Karin Silvina Hiebaum – International Press
La construcción de la identidad política es un proceso que sufre varios cambios. ¿Cómo analizarla de manera correcta? Acá los detalles.
La adolescencia es, fundamentalmente, una búsqueda por la identidad propia. Uno se pasa años tratando de descifrar quién es y cómo encaja en la sociedad. Esa búsqueda, usualmente, es acompañada por una rápida adopción de señales puntuales de afiliación a ciertos colectivos o ideas. Con el paso de los años, no obstante, esa pregunta acerca la identidad propia se desvanece y con frecuencia, también la afiliación a esos colectivos o ideas.
Creo que un proceso parecido vive la búsqueda de identidad intelectual, aunque quizá algo más tardía en el ciclo de la vida de las personas. En mis años de universidad yo me catalogaba como un liberal clásico. Incluso, en cierto momento, creo haberme referido a mí mismo como hayekiano; aunque dudo haber sabido alguna vez lo suficiente de Hayek para, siquiera, reconocer qué quiere decir ser hayekiano. En cualquier caso, en esos años, creía profundamente en el poder de los mercados y pensaba que
el rol del Estado debía ser tan limitado como fuese posible, me reunía con gente que pensaba igual y me sentía feliz de ser parte de esa comunidad.
Quizá esta identidad surgió como una reacción a mi educación en una universidad con un pensum que sobreponderaba la formación marxista y donde dominaba una comunidad con una asfixiante narrativa de activismo político.
Creo que los fundamentos de esa visión liberal no han desaparecido, aún pienso que las libertades individuales son primordiales y que los mercados son mecanismos bastante útiles para coordinar la sociedad. Sin embargo, con el paso de los años, se fue desvaneciendo la pregunta sobre cuál etiqueta intelectual me sienta mejor. Hoy realmente me importa bastante poco si soy o no un liberal.
No creo que esta sea una particularidad de mi vida intelectual o del liberalismo, creo que es un patrón bastante común a la mayoría de las personas e ideologías. Creo que las brechas generacionales hacen esto evidente. Por ejemplo, la inmensa mayoría de jóvenes revolucionarios marxistas de los 60s y 70s, con los años, moderaron sus posturas y abandonaron su identidad como marxistas, siendo hoy los defensores del status quo al que una nueva generación percibe como obstáculo para cambios radicales en la sociedad.
Diría que lo que hay detrás de este patrón es que el mundo es grande y complicado. Hay muchas cosas que uno no conoce y la inmensa mayoría de las que uno sí conoce, sinceramente, uno las entiende bastante mal.
Afortunadamente, toda persona reflexiva puede disfrutar de las oportunidades que el tiempo da para reconocer lo mucho que uno desconoce del mundo. El tiempo también da la oportunidad de ver los cambios de tendencia en la opinión pública, ilustrando cómo lo que parecen verdades comprobadas, con frecuencia, no son más que modas intelectuales. Además, el tiempo también suele dar la oportunidad de ver cómo el contexto y la suerte condicionan profundamente el desarrollo de los eventos, haciendo claro que aplicar recetas y fórmulas pocas veces es útil en problemas difíciles o realmente importantes.
En definitiva, el tiempo es el mejor corrosivo de la ingenuidad que se requiere para encontrar atractivas la mayoría de cofradías que venden manuales y etiquetas de pensamiento sencillo.