Entrevista a Cristina Romero, mamá preocupada por la educación en Santa Cruz.
(Segunda parte)

La charla con Cristina fue prolongada. Tiene claro el problema, pero también muestra que tiene claro el camino que deberíamos transitar.

-¿Qué hacemos con la educación en Santa Cruz?
Vuelve a usar su «cuaderno salvador».
-Como padres, pedimos encontrarnos con el señor «Cacho» Alonso y con Claudia Cingolani, representante de los padres. Tuvimos un Zoom. La señora Cingolani se comportó como una planta. No emitió sonido. Y el señor Alonso solo dijo que no podía decir nada porque no estaba la Directora, pero que no es necesaria la presencialidad. Y que es un privilegio tener educación en el hogar. Pero hay muchos chicos que no tienen acceso a internet o que no tienen equipamiento en sus domicilios. Tenemos 40% de familias en la pobreza y 57% de niños pobres. Para empezar, ese 40%, al menos, no tiene las herramientas. Hay docentes que ofrecen su casa para alumnos que no pueden hacer sus tareas por falta de equipos o de señal de internet, pero es aparte un paliativo para algunos pocos. Alonso contestó que todos tienen teléfono celular, pero ¿y si los padres se llevan el teléfono? Son funcionarios que vivieron toda su vida tras un escritorio, solo conociendo la realidad u olvidando sus orígenes. Muchas familias no tienen un celular por integrante de la familia.
-Además, no todos los niños aprenden con la misma facilidad.

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-¿Y los chicos especiales? ¿Cómo hace su mamá para bajar y darle los contenidos? La socialización es vital para estos chicos, es una parte esencial de su formación. Para ser docente de chicos especiales hay que estudiar mucho solo para conocer el modo en que deben ser educados. Los padres acompañan al docente, pero solos no pueden darle todo lo que el niño necesita.
-El espectro es demasiado amplio como para una medida que los abarque a todos
-Por supuesto. Englobar a todos en una medida general o esperar que los padres eduquen a sus hijos en casa es, entre otras cosas, desprestigiar el rol del docente. Además ¿por qué las clases virtuales no se dan desde el colegio? No habría problemas de conectividad, el docente podría cumplir su horario y a esa hora dictar la clase. Y los padres podrían organizar su vida. Hay niños que no pueden quedar solos en su casa o al cuidado de su abuela o abuelo durante el zoom. Hay barrios sin internet. Barrios sin conexión de agua ni gas, menos tendrán señal para tomar clases virtuales. Y tenemos a los pibes cinco horas viviendo frente a una pantalla, socializando frente a una pantalla, encorvados y limitados en su desarrollo motor. Hay chicos que iban a la Escuela a comer ¿cómo se hace en esos casos? Las faltas se ponen si el niño no se presenta. Si se corta internet en su barrio, o no tiene computadora ¿El niño tiene falta? Si la familia tiene un solo celular y los padres trabajan, ese niño tiene perdido el vínculo con la Escuela. Y eso es cada vez más grave mientras se prolonga. Para no tenerlos encerrados, hay que pagar para cada lugar privado donde reciba lo mismo que recibiría en la Escuela. Un costo alto que, claramente, muchos no pueden afrontar.
-Parecen muchos problemas en uno solo, que excede lo de «mamás chetas», o Escuela pública o privada.
-Se está creando un conflicto entre Escuelas públicas y privadas o entre ricos y pobres, que le sirve a quienes manejan la política educativa para desviar el foco del conflicto. Pero nadie se hace cargo de invertir en las Escuelas, aún después de un año sin clases, donde se pudo trabajar en esto sin problemas. Las trabas son puramente políticas, de gestión. Algunos funcionarios informan de obras en algunas Escuelas ¿se pueden habilitar después de las obras? ¿Qué problema inventarán después?
-¿Cómo empezamos a cambiar?
-Para cambiar, empezaría por invertir en infraestructura, para que las Escuelas estén en condiciones. Fumigar, sacar ratas y palomas. Y devolver la presencialidad. Hablar menos y hacerlo de una vez. Necesitamos padres de cada institución que nos acompañen a reclamar cada uno por los problemas de su Escuela. El problema es general, pero debemos hacer la lista de problemas de cada uno, porque si no lo hacemos se habla del «problema de la educación» pero eso es muy ambiguo.

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-¿Y mientras se ponen en condiciones las Escuelas?
-Ir dando clases mientras tanto. Empezar a dar clases mientras se mejora todo lo que está mal. Las trabas y falta de inversión, las excusas por los problemas sanitarios… Solo se ponen trabas. Pero solo ocurre en Santa Cruz. Voto por la posibilidad de elección. Que las Escuelas se pongan en condiciones y los maestros den la clase desde el aula, filmando la clase y cumpliendo sus horas de trabajo. El que quiera, que envíe a los chicos a clase. Y quien no quiera ir a la Escuela, que pueda seguir la clase por zoom. Pero que sea una elección de cada familia. Que no sea impuesto. Tanto el que vaya como el que esté en su casa en horarios de clase, estarán contenidos por la Escuela o por su casa. Y no estarán acumulándose en cervecerías y plazas.
-¿Y el problema sanitario?
Ya se vacunaron muchos docentes ¿para que si no dan clases? Eran esenciales y por eso fueron vacunados, para ir protegidos a cumplir su rol vital en el desarrollo de la sociedad. Hay Escuelas en condiciones y otras que pueden acondicionarse mientras están dando clases. Pero desde el Gobierno se está frenando, todo se cierra. Ni se piensa en el modo. El panorama es todo NO. La intención en Santa Cruz es no dictar clases. Aunque todo estuviera en orden edilicio, tampoco darían clases, como ocurría antes de la pandemia. Los institutos privados están habilitados. Pero las Escuelas no. Y ya está probado que la presencialidad genera muchos menos contagios que los contactos que los chicos tienen cuando no están en la Escuela.
Cristina Romero tiene todo claro porque lo tiene pensado. Es una pelea que está dando y a la que dedica mucho esfuerzo. En un momento de la charla pregunta: «¿cuánto tiempo me hiciste hablar?» aunque no costó nada que lo haga. Todo le salió a borbotones, naturalmente, porque es un tema que la preocupa. La mamá todo terreno cierra su cuaderno y sale presurosa a preparar el almuerzo para Julieta, su hija de nueve años. Tratamos en varias oportunidades de que se relajara, pero no pudimos. Ahora parece que está como liberada, ya dijo todo. Inesperadamente, deja su brillante sonrisa de despedida.