Karin Silvina Hiebaum – International Press
Historia y leyendas
Historia
Con una población actual de alrededor de 300.000 habitantes, Bahía Blanca es cabecera del partido, y posee un importante puerto de aguas profundas. Fue Hernando de Magallanes en el 1520, quien avistó y descubrió la bahía que por sus riberas salitrosas reflejadas de blanco llamaron Bahía Blanca. En 1925 la bautizaron como “Baxos de arenas blancas” y con el tiempo se la rebautizó con su actual nombre de Bahía Blanca y su puerto actual Ing. White fue llamado al principio “Nueva Buenos Aires”. En 1822 el Capitán Morel determina y documenta la extensión de la bahía y en 1923 el gobernador designa a Don José Valentín Garcia para realizar un reconocimiento de la zona con los datos aportados. El informe que envía en 1824 sirve de base para determinar la instalación de Fortines y la fundación de un fuerte y población para hacer efectiva la lucha según el pensamiento y proyecto Rivadaviano. Cuatro años después el Coronel Manuel Dorrego resuelve designar a Don Juan Manuel de Rosas, que al momento era Comandante de Frontera Sur, para organizar la expedición y concretar la idea rivadaviana, que incluía pasar por la costa del Salado, Fuerte Independencia (hoy Tandil) y arribar a la Bahía Blanca. Es así como, luego de varias alternativas, el 22 de marzo de 1828 sale un expedición de Fuerte Independencia (Tandil) a cargo de Ramón Estomba llegando a la bahía el 9 de abril, eligiendo el lugar adecuado para levantar la fortaleza que llamarían “Protectora Argentina” comenzando su construcción el 11 de abril fecha que se conmemora la fundación. La población se forma así, alrededor de la fortaleza, que soportó reiterados malones y diversas vicisitudes de aprovisionamiento y escasez. Fue declarada ciudad el 22 de octubre de 1895 eligiéndose intendente Municipal el Sr. Teófilo Bordeau, para luego elegirse el primer intendente nativo que fue Don Luis C.Caronti dándole vigor al crecimiento del pueblo. En 1.884 arriba el primer ferrocarril a la ciudad, con lo cual la producción agropecuaria de la zona puede salir en busca de otros puertos y destinos, este hecho provoca una transformación en la infraestructura de la incipiente población, destacándose las barracas, depósitos, vías, puertos, barrios, hasta el mismo muelle de hierro, que hacía posible el intercambio comercial de lo producido. Hoy la ciudad nuclea importantes industrias y sigue siendo centro comercial de toda la zona sur de la provincia de Bs.Aires, a la vez que punto ineludible para el tránsito del turismo hacia la Patagonia.
Cuento
El Chulengo “ Había una vez “ era un chulenguito guacho que encontré detrás de una mata cerca de la aguada. Por qué lo había dejado su madre… no lo sé; pero creo yo – que como recién nacido no pudo seguirla cuando los cazadores de guanaco cayeron sobre la tropilla y ella se alejó galopando para despistarlos de su cría y … no volvió. Si una madre no vuelve, es porque no puede, no porque no quiere. La guanaca perseguida, seguramente cayó bajo las alas de los cazadores. El estaba solo, guacho y yo lo adopté a mi chulenguito Habia una vez. Era precioso, su piel era una seda roji-marrón, con un rombito gris suave, bordeado de blanco, entre enormes ojos almendrados de largas pestañas y mirada triste; el cuello largo y flexible; la colita corta y movediza; las patas ágiles y graciosas. Habia una vez, me seguía a todas partes; era mi compañero de interminables caminatas por cerros y cañadones. Mi chulenguito no hablaba pero entendía todo lo que yo le contaba; sus orejas giraban de aquí para allí y cualquier ruido extraño lo sobresaltaba , lo hacía correr; sin embargo, si yo no lo seguía, se paraba a esperarme. Así pasamos juntos todo un verano. En Marzo, lo dejé, yo debía volver al norte, al colegio. En esos años, en la Patagonia, no había colegios – solo una que otra escuelita -. Un instituto en Río Gallegos, otro en Trelew, por lo tanto la mayoría de nosotros debíamos ir de pupilos al norte. Teníamos que dejar nuestros hogares, a nuestros padres y nuestros chulenguitos. No podíamos volver para las vacaciones de invierno pues los barcos tardaban varios días; como también los pequeños aviones que debían hacer el trayecto en etapas; por tierra: ni que hablar; queda lejos de la Capital nuestra Patagonia !. “Habia una vez” quedó solo, durante nueve interminables meses; solo todo ese tiempo. Cuando finalmente volví al campo, ni bien bajé del coche para abrir la tranquera, escuche un galope; me di vuelta y … Habia una vez estaba allí, erguido, inquieto, anhelante. Lo miré largo rato, cómo había crecido – quise acariciarlo – retrocedió comprendí entonces que deseaba su libertad: abrí de par en par la alta tranquera del potrero… el miró, se acerco, vio el campo y al galope tendido se alejó. Nunca más volvió mi chulenguito Habia una vez.