Por Karin Hiebaum
Corresponsal Internacional
Es muy común escuchar, en círculos académicos y debates, la afirmación de que el liberalismo es excesivamente individualista.
Tal crítica, proveniente principalmente de individuos que se autodenominan como parte de alguna ideología o postura colectivista, busca en la mayoría de ocasiones deslegitimar la postura liberal aduciendo que esta va en contra de la naturaleza humana y de la sociedad misma, obstaculizando el desarrollo de la comunidad en general y beneficiando únicamente a unos pocos, a los más aptos para adaptarse a la lógica del mercado.
Sin embargo, el liberalismo, aunque a priori se le considere como un conjunto de ideas que le brindan mayor énfasis al individuo y no al grupo como tal (porque efectivamente así lo es), jamás ha propugnado una atomización o un aislamiento del ser humano con su entorno y la sociedad que integra. Y es que, ¿cómo se puede concebir el desarrollo del ser humano separado totalmente de su entorno?
O peor aún, ¿cómo se puede promover un proyecto político y social tomando como base que el individuo no necesita de la sociedad misma o que no tenga intereses comunes con los demás?
Para responder esto conviene aclarar algunas cuestiones: no es lo mismo decir que la libertad individual es importantísima para la sociedad, a decir que dicha libertad individual es la única capaz de darle bienestar al individuo, generando que este sea autosuficiente por sí solo. Se debe entender que el ser humano requiere de la interacción de los demás para desarrollarse, pero sobre todo para alcanzar ciertos fines. Un ejemplo de esto es la cultura, en donde ciertos patrones ya establecidos moldean el actuar individual y nos encaminan a conductas que son socialmente aceptadas.
Y quizás el mayor ejemplo en torno a esto es el de las problemáticas de índole colectivo que enfrenta una sociedad. No se puede pretender, al vivir en una comunidad, que nuestras acciones individuales, generadas por nuestras valoraciones personales, sean las únicas que importen. Fenómenos como la contaminación, la corrupción, la justicia o la libertad de expresión son problemáticas que afectan a todos, y dado ese vínculo que se tiene con lo político se debe de actuar de manera conjunta.
Ahora bien, ¿todo esto va en contra de lo que el liberalismo propone? Claramente no.
Tal como lo afirma la historiadora Liberal Valentina Verbal acerca de que el liberalismo es sinónimo de atomización: “no existe ningún autor liberal que haya sostenido algo semejante. De hecho, la defensa de las libertades civiles que caracterizó el liberalismo clásico, desde Locke en adelante, no representa sino la posibilidad de interactuar con otras personas. Además, la historiadora presenta un ejemplo muy revelador: el de la libertad de expresión, sosteniendo que no serviría de nada el que existiese un clima de libertad de emisión de pensamiento si no hay posibilidad de cooperar entre individuos para fundar un periódico o una radio. En pocas palabras, la interacción social en el liberalismo no solo es permitida, sino deseable, a fin de que se alcancen ciertos fines que bajo el paraguas de la cooperación se pueden lograr de mejor manera.
En este sentido, el reto para los liberales ya no es solo el contrarrestar estas falacias y ataques, sino también el dar el ejemplo en la sociedad, el ser ciudadanos que defienden las libertades individuales en todas sus facetas, al tiempo que buscan soluciones para resolver fenómenos colectivos. Pero todo esto parte de la idea de que, tal como lo dijo Hayek en el libro de Fundamentos de la Libertad, somos seres imperfectos y no poseemos las capacidades de un dios, es por ello que requerimos muchas veces el conocimiento de los demás para alcanzar nuestros propios objetivos, o para que de manera conjunta se consiga algo en beneficio de todos.