13 de abril: Día del Kinesiólogo.
La Asociación de Profesionales de la Salud de Santa Cruz, APROSA, recuerda y saluda en su día a todos los kinesiólogos que con compromiso por la profesión ejercen en la provincia.
La fecha conmemora que en el año 1937 fue creada la Escuela de Kinesiología, a iniciativa de Octavio C. Fernández.
Es así, que desde la entidad sindical se comparte la historia de vida del Lic. en Kinesiología, Alejandro Cortez, profesional que hoy ejerce en el Hospital SAMIC de El Calafate, quien llegó a la provincia hace más de 20 años y con ahínco y tesón logró ganarse un espacio.
“Quiero que salgan del consultorio con una sonrisa”, expresó Cortez.
-Disculpe, ¿usted es el sodero?, le solían preguntar los pacientes a Alejandro Cortez mientras los atendía en el viejo Hospital Formenti de El Calafate.
– No, no, es mi hermano gemelo, respondía con picardía el hombre que durante varios años alternó el ambo azul del consultorio con su trabajo como repartidor de soda en El Calafate. Tras unos minutos de confusión, el kinesiólogo le confirmaba a su paciente, que efectivamente el sodero y él, ¡eran la misma persona!
La anécdota es real. Durante varios años, mientras postulaba para ingresar a la salud pública en Santa Cruz, el Licenciado en Kinesiología, Alejandro Cortez trabajaba en simultáneo como sodero y kinesiólogo, atendía en consultorios privados y prestaba servicios ad honorem en el Hospital Formenti. Un esfuerzo diario para sumar experiencia y méritos.
Cortez nació en Villa María, se recibió de licenciado en Kinesiología y Fisioterapia en la Universidad Nacional de Córdoba, y al mismo tiempo que cursaba la licenciatura en Radiología y cubría guardias en el Hospital de Urgencias de Córdoba, realizaba prácticas en el Sanatorio Mayo. De joven se acostumbró a trabajar muchas horas y con poco descanso. Pero como tantos, no pudo escapar de la crisis del 2001. Se quedó sin trabajo en Córdoba y sus dos títulos universitarios lo “sobre-calificaban” para cualquier tarea laboral, más allá de la carrera sanitaria.
Con un poco de esas frustraciones en la valija, pero una buena cuota de esperanza, junto a su esposa Doris Rodríguez llegaron a El Calafate, en busca de oportunidades. El primer tiempo vivieron con sus familiares, pero Alejandro tenía premura por trabajar, su primer hijo ya estaba en camino. Armó CV omitiendo sus títulos profesionales y así fue contratado para el reparto en la sodería “Los Glaciares”.
Alejandro no desistía de poder ejercer la profesión. Logró abrir un consultorio en dependencias de la Gendarmería Nacional para atender a los gendarmes. “Eran días largos y bastante duros. Arrancaba a las 7 en Gendarmería, a las 10 me iba al reparto, cortaba para almorzar y retomaba hasta las 20. Y después hacía domicilios”, recuerda hoy sobre esos primeros tiempos difíciles.
Cortez nunca perdió su norte: ejercer la profesión para la que se había formado y la que amaba. En noviembre del 2003 empezó a trabajar ad honorem en el Hospital Formenti, allí conoció a Rita Gatica, la primera profesional del pueblo, pero recién en enero del 2005 le saldría el contrato oficial. Con los años llegaría a ser jefe de Servicio de ese hospital. Mientras eso ocurría, en el 2004 fue convocado a sumarse al equipo de TM Salud, el centro médico del dr. Carlos Giménez, momento en que renunció finalmente a la sodería.
Historias y experiencias
Hoy Alejandro Cortez es parte del Servicio de Kinesiología en el Hospital SAMIC de El Calafate. Asegura que su trabajo le dejó muchas historias y experiencias, entre ellas recuerda cuando atendió a Cristina Kirchner mientras era presidenta. Reconoce que al comienzo los nervios casi lo superan pero luego la conversación que empezó a fluir, y su capacidad profesional, superaron el momento.
“Hemos pasado por muchas experiencias, tenemos la ventaja de estar con el paciente no solo en la parte de su salud física, sino también en la parte emocional. Somos muy contenedores, porque más allá de atender sus dolencias también los escuchamos, ellos me cuentan y yo también les cuento mis historias”, cuenta Cortez sobre su tarea diaria.
Cada mañana cuando se pone el ambo tiene una meta: que el paciente salga con una sonrisa. “Yo siempre les digo, ‘vas a salir mejor de lo que entraste y te vamos a dar lo mejor para que te recuperes’, y si yo veo que vienen de mala onda, trato de buscarles la vuelta, para que hablen, para que sonrían, y siempre lo he logrado”.
Disfruta de la profesión que ama. Y agradece haber encontrado su espacio. “Soy un agradecido porque aquí me abrieron las puertas. Me costó, piqué la piedra. Hoy veo que no es tan difícil como antes entrar a la Salud Pública, hace veinte años no estaba esa posibilidad”.
Alejandro tiene 49 años, y reconoce como su principal sostén a su esposa, -radióloga en el Hospital SAMIC- y la familia que junto a ella formó: Agustín, Nicolás e Ignacio son los tres hijos de la pareja que hace más de 20 años apostó por buscar aquí una oportunidad.