Segun Luis Gonzalo Segura : Cuando Alemania ha mirado hacia España y Portugal al recordar que podía extraer gas o construir un gasoducto que llevaba años olvidado, no lo ha hecho para pedir solidaridad, sino para exigir vasallaje.
Aunque Alemania se había propuesto reducir al máximo el uso del carbón, ahora vuelve a disponer de las plantas de generación eléctrica a base de este mineral, mientras usa el reducido suministro de gas que proviene de Rusia como reserva de cara al invierno. Berlín empezó su búsqueda de países proveedores de carbón y ve en Colombia una opción, aunque mira con lupa el impacto socio-ambiental que esta decisión pueda generar.
Un vasallaje carente de cualquier sentido de solidaridad, puesto que no se trata de que ciudadanos ricos ayuden a ciudadanos desfavorecidos, sino todo lo contrario, se pretende que los desfavorecidos, y antaño agraviados —esos vagos e insoportables PIGS—, entreguen ipso facto cuánto gas les sea posible, aunque lo necesiten. Así pues, no se trata de que ciudadanos que mucho tienen entreguen lo que les sobra para que aquellos que se encuentran en situación de precariedad sobrevivan o mejoren su penosa situación, sino que de lo que se trata es de que ciudadanos con menores recursos pasen penalidades para que los que más recursos tienen continúen viviendo su acomodada vida. Por tanto, Alemania no pide solidaridad, Alemania exige vasallaje.
El concepto del deber de solidaridad humana de la definición del Diccionario Panhispánico del Español Jurídico puede ayudarnos a contextualizar lo que se entiende por solidaridad, si lo extrapolamos a las relaciones transnacionales: el «deber de ayudar a los demás que incumbe a todos los ciudadanos, sobre todo cuando se encuentran en situación de necesidad respecto de su vida o su salud». Es decir, los países están obligados moralmente a ayudar a aquellos en grave riesgo, sobre todo, con aquellos con los que se conforman organizaciones supranacionales. Caso de la Unión Europea. Pero esa no parece ser la situación de Alemania.
Porque, tras toda esta alharaca en los medios de comunicación occidentales al respecto de la debida solidaridad que todos los países tienen para aquellos que sufren cortes de gas, en especial con Alemania, se encuentran unas considerables contradicciones. Por ejemplo, en base a los datos del primer semestre de 2022, las diferencias salariales en Europa oscilan entre los 600 euros mensuales de salario mínimo en Bulgaria y los 1.700 euros en Luxemburgo. Y si dejamos a un lado los salarios mínimos, los salarios medios ofrecen todavía mayores desequilibrios. Es decir, en el mejor de los casos, un búlgaro gana tres veces menos que un luxemburgués. En el mencionado listado.
Alemania es el segundo país con mayor salario mínimo, con algo más de 1.500 euros mensuales, casi un 50 % más que España. Pero, ¿es España la que tiene que ser solidaria con Alemania?
Solo se trata de uno de los muchísimos datos que se podrían referir y que refrendan esta realidad: 1) Alemania es uno de los países con mayor personal sanitario de Europa, con más de un 50 % de médicas y enfermeros que España; o 2) la deuda pública del Estado español dobla la deuda pública alemana, del casi 120 % al 60 %. Así pues, los alemanes ganan casi 500 euros más al mes que los españoles, tienen un 50 % más de personal sanitario y la mitad de deuda, pero tienen que ser los españoles los que compartan el gas con los alemanes, aunque ello provoque la factura energética de los españoles aumente más de lo que debería. No parece muy solidario, la verdad.
Y es que la vida de los alemanes, aun cuando un tipo amoral como Josep Borrell —sancionado con 30.000 euros por vender acciones con información privilegiada— pide solidaridad a los españoles con los ‘pobres’ alemanes, no se encuentra en peligro. Porque peligrar, lo que es peligrar, si acaso, peligra su riqueza y su privilegiada posición en Europa. No, no es solidaridad lo que piden Alemania, la Unión Europea o Borrell. Quizás porque esta, la solidaridad, al menos a nivel estatal, escasee tanto que se encuentre al borde de la desaparición.
Recapacitemos un poco al respecto:
¿No habría sido solidaridad que los países más poderosos de Europa, con Alemania a la cabeza, hubieran ayudado en la crisis de 2008 a los países del sur de Europa cuando lo necesitaron en lugar de obligar a recortar en sanidad o educación y mofarse de ellos llamándolos PIGS? Nadie habló entonces de solidaridad.
¿No habría sido solidaridad que los países más poderosos de Europa, con Alemania a la cabeza, hubieran erradicado la pobreza que padecen más de veinte millones de niños que malviven en el continente y que, además, se encuentran desigualmente repartidos? Porque España, según el informe de 2021 de Save the Children, es el tercer país en pobreza infantil tras Rumanía y Bulgaria, con uno de cada tres niños en situación de pobreza o exclusión social, pero no recuerdo ninguna ayuda alemana al respecto. Una pobreza que, a buen seguro, aumentará con los envíos de gas a Alemania.
¿No habría sido solidaridad que los países más poderosos de Europa, con Alemania a la cabeza, hubieran ayudado en la crisis de 2008 a los países del sur de Europa cuando lo necesitaron en lugar de obligar a recortar en sanidad o educación y mofarse de ellos llamándolos PIGS? Nadie habló entonces de solidaridad.
¿No habría sido solidaridad que los países más poderosos de Europa, con Alemania a la cabeza, hubieran ofrecido una vida mejor a los millones de refugiados sirios que llegaron agonizantes a las costas europeas, en lugar de venderlos al por mayor a Turquía a cambio de 6.000 millones de euros y un cheque en blanco a Erdogan para perpetrar cuantas barbaridades deseara? Sin embargo, fueron países como Alemania o Francia los que lideraron el infame acuerdo con Turquía.
¿No habría sido solidaridad que los países más poderosos de Europa, con Alemania a la cabeza, hubieran presionado y sancionado a Marruecos por la masacre de Melilla que provocó entre 23 y 37 muertos y las continuas violaciones de derechos humanos que se perpetran en el país norteafricano? Sin embargo, Europa ha decidido hace escasos días aumentar un 50 % las ayudas a Marruecos para el control fronterizo, en una legitimación de la masacre y un respaldo para que se repitan tan sanguinarios comportamientos.
¿No habría sido solidaridad que los países más poderosos de Europa, con Alemania a la cabeza, hubieran intercedido por pueblos que padecen opresión, crímenes, torturas y reiteradas violaciones de derechos humanos por parte de aliados nuestros, como los kurdos, los saharauis o los palestinos a manos de Turquía, Marruecos o Israel? Por desgracia, no solo no lo han hecho, sino que han reforzado sus vínculos con tan infames regímenes. Hay que ser solidarios con los pobres alemanes, para que no pasen frío, pero que los saharauis, los kurdos o los palestinos sean masacrados o vivan en campos de refugiados en condiciones infames no merece solidaridad alguna.
¿No habría sido solidaridad que los países más poderosos de Europa, con Alemania a la cabeza, se hubieran opuesto a los salvajes bloqueos económicos que afectan a los cubanos, venezolanos, iraníes o rusos? Por desgracia, Alemania, como el resto de los países occidentales, permite y fomenta el castigo a millones de personas solo por el hecho de ser considerados enemigos.
¿No habría sido solidaridad que los países más poderosos de Europa, con Alemania a la cabeza, hubieran sancionado a Arabia Saudí por haber provocado más de 377.000 muertos en Yemen, además de inducir miseria y pobreza a más de 27 millones de personas? Lejos de ello, los países de la OTAN, incluida Alemania hasta hace unos pocos años, vendieron el 98 % de las armas que Arabia Saudí compró desde que comenzó la guerra. No solo no ayudaron a los yemeníes, sino que también vendieron una enorme cantidad de armamento.
¿No habría sido solidaridad que los países más poderosos de Europa, con Alemania a la cabeza, hubieran asumido la deuda generada por la COVID en los países más azotados, como España? Por el contrario, Alemania, junto a Holanda, Finlandia o Austria, se opuso a que la nueva deuda generada por el covid-19 fuera asumida de forma solidaria, lo que la situó, de nuevo, en el club de los más insolidarios de Europa.
¿No habría sido solidaridad que los países más poderosos de Europa, con Alemania a la cabeza, que la Unión Europea hubiera entregado vacunas contra el covid-19 a los millones de personas que las necesitaban en el mundo, en lugar de acapararlas hasta tener que tirar más millones de vacunas por haber caducado? Solo en febrero de 2022, la Unión Europea tiró 55 millones de dosis de vacunas contra el covid-19, pero solo donó a África 30 millones. Prefirió tirar vacunas que enviarlas a aquellos que las necesitan.
Y el listado sería interminable.
No, definitivamente, no: solidaridad no es lo que pide Alemania a España o Portugal, lo que Alemania pretende es vasallaje. Entre otras muchas cuestiones, porque ha quedado más que demostrado que la solidaridad en Europa, ni está ni se la espera.
El desafío de la producción de energía sin afectar el ambiente
Con muy pocas opciones y con el objetivo de la neutralidad climática para el 2050, Alemania empezó una carrera para encontrar quién le suministre carbón.
Colombia, como el país con la mayor mina de carbón a cielo abierto en América Latina, ha sido uno de los candidatos para hacer negocios energéticos con la nación europea, pero aunque parece un trato con el que ambas partes se verán beneficiadas, la explotación del combustible fósil tiene un impacto considerable para la población y el medio ambiente.