Karin Silvina Hiebaum – International Press
A pesar de la obviedad contenida en la afirmación del título, la imagen del psicólogo suele estar exenta de las implicaciones que acompañan a la misma, que además suceden en dos ámbitos diferentes, la vida profesional y la vida personal del psicólogo.
Desmontando algunos mitos sobre la profesión de psicólogo
Hay muchas ramas de la psicología, pero popularmente no suelen conocerse todas. Cuando alguien piensa en un psicólogo, lo asocia automáticamente a la especialidad clínica, esto es, la disciplina que estudia los trastornos de la conducta para posteriormente someter a terapia al paciente para mejorar su calidad de vida. Casualmente, el oficio de psicólogo clínico es el más explotado por la industria cinematográfica de Hollywood y está también estrechamente relacionada con el más famoso psicólogo clínico de la historia, Sigmund Freud, el Psicoanálisis y el enorme mundo de los sueños.
El diván
Por esta razón, cuando alguien te pregunta cuál es tu profesión y contestas que eres psicólogo/a, casi al instante ya te han imaginado sentado en una silla con un paciente en el diván.
“Diván: sillón/cama para tumbarse y
estrechamente relacionado con el psicoanálisis”.
La auto-psicología
Una vez asumido que te dedicas a la psicología, y aunque nadie sepa que lo tuyo no es la especialidad clínica, suele surgir en la mente de los interlocutores una de las frases que más hemos oído desde que empezamos a estudiar la fantástica carrera de Psicología.
Dejando de lado otras preguntas recurrentes también muy conocidas como: adivina lo que pienso, ¿me estas psicoanalizando? O ¿esta noche he soñado con un castillo, significa eso algo para ti?, ¡Allá va la frase que nos repiten hasta la extenuación!:
“Los psicólogos estudian esa carrera porque tienen algún problema y quieren curarse a sí mismos (vulgarmente llamados “locos” o “trastornados”)”.
Reflexionemos sobre esta sentencia. Como en todas las carreras, hay gente peculiar, rara, conflictiva e incluso con problemas graves en su conducta. Igual que ocurre en la carrera de psicología, también sucede esto en todas las disciplinas, como en todos los trabajos y sobre todo como en la vida.
En entrada anterior ya expresé mi opinión sobre devolver a nuestros clientes las emociones que sus narraciones nos generan (¿Deben los psicólogos mostrar sus emociones?).
Ahora me gustaría hablar sobre la imagen que parece existir sobre la vida privada de los psicólogos.
Es evidente que también somos personas que viven su vida, esto nadie lo cuestiona, pero, al contrario de lo que pueda parecer, también tenemos nuestras preocupaciones e, incluso, ¡problemas! Sí, sí, los tenemos, ¡como todo el mundo!
El hecho de conocer el funcionamiento de la mente y la conducta humanas no nos exime de padecer complicaciones, de atravesar dificultades, de sentir tristeza, miedo, ansiedad, euforia, dolor… Quizá podamos manejarlas con mayor pericia, sabemos cómo intervenir y modificar nuestros pensamientos, podemos aplicarnos nuestra propia medicina, pero esto no quiere decir que siempre nos resulte eficaz.
Podemos vivir situaciones que también nos desbordan, sufrimos la pérdida de seres queridos, separaciones sentimentales… y a veces, es preciso recurrir a un colega de profesión; es decir, los psicólogos también vamos al psicólogo.
¿Acaso los médicos no se ponen enfermos y acuden a otros médicos? ¿Los fisioterapeutas no tienen lesiones, contracturas… y precisan de otros fisios para aliviarse? ¿Y los dentistas? ¿Están exentos de caries o dolor de muelas por el mero de hecho de ser dentistas? Entonces, ¿Por qué un psicólogo no debería ir a otro psicólogo si precisa ayuda?