Por Carlos Lisandro Berenguel-
Había pasado un Congreso de los Veteranos de Guerra de Malvinas de la Provincia de Santa Cruz.
Lugar del encuentro de los héroes de la gesta del Atlántico Sur en el año 1982, esa batalla de la guerra que no debe terminar nunca, ni para recuperarlas ni para resguardarles después.
Reunidos, con más años pero con el fervor patrio de las trincheras de las islas, se vivieron momentos de honda emoción, recuerdo, hombres y mujeres quebrados, esposas en su rol de compañeras inclaudicables en la vida del soldado de siempre y por aquello de que a la corta o a la larga todo tiene que ver con todo, me volví del Congreso y algo daba vueltas en mi cabeza, en realidad más en mi corazón que en mi mente.
Hay un relato cortito y profundo, que pretende fortalecer aquello de que la vida te da la posibilidad de verla, sufrirla y gozarla del lugar que más te guste y con ello logres alegrías y tristezas solo para vos.
Dicen que un día un hombre caminaba por la calle y de repente ve que rumbo a él venía caminando un joven, porte humilde y mostraba sin marcarlo que calzaba un solo zapato.
El hombre casi alarmado se lo marca. “joven se dio cuenta –señaló casi con tono de drama- ha perdido un zapato” indicando los pies del muchacho.
El joven, con cara de alegría y satisfacción, contestó.
“No señor, … he encontrado un zapato”.
Esa historieta tan simple y profunda me hizo imaginar esta otra:
Un hombre caminado por una calle cualquiera de una ciudad de la Patria y se encontró de frente con otro hombre que caminaba despacio, con dificultades, tenía amputada la pierna derecha y su traslado lo hacía con la ayuda de un par de muletas.
Lo vio venir con una estampa muy especial más allá de su problema.
“Qué le ha pasado, un accidente” preguntó casi arrepintiéndose de hacerlo por temor a molestar a su ocasional interlocutor.
“No” respondió el hombre y tras un silencio cerrado, agregó: “ … Estuve en Malvinas”.
Sorprendido, casi no encontró forma de seguir ese diálogo corto y profundo y solo atinó a agregar “que suerte que ha vuelto”.
El hombre se afirmó en sus muletas, levantó la vista al cielo que parecía más profundamente celeste y blanco como la Bandera y respondió con voz firme, casi con tono militar y de honor “¡que suerte que he ido!” y quedó firme.
Una vieja medalla dorada y ajada por el tiempo que colgaba de su solapa, la que rezaba junto a la figura de las Islas –Honor al valor en Malvinas- brillo más que nunca.
HONOR A LOS HEROES DE MALVINAS