El país hispanoamericano está al borde de convertirse, en más de un sentido, en un Estado cliente del Partido Comunista chino

En una reunión en el Gran Palacio del Pueblo, Xi expresó su apoyo a los esfuerzos venezolanos por mantener “la soberanía, la dignidad nacional y la estabilidad social del país, así como por resistir la injerencia externa” y dio la bienvenida a Maduro en su quinta visita a China desde que asumió el cargo en 2013, las cuales “reflejan la amistad fraterna” entre ambos países, según el líder del país asiático.

Detrás de los anuncios de Nicolás Maduro acerca de los «maravillosos resultados» de su reciente viaje a China, se esconde la crisis económica y sociopolítica que vive el país en el marco de una situación de menguante apoyo nacional y de aislamiento internacional de su gobierno.

Y es que, las relaciones entre los dos países se parecen mucho a las de un matrimonio «mal avenido», en el cual la pareja vive en frecuentes desacuerdos y conflictos, pero siguen juntos pues cada uno tiene algo que el otro necesita.
La «asociación para el desarrollo común» que China y Venezuela iniciaron en 2001 fue clasificada como una «asociación estratégica comprehensiva» que es la designación más alta que usa China en sus relaciones bilaterales.

Esta, se concretó en 450 acuerdos bilaterales, 80 proyectos conjuntos y 17 préstamos por un total de 62.200 millones de dólares, lo cual convirtió al país asiático en el primer socio comercial de Venezuela después de Estados Unidos, seguido por Rusia y Turquía.
Cuando la «pareja» era Chávez (2001-2012) todo funcionó, más o menos bien, para China, pero con la nueva pareja (Maduro) entre 2013 y 2019, las cosas comenzaron a ir mal debido al «desorden en la administración pública venezolana, la crisis económica que ello desató, el derroche de recursos y los niveles exorbitantes de corrupción», tal como señaló un alto funcionario chino.

Eso frenó la cooperación y creó un clima de desacuerdos silenciosos que condujo a que las empresas de China se retiraran discretamente del país, dejando atrás cientos de miles de automóviles, motocicletas, artefactos eléctricos y muchos otros «cachivaches», sin garantía de piezas de repuesto, así como grandes obras y proyectos inconclusos.
La ruptura con China dejó a Venezuela endeudada como nunca antes en su historia
Así, la relación devino disfuncional, y se produjo la ruptura que dejó a Venezuela endeudada como nunca antes en su historia, y a China tremendamente frustrada en sus aspiraciones de control económico del país.
Las razones de Venezuela para seguir, son entendibles, pues «si China decidiera cobrar todo lo que Venezuela le adeuda o endureciera las condiciones de pago, a la Revolución Bolivariana se le agotaría el oxígeno que le queda».
Para China, Venezuela aún significa un socio confiable en el escenario global, así como un contrapeso contra el vínculo de Estados Unidos y la Unión Europea en Hispanoamérica y le ofrece, además, la disponibilidad complaciente de un peón esencial para su juego estratégico de desafiar, junto con Rusia e Irán, el papel dominante de Estados Unidos en la región.

Para Maduro, la alianza con China es una salvación, en particular cuando sus lazos con Rusia se encuentran en un nivel bajo por las sanciones secundarias estadounidenses y China surge como su redentor.
Pero esta salvación tiene un coste. Las inversiones chinas prometidas significan un cambio gradual del financiamiento de los préstamos anteriores, alejando a Venezuela del dominio del dólar estadounidense y atrayéndola aún más a la red de países que usan la divisa china.
Venezuela está al borde de convertirse en un Estado cliente del Partido Comunista de China
Esta dependencia tiene implicaciones no solo para la soberanía de Venezuela, sino también para su futuro político y económico. En ese momento, Venezuela estará al borde de convertirse, en más de un sentido, en un Estado cliente del Partido Comunista de China.
Respecto a los acuerdos anunciados, se sabe que China no se comprometió a otorgar nuevos financiamientos ni a realizar grandes inversiones, pues estas están condicionadas a la capacidad de pago, que hoy Venezuela no tiene.

Ahora, China ha cambiado su enfoque de la cooperación económica, y ha optado, más bien, por financiar empresas chinas de capital privado y acuerdos público-privados.
Así que, en la nueva relación, Venezuela podría, a lo sumo, impulsar un aumento en las exportaciones de algunos rubros, pero su papel fundamental sería atraer inversión y tecnología del sector privado chino, particularmente en el área de la minería y favorecer la industria petrolera, en el marco de las garantías de inversión que están por firmarse.
No podemos perder de vista que mientras Maduro abraza a Xi Jinping, esperando que este último lo apoyé para su reelección, el pueblo venezolano se encuentra en el epicentro de un gran juego geopolítico.
Y es que, mientras no tenga la seguridad de que recuperará el dinero prestado a los gobiernos de Chávez y Maduro, y de que sus inversiones en Venezuela estarán protegidas, China no apoyará un cambio de gobierno, a menos que la oposición triunfante y unida, le dé garantías o se lo imponga.