada y, por supuesto, habrá que acompañar y con un entorno atento esta etapa transcurre de la mejor manera.
“Los síntomas como abulia, desgano, insomnio, falta de apetito, accidentes como caídas, etcétera, suelen aparecer luego de una viudez o jubilación, por eso es importante trabajar en prevención; todos los talleres de estimulación, dentro de los cuales está el tango, están pensados desde ahí”.

Autorreconocimiento
Los talleres funcionan como facilitadores para la independencia. Estimulan la vinculación con pares, la creatividad, afianzan las redes afectivas y de contención, y lo maravilloso es que cada uno participa desde su nivel de deterioro.
“Hay personas con movilidad reducida que apenas puede moverse mediante andador, que asiste a clase de tango y ahí baila – relata la especialista-. Pero siempre es importante participar; aunque sea escuchando es una manera de formar parte y aportar al grupo. Cada uno desde donde puede.
En el caso específicamente del tango, rememoran ciertos momentos de su vida, sensaciones y esto hace que trabajen con la memoria a largo plazo.
Hay personas que están totalmente desorientadas en tiempo y espacio y a través del tango recuerdan situaciones vividas o pueden cantar las letras a pesar del deterioro que presentan o las fallas de memoria que puedan tener”, puntualiza la especialista.
Otra de las claves es que en el baile se pone en juego el propio cuerpo. “Reconocerlo, identificarlo, identificarse con las limitaciones que van teniendo en ese momento les permite recrearse una imagen corporal, un cuerpo que muchas veces fue sentido como algo extraño porque otro lo tiene que lavar, movilizar y necesitan todo el tiempo una supervisión del otro en muchos casos.
Este espacio entonces, sobre todo para las personas que no se pueden movilizar o pueden hacerlo poco y son llevados por el profesor, les permite subjetivizar su propio cuerpo, reconocerlo como propio.
Así, crear una nueva imagen corporal que los ayuda a movilizarse o a subjetivizar esta nueva etapa de su vida. Compartir con otro combate la tristeza, la abulia, la falta de apetito. Con tan sólo tener el proyecto de esperar su próxima clase para encontrarse con sus compañeros ya es un objetivo, un estímulo”, explica.