¿Dónde radica la diferencia entre un alemán y un austríaco? Al alemán le gustaría entender al austríaco, pero no lo consigue. El austríaco, por su parte, comprende al alemán pero preferiría no hacerlo. Éste es uno de los numerosos chistes que ilustran el resentimiento germano-austríaco. Este año, la publicación en Austria del libro Streitbare Brüder (Hermanos enemigos) ha reabierto el debate sobre las abruptas relaciones existentes entre los dos vecinos.
“Si alguien en el extranjero me toma por alemán, es casi un insulto. No me importaría ser originario de cualquier otro país: Canadá, Noruega, República Checa o Chile, pero no de Alemania”, bromea el escritor austríaco Franzobel, que no se muerde la lengua al hablar de sus vecinos del norte: “No entienden nuestros chistes, lo toman todo en serio y creen tener siempre la razón”. El diario alemán Bild, tampoco se olvida de los austríacos y da treinta razones para reírse de ellos. “Vuestra bandera es roja, blanca y roja para que la pongáis al revés. Los austríacos más célebres están muertos o han emigrado, como Arnold Schwarzenegger.” La oposición austríaco-alemana refleja la vieja dicotomía entre austríacos y prusianos. El primero es católico tradicional, atento y amable, mientras que el segundo es protestante rígido, arrogante y de un pretencioso formalismo al que hay que añadir su aborrecible tendencia a dar lecciones a todo el mundo.
Una historia complicada
En el siglo XVIII, Federico II quitó a los austríacos la práctica totalidad de Silesia. En 1866, en la batalla de Sadowa, las tropas de Guillermo I vencieron al ejército imperial de Francisco José, pero tras la primera guerra mundial y el final del Imperio austro-húngaro los austríacos, obligados a vivir en un pequeño Estado sobre el Danubio, desearon su anexión a Alemania. No es de extrañar pues, que sólo veinte años más tarde, la mayoría de ellos recibiera con entusiasmo la anexión de su país al Tercer Reich (Anschluss).
Por el contrario, tras la derrota de los nazis y el descubrimiento de sus crímenes, la “alemanidad” se batió en retirada. Los austríacos han tratado de pasar por alto su parte de responsabilidad en la reciente hecatombe, afirma Hannes Leidinger, coautor de Streitbare Brüder. El país, en estado de reconstrucción, ha buscado su neutralidad y tanto las élites políticas como los periodistas vieneses han elaborado sin descanso la construcción del mito de Austria como primera víctima de Hitler, como si se hubiesen olvidado del país de origen del jefe del Tercer Reich. El austríaco pretende convencer al mundo de que Hitler era alemán y Beethoven austríaco mientras que, por su parte, al alemán le da absolutamente igual, dice otro chiste sobre los vecinitos germánicos.
El semanal vienés Falter ha escrito con ironía que los alemanes, que constituyen la mayor comunidad de inmigrantes del país después de los turcos, tienen las mismas reticencias que éstos a la hora de integrarse en la sociedad austríaca, ya que se niegan a aprender la lengua… De hecho, el alemán de Austria difiere bastante de la lengua de los habitantes de Berlín o Hanóver. El palatschinken austríaco no es un jamón cualquiera [Schinken, en alemán], sino una crepe. La mermelada de ciruelas, pflaumenmus para los alemanes, tiene aquí un nombre de resonancia eslava: powidl. Después de la guerra, las autoridades austríacas se encargaron de distinguirse lingüísticamente del gran hermano del norte. En 1949, la lengua alemana había desaparecido como tal, tras varios años de aplicar programas escolares austríacos. Por supuesto, seguía enseñándose, pero oficialmente recibía el nombre de “la lengua de enseñanza”.
Dos pueblos condenados a soportarse
En la actualidad, el alemán de Austria va perdiendo, cada día más, su particularidad, en parte debido a la televisión vía satélite y por cable. Muchos austríacos prefieren las cadenas alemanas RTL o SAT 1 a su ORF, y los cantantes austríacos han asimilado bien la pronunciación estándar, condición indispensable para la conquista del atractivo mercado alemán. “¡Nunca más vacaciones en Austria!”, escribía Bild en 1994, después de que el jugador de tenis alemán, Michael Stich, cosechara abucheos por parte del público austríaco. Pero el llamamiento al boicot no funcionó. El 40% de los turistas que visitan Austria vienen de Alemania. “Sin los veraneantes extranjeros, la república alpina se habría visto golpeada por la crisis económica”, reconocían los autores del libro.
En la actualidad, el PIB austríaco por habitante (unos 46.000 dólares) es superior al alemán (menos de 41.000 dólares). Atrás queda el tiempo en el que los austríacos compraban coches de ocasión en Alemania. Hoy son ellos los ricos y su economía se ha visto menos influenciada por la crisis que la de Alemania. Los enemistados vecinos pueden enviarse cuantos dardos envenenados deseen, pero están condenados a soportarse.