Por Karin S. Hiebaum
Todos hemos visto películas en las que un señor/a con algún tipo de padecimiento indeterminado acude a la consulta de otro señor/a, se sienta en un diván y habla durante una o dos horas mientras el terapeuta, con gesto serio, hace anotaciones y alguna pregunta corta mientras muerde las gafas coquetamente. Y es que esa es la metodología básica de esta práctica pseudoterapeutica, la ‘asociación libre’. Esto es, hablar lo primero que le venga a uno a la cabeza frente a alguien que toma la posición de Dios -su silencio, sobre todo- y que decide cuándo estamos enfermos y cuándo sanos.
Antes de comenzar a analizar si es psicoanálisis sirve para algo, o si constituye realmente parte del corpus de conocimiento científico, quisiera hacer algunos comentarios preliminares.
El concepto de placebo es bastante sencillo de explicar en el caso de fármacos o para dolencias que presentan una etiología fisiológica bien definida. Cuando se contrasta la eficacia de un fármaco en una prueba de doble ciego -y así suele hacerse, sobre todo en modelos animales- uno de los grupos es evaluado con la administración de algo que luce exactamente igual que el fármaco, pero que no contiene el principio activo. En el caso de terapias que no emplean fármacos, el proceso es el mismo. Aunque en este último caso se emplean desde asiáticos que no tienen ni idea de hacer acupuntura, hasta masajistas que se hacen pasar por reflexólogos.
No hemos de olvidar que el efecto placebo es un fenómeno real, estudiado y explicado por la ciencia. Un placebo habitual supone una reducción de la percepción de los síntomas -que no necesariamente su remisión-, y normalmente tiene lugar por efecto de la liberación de opioides endógenos o de descargas de dopamina ante el horizonte de expectativas de ser curado. Recordemos que la administración de un fármaco, si se hace bien, ya incluye el placebo, pero a su efecto se le suma el del principio activo que contiene.
La psicología es una ciencia especialmente difícil, y con el tema de los placebos no iba a ser diferente. Realmente cuando decimos ‘placebo’ en psicología estamos haciéndolo metafóricamente, dado que no se trata del mismo proceso al que estamos habituados en otros casos. Aquí no nos referimos específicamente a la liberación de ningún neurotransmisor, sino a la sensación de estar siendo ayudado por alguien. Todo psicoterapeuta -o supuesto psicoterapeuta- tiene ya de entrada ganado el efecto placebo, al igual que lo tiene un amigo que nos eche una mano y nos escuche. Pero en este caso para probar la efectividad real de un tratamiento psicológico debemos evaluar que la técnica específica que emplea el terapeuta suponga un aumento en la efectividad de la terapia por encima de lo que puede hacer nuestros bienintencionado amigo.
¿Qué es esa cosa llamada psicoanálisis?
El psicoanálisis fue inventado por Sigmund Freud entre finales del XIX y principios del XX. Freud estuvo bajo la influencia de Charcot y sus estudios sobre la histeria empleando hipnosis, y de Breuer y su método catártico. El psiconálisis ha sido desde sus orígenes tanto un modelo teórico que pretende explicar el funcionamiento de la mente humana como un tipo de psicoterapia basada en ese modelo. Pese a la enorme cantidad de diversas ramas, grupos y derivaciones que existen entre sus adeptos, el núcleo duro sigue siendo el mismo desde su fase inaugural de la mano de Freud.
El psicoanálisis se basa en dos ideas que son bastante simples, aunque sean capaces de enredarlas hasta niveles extremos -y si no me creéis os animo a mirar alguno de los libros de Lacan, especialmente esos textos logorreicos en los que habla de la topología de los penes sin ton ni son, haciendo llorar a cualquier matemático competente.
La primera idea es que hay tres estratos diferentes dentro de la mente: el consciente, el preconsciente y el inconsciente. Todos entendemos intuitivamente que hay cosas de las que somos conscientes, cosas de las que no, pero de las que podríamos serlo eventualmente, y otros eventos mentales de los que simplemente no nos percatamos. Hasta ahí todo bien, Freud tenía razón, como cualquier niño que piense sobre este tema un rato también lo tendría. Aunque luego veremos que la forma que tiene Freud de caracterizar el contenido del inconsciente es el árbol que creció torcido en el psicoanálisis desde el principio.
La segunda idea básica intenta explicar la personalidad de las personas. Para ello habrían tres niveles de análisis: el Yo, el Ello y el Superyó. El Ello sería la base del individuo, la parte más antigua y fundamental. Su naturaleza es inconsciente, y está formado por los pensamientos, deseos y ‘pulsiones’ -palabra que no tiene ningún sentido científico, unicamente filosófico- que estarían en lo más profundo de nosotros -y no hablamos exactamente de comer o de tocarnos con la lengua esa heridita del labio, aquí hemos venido a hablar de sexo. El Ello sería una especie de ser libre ajeno a las consecuencias de sus acciones. El niño caprichoso e individualista que viviría en todos nosotros.
El Superyó sería el reverso tenebroso del Ello. Las normal morales y las reglas sociales que pondrían freno a sus apetencias descarriadas. El Superyó sería construido por la sociedad, la cultura, la educación, la familia, etc., y básicamente es represivo. Finalmente tenemos al Yo, que constituye la parte consciente de nosotros. El Yo sería la imagen que proyectamos tanto para los demás como para nosotros mismos. Sería, básicamente, el Ello pasado por el filtro del Superyó.
Hasta aquí todo es bastante simplón, pero la fiesta viene ahora con lo que construye Freud sobre este modelo de la naturaleza de la mente. Como hemos visto, estaríamos formados por tres niveles diferentes, aunque estos niveles no conformarían una unidad que trabaja de forma articulada. Al contrario, vivirían en continua guerra. El Ello y el Superyó se llevan a matar. El Yo no sabe ni que existe el Ello y a veces no es conciente de las consecuencias del Superyó. El Superyó tiene que reprimir al caprichoso Ello, que es una especie de homúnculo que lucha por salir a la superficie de la conciencia. Un duendecillo maligno que nos dice que quememos cosas.
Y eso último sería la causa de los trastornos mentales: la represión -término robado de la física, que comienza esa larga tradición psicoanalítica de descontextualizar el vocabulario científico. Un enfermo mental sería un individuo cuyo Ello no para de molestar, con un Yo que se escandaliza y recurre a mecanismos de defensa para no ver su propia realidad. Esto puede pasar tanto porque el Superyó es demasiado dictatorial o porque no hemos tenido un desarrollo correcto. Y lo que entienden los psicoanalistas por un “desarrollo correcto” incluye una correcta superación del complejo de Edipo/Electra, que la envidia de pene no nos corroa, el buen discurrir de las diferentes etapas de desarrollo sexual del niño, etc. Sí, todo sexo. Y además todo de una sexualidad barroca que da una mezcla de risa y asco.
¿Qué hay de malo en el psicoanálisis?
El psicoanálisis tiene un buen montón de afirmaciones básicas refutadas, carentes de contrastación o dignas de libros de ciencia ficción. Para analizarlas voy a partirlo por la mitad, analizándolo primero como modelo y después como terapia.
1) Como modelo de la mente
Los filósofos de la ciencia se han pasado los últimos cien años analizando cómo funciona la ciencia desde un punto de vista lógico y metodológico. En este sentido, es extremadamente usual que sea la filosofía la primera en llegar a los sitios, generando modelos abstractos, puramente teóricos, que después son contrastados por los científicos experimentales. Incluso es sano que se trabaje durante un tiempo de espaldas a los datos a fin de mejorar el modelo hasta que este pueda resistir contrastaciones sofisticadas. Pero lo que pasa con el psicoanálisis es simple y llanamente intolerable desde un punto de vista científico: lleva 120 años fingiendo ser una ciencia y a la vez negándose a someterse al tribunal de la evidencia.
El psicoanálisis es una idea filosófica, en ningún caso científica. Es un modelo que se sostiene de forma puramente dogmática, y cuyos adeptos comparten más con los de una secta que con los de un programa científico de investigación. Los avances y cambios de escuelas se basan en seguir al iluminado de turno de forma acrítica -«yo soy junguiano, lacaniano, etc.». Esto explicaría en buena medida el porqué de la deriva al oscurantismo lingüístico y el actual aislamiento de los psicoanalistas respecto a la comunidad científica.
El primer problema del modelo es que no habla del cerebro, ni lo menciona ni lo contempla. ‘Mente’ es un término metafórico que empleamos para referirnos a las funciones superiores del encéfalo. Realmente es el cerebro funcionando. De hecho, no es ni eso. La mente es más bien la forma que tenemos de ordenar, entender, predecir y unificar los comportamientos que observamos en los demás. Está, en este sentido, en el ojo del observador, y así es como emerge de la actividad de nuestro cerebro. El modelo psicoanalista niega esto y es profundamente dualista, suponiendo que la mente no es física y, por lo tanto, que es ajena al dominio de la investigación científica -habría que preguntarse entonces cómo saben ellos tanto sobre ella y en qué se diferencian de un profeta. El psicoanálisis, es, entonces metafísico.
Los otros dos grandes problemas del psicoanálisis los pusieron de relevancia Popper y Grünbaum. Popper hizo hincapié en el carácter no falsable de muchas de las afirmaciones de los psicoanalistas. Por ejemplo, el complejo de Edipo. Para empezar, este complejo es inviable evolutivamente. ¿Qué ventaja evolutiva tendría que todos los niños de una especie tuvieran el impulso de retar a un macho adulto que les supera 5 o 6 veces en tamaño? ¿Poder copular con una hembra con un nivel altísimo de homocigosis dejando una descendencia en alta probabilidad no eficaz? Es también una aberración desde el punto de vista de la neurociencia, ya que el hipotálamo de los niños madura en la pubertad, lo cual les impide tener esa supuesta vida sexual activa. Todos estos problemas, claro, los solventan los psicoanalistas apelando a que la mente no es el cerebro y escapando por la vía metafísica.
Pero, volviendo a Popper, aún si nos encontramos con algún psicoanalista más o menos sensato que quiera investigar el complejo empíricamente, sería imposible hacerlo por razones lógicas. Si todos tenemos complejo de Edipo, entonces todos tendremos que desarrollar los síntomas. Pero, y aquí viene el truco, si no los desarrollamos, entonces es porque los estamos reprimiendo a través de un mecanismo de defensa. La casa siempre gana. Por ello el psicoanálisis sería infalsable y una hipótesis científica siempre ha de poder ser refutada, «ofrecer el cuello». Pese a que el criterio de falsabilidad no es una maravilla como criterio de demarcación en este caso funciona bastante bien.
La última pega, por si no fuera suficiente con las anteriores, que apuntó Grünbaum y que es muy popular hoy en día, apela a que las partes del psicoanálisis que se exponen a la investigación seria, y que constituyen implicaciones contrastadoras de la teoría, simple y llanamente han sido refutadas por la neurociencia y la psicología científica. Es un modelo que debemos desechar porque es falso y no casa con la evidencia disponible, sin más. Ya he mencionado los problemas de explicación biológica que acarrea el complejo de Edipo, pero no acaba ahí la cosa. Las fases del desarrollo sexual del niño que postula el psicoanálisis no se parecen ni remotamente a lo que pasa en la realidad, las mujeres no se sienten incompletas por no tener pene -ojo con las toneladas de misoginia que contiene-, los recuerdos reprimidos son ciencia ficción, y uno parece que puede llevarse bastante bien con su padre si este es un buen tipo.
Además, las investigaciones llevadas a cabo con el modelo psicoanalítico suelen concluir en cantidades industriales de tonterías -para más información puede usted leerse los análisis de Bettelheim de los cuentos de hadas, le garantizo una tarde de carcajadas.
2) Como terapia
Si la base de la terapia psicoanalítica es su modelo de explicación de la mente, y el modelo es una basura de semejante calibre, entonces imagínese usted cómo va a ser la terapia. He comenzado este texto con la explicación de lo que es un placebo en psicología para que esta afirmación sea plenamente comprensible: el psicoanálisis, en los cientos y cientos de veces que ha sido testado como terapia, nunca ha mostrado mayor efectividad que la de un placebo. Ir al psicoanalista es igual de efectivo que ir a hablar con un amigo. Es más, como veremos en lo siguiente, puede ser incluso peor. Por lo menos nuestros amigos nos van a decir cosas bonitas, mientras que nuestro psicoanalista nos va a estar hablando de penes, de lo mucho que deseamos a nuestras hermanas y otras barbaridades que ni vamos a entender como nos encontremos con un lacaniano.
Por ejemplo, para la fobia el tratamiento con desensibilización sistemática da resultados muy por encima del placebo, y dura sólo un par de meses. Si uno tiene ansiedad, el método de relajación de Jacobson es bastante eficaz, y es lo que haremos con un psicólogo serio -quizás analicemos el foco de nuestro problema brevemente, a fin simplemente de comprenderlo. Un psicoanalista no nos va a curar nada. Lo que hará será atarnos durante años a un pseudoterapeuta sacacuartos que no tiene ni idea de lo que nos pasa y que sigue ideas descabelladas de hace 120 años. Quizás la fobia se acabe pasando sola y él se colgará la medalla, claro está.
Hemos visto ya tres problemas: no cura, nos hace malgastar dinero y perdemos nuestro tiempo. Esto genera malestar y no mejora nuestra salud, pero el psicoanálisis es también capaz de empeorarla considerablemente. Hay dos mecanismos por los cuales puede generarnos un problema por sí mismo. El primero son los falsos recuerdos. La memoria es frágil y altamente manipulable. El psicoanalista es una persona que ejerce una alta autoridad sobre el paciente, y que tiene por ello el poder de confundirlo y distorsionar sus recuerdos, incluso poniendo en su memoria cosas que nunca han pasado -recordemos que la gente que acude al psicoanalista lo hace porque se encuentra en un momento de alta vulnerabilidad. Tenemos sólo una copia de cada recuerdo, almacenada en la corteza cerebral e indexada en el hipocampo. Cada vez que los pedimos para analizarlos podemos modificarlos, perdiendo la copia original sin ser conscientes de los cambios realizados. Los falsos recuerdos son muy comunes y cualquier persona con algo de entrenamiento puede generarlos.
Cabe remarcar que los recuerdos reprimidos no han sido nunca contrastados empíricamente. En momentos de fuerte estrés agudo los glucocorticoides no permiten la potenciación a largo plazo, es decir, la generación de memorias a largo plazo. Cuando reconstruimos la fuente de nuestro problema -que podemos perfectamente no tener almacenada en el cerebro, aunque la memoria emocional sí haya respondido- y somos sugestionados por el psicoanalista, creamos un recuerdo falso.
Ha sido bastante común en pacientes de psicoanalistas la aparición de estos recuerdos inventados. Violaciones donde nunca las ha habido, deseo sexual por una madre sacado de la chistera, etc. Hay incluso una gran cantidad de plataformas de afectados de falsos recuerdos que reclaman responsabilidades legales a los psicoanalistas. Os pongo un ejemplo. Freud tuvo como paciente -soy fanático de las historias clínicas de Freud- a un niño que tenía un miedo atroz a los caballos, tan habituales en la Viena de los 20′. Como no podía ser de otra manera, la explicación que le dio Freud al miedo fue que el enorme pene del animal le recordaba al de su padre, obviando totalmente que el niño había presenciado un accidente de carros tirados por caballos.
Parece un buen ejemplo del dogmatismo psicoanalista basado en tratar de hacer encajar el mundo en el modelo reduccionista que manejan, pero la cosa va más allá. El niño tuvo que cargar con la vergüenza del diagnóstico, los padres se debieron haber horrorizado de los retorcidos pensamientos de su hijo, y es posible que, en un afán de dotar de sentido al acontecimiento, el niño buscara desesperadamente las razones de tanto odio a su padre, aunque el pobre no haya hecho nada.
Hay otra vía por la que puede ser dañino el psicoanálisis, muy común en el mundo de la pseudociencia: la evasión de tratamiento. Os cuento otra historia de Freud para ilustrar la idea, una que de verdad da rabia. Trató en una ocasión a una mujer, Dora, que tenía un dolor insoportable en la zona abdominal, cojeaba de la pierna derecha y respiraba con dificultad. Freud atribuyó sus síntomas, respectivamente, a un embarazo psicológico, al haber dado un paso en falso con ese embarazo y al haber escuchado la respiración de su padre mientras tenía sexo. Lo lamentable de la historia es que mientras Freud hacía sus divagaciones lisérgicas sobre su «inconfundible histeria», Dora perdía el tiempo y seguía desarrollando el cáncer abdominal que la condujo a la muerte -por cierto, Freud atribuyó a la histeria la generación del tumor, ¿o creías que iba a admitir su error?
Pseudociencia triunfante
Lo más frustrante del psicoanálisis es que es un caso claro de pseudociencia triunfante, al igual que la acupuntura o la homeopatía. El colectivo de psicoanalistas penetra con facilidad en las instituciones, especialmente en las universidades, donde los pobres alumnos de psicología muchas veces tienen que soportarlos estupefactos. En el imaginario colectivo es considerada una rama de la psicología como cualquier otra, y la gente no es capaz de diferenciar entre los rótulos de ‘psicólogo’, ‘psicólogo clínico’, ‘psicoanalista’ o ‘psicoterapeuta’. Todo acaba siendo lo mismo y generando mucha confusión. Posiblemente un nivel de confusión ya irrecuperable en el corto plazo. Cabe decir que los psicólogos legalmente habilitados para trabajar en contextos sanitarios son los psicólogos sanitarios o clínicos. Los psicoanalistas ni son ni pueden ser psicólogos sanitarios, ya que aplicar el psicoanálisis viola el código deontológico del psicólogos al tratarse de una práctica no validada científicamente.
El problema se hace aún mayor cuando otros académicos mediocres, como algunos filósofos o historiadores, buscan refugio en el inmerecido respeto del que goza el psicoanálisis. Muy comunes son los trabajos que apelan a conceptos psicoanalíticos o al «ya lo dijo Freud» -que no es más que un sesgo de confirmación. Por si fuera poco en los últimos años, de forma incomprensible e irresponsable, algunos afamados neurocientíficos como Kandel o Damasio han hecho declaraciones favorables al psicoanálisis. -perdiendo todo mi respeto y ganándose todas mis sospechas, por cierto. Si a esto le sumamos que los colegios de psicólogos no están por la labor de plantar cara podemos darnos cuenta de la gravedad de la situación.
Hay una enorme cantidad de psicólogos serios y profesionales que podrán ayudarlo a superar sus problemas. Es más, le animo a acudir a ellos ya que la salud mental es muy importante y debe ser una prioridad en la vida. Pero huya de los psicoanalistas, por favor. Como espero haber argumentado en estas líneas, sólo va a malgastar su tiempo y su dinero. Como primera criba pida siempre las credenciales del psicólogo al que acuda -títulos, colegiatura, etc.-, sospeche cuando le hable de conceptos que haya leído aquí o de otros como constelaciones familiares, y pida siempre que le enseñen los estudios serios que avalen el tratamiento que va a recibir.