El poder sanador del terapeuta es la fuerza magnética atractiva de su Amor. Esa fuerza le conecta con su Alma y genera las cualidades de la responsabilidad, la inclusividad y la participatividad.
Karin Silvina Hiebaum – International Press
La belleza del amor, es que al ofrecerlo recibimos más de lo que teníamos antes.
Estas tres cualidades básicas del Alma se expresan en el campo de relación como:
Responsabilidad: es la capacidad de dar respuesta a la necesidad del Alma que se expresa en el instrumento del cuerpo.
Inclusividad: es comprensión amorosa. De ella surge la compasión, una expresión del amor incondicional, en la que el sanador y su paciente forman un solo campo de conciencia.
Participatividad: es la capacidad de elevar los ojos del paciente a su Alma, para involucrar su potencial sanador en el proceso terapéutico.
Al proyectar las energías del amor al corazón, la compasión genera un patrón de coherencia en el seno del campo magnético cardiaco, que es cinco mil veces más intenso que el del cerebro. Ese campo de comprensión amorosa, emitido cuando se experimenta un sentimiento de amor incondicional, literalmente “abrasa”, incendia, transmuta y reordena. Inmersos en el campo magnético ordenante de un corazón amoroso, reconocemos nuestra unidad con el ser que nos habita, nos convertimos en el Alma que somos, y participamos del poder reordenante de su energía, que se precipita en una fuerza renovadora como “el agua abundante de la vida”.
Si tomáramos electrocardiógrafo y le retiráramos los filtros electrónicos que se emplean para eliminar el ruido, encontraríamos que no solo en el corazón sino en todo el cuerpo aparece el electrocardiograma. Cuando lo tomamos a nivel de la cabeza, aparece un trazado de bajo voltaje que cabalga sobre uno de voltaje mucho mayor. Es el electroencefalograma que es portado sobre esa onda portadora mayor que es la actividad eléctrica del corazón. Pues bien, todos los ritmos del cuerpo viajan a caballo del ritmo de nuestro corazón, que es conocido por los investigadores de la nueva ciencia de la neurocardiología como el oscilador eléctrico maestro. Cuando yo comprendo que desde la visión del campo tu no solo estas frente a mí, sino que estas en mí, allí y acá se vuelven siempre interiores. Cuando puedo vislumbrar el hecho de que tu imagen total, no solo la imagen de tu cara o de tu sonrisa, sino la imagen de tu SER, está en mi corazón, puedo nacer a lo que en términos de la ciencia de la sanación se conoce como la pureza magnética. La pureza magnética es la condición esencial del sanador; con ella comienza la sanación espiritual. No es producto de un segundo de inspiración, es el resultado de toda la vida, de la pureza de vida, de la claridad de nuestra visión del mundo.
¿Cómo vemos el mundo? ¿Cómo lo sentimos? ¿Cuál es la imagen que tenemos de nosotros? Pues bien, esas son las imágenes que inconscientemente proyectamos al mundo de la relación. Conforman un patrón de organización de información que se constituye en la onda portadora de nuestra intención terapéutica. Las técnicas son como una jeringa; el verdadero medicamento, el contenido, somos nosotros mismos.
Ahora, ¿qué significa el amor incondicional? Oí una vez que el amor incondicional es «La comprensión y aceptación del proceso del otro», sea lo que sea. La aceptación de lo que ocurra en el otro sin pedir algo a cambio; la apertura y el estado de alerta para recibir lo que sea.
Así, bajo esta definición, el amor incondicional está más relacionado con la disposición de aceptar el proceso de recepción, en lugar de sugerir un proceso de entrega extrema. Esto generalmente esta malentendido.
Es común pensar en el amor incondicional como dar en exceso, pero en mi exploración; creo que el aprendizaje del amor incondicional es aprender a dar sin manipulación emocional, sin estrategias, y sin pedir algo a cambio.
La primera vez que me conmovió este dilema de lo que significa el amor incondicional fue con el nacimiento de mi hijo Conrado. Me quedé asombrado por la cantidad de energía amorosa extendiéndose por todo mi cuerpo. Me quedé anonadado por este sentimiento de rendición completa de mí mismo para apoyar el proceso de otra persona. Me quedé sorprendido al darme cuenta de que a partir de ese momento, mi concepto de la individualidad cambió para siempre.
A partir de ese momento no era solo yo, sino que había nacido otra persona. No estaría nunca más solo.
Entonces, si el poder del amor incondicional se desarrolló dentro de mí tan fácilmente a través del nacimiento de Conrado, ¿por qué es tan difícil para mí amar a los demás de la misma manera? ¿Por qué es tan fácil amar a nuestros hijos sin condiciones, pero no a los otros? ¿Por qué no podemos estar abiertos a recibir todo lo que se nos presenta y aceptar los procesos de cada uno cualesquiera que estos sean?
Todos somos hojas del mismo árbol. Como parte de este árbol cósmico debemos cuidar el uno del otro a través del amor, la aceptación y el respeto. Algunas hojas pueden persistir, algunas otras pueden caer, pero al final todos vamos a ser parte de esta sopa cuántica que sostiene este árbol que llamamos hogar.
Las quejas, el resentimiento, la ira o incluso la violencia se construyen sobre nuestra incapacidad de amar, nuestra incapacidad para entender y aceptar el proceso de alguien, incluso si ese proceso traspasa nuestra vulnerabilidad o sentido individual.