Hoy en día a menudo hablamos de las heridas emocionales y de la conexión con el corazón, sin embargo desde hace tiempo crece el número de mujeres que estamos poniendo el foco de atención en el útero por ser la sede de la vida, el órgano de gestación del embrión, el recipiente donde se realiza la función reproductora, donde convergen el óvulo y el espermatozoide, elementos esenciales para crear vida.

Si bien es cierto que una mayoría de las personas están desconectadas de su corazón, más cierto aún es que la inmensa mayoría de las mujeres están desarraigadas de su útero, desconectadas de su matriz, de su hara o centro vital. En su biografía hay heridas sexuales, sucesos traumáticos, abortos provocados o espontáneos, acumulación de memorias ancestrales y una profunda desconexión de su potencial femenino que se encuentra contraído, excluido, bloqueado.

Como practicante de meditación zen sé de la importancia de la conexión con el hara, de la energía y el poder irradiante del útero creador y matriz generadora de vida. El hara o tan tien («mar de la energía») es un centro energético donde se genera y almacena la energía Chi; centro de transformación y acumulación de energía, fundamental para el trabajo de alquimia interior.

Corresponde al segundo chacra y se halla situado en el bajo vientre a cinco centímetros por debajo del ombligo y es el centro de gravedad del cuerpo. Se relaciona con el deseo, las emociones, la sexualidad, la reproducción y la fecundidad. Es el centro del bienestar, de la alegría y el gozo; del estar centrado en uno mismo por excelencia y esencial en la práctica de la meditación zen.

La respiración y la conciencia del Hara propician estar presentes y plenamente enraizados, liberan del yo egocéntrico y nos permiten percibir y actuar desde la esencia. El Hara proporciona confianza, estabilidad, voluntad, equilibrio y serenidad; refuerza el sistema inmunológico y facilita la acumulación de la energía vital.

Según el psicoterapeuta Karlfried Graf Dürckheim, la persona centrada en el hara está serena y equilibrada, tiene soporte nutricio y un punto de apoyo a partir del cual crecer y desarrollarse. Estar bien enraizado en el Hara nos vincula con fuerzas que nutren, regeneran, liberan y transforman; fuerzas que propician la autoafirmación, la imaginación creadora, la procreación y la realización.

La conexión con el hara y la respiración permiten estar en contacto permanente con el Ser esencial y posibilitan el proceso de individuación de la persona.

En efecto, el útero es la sede de la energía vital y sexual, el cáliz generador de vida, santuario de la creatividad y de la gestación de la vida que ha de darse a luz. Es el centro de poder de la energía femenina por excelencia, el caldero alquímico del conocimiento supremo donde la materia se transforma en oro. Se ha comparado al útero con el Santo Grial, cáliz alquímico físico, psíquico, emocional y energético.

La matriz tiene el poder de generar vida y crear sueños de realización en el alma femenina que se transmutan en el proceso de individuación a través de lo que Jung denominó vía regia, la integración de lo masculino y lo femenino y el opus magnum, la gran obra, la integración de lo masculino, lo femenino, la sombra y el yo.

Sabiendo que el proceso alquímico de la integración de lo masculino y lo femenino se realiza en el útero me pregunto cómo realizan esa misma integración los hombres. Ellos tienen Hara pero no tienen vasija, tal vez por eso a nosotras nos es más fácil y nos corresponda enseñarles a condición de que ellos estén abiertos y dispuestos a aprender.

El útero como recipiente alquímico, el cáliz sagrado donde se depositan las experiencias, la sensualidad,  el  enraizamiento con la tierra y con lo femenino ancestral; origen de la creación de sueños y proyectos que al ser nutridos con cariño y determinación llegan a hacerse realidad.

Y el lugar también donde se alojan los conflictos emocionales que en algunos casos generan síntomas como el síndrome premenstrual, quistes, miomas, candidiasis, cistitis, obstrucción de trompas, ovarios poliquísticos y cáncer de cuello de útero, entre otros.

Precisamente por ser la matriz el lugar donde se acumula la energía, las emociones y los sentimientos derivados de abusos, desvalorización, tristeza, desamparo, culpabilidad y vergüenza frente a la sexualidad  y resentimientos heredados sobre la feminidad es necesario habitarla, sentirla, regenerarla, resignificarla.

Poner conciencia en la zona, presencia, sonidos, respiración, energía y placer para sanar los residuos que originan las relaciones sexuales y las memorias uterinas transgeneracionales de nuestro linaje femenino. De ahí que sea bueno descansar en la conciencia del útero momento a momento, y también al meditar y al crear para recuperar a la mujer instintiva, libre y salvaje.

9 beneficios del Ritual del Útero

  1. 1Sanar tu linaje ancestral femenino en el pasado y el futuro, hasta 7 generaciones.
  2. 2Liberar angustias, miedos, temores y rencores que provienen del inconsciente, a nivel personal y generacional, integrando códigos de luz del sagrado femenino y la matriz energética.
  3. 3Realizar una limpieza energética que renueva la energía del cuerpo físico y el meridiano del útero al corazón. Se reprograma el sistema endocrino y hormonal, recargando y revitalizando todo el cuerpo.
  4. 4Renovar la sexualidad tanto en hombres como mujeres, eliminando la información de excompañeros sexuales y parejas anteriores.
  5. 5Reconocer, aceptar e integrar la energía femenina en uno mismo, equilibrando los ciclos femeninos y el sangrado. Abre la conciencia espiritual.
  6. 6Ayudar a prevenir y reducir dolores y enfermedades relacionadas con el útero.
  7. 7Renovar la creatividad, no solo en la concepción de hijos, sino también en la generación de nuevos planes y proyectos.
  8. 8Recibir, incorporar y activar la energía del Rito para uno mismo y también transmitirla a otras mujeres de nuestro entorno.
  9. 9Aprender a transmitir esta semilla de luz a otras mujeres, convirtiéndote en una guardiana del útero.

Quiénes pueden tomar el Ritual del Útero

La especialista nos explica que el Ritual del Útero no está ligado a ninguna religión en particular y puede ser practicado por mujeres de todas las edades, incluso aquellas que no tienen útero físico. 

“Si tu útero ha sido removido, es aún más importante que reciba este rito. Energéticamente todavía tienes tu útero, y es vital que te vuelvas a conectar con él para recuperar tu sabiduría y poder femenino. Este rito es también una bendición para la madre embarazada y el bebé, ya que llegará a ambos seres. Con respecto a los hombres, ellos también pueden participar en el Rito del Útero como guardianes y apoyar el viaje de sanación de las mujeres. Su presencia en la ceremonia puede brindar un espacio seguro y apoyar a las mujeres en su proceso de sanación”, señala.

Sobre nuestro segundo chakra

El útero y el segundo chakra están estrechamente relacionados en el sistema energético del cuerpo humano, de acuerdo a la especialista.

“El segundo chakra, también conocido como chakra sacro, se encuentra ubicado en la zona del abdomen, aproximadamente dos dedos por debajo del ombligo. El chakra sacro está asociado con la energía femenina, la creatividad, la sexualidad y las emociones. Es el centro de nuestra sexualidad y reproducción, así como de nuestras pasiones y deseos. Cuando el chakra sacro y el útero están en equilibrio y en armonía, se experimenta una conexión saludable con la sexualidad, la creatividad y las emociones. Sin embargo, cuando hay bloqueos o desequilibrios en estas áreas, pueden surgir problemas físicos, emocionales o sexuales. Trabajar en la sanación y el equilibrio del chakra sacro y el útero es importante para fomentar una relación saludable con la sexualidad, cultivar la creatividad y liberar cualquier trauma o bloqueo emocional que pueda estar presente”, concluye.

A lo largo del embarazo, el cuerpo de la mujer experimenta cambios equiparables a los de la adolescencia con la diferencia de que se producen en meses. Tras la concepción, los órganos de la madre emigran a otras regiones, se amontonan unos contra otros para dejar espacio al cigoto, que se desarrolla a velocidad de vértigo con una serie de mecanismos de diferenciación y proliferación celular, y se transforma en un organismo complejo, con tejidos altamente especializados: el bebé.

También aparecen cambios emocionales traducidos en variaciones bioquímicas, ya que las emociones se asocian a la segregación de hormonas particulares. Y aunque no se puede demostrar al ciento por ciento, existen numerosos y potentes indicios de que el desarrollo del bebé en el útero de la madre va a determinar la vida que tendrá de adulto. Y en esto se ha visto que influye la alimentación de la madre, o su estado físico, y también, su salud emocional. “Existen muchos reclamos comerciales que te dicen que el embarazo es una época muy bonita, pero desde un punto de vista estético. Sin embargo, no se hace hincapié en lo humano”, considera Anna Maria Morales, consultora certificada en lactancia y miembro fundador del centro de salud familiar Marenostrum (MareNostrumCsf.com/) en Barcelona.

“Se empuja a la gente a comprar cosas para el embarazo para estar guapas, para cuidar el cuerpo, pero se informa muy poco acerca de cómo conectar corporal y emocionalmente con el bebé, con la idea de que tienen un niño creciendo dentro y de que sus emociones van a influir en su desarrollo”, prosigue Morales, que es doula, es decir, mujeres que acompañan a otras mujeres durante el embarazo, su labor es dar soporte físico y emocional durante el parto y el puerperio.

“Durante los nueves meses de gestación, la mujer pasa por una serie de controles médicos, pero nadie le pregunta cómo está a nivel emocional o qué tal está con su pareja”, se queja Sara Jort, terapeuta Gestalt especializada en psicología perinatal. Sigmund Freud fue el primero en percatarse de la importancia de los sentimientos de las madres; se dio cuenta de que las primeras etapas de la maternidad tenían efectos a largo plazo en la psicología del niño. Y que la educación emocional de los hijos no empezaba cuando estos nacían, sino en el útero.

Hace medio siglo, se comenzaron a realizar estudios con ratas y monos para comprobar si el hecho de que las madres estuvieran altamente estresadas tenía efectos en el desarrollo de las crías. Cuatro décadas después, un equipo de investigadores del Imperial College de Londres, liderado por la psicobióloga Vivette Glover, empezó a indagar sobre la importancia de las emociones en el embarazo. Para ello, llevaron a cabo un estudio con 14.000 mujeres embarazadas. Las monitorizaron durante toda la gestación; se midió su nivel de ansiedad, de estrés y luego, se estudió durante años a los niños que nacieron. Vieron que el 15% de los hijos de las madres más estresadas y ansiosas tenían el doble de riesgo de padecer déficits de atención e hiperactividad. Además, estos niños eran más proclives a ser ansiosos y a tener problemas de conducta. Más adelante, realizaron nuevas investigaciones, esta vez con grupos más reducidos de mujeres, y corroboraron que si la madre está estresada durante el embarazo, su hijo tiene más tendencia a padecer ansiedad. Y esa tendencia es independiente de la las experiencias que tenga el crío al nacer o de las emociones que comparta con su madre después.

Educación emocional desde el útero

¿Los fetos sienten dentro del útero de la madre? Si entendemos por sentir, sentimientos tales como la tristeza, la alegría, la soledad, el miedo, no. Tal como señala el profesor de psicología de la emoción y la motivación de la UNED, Enrique García Fernández-Abascal, el feto carece de la maduración neurológica para tener las emociones que tiene un adulto. “Se requieren al menos tres meses después de nacer para que se desarrollen los tubos neurales necesarios para las emociones”, señala. Sin embargo, lo que sí tienen los fetos son sensaciones. Así, sienten bienestar, placer, saciedad, alarma, sobresalto…

El feto, de alguna manera, percibe las emociones de la madre. Y eso es muy positivo puesto que le da al bebé un abanico de experiencias sensoriales necesarias para enfrentarse a la vida, desde la alegría, hasta la rabia o la tristeza. “Las emociones de la madre son un gran regulador de la fisiología de ella y del bebé. Las que son positivas, por ejemplo, generan una atenuación del sistema cardiovascular y una activación y refuerzo del sistema inmune. Es decir, que cuanto más alegres estamos, más vacunados, de alguna manera, estaremos contra el catarro –comenta Enrique García–. En cambio, cuando nos embargan las emociones negativas, segregamos hormonas tóxicas, el corazón se nos acelera y se deprime el sistema inmune, lo que nos deja más vulnerables ante las enfermedades”.

De ahí que sea esencial que la madre establezca vínculos con el niño desde el primer momento de la concepción. Con un gesto tan habitual en las embarazadas como tocarse la barriga, acariciarse, el feto recibe una experiencia positiva sensorial; conecta con la madre y se produce una respuesta bioquímica de placer, que se traduce en la segregación de hormonas que ayudan a establecer ese vínculo entre ambos.

“Eso no quiere decir que la madre tenga que pasar por el embarazo sin sentir o sintiendo sólo cosas positivas. Hay que sentir felicidad pero también estrés, todo en su justa medida, porque ambas son necesarias. El problema radica en cuando las negativas se cronifican –señala Enrique García, experto en psicología perinatal–. No es malo que la madre se enfade, pero sí que lo esté todo el día, todos los días. La educación emocional del niño empieza en el útero”.

Protección emocional

La placenta funciona como una especie de envoltura protectora. No obstante, estados de emociones negativas continuados pueden afectar su función, sobre todo el estrés. Cuando la madre se encuentra en una situación estresante, se produce en su organismo una cascada bioquímica. Todo empieza en el hipotálamo, que produce una hormona llamada CRH, factor de liberación de corticotropina; ésta le manda a la pituitaria que, a su vez, produce otra hormona, la ACTH o adrenocorticotropa, que ordena a las glándulas suprarrenales que segreguen cortisol. Éste hace que se libere glucosa en sangre, que va hacia los músculos, los dota de energía y los prepara por si es necesario salir pitando o pelear. En realidad, la aparición del estrés es el resultado de una estrategia evolutiva necesaria para enfrentarnos a los peligros de la vida. Si no se liberaran en nuestro organismo todas estas hormonas que nos ponen en alerta, seguramente nos hubiéramos extinguido hace mucho tiempo, quizás devorados por algún animal.

Una vez acaba la situación que producía estrés, el cuerpo recupera los niveles hormonales habituales y el organismo vuelve a su estado normal. La placenta actúa como filtro e impide que el cortisol, que es tóxico, llegue al feto. No obstante, cuando los niveles de esta hormona en la madre son muy elevados, consiguen atravesar esta barrera y disparan la respuesta de alerta en el feto. Puede que también sea una herramienta con que nos ha dotado la evolución para prepararnos para enfrentarnos al mundo exterior con que vamos a tener que lidiar. De manera que si el estrés aparece en momentos concretos, es beneficioso. Sin embargo, cuando las situaciones de estrés son prolongadas, aparecen los problemas de manera más marcada. Si la madre está sumamente estresada, el bebé recibe el mensaje de que deberá hacer frente a un entorno peligroso. Eso los hace mucho más prontos a reaccionar; suelen ser niños más susceptibles a llorar, a estresarse, a sentir ansiedad.

Asimismo, tal y como el equipo de neurocientíficos del Imperial College de Londres ha comprobado, existen indicios de que niveles altos de cortisol afectan al desarrollo cerebral del bebé durante todo el embarazo. Durante los primeros meses, que es cuando las células cerebrales se mueven hasta hallar su ubicación definitiva, se cree que el cortisol puede llegar a afectar ese movimiento. Si los ataques de ansiedad y estrés suceden en los últimos meses de gestación, se eleva el riesgo de que el niño padezca síndrome de déficit de atención o hiperactividad.

Es más, al parecer, la ansiedad de la madre hace que se reduzca el flujo sanguíneo que le llega al feto, por lo que éste dispone de menos nutrientes para formarse; Vivette Glover afirma que, además, cuanto más alto es el nivel de cortisol en el líquido amniótico que rodea al niño en la placenta, más bajo es luego el coeficiente intelectual del bebé. “Niveles altos de cortisol afectan a cerebro y al aprendizaje”, sentencia esta psicobióloga.

Así pues, podemos ayudar a los niños y futuros adultos teniendo en cuenta la salud emocional de sus madres cuando están embarazadas. Si las podemos ayudar a sentirse menos estresadas, ansiosas o deprimidas, estamos reduciendo el riesgo de que los futuros niños padezcan problemas como síndrome de déficit de atención, dificultades de aprendizaje o hiperactividad. Que, además, indica Glover, son factores de riesgo que pueden convertirse en potenciales problemas de comportamiento. A nivel social, lamenta Sara Jort, psicoterapeuta Gestalt experta en perinatal, el periodo prenatal no está bien protegido por la sociedad, que desconoce la importancia que tiene tanto para la madre como para el recién nacido. “Debería haber políticas que regularan el cuidado de la gestación y los primeros meses de maternidad”, considera Jort. Se trata de prevenir para evitar que los niños tengan trastornos cognitivos, sí, pero sobre todo para conseguir una sociedad más feliz.