El territorio y la homogeneidad étnica fueron los dos factores fundamentales que guiaron a los sionistas en su proyecto político de creación del Estado de Israel y en la partición de Palestina. El Movimiento Sionista buscó el control de todo el espacio de la Palestina histórica y la construcción de un Estado para los judíos exigía la limpieza de otras etnias de dicho espacio. Las aspiraciones sionistas a todo el territorio de la Palestina histórica, en lo cual coincidían tanto los sionistas de la izquierda como de la derecha, se vieron matizadas por el pragmatismo del socialsionismo liderado por Ben Gurion y el acuerdo con la partición. La aceptación del plan de partición de Naciones Unidas por parte del Movimiento Sionista no significó el abandono de las pretensiones fundacionales, y la guerra de 1947-1948 permitió avanzar hacia los objetivos totales, tanto en lo referente al territorio como a la expulsión de la población palestina.Palabras clave: Palestina, Israel, sionismo, partición, limpieza étnica.
The sionist movement and the partition of Palestine (Abstract)
The territory and the ethnic homogeneity were the two basic factors that conducted the Zionists on their political project of Israel’s State foundation and on the partition of Palestine. The Zionist Movement aimed at the control of the whole historic region of Palestine thus the construction of a State for the Jewish people required the cleansing of other ethnies from this space. Both leftist and rightist Zionists coincided on their ambitions to gain the whole territory of Palestine, however the pragmatism of the social-zionism headed by Ben Gurion and the UN partition plan induced the movement to the acceptance of resolution 181. This acceptance of the partition did not mean that the Zionist movement renounced to the foundational aspirations, and the 1947-1948 war permitted the advance to the original territorial objectives and the expulsion of the population.Key words: Palestine, Israel, zionism, partition, ethnic cleansing.
El plan de partición
La proclamación del Estado de Israel, el 14 de mayo de 1948, situó por primera vez frente a frente a sionistas, palestinos y Estados árabes. Las posiciones oficiales de cada una de las partes ante el conflicto habían quedado claramente establecidas en el debate sobre el plan de partición aprobado por la Asamblea General de Naciones Unidas el 29 de noviembre de 1947[1]. Sin embargo, detrás de la declaraciones oficiales se escondían otros intereses e intenciones que no coincidían con lo manifestado. La Agencia Judía aceptó el plan de partición, a pesar del rechazo que suscitaba en algunos sectores del sionismo y del Yishuv[2]. Entre los palestinos la posición mayoritaria era contraria a la partición, tan sólo los sectores ligados a la familia Nashashibi, más cercana al emir Abdallah de Transjordania, parecían ver con ojos favorables la partición de Palestina. Los Estados árabes, a pesar de la condena de la Liga Arabe del plan de partición presentado por la UNSCOP a la Asamblea General de Naciones Unidas, estaban divididos en sus intenciones e intereses ante los sionistas y también ante los árabes de Palestina.
La idea de la partición de Palestina en dos Estados empezó a tomar forma con la Comisión Peel[3], diez años antes del voto de la Resolución 181 en Naciones Unidas. El elemento central de la resolución 181 era la solución biestatal para Palestina: la partición de la zona en dos Estados soberanos, uno judío y el otro árabe; junto con el área del Gran Jerusalén, Belén incluida, que debía quedar bajo administración de Naciones Unidas[4]. Las fronteras de estos Estados se definieron según criterios de concentración de población árabe y judía, aunque el entrevero de las dos comunidades hacía imposible la creación de Estados homogéneos[5]. Tanto árabes como judíos se convertían en ciudadanos del Estado en el que residían, con libertad para elegir la ciudadanía fuera del Estado de residencia[6] y disfrutando de plenos derechos civiles y prohibía la expropiación de suelo excepto por necesidades públicas y con total compensación. Tampoco estaba permitida la emigración árabe al Estado judío ni la judía al Estado árabe durante el período de transición.
Los nuevos Estados judío y árabe se debían regir por constituciones democráticas y comprometerse a resolver los conflictos internacionales por medios pacíficos. También debían garantizar los derechos religiosos y el libre acceso a los lugares sagrados. La resolución también ponía una fecha límite, 1 de agosto de 1948, para la terminación del mandato del Reino Unido sobre Palestina y para la retirada militar británica[7], al mismo tiempo que establecía que una comisión de Naciones Unidas supervisaría la transición.
Palestina se debía mantener unida económicamente con la creación de una unión aduanera, una moneda común, la administración común de las principales infraestructuras y el desarrollo económico conjunto, particularmente en lo que se refería al regadío y a la gestión del suelo agrícola, así como el uso no discriminatorio del agua y las fuentes de energía. Paralelamente, se debían garantizar la libertad de tránsito y de visita para los habitantes de los dos Estados y de Jerusalén.
La reacción ante los proyectos de partición de Palestina permite ver cómo definía el problema cada una de las partes enfrentadas y su disposición a negociar.
La corriente mayoritaria en el movimiento sionista defendía como objetivos prioritarios la creación de un Estado judío, aunque fuera sólo en parte de Palestina, y que se abrieran las puertas a la inmigración judía en Palestina para facilitar el cambio demográfico en la zona y la consecución de una mayoría judía. El punto de partida mínimo planteado por los sionistas para una posible negociación era la independencia nacional:
«Nous sommes prêts a discuter une solution de compromis […] si, en échange de la réduction de notre territoire, nos droits sont immédiatement étendus et notre indépendence nationale reconnue.»[8]
Los árabes, tal como expresaban en la Declaración presentada ante el Comité Anglo-Americano de Investigación[9], de ninguna forma podían aceptar las demandas sionistas. Defendían su derecho a Palestina por derecho de residencia. Veían en la inmigración extranjera y en el sionismo una amenaza que los dejaría en minoría en un Estado extranjero, y reclamaban como mayoría su derecho democrático a tomar sus propias decisiones.
El sionismo, para los árabes palestinos, había cambiado ya el curso de su historia. Según ellos, Palestina permanecía todavía bajo el mandato y separada del mundo árabe a causa de las reclamaciones judías, de la misma forma que había sido separada del marco sirio, al cual pertenecía por su geografía e historia. Así, los árabes reclamaban el derecho de los árabes palestinos a seguir ocupando su tierra, a un gobierno democrático para toda la población sin distinción de credos, a formar parte del mundo árabe. Por ello exigían que se detuviera la inmigración judía y rechazaban la partición, pues consideraban que someter a parte de la población árabe a un gobierno extranjero en una situación de minoría, aunque sólo fuera en una parte de Palestina, era tan injusto como hacerlo en toda ella. Además, eran muy conscientes de las dificultades que planteaba la partición tanto en el ámbito geográfico y demográfico como en el ámbito político, ya que la población árabe no aceptaría someterse a los sionistas ni ser transferida al Estado árabe. También se manifestaba la desconfianza ante las aspiraciones del sionismo a toda Palestina, y a que el Estado judío las alentara y fuera la base para futuras actividades en esta dirección, lo que conduciría al enfrentamiento con los vecinos árabes y a la desestabilización de todo Oriente Medio[10].
Las corrientes, tanto en el sionismo como entre los árabes, que habrían podido suavizar las posturas y posibilitar una negociación eran minoritarias. En el sionismo, la defensa de un Estado binacional[11] fue desestimada por la mayoría al negar la creación de un Estado judío. Y tampoco fue aceptada por los árabes palestinos, pues suponía igualmente la cesión de sus derechos de mayoría. Entre los árabes palestinos, las propuestas de un acercamiento a Abdallah de Transjordania y de una posible federación de judíos y árabes palestinos y transjordanos bajo su reinado también eran rechazadas por la mayoría, liderada por el Alto Comité Arabe y los Husseini, ya que las veían como la expresión de un doble peligro para su soberanía y su tierra: el sionista y la ambición de Abdallah.
La imposibilidad de la negociación cara a cara entre los sionistas y los árabes palestinos se expresó en la negativa de ambas partes a participar en la conferencia convocada por Londres el 10 de septiembre de 1946. Tan sólo la Liga Arabe aceptó sentarse en la mesa con los británicos. La polarización de las dos posiciones era tanto más fácil de mantener al no tener que negociar frente a frente sino presionar a los terceros que debían tomar las decisiones sobre Palestina: el Reino Unido primero, y la URSS y Estados Unidos una vez que la solución del conflicto se trasladó a Naciones Unidas. Así, hasta el inicio de la guerra, el poder de sionistas y árabes para influir en el futuro de Palestina no se manifestaba en el enfrentamiento directo, sino que lo hacía en la capacidad de presión sobre el Reino Unido, la URSS y Estados Unidos.
El Reino Unido, sometido a las tensiones y compromisos con sus propios aliados en la región y enfrentado directamente tanto a los judíos de Palestina como a los árabes, no mantuvo una posición coherente. Desde la Declaración Balfour hubo distintas propuestas británicas que intentaban responder a las presiones más fuertes en cada momento. Por ejemplo, hubo grandes diferencias, en el último período de administración británica, entre el informe Peel, el Libro Blanco, el informe Morrison-Grady y los planes de Abdallah de Transjordania. Había un cierto equilibrio entre la capacidad de presión de árabes y sionistas ante el Reino Unido, lo que se reflejaba en esta falta de coherencia británica. Ernest Bevin, el secretario del Foreign Office durante los últimos tiempos del mandato y en el momento del debate sobre la partición en Naciones Unidas, tenía una posición más comprensiva hacia los árabes de Palestina, enfrentado en este aspecto a la oposición de Churchill, quien era claramente prosionista[12]. Sin embargo, el gobierno británico, más cercano a los árabes, ya había cedido su lugar en el sistema internacional a las dos superpotencias emergentes de la Segunda Guerra Mundial.
La presencia franco-británica en el Creciente Fértil ya había sufrido un importante revés con la retirada de las tropas de las dos potencias de Siria y Líbano entre mayo y junio de 1946. Los enfrentamientos entre Francia y Gran Bretaña por conseguir la preponderancia en la región, unidos a las revueltas en Siria y Líbano contra la presencia de las tropas aliadas y en demanda de la independencia, favorecieron el aumento de la influencia de la Unión Soviética en apoyo de los dos países árabes. Francia y Gran Bretaña decidieron retirarse de Líbano y Siria, bajo la presión estadounidense, para evitar la creciente presencia soviética en la región, en unos momentos en que continuaba abierto el conflicto por la influencia en Irán que finalmente se resolvería en favor de Estados Unidos[13]. Al mismo tiempo, Gran Bretaña se enfrentaba a la ola nacionalista en Egipto e Iraq. Tan sólo la Transjordania del emir Abdallah se mantenía como un aliado fiel, lo que suponía un argumento más para apoyar al emir Abdallah y evitar una mayor pérdida británica en la zona.
Cuando el Reino Unido puso en manos de Naciones Unidas el problema palestino, la capacidad de influencia de las dos partes enfrentadas se desequilibró totalmente. La resolución 181 fue adoptada por la Asamblea General de Naciones Unidas gracias al apoyo conjunto de la URSS y Estados Unidos, y al uso de su influencia sobre los Estados miembros para conseguir la mayoría favorable de dos tercios necesaria para que se aprobara la resolución.
La Unión Soviética se mostró favorable a la partición y apoyó la opción sionista desde el inicio. Para los soviéticos, la partición y la creación de un Estado judío suponía un avance en el objetivo de desplazar a los británicos de Oriente Medio. Además, dada la procedencia de la mayoría de emigrantes a Palestina de países del este y del centro europeos, se esperaba que el Estado judío se convertiría en un aliado en Oriente Medio[14]. La mayor afinidad ideológica con los sionistas y la desconfianza con que los soviéticos veían a los regímenes árabes, retrógrados y controlados por Gran Bretaña y Francia, también influyeron en la clara toma de posición prosionista de la URSS. De hecho, la Unión Soviética fue la única potencia que ofreció apoyo político y militar a los sionistas durante los decisivos años 1947-1948[15]. Los soviéticos suministraron armamento pesado a los sionistas y reconocieron de iure inmediatamente a Israel. La URSS, a pesar del distanciamiento posterior con Israel y de la ruptura de relaciones tras la guerra de junio de 1967, siempre reconoció el derecho a existir del Estado judío dentro de la Línea Verde[16].
La política estadounidense hacia el problema palestino se acercó a las posiciones sionistas sobre todo a consecuencia del Holocausto. En principio, fueron los propios británicos los que quisieron implicar a Estados Unidos en Palestina. La crisis económica de posguerra y la creciente violencia de la revuelta sionista en Palestina llevaron al gobierno del Reino Unido a pedir la participación norteamericana en la solución del problema. La intención inicial era que Washington se comprometiera y sufragara la presencia británica en Oriente Medio, enfrentada a la Unión Soviética. Sin embargo, la posición del gobierno británico y la de la Administración estadounidense respecto al problema palestino eran cada vez más distantes. Mientras que el Reino Unido hacía todo lo posible para mantener su presencia colonial en la zona y las relaciones con los aliados árabes, y para ello necesitaba oponerse a la partición; Estados Unidos, presionados por los sionistas y asumiendo su papel de superpotencia, definían una política propia que sí pasaba por la partición y la creación de un Estado judío en Palestina.[17]
El presidente Truman, después de dudar y pensar en algún otro tipo de solución, terminó apoyando el plan de partición y las recomendaciones de la UNSCOP a la Asamblea General[18]. Las presiones de los informes que llegaban desde Europa sobre el Holocausto y la situación de los judíos en los campos de concentración, la influencia de los partidarios del sionismo dentro de la Administración, y la necesidad del voto judío para las elecciones inminentes[19] fueron determinantes para la toma de esta decisión.
El informe de la UNSCOP y la resolución 181 suponían la implicación de un nuevo actor en el conflicto: Naciones Unidas. Pero, sobre todo, significaba que definitivamente el destino de Palestina se había decidido en un foro que, para los árabes, no tenía ni la autoridad ni la legitimidad para hacerlo. Si ya era difícil una posible negociación directa entre las partes enfrentadas antes de la resolución 181, tras su adopción fue evidente que los sionistas no aceptarían menos de lo que la Asamblea General les había otorgado. En Palestina, la solución del problema por los directamente afectados sólo podía tener una dimensión: la militar.
El movimiento sionista ante el plan de partición
Los objetivos esenciales del movimiento sionista se centraban en la creación de un Estado judío en Eretz Israel (Tierra de Israel). Para ello era necesario que la comunidad judía en Palestina dejara de ser una minoría y que estableciera barreras claras que la separaran tanto política como cultural y socialmente de las comunidades árabes. El socialsionismo, dominante en la época en el movimiento sionista, añadía el ideal constructivista a esta ideología nacionalista básica. La conquista judía de la tierra y el trabajo era el ideal que sustentaba la política de expansión de las colonias y la discriminación de la mano de obra árabe.
Las principales voces del sionismo en aquellos años, Weizmann, Ben Gurion y Sharett, eran favorables a la partición y la apoyaron cuando la discutió la Comisión Peel. Adoptando un punto de vista pragmático, la partición se vio como un primer paso que permitía asegurar la creación de un Estado judío, aunque éste no comprendiera todo el territorio de la Palestina histórica: su reivindicada Eretz Israel. Así, Chaim Weizmann escribe: «The Kingdom of David was smaller; under Solomon it became an Empire. Who knows? C’est le premier pas qui compte!»[20].
David Ben Gurion aceptó la idea de la partición ante esta lógica de «primer paso», que dominaría también su política incluso después de la proclamación del Estado de Israel, al rehusar definir claramente las fronteras del nuevo Estado. Además, según Ben Gurion, un Estado propio sería de una gran ayuda para facilitar la inmigración de los judíos europeos, que era uno de los objetivos esenciales del sionismo. Moshe Sharett, al igual que Ben Gurion, era partidario de la partición pero no creía que se tuviera que aceptar inmediatamente, sino que antes se debía negociar el espacio adjudicado al Estado judío. Las dilaciones planteadas en este sentido por la Agencia Judía y por el XX Congreso Sionista, reunido en agosto de 1937, permitieron al gobierno británico retirar el proyecto de partición en noviembre de 1938 ante el rechazo de la mayoría árabe palestina.
El proyecto de partición de la Comisión Peel también planteaba otro problema que desde entonces ha ocupado un sitio preferencial en la agenda sionista: ¿quién debía gobernar la zona árabe? Aquellos que, por razones de pragmatismo y oportunidad, aceptaban la partición eran partidarios de un gobierno transjordano en la zona árabe palestina. En el debate y los testimonios ante la Comisión Peel no lo declararon públicamente, sin embargo, los contactos con el emir Abdallah iban en esta dirección[21].
La oposición a la partición dentro de la comunidad judía, aun siendo minoritaria no dejaba de ser importante y tenía influencia tanto en el Yishuv como en el sionismo internacional. Las voces contrarias se podían agrupar, con matices, en tres grandes corrientes:
1. El sionismo revisionista que defendía un Estado judío en toda Eretz Israel, incluyendo la orilla oriental del Jordán.
2. Los partidarios de un Estado binacional en el que convivieran judíos y árabes.
3. Las corrientes socialsionistas que tenían miedo a la debilidad de un Estado judío demasiado pequeño[22].
El sionismo revisionista, liderado por Vladimir Ze’ev Jabotinsky, fue la corriente ideológica que más duramente compitió con el socialsionismo entre los defensores de la creación de un Estado judío. El revisionismo basaba su estrategia en la consecución de una mayoría judía dentro de todo el territorio de la Palestina histórica:
«[…]there is no question of ousting the Arabs. On the contrary, the idea is that Palestine on both sides of the Jordan should hold the Arabs, their progeny, and many millions of Jews. What I do not deny is that in that process the Arabs of Palestine will necessarily become a minority in the country of Palestine»[23].
Por esta razón, un elemento central de la política revisionista era el impulso de la emigración de los judíos europeos hacia Palestina con el fin de conseguir la mayoría judía, necesaria para la creación del Estado judío a pesar de la población árabe palestina.
Los defensores del binacionalismo eran conscientes de que los árabes palestinos no aceptarían un gobierno de extranjeros en su propia tierra, y que la única forma de hacer realidad el proyecto sionista pacíficamente era el acuerdo con los árabes sobre una base de paridad.
También en el socialsionismo hubo oposición a la partición de Palestina. Los sectores del kibbutzismo dirigidos por Yitzhak Tabenkin, creían en la indivisibilidad de la «Tierra de Israel». La partición suponía un regateo que limitaría la futura ocupación de tierras y la posibilidad de llevar a cabo el sueño socialsionista de una nueva sociedad judía basada en el trabajo colectivo. Para Tabenkin, las fronteras del Estado las tenía que ir marcando el avance de los colonos. Dentro del Mapai la oposición a la partición la dirigió uno de sus principales ideólogos: Berl Katznelson. Este opinaba que el Yishuv todavía no tenía la fuerza suficiente para la creación del Estado, y que el producto de la partición sería un territorio pequeño y débil que no podría enfrentarse a los árabes.
El debate sobre la partición, sin embargo, estuvo dominado por Ben Gurion, firmemente apoyado en las estructuras políticas del Yishuv, que él mismo había ayudado a crear[24]. Su posición, mayoritaria tanto en el Yishuv como en el Movimiento Sionista Mundial, era que la partición posibilitaba y adelantaba la creación de un Estado judío, el principal objetivo del sionismo[25]. Las fronteras, según Ben Gurion, eran temporales, por lo que no se debían definir, esperando a que fueran la inmigración y la colonización las que las consolidaran.[26]
El mes de febrero de 1947 marcó el final del compromiso británico con Palestina. El Reino Unido, exhausto por el esfuerzo de guerra, intentó una última mediación entre árabes y sionistas sobre la base de una futura federación en Palestina. Convocó una conferencia en Londres para septiembre de 1946, pero tanto los sionistas como los árabes palestinos rechazaron la invitación y tan sólo acudieron los representantes de la Liga Arabe. El mes siguiente, el presidente Truman manifestó que Estados Unidos era partidario de la creación de un Estado judío en parte de Palestina, con lo que reforzaba la posición sionista en el conflicto y reafirmaba la tendencia de Ben Gurion -enfrentado en esto a Weizmann- a acercarse a Estados Unidos en detrimento de Gran Bretaña[27]. Cuando la conferencia de Londres se volvió a reunir en enero del año siguiente, las posiciones de los sionistas, para quienes la partición era el mínimo de partida en unas negociaciones, y de los árabes de Palestina, que pedían la independencia de una Palestina unida, estaban tan claramente enfrentadas que Ernest Bevin, ministro de Asuntos Exteriores británico, renunció a continuar la mediación y en febrero anunciaba en la Cámara de los Comunes que el gobierno británico, al no poder continuar aplicando el Mandato, sometía el problema de Palestina a los criterios de las recién fundadas Naciones Unidas.
La Asamblea General de Naciones Unidas, en mayo de 1947, decidió crear una Comisión Especial para Palestina[28]. En ella participaron los delegados de once países, sin que ninguno de los Cinco Grandes estuviera representado. La UNSCOP, por mayoría de ocho miembros, informó a favor de un plan de partición mucho más favorable a las demandas sionistas que el proyecto de la Comisión Peel.
El informe de la UNSCOP fue bien recibido en la corriente mayoritaria del sionismo. Algunos lo consideraron la mayor victoria política del sionismo desde la Declaración Balfour, ya que suponía un paso decisivo hacia la independencia nacional de los judíos en Palestina[29]. Otros lo aceptaban con más alivio que entusiasmo[30]. Así, la resolución 181 se aceptó porque suponía la consecución del principal objetivo del sionismo: la creación de un Estado independiente. Sin embargo, el Estado diseñado por la UNSCOP difícilmente se podría considerar un Estado judío, dado el equilibrio demográfico en la zona que les estaba destinada, y tampoco satisfacía las demandas territoriales sionistas. Por esta razón, Ben Gurion opinaba que la resolución 181 era un primer paso y que las fronteras se tendrían que ir definiendo con el tiempo. Como se verá, estos dos elementos constituirán un eje central en la campaña sionista durante la guerra de 1948-1949.
Por otra parte, el revisionismo sionista no aceptó el plan de partición, hasta el punto que su líder[31], Menahem Begin, lo consideraría como una catástrofe nacional e histórica y declararía que «[…]Jerusalén ha sido, es y continuará siendo nuestra capital. Eretz Israel será restituida al pueblo de Israel entera y para siempre»[32]. Esta opinión, a pesar de ser minoritaria en el sionismo de la época, tuvo una importante influencia en la campaña armada a través de las acciones del Irgun[33].
Los objetivos de Israel en la guerra
El enfrentamiento ya latente entre las dos comunidades, árabe y judía, estalló con toda su virulencia con la aprobación de la resolución 181 en las Naciones Unidas y el consiguiente rechazo de los árabes. El movimiento de protesta y disturbios de los árabes contra la partición se extendió rápidamente por Palestina. Al mismo tiempo, los británicos se retiraron de algunas zonas, con lo que estalló el enfrentamiento entre árabes palestinos y sionistas por controlarlas. La mayor capacidad militar judía, tanto en número de hombres como en organización y en armamento, pronto dio la superioridad al naciente ejército sionista y a sus fuerzas militares paralelas[34]. Entre diciembre de 1947 y mayo de 1948, la víspera de la proclamación del Estado de Israel y de la entrada en el conflicto bélico de los Estados árabes, los sionistas ya habían conquistado prácticamente todo el territorio destinado al Estado judío, excepto el Negev, además de las ciudades árabes de Saffad, Jaffa y Tiberiades y controlaban algunas áreas, como el corredor de Jerusalén, más allá del mapa de la partición.
La guerra se presentó para los socialsionistas como la oportunidad histórica para forzar otra realidad más allá de la resolución 181. Para Ben Gurion y el Mapai, era el momento de ampliar las fronteras y cambiar la estructura demográfica del territorio conquistado. La posición del Mapai siempre fue de pragmatismo en lo que se refería a la cuestión árabe. A pesar de que defendía el derecho del pueblo judío a toda la “Tierra de Israel”, aceptó la partición y la creación de un Estado judío en sólo una parte. De la misma forma, cuando la oportunidad permitió ampliar el territorio y expulsar a los árabes se aprovechó[35], adecuándose así a los objetivos del sionismo.La expulsión de los árabes palestinos
La creación del problema de los refugiados palestinos[36] ha generado mucha literatura, y no poca propaganda, por una y otra parte. La posición de la vieja historiografía israelí y la oficial en Tel Aviv ha sido, hasta la actualidad, la de no aceptar la responsabilidad del desplazamiento de población árabe ocurrido durante la guerra. Por ejemplo, la que fue Primera Ministra israelí Golda Meir, cuando se le preguntó si admitía algún tipo de responsabilidad hacia los refugiados palestinos, respondió:
«No, no responsability whatsoever. If you say, is Israel prepared to cooperate in the solution of their plight, the answer is yes. But we are not responsible for their plight»[37].
La posición oficial israelí, y de la historiografía que la defiende, siempre ha sido que el desplazamiento de población árabe palestina se produjo respondiendo a la llamada de los gobiernos y del liderazgo árabes[38].
Sin embargo, la nueva historiografía discute esta interpretación[39], ya que no sólo no se ha podido demostrar que hubiera tales llamamientos[40], sino que, al contrario, tanto las radios árabes como los líderes pidieron a los árabes palestinos que permanecieran en sus casas y que regresaran aquellos que ya habían huido[41]. Actualmente ya no se puede discutir que el movimiento de refugiados palestinos fue consecuencia de la conquista sionista, lo que sí es todavía motivo de controversia es si la expulsión respondía a un plan prefijado o si se fue dando sobre la marcha de la campaña militar.
Es evidente que el proceso de limpieza étnica se correspondía con los objetivos manifestados abiertamente en más de una ocasión por los dirigentes sionistas[42]. El pragmatismo de la corriente mayoritaria en el sionismo, liderada por Ben Gurion, había llevado a aceptar con muchas reticencias el reparto demográfico del plan de partición, y aún antes de que estallara el conflicto armado se vio en el enfrentamiento la posibilidad de cambiarlo[43]. El éxodo palestino se vio acompañado por la destrucción sistemática de los pueblos desocupados[44] y por la negativa del gobierno israelí al retorno palestino, manifestada ya durante la guerra[45] y que aún se mantiene hoy en día. A estos dos factores se une el Plan D, distribuido por Yigael Yadin como jefe del Estado Mayor de la Haganah el 10 de marzo de 1948[46]. El Plan D es interpretado por algunos autores como la demostración de que la expulsión de la población árabe era uno de los objetivos de la campaña militar sionista[47]. El desarrollo de los hechos, actuaciones como la de Deir Yassin[48] y el resultado final parecen confirmarlo[49]. Además, cada vez está más demostrado que la expulsión no fue una consecuencia inevitable de la guerra, sino que había un plan establecido y basado en el pensamiento de las corrientes sionistas dominantes, tanto del socialsionismo como del revisionismo.
Las conclusiones a las que está llegando la nueva historiografía israelí no son nuevas para los historiadores árabes y algunos occidentales, pero tienen el valor de cuestionar uno de los mitos fundacionales de Israel: el de la partida voluntaria de los refugiados palestinos[50]. La construcción de este mito era básica para los israelíes, ya que fundamentaba el rechazo a un posible retorno y a las presiones internacionales en este sentido. Hay que decir que, incluso aceptando que la población palestina huyó de la violencia de la guerra de forma voluntaria, el derecho al retorno no se ve afectado y es un principio básico en los derechos de los refugiados hasta la actualidad, y así lo expresaron las resoluciones de Naciones Unidas.
La reacción internacional ante el problema de los refugiados se manifestó básicamente a través de Naciones Unidas, sin que influyera de forma importante en las relaciones interestatales a nivel bilateral, excepto, claro está, con los Estados árabes. La mediación del conde Folke Bernadotte hizo hincapié en el problema de los refugiados palestinos, recomendando que se garantizara su derecho al retorno. La resolución 194 de la Asamblea General recogió en parte las recomendaciones de Bernadotte en lo referente a los refugiados, abriendo además la posibilidad de la indemnización.
El proceso de expulsión, de limpieza étnica, que se produjo desde el mismo momento en que se inició el enfrentamiento armado entre las dos comunidades, no fue pues una consecuencia inevitable de la guerra, sino que estaba implícito en la ideología sionista y en los planes para el futuro Estado judío. La idea de un Estado/territorio para una nación y no para sus habitantes, y de un Estado/superestructura política también para la nación y no para los ciudadanos, llevaba consigo la negación de los derechos de los habitantes en el territorio y la necesidad de la homogeneización étnica del Estado judío. Esta necesidad, manifestada en privado o abiertamente por los principales líderes del sionismo, se disfrazó de imperativo de seguridad, escondiendo así su carga ideológica. Este mecanismo de inversión de las dimensiones ideológica y de seguridad, disfrazando la primera con la segunda, todavía es utilizado en la actualidad y de forma continuada por Israel, ayudando a mantener de esta forma el mito del amenazado David israelí ante el Goliat árabe[51].
Los objetivos territoriales del nuevo Estado
El 14 de mayo de 1948, un día antes del fin del mandato británico en Palestina y de la retirada de sus tropas, el Consejo Nacional Judío, en nombre de los judíos de Palestina y del Movimiento Sionista Mundial, proclamó el establecimiento de un Estado judío en Palestina, al que llamaría Estado de Israel. La creación de un Estado propio satisfacía el primer, y principal, objetivo de la corriente mayoritaria del sionismo, liderada por Ben Gurion. Una vez conseguido el Estado, desaparecía la razón por la que los sionistas habían aceptado la resolución 181, su mapa de partición y su reparto demográfico, y la realidad sobre el terreno permitía luchar por los objetivos que no habían podido hacerse explícitos durante el debate sobre el reparto de Palestina. Como hemos visto, el proceso de limpieza étnica y de homogeneización de la población del nuevo Estado ya se había iniciado a finales de 1947 con los enfrentamientos entre las dos comunidades y se profundizaría durante la guerra que estalló el 15 de mayo. Los objetivos territoriales también iban más allá del mapa de la partición, por lo que, a sugerencia de Ben Gurion, las fronteras del nuevo Estado no se definieron en ningún momento[52].
El Estado de Israel recibió el inmediato reconocimiento de facto de Estados Unidos y de la Unión Soviética, que fue el primer país en reconocer el nuevo Estado de iure. El reconocimiento de las dos superpotencias supuso un apoyo fundamental al joven Estado ante la reacción árabe[53]. El 15 de mayo los ejércitos árabes entraron en Palestina, internacionalizándose la guerra. Sin embargo, desde el inicio, y hasta el fin de las hostilidades, se puso de manifiesto la clara superioridad militar israelí. Esta supremacía, tanto a nivel militar como diplomático, permitió al gobierno israelí, dirigido por Ben Gurion como primer ministro y ministro de Defensa, ahondar en los objetivos tanto territoriales como demográficos del sionismo.
El sionismo revisionista nunca había escondido su ambición territorial sobre la totalidad de Palestina. La corriente mayoritaria, en cambio, dominada por el pragmatismo y por la lucha por conseguir en primer lugar el Estado judío, no definió sus objetivos territoriales de una forma concreta, pero aprovechó la guerra para extender lo máximo posible la conquista. Ya antes del 15 de mayo, las fuerzas armadas judías avanzaron más allá de las líneas del plan de partición, y, según reconocía el mismo Yigal Allon, sin la intervención de los ejércitos de los Estados árabes, la Haganah habría alcanzado la frontera natural del Israel occidental[54].
El movimiento sionista era consciente de que sus objetivos sólo se podían conseguir enfrentándose a los árabes de Palestina. Así, mientras Jabotinsky en 1923 escribía:
«… Everyone, with the exception of those who were blind from birth, already understood long ago the complete impossibility of arriving at a voluntary agreement with the Arabs of Palestine for the transformation of Palestine from an Arab country to a country with a Jewish majority»[55];
Ben Gurion ya se le había adelantado en 1918 diciendo que
«… It is possible to resolve the conflict between Jewish and Arabs interests [only] by sophistry. I do not know what Arab will agree that Palestine should belong to the Jews. (…) We, as a nation, want this country to be ours; the Arabs, as a nation, want this country to be theirs»[56].
Esta consciencia de que la lucha con los árabes era inevitable explica la larga preparación militar en el campo del sionismo y la atención que le dedicó Ben Gurion[57]. También explica la confianza de los sionistas en que sería posible ampliar el territorio judío más allá del que les pertenecía por propiedad[58]. Ya desde diciembre de 1947 las fuerzas sionistas hicieron todo lo posible para provocar los enfrentamientos armados, siguiendo la táctica ordenada por Ben Gurion de conquistar el territorio, destruir los pueblos y expulsar a los residentes. Lo que llevaría a la guerra[59]. Para Ben Gurion, al igual que para la mayoría sionista, la guerra era la oportunidad de solucionar el problema de la propiedad de la tierra.
La consolidación del Estado israelí, tanto a nivel territorial como demográfico con nuevas oleadas de inmigración judía, exigía que la propiedad del suelo pasara a manos judías. La compra se había revelado claramente insuficiente, así que la única forma de adquirir la tierra necesaria parecía ser la expropiación, y sólo de un modo sería posible: por la fuerza. Ya en febrero de 1947, cuando en una reunión del Mapai se trató el problema de la propiedad de la tierra, Ben Gurion afirmó que «the war will give us the land. The concepts of ‘ours’ and ‘not ours’ are only concepts for peacetime, and during war they lose all their meaning», o «… in the Negev we will not buy land. We will conquer it. You are forgetting that we are in war»[60]. Sin embargo, para asegurar el cambio de propiedad de la tierra, no era suficiente con la conquista militar, también era imprescindible la expulsión de la población que la cultivaba y vivía de ella[61].
Los objetivos sionistas, desde el mismo inicio del enfrentamiento a finales de 1947, abarcaban mucho más que el plan de partición de la resolución 181. La conquista territorial marcaría las fronteras del nuevo Estado y no se limitaría al mapa de la partición, excepto en Cisjordania donde un acuerdo de no agresión con Abdallah de Transjordania había repartido la zona entre los sionistas y el hachemí[62]. De esta forma, entre agosto y diciembre de 1948, a medida que avanzaba el ejército sionista ya se hicieron esfuerzos para colonizar los territorios, como en Galilea, en el corredor de Jerusalén y en el distrito de Ramla-Lydda.
A partir del verano de 1948, cuando ya era más que evidente que Israel y el Yishuv tenían asegurada la supervivencia, las recién creadas Fuerzas de Defensa Israelíes, sucesoras de la Haganah, continuaron la ofensiva para extender la frontera de Israel hacia el sur conquistando el Negev y entrando en el Sinaí egipcio. La ofensiva israelí sólo se detuvo ante las amenazas británicas y las presiones estadounidenses. Estados Unidos de ninguna forma quería un enfrentamiento entre Israel y el Reino Unido a causa de las obligaciones británicas con Egipto y Transjordania, ya que ello sólo podría redundar en beneficio de las posiciones soviéticas en Oriente Medio, además de poner obstáculos a la construcción del bloque de alianzas occidentales en Europa[63]. En el frente oriental, Ben Gurion estuvo dudando en el otoño de 1948 ante la oportunidad de invadir Cisjordania. La debilidad de los árabes era evidente; sin embargo, las presiones internacionales para terminar la guerra, la oferta de negociaciones de paz por parte del rey Abdallah y el temor de algunos de los miembros del gobierno a las consecuencias de la invasión[64] impidieron la ocupación de toda Palestina.
La invasión de Cisjordania, por una parte, habría creado una situación demasiado alejada del plan de partición al impedir la creación de un Estado árabe o la anexión de parte del territorio palestino a Transjordania, provocando el rechazo internacional; por otra parte, habría agravado hasta límites insoportables el problema de los refugiados[65]. Además, también habría aumentado la presión sobre el Reino Unido para que se implicara en el conflicto en cumplimiento del Tratado con Transjordania, y lo último que querían los israelíes era un enfrentamiento abierto con los británicos.
La guerra de 1948, y la forma en que terminó, situó al liderazgo israelí en el campo de la intransigencia. No sólo no había necesidad de ceder en la negociación con los árabes, sino que además Ben Gurion continuó negándose a definir las fronteras del Estado judío. La conquista de Gaza había estado demasiado cercana como para renunciar explícitamente a ella. La aspiración a toda la «Tierra de Israel» continuaba formando parte de la ideología sionista, incluso de la socialsionista, y ahora, además, se había iniciado la paradoja de la seguridad en la política israelí. Los problemas de seguridad provocados por la agenda política e ideológica sionista pasaron a convertirse en la coartada para justificar los nuevos movimientos para la consecución de los objetivos sionistas que, a su vez, creaban estos problemas de seguridad.
Israel ante la negociación
Israel, al finalizar la guerra, había conseguido buena parte de los objetivos fijados por el socialsionismo. La corriente ideológica mayoritaria dentro del sionismo se caracterizaba por su pragmatismo y, al mismo tiempo, por su búsqueda de la máxima ventaja territorial; a diferencia del revisionismo sionista que, mucho más ideologizado, continuaría reclamando la totalidad del territorio palestino.
El pragmatismo del gobierno israelí se manifestó también ante los intentos de negociación. Así, la opinión tanto de Ben Gurion como de Abba Eban, entonces embajador israelí ante Naciones Unidas, era que el armisticio era suficiente, pues si buscaban la paz los árabes pedirían un precio por ella, en términos territoriales y de retorno de refugiados[66]. Pero, como no podía ser de otra forma, el desinterés por la paz tuvo graves consecuencias para Israel. La indefinición de las fronteras defendida por Ben Gurion, la beligerancia latente y el no reconocimiento de los Estados árabes crearon una mentalidad de guarnición militar que impregnó toda la vida israelí y, sobre todo, su política exterior[67].
En el socialsionismo convivían diversas tendencias en lo que se refería a los árabes y a la política a seguir en las relaciones con ellos. La principal, mayoritaria, era el Ben-Gurionismo, que defendía la normalización de relaciones desde una posición de fuerza israelí y sin concesiones importantes. La segunda, el Weizmannismo, liderada por Moshe Sharett, quien fue ministro de Asuntos Exteriores con Ben Gurion y posteriormente primer ministro, impulsaba la búsqueda de soluciones ligeramente más moderadas, haciendo algunas concesiones para negociar con los árabes, sobre todo por las repercusiones que podía tener la intransigencia ante Estados Unidos y la comunidad internacional. La tercera, el Buberismo, claramente minoritaria, aislada en el ala izquierda del socialsionismo y apartada de las responsabilidades de gobierno, daba un mayor peso a la paz aunque hubiera que ceder más[68].
El revisionismo sionista liderado por Menahem Begin y dominado por los jóvenes del Irgun, claramente minoritario y muy débil ante el socialsionismo en la inmediata posguerra, lentamente iría ocupando su lugar en la sociedad israelí[69]. Para los revisionistas, la «Tierra de Israel» era indivisible y, por ello, no sólo nunca aceptaron la línea de demarcación de los armisticios, sino que en aquellos días llegaron incluso más allá del consenso nacional al reivindicar la soberanía israelí sobre las dos orillas del Jordán, hasta el punto que en abril de 1949, en la Knesset, Begin llamó a un voto de no confianza en el gobierno de Ben Gurion por haber firmado un acuerdo con Transjordania. El revisionismo, ya entonces, rechazaba cualquier asociación con el mundo árabe y defendía que Israel, más que un Estado de Oriente Medio era un Estado mediterráneo y, anunciando lo que sería el entendimiento estratégico con Estados Unidos, Begin ya pedía una política de alianzas y de alejamiento del neutralismo[70]. De hecho, la orientación prooccidental y la búsqueda del amparo de Estados Unidos sólo eran discutidos por una ínfima minoría en la sociedad israelí[71].
A pesar de las diferencias entre las corrientes ideológicas del sionismo, las directrices del socialsionismo y el Mapai fueron prácticamente de consenso hasta 1967, debido a su dominio no sólo de la política del gobierno sino también de las estructuras del Estado en construcción y de la propia sociedad israelí.
La negociación con los Estados árabes en la inmediata posguerra suponía tratar de las dos cuestiones centrales: el problema de los refugiados palestinos y el reparto territorial. Paralelamente al rechazo al retorno de los refugiados palestinos, el 5 de julio de 1950, la Knesset aprobó una de las leyes fundamentales de Israel, la «Ley del Retorno», por la que se concede el derecho a la inmigración y a la nacionalidad israelí a cualquier judío que lo desee[72]. Al mismo tiempo, la política demográfica de Tel Aviv potenció la inmigración tanto de los judíos supervivientes del Holocausto en Europa, como de las comunidades judías sefarditas del mundo árabe[73]. Era evidente que la política israelí hacia la población árabe palestina expulsada del territorio conquistado estaba en las antípodas de las demandas árabes. Tel Aviv de ninguna forma quería renunciar a la judaización de Israel, y el modo en que planteaba el problema de los refugiados y se negaba a cumplir o negociar sobre la base de la resolución 194 era en sí mismo una negativa a cualquier negociación del problema[74].
Respecto al problema territorial, ya se ha visto que el objetivo israelí en la guerra de 1948 era, precisamente, provocar un hecho consumado que hiciera imposible el regreso al mapa de la resolución 181 o al de la propuesta de Bernadotte y, al mismo tiempo, acercarse lo máximo posible a la conquista de toda Palestina. Así, tras la Catástrofe de 1948, las demandas árabes de basar las negociaciones en el mapa de la partición decidida por Naciones Unidas fueron rechazadas de plano por parte israelí. La posición israelí, alimentada por las ambiciones territoriales de Israel que no se habían agotado en 1948[75], impediría los intentos de negociación mediados por Naciones Unidas en Lausana, y también los del enviado especial estadounidense en 1955, Robert Anderson, quien no tuvo éxito en su intento de impulsar un diálogo entre Egipto e Israel.
La mediación Anderson seguía a la de Eric Johnston, quien fue enviado por el presidente Eisenhower para afrontar el conflicto desde una óptica de low politics a través de la negociación del problema del agua. Sin embargo, pronto se vio que si bien era posible el acuerdo en el ámbito técnico, éste sería inviable dadas las connotaciones de alta política que tendría, sobre todo el reconocimiento del Estado de Israel en condiciones inaceptables para los árabes[76]. Robert Anderson, enviado también por el presidente Eisenhower, ante el peso que estaba ganando la influencia soviética en los Estados árabes, exploró las posibilidades de negociación política entre Egipto e Israel. Nasser se mostró dispuesto a hablar de paz con dos condiciones previas: la solución del problema de los refugiados y un acuerdo sobre algunas cuestiones territoriales, básicamente que Israel cediera una parte del Negev para que hubiera continuidad territorial entre Jordania y Egipto. Ben Gurion, por su parte, rechazó toda concesión y propuso un encuentro con Nasser. Este, según testimonio del propio Anderson, se negó a reunirse con Ben Gurion pues no quería terminar como Abdallah[77]. En realidad, lo que se discutía con la propuesta de Ben Gurion, era el problema del reconocimiento árabe del derecho de Israel a existir. Algo por lo que el gobierno de Tel Aviv, desde la posición de confianza en su fuerza, todavía no estaba dispuesto a hacer concesiones; y que para los árabes, tanto los gobiernos como, sobre todo, la opinión pública, era inadmisible en las condiciones de 1948. Paradójicamente, de la misma forma que para los gobiernos árabes lo inaceptable en 1947 se convirtió en lo deseado en 1949; lo rechazado antes de 1967 sería lo reivindicado a principios de los años 70 con la aceptación de la resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y desestimado, a su vez, por los israelíes.
Conclusión
Enero de 1949 amaneció con una Palestina totalmente distinta a la del mandato. El Estado judío era ya una realidad, no aceptada por los árabes, pero imposible de soslayar tras la derrota sufrida. El reparto era un hecho, pero no según el plan de la resolución 181. Más allá de los límites señalados por el mapa de la partición, Israel invadió la Galilea occidental, Jerusalén oeste, Jaffa, Acre, Lydda, Ramleh y varios cientos de pueblos palestinos. De los 14.500 kilómetros cuadrados adjudicados al Estado judío por la resolución 181 se pasó a 20.850, de un total de 26.323 kilómetros cuadrados que constituían el área de Palestina.
La situación resultante de la primera guerra árabe-israelí tampoco respetó el plan de partición en lo referente a la creación de una zona bajo administración de Naciones Unidas, ni en la creación de un Estado árabe palestino. Jerusalén este, Cisjordania y la Franja de Gaza -las zonas que quedaron en manos de los árabes después de la guerra- pasaron a ser administradas directamente por Transjordania y Egipto, sin que las débiles voces palestinas que defendían la fundación de un Estado propio fueran escuchadas.
Otro elemento esencial que pasó a formar parte del núcleo del conflicto fue la expulsión de gran número de refugiados palestinos fuera del territorio conquistado por los israelíes, con lo que una nueva diáspora y el sueño del retorno se convirtieron en el abono de la conciencia nacional palestina.
La nueva realidad, creada por la guerra, cambió totalmente las posiciones de los actores regionales ante el conflicto. Para los israelíes, ya con el Estado judío constituido y aceptado por las dos superpotencias y por Naciones Unidas, la resolución 181, que en su momento habían aceptado con reticencias, dejó de ser una solución admisible. Las conquistas territoriales, el desplazamiento de la población palestina y la no creación de un Estado árabe en Palestina se ajustaban demasiado a sus planes como para renunciar a ellos. Además, el nuevo Estado era consciente de su mayor poder frente a los árabes, tanto a nivel militar como diplomático, con lo que no sentía ninguna presión para ceder.
El territorio y la homogeneidad étnica fueron los dos factores fundamentales que guiaron a los sionistas en su proyecto político de creación del Estado de Israel y en la partición de Palestina. El Movimiento Sionista buscó el control de todo el espacio de la Palestina histórica y la construcción de un Estado para los judíos exigía la limpieza de otras etnias de dicho espacio. Las aspiraciones sionistas a todo el territorio de la Palestina histórica, en lo cual coincidían tanto los sionistas de la izquierda como de la derecha, se vieron matizadas por el pragmatismo del socialsionismo liderado por Ben Gurion y el acuerdo con la partición. La aceptación del plan de partición de Naciones Unidas por parte del Movimiento Sionista no significó el abandono de las pretensiones fundacionales, y la guerra de 1947-1948 permitió avanzar hacia los objetivos totales, tanto en lo referente al territorio como a la expulsión de la población palestina.
La partición y la guerra de 1948 terminaron de poner las bases del conflicto con los palestinos que dura hasta la actualidad. La esencia del nacionalismo judío plasmado en el sionismo era completamente incompatible con los derechos políticos de la población palestina, por lo que el choque fue inevitable. Por otra parte, la victoria de 1948 asentó la idea en los sectores mayoritarios de la política israelí de que era posible conseguir los objetivos del sionismo sobre todo el espacio palestino, lo que sembró la simiente de las futuras guerras y obstaculizó hasta la actualidad los intentos de llegar a una paz negociada.Notas
[1] Resolución (A/Res/181(II) (A+B)) «Future government of Palestine». La votación de la resolución de partición en la Asamblea General de Naciones Unidas ofreció el resultado de 33 votos a favor: Australia, Bélgica, Bolivia, Brasil, Bielorrusia, Canadá, Costa-Rica, Checoslovaquia, Dinamarca, República Dominicana, Ecuador, Estados Unidos, Filipinas, Francia, Guatemala, Haití, Islandia, Liberia, Luxemburgo, Países Bajos, Nueva Zelanda, Nicaragua, Noruega, Panamá, Paraguay, Perú, Polonia, Suecia, Ucrania, URSS, Unión Sudafricana, Uruguay y Venezuela; 13 votos en contra, la mayoría de Estados árabes o musulmanes: Afganistán, Arabia Saudita, Egipto, Iraq, Irán, Líbano, Paquistán, Siria, Turquía, Yemen, además de Cuba, Grecia e India; 10 abstenciones y una ausencia: Argentina, Chile, China, Colombia, Salvador, Etiopía, Honduras, Méjico, Reino Unido, Yugoslavia. Un resultado muy reñido, en el que cabe destacar la ausencia de Siam, que había manifestado su intención de votar en contra de la resolución con lo que solamente con otro voto contrario se habría impedido la mayoría de dos tercios necesaria para la aprobación.
Los documentos de Naciones Unidas sobre la cuestión palestina se pueden encontrar en: http://domino.un.org/UNISPAL.NSF/test.htm!OpenPage
[2] Comunidad judía en Palestina.
[3] En 1936, a consecuencia de la creciente invasión de judíos centroeuropeos que huían del nazismo, estalló el movimiento de protesta de los árabes palestinos conocido como la Rebelión Arabe y que no sería totalmente reprimido por los británicos hasta tres años más tarde. Ante la sublevación palestina el gobierno británico nombró una Comisión Real presidida por Earl Peel, la cual, en el verano de 1936, se desplazó a Palestina para estudiar las causas de los disturbios y proponer recomendaciones para terminar con ellos y evitarlos en el futuro. El informe final de la Comisión Peel se presentó en julio de 1937, y en él se manifestaba que el Mandato sobre Palestina no tenía salida ya que las reivindicaciones de judíos y árabes eran contradictorias. La solución propuesta por la Comisión era la partición de Palestina en un pequeño Estado judío y otro árabe que, se sugería, podría fusionarse con Transjordania.
[4] Mesa (1981) discute la validez de la resolución 181, pues no respetaba la voluntad y los derechos de los habitantes de Palestina. Sobre los factores jurídicos en el conflicto por Palestina se puede ver entre nosotros: Mesa (1981) e Iglesias (2000).
[5] El Estado judío tenía que ocupar el 56% del territorio de Palestina y tener una población de 499.000 judíos y de 510.000 árabes; mientras que el Estado árabe palestino recibiría el 43% del territorio con una población de 747.000 árabes palestinos y 10.000 judíos (Bailey (1990: 1)).
[6] Aunque esta elección sólo se podía hacer en dirección minoría-mayoría: un árabe del Estado judío hacia el Estado árabe y un judío del Estado árabe hacia el Estado judío.
[7] Sin embargo, el gobierno británico, que el 2 de abril de 1947 ya había pedido a Naciones Unidas que incluyera la cuestión de Palestina en su agenda ante su impotencia para solucionar el conflicto entre los intereses enfrentados de judíos y árabes palestinos, anunció que el Mandato británico en Palestina terminaría el 15 de mayo de 1948 y que sus tropas se retirarían lo antes posible. Más tarde, incapaz de mantener el orden y evitar la escalada de violencia entre las comunidades árabe y judía que se desencadenó a partir del día siguiente a la aprobación de la Resolución 181, el Reino Unido declaró que retiraría sus tropas antes del 16 de mayo de 1948.
[8] Ben Gurion, según cita de Bar-Zohar (1986: 213). Es necesario señalar la incongruencia implícita en el sionismo al utilizar los mismos argumentos ideológicos que el antisemitismo europeo de infausta memoria: la identificación del Estado -superestructura política- con la Nación y no con la ciudadanía; la pertenencia del Estado -territorio- a la Nación, con la que tiene un lazo histórico-espiritual, y no a sus habitantes. Así, al proponer una solución al problema judío y manifestar que la Tierra de Israel (Palestina) era el hogar nacional del pueblo judío, se estaba dando la razón a aquellos que afirmaban que los judíos constituían un cuerpo extraño en cualquier otro Estado (Filkenstein 1997: 13-14). Zeev Sternhell (mayo 1998: 4) liga el nacionalismo judío al nacionalismo «volkista» (del alemán volk: pueblo en el sentido de comunidad de sangre) de Europa central y oriental.
Curiosamente, la defensa sionista de los derechos de nación judíos por encima de los derechos de residencia de los árabes palestinos, supusieron durante mucho tiempo un ataque del nacionalismo más retrógrado a la concepción liberal de los palestinos de lo que tenía que ser Palestina: un Estado democrático para todos sus ciudadanos independientemente de sus creencias o adscripción comunitaria. También curiosamente, para ser escuchados tanto por Israel como por la comunidad internacional, los palestinos han tenido que adoptar una óptica nacionalista-etnicista y proponer un Estado para el pueblo palestino: se han visto obligados a retomar un vocabulario ideológico del que Occidente y especialmente Europa está intentando no sólo alejarse, sino además comprobando todo el peligro que conlleva. La única forma de justificar la partición de Palestina y la expulsión de los palestinos del actual Estado de Israel era aceptar, y obligar a los palestinos a aceptar, los razonamientos ideológicos del nacionalismo sionista, lo que tanto Europa como Estados Unidos no dudaron en hacer, a pesar de contradecir los principios liberales en los que se basan la mayoría de sus sistemas políticos.
[9] The Arab Case for Palestine: Evidence Submitted by the Arab Office, Jerusalem, to the Anglo-American Committee of Inquiry, March, 1946. En: Laqueur y Rubin (1984: 94-104).
[10] Es menester destacar lo acertado de los miedos y las predicciones árabes ya en el año 1942.
[11] Propuesta cuyo principal promotor era J.L. Buber, por lo que pasó a conocerse como buberismo, y que propugnaba la creación de un Estado binacional basado en la paridad entre árabes y judíos. Ver J.L. Buber The Case for a Bi-national State (Laqueur y Rubin (1984: 104-107)).
[12] Ovendale (1992: 139).
[13] Duroselle (1971: 440).
[14] Cattan (1988: 35).
[15] Yaniv (1988: 15).
[16] Rubenberg (1988: 104). La Línea Verde era la línea de separación de fuerzas negociada en los armisticios de 1949.
[17] Perlmutter (1987: 127).
[18] La Administración de Estados Unidos estaba dividida ante la propuesta de partición. Políticos como Warren Austin, representante de Estados Unidos en Naciones Unidas, o como Loy Henderson, director de la Sección de Oriente Próximo y de Asuntos Africanos en el Departamento de Estado, eran reticentes a la creación de un Estado judío -no aceptado por los árabes y que debería defenderse siempre con las bayonetas-, y a una partición que atacaba algunos de los principios de la Carta de Naciones Unidas y del gobierno americano (Cattan (1988: 37)). Otros miembros de la Administración de Estados Unidos contrarios a la partición eran el Secretario de Defensa James S. Forrestal -quien creía que sin el petróleo de Oriente Medio fracasaría el Plan Marshall por lo que se debían mantener buenas relaciones con los países musulmanes- y George Kennan, quien opinaba que apoyar la creación de un Estado judío en Palestina no respondía al interés nacional de Estados Unidos, ya que facilitaría la entrada de la influencia comunista en la zona (Ovendale (1992: 128)).
[19] La influencia de Clarck McAdams Clifford, el consejero electoral de Truman, a favor de la partición, y el peso del voto judío en Nueva York tuvieron un peso decisivo en la decisión presidencial (Ovendale 1992: 127).
[20] Citado en Shlaim (1990: 55).
[21] Shlaim (1990: 56).
[22] Perlmutter (1987: 72-78).
[23] «Declaración de V. Jabotinsky ante la Palestine Royal Commission, House of Lords (Londres, 11 de febrero de 1937)», en Laqueur y Rubin (1991: 58).
[24] Las estructuras básicas del socialsionismo, que habrían de vertebrar primero el Yishuv y después el Estado de Israel, ya se empezaron a crear al poco de terminar la Primera Guerra Mundial. Ben Gurion fue el hombre clave que fundó el Partido Laborista Unido, que en el año 1930 se convertiría en el Mapai, del cual surgiría el Partido Laborista; y que organizó el Histadrut, el sindicato que se convertiría en la organización con más fuerza en el Yishuv y en Israel.
[25] La Conferencia Sionista Extraordinaria, reunida en el hotel Biltmore de Nueva York en mayo de 1942, se pronunció a favor de un Estado judío en Palestina. Esto, a pesar de que todavía se reclamaba la totalidad de Palestina, sólo podía conseguirse en el marco de la partición. Este pronunciamiento se daba en oposición a los proyectos de federación alentados por el emir Abdallah y, sobre todo, al Libro Blanco presentado por Londres en 1939. No fue hasta cuatro años más tarde, el 5 de agosto de 1946, que la Ejecutiva de la Agencia Judía se mostró públicamente partidaria del establecimiento de un Estado judío viable en una parte de Palestina. El nazismo, la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto habían provocado un impacto imborrable en toda la comunidad judía. Para la mayoría de sus líderes la necesidad de un Estado judío era ya ineludible y, para algunos de ellos, el rechazo al proyecto de la Comisión Peel fue un enorme error, pues quizás un Estado propio, aunque pequeño, en aquellos años habría podido salvar muchas vidas. Así, se oficializaba la política dominante en el movimiento sionista, que desde el inicio del debate sobre la partición fue siempre la de luchar por un Estado judío aunque sólo se estableciera inicialmente en parte de Palestina, y la lucha se centraría en ampliar al máximo la base territorial del futuro Estado.
[26] Perlmutter (1987: 82). Como se verá más adelante, la aceptación de Ben Gurion del plan de partición no implicaba que no tuviera reticencias ni que sus ambiciones para el futuro Estado de Israel se vieran satisfechas.
[27] Este cambio de dirección en la política sionista se manifestaría poco después en el Congreso sionista reunido en Bale, donde Weizmann no fue reelegido como presidente de la ejecutiva por considerarse que era demasiado moderado y probritánico.
[28] United Nations Special Committee on Palestine (UNSCOP).
[29] Eban (1975: 44).
[30] Meir (1975: 222).
[31] Jabotinsky había muerto el año 1940 exiliado en Nueva York.
[32] Amson (1992: 112), según cita de Laqueur, Walter (1973: 628) Histoire du sionisme. París: Calmann-Levy.
[33] Irgun Tzvai Leumi (Etzel). La más conocida de estas acciones fue el ataque al pueblo palestino de Deir Yassin, sin provocación y sin que constituyera un objetivo militar, el 9 de abril de 1948, donde fueron masacrados entre 120 (Kimmerling y Migdal (1994: 151)), 250 (Amson (1992: 113)) y 300 (Cattan (1988: 44)) hombres, mujeres y niños, y que tuvo una gran repercusión en el proceso de limpieza étnica que tuvo lugar en el territorio de lo que sería el Estado de Israel.
[34] La principal fuerza de las milicias judías era la Haganah, controlada por Ben Gurion y los socialsionistas, que se convertiría en el embrión del Ministerio de Defensa y de las Fuerzas Defensivas Israelíes (FDI). Junto con la Haganah, y de forma coordinada a partir de marzo de 1948, también actuaban las milicias del revisionismo sionista: el Irgun y el grupo Stern, más radicales tanto en el enfrentamiento con los árabes como con los británicos.
[35] Morris (1990: 39-40).
[36] La población palestina refugiada censada por la United Nations Relief and Works Agency for Palestine Refugees in the Near East (UNRWA) en 1949 fue de 726.000 personas, y sólo permanecieron en el territorio conquistado por los israelíes 100.000 palestinos. Según el informe más completo de Salman Husain Abu-Sitta, el número total de población desalojada fue de 804.787 personas, que en la actualidad se han convertido en una población de 4.942.121 (Abu-Sitta: 1998: 52).
[37] Según entrevista en The Sunday Times (Londres: 15, junio, 1969) citada en Nassar (1991: 195).
[38] Véase el discurso de Abba Eban, representante israelí ante Naciones Unidas “The Refugee Problem” (17 de noviembre de 1958). (Laqueur y Rubin (1991: 151-164)).
[39] Ver los comentarios sobre este tema de Javier Barreda (invierno 1998: 47-51), Dominique Vidal (diciembre 1997: 24-25), Casanova (verano 2002) y, sobre todo, de Finkelstein (1997: 51-87).
[40] Así lo demostró ya en 1961 Erskine Childers («The Other Exodus», publicado en el semanario londinense The Spectator el 12 de mayo de 1961, y recogido en Laqueur y Rubin (1991: 143-151)).
[41] Morris (1990: 17-18).
[42] Como menciona Benny Morris (2001: 253) fue el mismo Ben Gurion, ya en junio de 1938, quien justificó la expulsión de la población árabe: «I support compulsory transfer. I do not see in it anything immoral». Otros ejemplos lo tenemos en las palabras de Chaim Weizmann hablando de la «miraculous simplification of Israel’s tasks», en referencia al éxodo palestino (Bailey (1990: 43)); o en las de Joseph Weitz, que fue director del Departamento de Colonización de la Agencia Judía, quien en 1940 escribió en su diario: «Between ourselves it must be clear that there is no room for both Arabs and Jews in this country […] We shall not achieve our goal of being independent people with the Arabs […] And there is but to transfer all of them: not one village, not one tribe should be left» (citado en Galtung (otoño 1972: 43)). Weitz desde principios de los 40 se había declarado partidario de la expulsión de la población árabe palestina del territorio del futuro Estado judío y, dada su posición, tuvo una gran influencia tanto sobre la política de expulsión de los árabes como sobre la de colonización: por ejemplo, bajo la orientación de Ben Gurion, supervisó las áreas conquistadas y limpiadas de población árabe para planificar su colonización por judíos (Finkelstein (1997: 72-73)). Hay que mencionar, no obstante, que en general los políticos socialsionistas procuraron tratar la cuestión de la expulsión de los árabes palestinos a puerta cerrada, expresando en público una opinión contraria destinada a los oídos de la comunidad internacional: por ejemplo, Morris cita el Congreso sionista de 1937 donde, a pesar de que Ben Gurion expresó su creencia en las bondades de la expulsión, el texto impreso de su discurso manifiesta la voluntad de crear una ley para los extranjeros (árabes palestinos) y los ciudadanos en un régimen justo basado en el amor fraternal y la verdadera igualdad (Benny Morris, «How the Zionist Documents were Doctored», Haaretz, 4 de febrero de 1994. Citado en Finkelstein (1997: 195, nota 52)).
[43] Durante la discusión sobre el plan de partición, Ben Gurion aconsejaba dar a los árabes del futuro Estado judío la ciudadanía en el futuro Estado árabe, para facilitar su expulsión en la probable guerra (Finkelstein 1997: 70).
[44] La destrucción de los pueblos árabes, entre 350 (Morris (1987: 14)) y 400 (Fenaux (1992: 87)), tenía el objetivo de impedir el regreso de la población desplazada. Una lista muy detallada de la expulsión y de los pueblos palestinos destruidos se puede encontrar en Abu-Sitta (septiembre 1998).
[45] Ben Gurion deja clara su posición ante el gabinete el 16 de junio de 1948 al manifestar: «I do not want those who fled to return» (Bailey (1990: 43)). El primero de agosto de 1948, tan sólo cuatro meses después de haberse iniciado el éxodo palestino y poco más de dos meses después de la proclamación del Estado de Israel, el ministro de Asuntos Exteriores israelí, a petición del mediador de las Naciones Unidas, se pronuncia en una carta sobre el problema de los refugiados palestinos negando su derecho al retorno. Y lo hace invocando no sólo la seguridad, ¡sino también razones económicas, de empleo y de alojamiento! (Erskine, Childers; en Laqueur y Rubin (1991: 150)). Véase también el discurso de Abba Eban, representante ante las Naciones Unidas (17 de noviembre de 1958) (Laqueur y Rubin (1991: 151-164)).
[46] Evidentemente con el beneplácito de Ben Gurion, dado el interés de éste en todo lo que se refería a cuestiones militares y de defensa, tal y como cuenta Shimon Peres en sus Memorias (Battling for Peace(1995) Londres: Orion). Mac Liman, sin citar las fuentes, dice que a finales de los 80 se descubrieron documentos de la Agencia Judía con planes de Ben Gurion para la expulsión de la población árabe (Mac Liman (1995: 9)).
[47] Véase por ejemplo Cattan (1988:43-44). Morris parece de acuerdo con esta interpretación aunque sólo para parte del territorio: «In conformity with Tochnit Dalet (Plan D), the Haganah’s master plan, formulated in March 1948, for securing the Jewish state areas in preparation for the expected declaration of statehood and the prospective Arab invasion, the Haganah cleared various areas completely of Arab villages -the Jerusalem corridor, the area around Mishmar Ha’emek, and the coastal plain (…) In several areas, Israeli commanders succesfully used psychological warfare ploys to obtain Arab evacuation (as in the Hulah Valley, in Upper Galilee, in may)» (Morris (1990: 21). Sin embargo, más adelante el propio Morris, en su definición del Plan D extenderá su área de influencia a prácticamente todos los pueblos palestinos: «Plan D (…) called for clear main lines of communications and border areas. Given Palestinian topography, the geographic intermingling of the two communities, and the nature of the partition plan and Palestine’s frontiers, there were few Arab villages that did not, arguably, fall into either (or both) of these headings: most villages could be seen as either ‘strategically vital’ or as lying within ‘border areas'», y Morris también reconoce que la definición de lo que era potencialmente hostil estaba «indeed open to a very liberal interpretation» (Morris, Benny (1991) «The Origins of the Palestinian Refugee Problem», en: Silberstein, Laurence J. New Perspectives on Israeli History, New York. Citado en Filkenstein (1997: 190, nota 25)).
[48] El 9 de abril de 1948, después de una batalla en la que los palestinos se enfrentaron a la Haganah e Irgun, las milicias palestinas abandonaron el pueblo árabe de Deir Yassin. Las fuerzas de Irgun entraron seguidamente en el pueblo y masacraron a la mayoría de hombres, mujeres y niños que permanecieron allí, entre 120 (Kimmerling y Migdal (1994: 151)) y 300 (Cattan (1988: 44)). Más allá del número exacto de víctimas es importante el efecto que tuvo la matanza entre la población árabe y el uso que se hizo de ella por parte de las fuerzas sionistas para provocar el éxodo palestino. Así, Menahem Begin manifestaría que la masacre no sólo estaba justificada, sino que no habría habido un Estado de Israel sin Deir Yassin (Begin (1951: 164)). Los hechos de Deir Yassin crearon en la población palestina el temor a que ocurriera lo mismo a medida que avanzaban las fuerzas sionistas, temor alimentado por la propaganda judía y por la intención real del liderazgo israelí de crear zonas libres de palestinos, de forma que se precipitó el éxodo de refugiados. La masacre de Deir Yassin, junto con alguna matanza de población judía a manos de los árabes, jugó un papel fundamental en el cambio de las percepciones mutuas hacia la demonización del otro.
[49] La decisión de impedir el retorno de los refugiados palestinos se vio acompañada por la adjudicación a los nuevos inmigrantes judíos de las tierras y casas de los palestinos. A mediados de 1949 ya se habían establecido alrededor de 130 nuevos asentamientos judíos donde antes había pueblos y ciudades árabes (Kimmerling y Migdal (1994: 155)).
[50] Simha Flapan (1987: 1-8) identifica seis mitos fundacionales centrales creados por la propaganda israelí, y asumidos por la mayoría de la población de Israel: 1) los sionistas aceptaron el plan de partición de Naciones Unidas y preparaban la paz; 2) los árabes rechazaron la partición e iniciaron la guerra; 3) los árabes palestinos huyeron voluntariamente esperando reconquistar el territorio; 4) todos los Estados árabes se unieron para expulsar a los judíos de Palestina; 5) la invasión árabe era inevitable; 6) el indefenso David israelí afrontó la destrucción con que le amenazaba el Goliat árabe.
[51] La posición del Likud en la actualidad todavía mantiene esta inversión de las lógicas de seguridad e ideológica. Los laboristas, no obstante, desde los acuerdos de Oslo en 1993 están haciendo un cambio obligados por el reconocimiento del pueblo palestino y de algunos de sus derechos. Así, Peres en 1998 ya puede decir que «Non résolue encore, la question palestinienne -prétexte des attaques contre Israël- constitue jusqu’à nos jours le danger principal qui pèse sur sa sécurité» («Ecrire l’histoire à l’encre verte», Le Monde Diplomatique (mayo de 1998: 4)). Sin embargo, todavía hoy, Peres continúa basándose en el mito de David contra Goliat cuando, en el mismo artículo, entre los éxitos del pueblo judío al construir Israel, afirma que «il sortait vainqueur de cinc guerres malgré son infériorité en hommes et en armes».
[52] Bailey (1990: 19). De hecho, en la actualidad todavía no existe un mapa oficial de las fronteras israelíes.
[53] El 11 de mayo de 1949 Israel fue admitido como miembro de Naciones Unidaa, a pesar de la oposición árabe, que tan sólo consiguió imponer una cláusula de condicionalidad, el único caso en la historia de Naciones Unidas, sobre la aceptación y cumplimiento de las resoluciones de la Asamblea General referentes al retorno de los refugiados palestinos (Nassar (1991: 18)), que, por otra parte, Israel jamás respetó.
[54] Citado en Khalidi (1988: 19). Khalidi también es de la opinión que sólo la intervención de los ejércitos árabes evitó la conquista de toda Palestina.
[55] V. Jabotinsky (1923) The Iron Wall, Berlín. Citado en Finkelstein (1997: 110).
[56] Citado en Finkelstein (1997: 110), según cita de Neil Caplan (1976) Palestine Jewry and the Arab Question, 1917-1925, Londres.
[57] El enfrentamiento armado con los árabes de Palestina fue evitado por los socialsionistas mientras no se tuvo la seguridad de la superioridad, lo que provocó algunos choques tácticos con los revisionistas. Los primeros, a diferencia del militarismo de los revisionistas, prefirieron apoyarse en los británicos para evitar choques con los árabes antes de tener la fuerza necesaria para vencer. Sin el ejército británico no habría sido posible la colonización judía de Palestina anterior a la proclamación del Estado de Israel. Jabotinsky, en The Iron Wall, ponía de manifiesto esta diferencia tan sólo táctica: «There is no meaningful difference between our ‘militarists’ and our ‘vegetarians’. One proposes an iron wall of Jewish bayonets, the other proposes an iron wall of British bayonets, … but we all applaud, day and night, the iron wall» (citado en Finkelstein (1997: 206, nota 55)).
[58] Recordemos que, a pesar de que la resolución 181 adjudicaba el 56% del territorio al Estado judío, la propiedad judía del suelo tan sólo se extendía al 6% de Palestina, y que sólo 1.475.766, de los 20.418.023 dunams conquistados por Israel durante la guerra, eran de propiedad judía.
[59] Benny Morris, junto con Avi Shlaim en Collusion Across the Jordan (Oxford, 1988) y Simha Flapan en The Birth of Israel (New York, 1987), dejan claro que «… according to the Yishuv’s intelligence sources, the bulk of Palestine’s Arabs merely wanted peace and quiet, if only out of a healthy respect for the Jews martial prowess. But gradually, in part because of Haganah over-reactions, the conflict spread, eventually engulfing the two communities throughout the land.» (Morris (1990: 10)). Así, ya en 1947, se estableció la política de represalias incrementadas a nivel estratégico, que perdurará hasta la actualidad y que ha estado en la raíz de la mayoría de guerras en las que Israel se ha visto mezclada.
[60] Morris (1987: 170).
[61] La historiografía oficial israelí y los publicistas sionistas intentan esconder a la memoria colectiva este período de la historia de Israel bajo el manto de otro de los mitos fundacionales: el del desierto que el sionismo hizo florecer, que nos presenta una Palestina despoblada y subdesarrollada con todos sus recursos por explotar. Para un análisis del mito ver «Making the Desert Bloom. A Myth Examined» de Alan George, quien en sus conclusiones dice:
«The major conclusions which thus emerge are:
1. That only about half of Palestine has a true desert climate;
2. That expansion of the cultivated area was already under way before the occurrence of mass Zionist immigration;
3. That by about 1930 all those areas which could be cultivated by the indigenous Arab population were already being farmed by them;
4. That the area within what became Israel actually being farmed by Arabs in 1947 was greater than the physical area which was under cultivation in Israel almost thirty years later;
5. That the impressive expansion of Israel’s cultivated area since 1948 has been more apparent than real since it involved mainly the «reclamation» of farmland belonging to the refugees; this is probably as true for the Negev desert as for the rest of Israel”. (George (1979: 100)).
Además, hay que añadir que los aumentos de productividad del suelo que tanto renombre han dado a la agricultura israelí se consiguieron, sí, con una tecnología avanzada, pero, sobre todo, con un agua sobre la que todavía hay una disputa abierta sobre su titularidad.
Así, ya en 1930, la ocupación de la tierra se presentaba como un juego de suma cero, aunque el desplazamiento de población palestina ya era mucho anterior debido al carácter que adquirió la colonización sionista a partir de la segunda Aliya (oleada de inmigración judía en Palestina), a principios de siglo. La primera Aliya, entre 1882 y 1903, se basó en una colonización de tipo plantación, con compra judía de la tierra y trabajo palestino. A partir de la segunda Aliya, sin embargo, los esfuerzos se dirigieron a una colonización de tipo asentamiento puro, con una economía basada en el trabajo «blanco», lo que debía permitir a los colonos recuperar el sentimiento de homogeneidad cultural y étnica que se identifica con el concepto europeo de nacionalidad, pero que significaba la expulsión de la población indígena (Shafir (1996: 24)).
Otro autor que analiza el carácter colonial del Estado de Israel es el francés Maxime Rodinson, sociólogo y orientalista, quien además de judío es antisionista. Rodinson ayuda también a explicar algunos aspectos de la política exterior francesa, al concluir que «Prendre consciència del caràcter colonial de l’Estat d’Israel és començar-se a explicar per què la pressió dels fets contribueix a projectar Israel en el camp de les potències occidentals i per què una altra orientació demanaria dels elements progressistes d’Israel esforços heroics. És, sobretot, comprendre les reaccions àrabs i les dels pobles del Tercer Món que estan en la mateixa situació» (Rodinson (1967: 82)).
[62] En una reunión entre Golda Meir, en representación de la Agencia Judía, y el rey Abdallah en noviembre de 1947, y en posteriores contactos, se había llegado a un acuerdo de no agresión según el cual Abdallah no actuaría contra el Estado judío y los sionistas se comprometían a no obstaculizar la anexión a Transjordania de la parte árabe resultante de la partición de Palestina. La entrada de la Legión Arabe de Abdallah en Palestina tenía el objetivo de conquistar territorio para su reino y la consigna de respetar las líneas del plan de partición. Por esta razón, las únicas batallas importantes con los sionistas se dieron en Jerusalén, ya que al quedar en la resolución 181 bajo administración internacional, opción que ni los sionistas ni Abdallah estaban dispuestos a aceptar, no entraba en el acuerdo de noviembre de 1947 (Morris (1990: 11)). Sobre las negociaciones secretas entre árabes e israelíes ver: Enderlin (1997).
[63] Según el Tratado de 1936 entre Egipto y el Reino Unido, los británicos debían ayudar a los egipcios en caso de ataque. El 30 de diciembre de 1948 el embajador británico en Washington notificó al Secretario de Estado que si los israelíes no se retiraban el Reino Unido respondería a las obligaciones del Tratado. La presión norteamericana sobre el gobierno israelí condujo a la retirada del Sinaí e impidió la conquista de Gaza.
[64] Según Enderlin (1997: 80-83), Ben Gurion era partidario de extender la invasión también a Cisjordania, pero quedó en minoría en el gobierno.
[65] Shlaim (1990: 246).
[66] Morris (1990: 22).
[67] Perlmutter (1987: 157). Esta militarización de la política exterior sería reconocida abiertamente por Moshe Dayan al decir que las naciones pequeñas no tienen política exterior, sólo política de defensa. Esta militarización de la política exterior se manifiesta en la expresión de los objetivos en términos de relación de poder; en la evaluación de los medios dominada por los recursos militares; en la evaluación de los objetivos y medios del adversario también en términos militares; y la planificación para la optimización de la política exterior se basa sobre todo en la asignación de recursos de poder militar y en su uso (A. Rapoport (1964) «Critique of Strategic Thinking», en R. Fisher (ed.) International Conflict and Behavioural Science, New York: Basic Books. (citado en Seliktar (1986: 196-197))). En la política israelí ésto sería evidente hasta el punto de que el general Shlomo Gazit, que fue jefe de la Inteligencia Militar israelí, reconocía, después del fracaso en prever la iniciativa de paz del presidente egipcio Sadat, que los servicios de inteligencia israelís, con un gran peso en las decisiones gubernamentales, no habían desarrollado mecanismos para evaluar intenciones pacíficas. Además, el síndrome del Holocausto ha dominado la política israelí durante mucho tiempo, generalizando a toda la clase política el pensamiento militar basado en el «worst case scenario» (Seliktar (1986: 197-202)).
[68] Seliktar (1986: 70). Un ejemplo de las diferencias entre estas tendencias, lo tenemos en la reacción a los intentos de aproximación por parte del rey Faruk de Egipto en septiembre de 1948. Entonces, Sharett defendió avanzar en las conversaciones de paz haciendo algunas cesiones en el Negev. Ben Gurion, al contrario, rechazó continuar por este camino e impulsó la nueva ofensiva en el Negev para controlar toda la zona. La visión de Ben Gurion también se expresó en la política de represalia incremental que condujo a la mayoría de guerras y enfrentamientos entre árabes e israelíes y que, todavía en la actualidad, se expresa en la represión en los Territorios Ocupados y en los ataques en el sur de Líbano.
[69] La alianza del Herut de Begin con los Sionistas Generales, liberales y representantes de las clases media y alta, en el Gahal, dio credibilidad a los revisionistas aunque todavía no votos. Habría que esperar a los cambios provocados en la sociedad israelí por la guerra de junio de 1967 y a la creación del bloque Likudpara que el revisionismo ganara mayor presencia en la Knesset.
[70] Peleg (1988: 55-56). Ilan Peleg presenta las posiciones del revisionismo antes de la guerra de junio de 1967 como muy radicales debido a su rechazo de las líneas de demarcación de 1949, que él señala como aceptadas por la mayoría como las fronteras definitivas de Israel. Sin embargo, este consenso alrededor de las líneas de demarcación no parece tan evidente a la luz de aventuras como la guerra de 1956, con declaraciones de Ben Gurion afirmando que Israel tenía un derecho histórico sobre la Franja de Gaza y el Sinaí (Cattan (1988: 95)); o la propuesta del mismo Ben Gurion a los franceses durante los preparativos de la guerra, según la cual Jordania no era un Estado viable, así la orilla oriental debía pasar a Iraq mientras que la orilla occidental debía incorporarse a Israel, además de dejar el estrecho de Tirana bajo control israelí y el Canal de Suez bajo régimen internacional (Bailey (1990: 135-136)); o, en definitiva, la misma guerra de junio de 1967 y sus conquistas territoriales. Contradiciendo a Peleg, la diferencia entre el socialsionismo y el revisionismo, más que en el radicalismo de sus reivindicaciones, que eran muy parecidas, se encontraría en la forma pragmática de afrontarlas de los primeros y en la cobertura ideológica que les dieron los segundos.
[71] El occidentalismo israelí, a pesar de las políticas socializantes del socialsionismo, pronto decepcionó a la Unión Soviética, que había rivalizado con Estados Unidos en su apoyo al sionismo y al naciente Estado judío. El enfriamiento de las relaciones con Israel y la desconfianza hacia los regímenes árabes, incluso hacia el Egipto de los Oficiales Libres, dejó a los soviéticos sin alianzas en Oriente Medio hasta mediados los años cincuenta, cuando El Cairo no tuvo más opción que el bloque del Este para su rearme (Lundestad (1992: 90-91)).
[72] Artículo 1: «Todo judío tiene el derecho a inmigrar en Israel»; artículo 4: «Todo judío que ha inmigrado en este país antes de la entrada en vigor de esta ley, y todo judío nacido en este país ya sea antes o después de la entrada en vigor de esta ley, tiene la misma condición que aquel que haya inmigrado según los términos de esta ley» (La Ley del Retorno (5 de julio 1950), en Baron (1994: 137-139)). Los palestinos critican incluso el nombre de esta ley, pues concede el «derecho al retorno» a una población que nunca ha vivido en Palestina y, al mismo tiempo, no se admite el derecho al retorno de aquellos que sí pertenecían a aquel territorio.
[73] Entre mayo de 1948 y diciembre de 1951, 686.000 judíos emigraron a Israel, la mitad de ellos sefarditas. La comunidad sefardita aumentaría rápidamente, llegando a ser más de 560.000 diez años después de la creación de Israel. Los inmigrantes sefarditas procedían, en general, de países árabes alejados de Palestina (Iraq, Yemen y norte de Africa) en los cuales habían vivido sin problemas durante siglos. La guerra con Israel, los llamamientos de Tel Aviv a la emigración judía hacia el Estado judío y, la misma Ley del Retorno israelí, que en la práctica extendía la nacionalidad y la soberanía de Israel a toda la población judía de la diáspora, dificultaron la vida de los judíos en los Estados árabes y originaron las oleadas de inmigración sefardita en Israel. En realidad, las presiones desde Israel sobre la población sefardita para que emigrara fueron importantes a causa del rechazo de la diáspora judía de occidente a emigrar a Israel. Aparte de los refugiados, fueron muy pocos los judíos europeos o americanos que decidieron vivir en el nuevo Estado.
[74] Recordemos que uno de los mitos fundacionales israelíes, sobre el que se basa la defensa de su posición respecto al problema de los refugiados palestinos, es que éstos abandonaron sus hogares y sus tierras a instancias de los gobiernos árabes, y que el desplazamiento de la población árabe palestina ocurrió en un contexto, poco después de la Segunda Guerra Mundial, en el que los movimientos de población no eran nada raros. Además, la salida de los judíos sefarditas de los Estados árabes, es vista como una compensación de los refugiados palestinos (Ver: Abba Eban (17 de noviembre de 1958) The Refugee Problem (discurso del representante israelí ante Naciones Unidas), en: Laqueur y Rubin (1991: 151-164)). Estos argumentos, desde el punto de vista palestino, sólo se pueden sustentar en una óptica que niegue a los árabes palestinos su realidad como pueblo con identidad propia. Además, los judíos sefarditas emigrados a Israel no son considerados refugiados ni han expresado el deseo de regresar a sus tierras de origen y, es más, la gran mayoría de sefarditas provienen de Estados lejanos a Oriente Medio, con lo que no se puede hablar de intercambios de población (Fenaux (1992: 94)).
[75] Las ambiciones territoriales israelíes se manifestaron, a mediados de los años 50, sobre todo hacia la Franja de Gaza y el Sinaí. Ya en 1955, Ben Gurion, entonces ministro de Defensa, propuso la invasión de la Franja de Gaza, que se evitó en este año tan sólo por la oposición de Sharett y sus partidarios. Al mismo tiempo, encargó a Dayan que preparara un plan para la conquista del estrecho de Tirana. El apoyo francés, al que más tarde se añadirían los británicos, permitió el año siguiente la invasión del Sinaí y de la Franja de Gaza. El gobierno israelí quería aprovechar la oportunidad que le brindaba la división árabe (principalemente a causa del Pacto de Bagdad), e impedir, al mismo tiempo, un acercamiento de Estados Unidos a Egipto (Perlmutter (1987: 174)). Los objetivos territoriales israelíes en la guerra de 1956, la Franja de Gaza junto con el control del estrecho de Tirana y el golfo de Aqaba, eran lo bastante importantes para Israel como para que se necesitara el ultimatum de los EEUU y la URSS, que no querían verse envueltos en un choque en Oriente Medio, para imponer la retirada de los ejércitos francés, británico e israelí. La retirada de Israel, por lo demás, se compensó gracias a la diplomacia estadounidense con garantías para la navegación a través del golfo de Aqaba hacia Eilat, además del despliegue en la zona fronteriza egipcia de las Fuerzas de Emergencia de Naciones Unidas (UNEF) y de garantías de seguridad en la Franja de Gaza. De hecho, en los diez años siguientes no hubo ni un ataque guerrillero palestino desde la Franja de Gaza (Bailey (1990: 172-174)).
[76] Izquierdo (1995: 129-133).
[77] Amson (1992: 137).
Bibliografía
Abu-Sitta, S. H. Al Nakba (El desastre). El desalojo sionista de Palestina en 1948. Nación Arabe. suplemento de nº 35, Septiembre 1998.
Amson, D. Israël et Palestine. París: PUF, 1992.
Bailey, S. D. Four Arab- Israeli Wars and the Peace Process. London: Macmillan, 1990.
Baron, X. Proche- Orient, du refus à la paix. Les documents de référence. Paris: Hachette, 1994.
Barreda, J. La expulsión de 1948. El terror como determinante del éxodo. Nación Arabe. año XI(34), invierno 1998.
Bar- Zohar, M. Ben Gurion. París: Fayard, 1986.
Begin, M. The Revolt: Story of the Irgun. New York: Henry Schuman, 1951.
Casanova Fernández, V. Sionismo y postsionismo. La ‘nueva Historia’ de Israel. Nación Arabe. 47, verano 2002.
Cattan, H. The Palestine Question. London; New York; Sydney: Croom Helm, 1988.
Duroselle, J. B. Histoire diplomatique de 1919 à nos jours. Paris: Dalloz, 1971.
Eban, A. Mon pays. Paris: Buchet-Castel, 1975
Enderlin, C. Paix ou guerres. Les secrets des négociations israélo- arabes 1917- 1997. Paris: Stock, 1997.
Fenaux, P. Moyen- Orient. Les dossiers de la paix. Bruselas: GRIP, 1992.
Finkelstein, N. G. Image and Reality of the Israel- Palestine Conflict. London; New York: Verso, 1997.
Flapan, S. The Birth of Israel: Myths and Realities. New York: Pantheon, 1987.
Galtung, J. Conflict Theory and the Palestine Problem. Journal of Palestine Studies. II(1), otoño 1972.
George, A. Making the Desert Bloom’ A Myth Examined. Journal of Palestine Studies. VIII(2), winter 1979.
Iglesias Velasco, A. J. El proceso de paz en Palestina. Madrid: UAM, 2000.
Izquierdo Brichs, F. El agua en la cuenca del río Jordán: la lucha por un recurso escaso. Papers. 46, 1995.
Khalidi, R. The Palestine Liberation Organization. W. B. Quandt (ed.), The Middle East. Ten Years after Camp David Washington D.C.: The Brookings Institution, 1988.
Kimmerling, B., & Migdal, J. S. Palestinians. The Making of a People. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1994.
Laqueur, W. & Rubin, B. (eds.) The Israel- Arab Reader New York: Penguin Books, 1991.
Lundestad, G. East, West, North, South. Major Developments in International Politics 1945- 1990. Oslo: Norwegian University Press, 1992.
Mac Liman, A. Palestina. De la nación de refugiados al Estado Nación. Madrid: Editorial Popular; Comisión Española de Ayuda al Refugiado, 1995.
Meir, G. Ma vie. Paris: Laffont, 1975.
Mesa, R. Fundamentos históricos y jurídicos del derecho a la autodeterminación del pueblo palestino. Revista de Estudios Internacionales, 1981.
Morris, B. 1948 and After. Israel and the Palestinians. Oxford: Clarendon Press, 1990.
Morris, B. The Birth of the Palestinian Refugee Problem, 1947- 1949. New York: Cambridge University Press, 1987.
Morris, B. Righteous victims. A History of the Zionist- Arab Conflict, 1881- 2001. New York: Vintage Books, 2001
Nassar, J. R. The Palestine Liberation Organization. From armed struggle to the Declaration of Independence. New York; London: Praeger, 1991.
Ovendale, R. The origins of the Arab- Israeli Wars. New York; London: Longman, 1992.
Peleg, I. The Impact of the Six Day War on the Israeli Right: A Second Republic in the Making? Y. Lukacs & A. M. Battah (eds.), The Arab- Israeli Conflict. Two Decades of ChangeBoulder; London: Westview Press, 1988.
Peres, S. Battling for Peace – Memoirs. Londres: Weindelfeld & Nicolson, 1995.
Peres, S. Ecrire l’histoire à l’encre verte. Le Monde Diplomatique, mayo 1998.
Perlmutter, A. Israel. Madrid: Espasa Calpe, 1987.
Rodinson, M. Israel, fet colonial? J. P. Sartre (ed.), El conflicte àrab- israelià Barcelona: Edició de Materials, 1967.
Rubenberg, C. A. The Structural and Political Context of the PLO’s Changing Objectives in the Post- 1967 Period. Y. Lukacs & A. M. Battah (eds.), The Arab- Israeli Conflict. Two Decades of Change Boulder; London: Westview Press, 1988.
Seliktar, O. New Zionism and the Foreign Policy System of Israel. London; Sydney: Croom Helm, 1986.
Shafir, G. Israeli Decolonization and Critical Sociology. Journal of Palestine Studies. XXV(3), primavera 1996.
Shlaim, A. Collusion Across the Jordan. New York: Columbia Univ. Press, 1988.
Shlaim, A. The Politics of Partition. King Abdullah, the Zionists and Palestine 1921- 1951. Oxford: Oxford University Press, 1990.
Sternhell, Z. Révolution laïque pour le sionisme. Le Monde Diplomatique, mayo 1998.
Vidal, D. La expulsión de los palestinos replanteada por historiadores israelíes. Le Monde Diplomatique, diciembre 1997.
Yaniv, A. Israeli Foreign Policy Since the Six Day War. Y. Lukacs & A. M. Battah (eds.), The Arab- Israeli Conflict. Two Decades of Change Boulder; London: Westview Press, 1988.