El filósofo austríaco Karl Popper (1902-1994) es considerado una de las figuras más importantes de pensamiento del siglo XX. Socialista en sus inicios, se convirtió posteriormente en un pensador liberal cuya obra más influyente La sociedad abierta y sus enemigos (1945) es en parte una crítica a lo que llamó historicismo, tradición en la que ubica a pensamientos filosóficos que se encuentran en la base de los llamados autoritarismos o corrientes que buscan sacrificar la libertad, por la responsabilidad que ella demanda, para retornar al mundo colectivista o tribal. Popper rastrea los orígenes de esta corriente de pensamiento desde Platón, pasando por Hegel y terminando en Marx.

Karl Popper, uno de los intelectuales más importantes del siglo XX, creyó útil llamar la atención sobre los errores que encierran las teorías conspirativas de la sociedad: consisten en que cuando algo no nos gusta o sucede algo malo en el mundo, acusamos o hacemos responsable a alguien de lo que ha sucedido. Son peores aún  cuando se efectúan de manera intencional.

 De entre ellas, subraya la que concibe la guerra, la pobreza y el desempleo como resultado de una intención perversa en busca de un chivo expiatorio se alientan  conspiraciones reales. Pero según el filósofo, muy pocas veces logran sus objetivos, aunque hacen sufrir al que se toma de cabeza de turco. 

Popper nos muestra también la que encierra el prejuicio de que las opiniones de los hombres siempre están determinadas por su auto interés.

En La sociedad abierta y sus enemigos se formula la “Paradoja de la tolerancia”. A grandes rasgos, esta plantea que la tolerancia ilimitada puede conducir a la desaparición de la tolerancia y que si la tolerancia ilimitada se extiende aquellos que son intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto con ellos, de la tolerancia en sí misma.

Cabe recordar en este punto que La sociedad abierta y sus enemigos se gestó durante los años del apogeo del nacionalsocialismo en Alemania. El mismo Popper tuvo que huir de los nazis para no terminar en campos de concentración como algunos de sus familiares y colegas. Es evidente que el contexto de aquella época fue el telón de fondo para su formulación. Por ello, usualmente se afirma que el autor abogó por impedir la expresión de propuestas marcadamente intolerantes y que veía con buenos ojos su represión.

No obstante, Popper consideró que estas posiciones intolerantes no deberían ser reprimidas por la fuerza en tanto pudieran ser contrarrestadas mediante argumentos racionales y, así, mantenerlas ante la opinión pública como planteamientos marginales. El único escenario en que admite la posibilidad de prohibirlas, si es necesario usando la fuerza, es cuando estas no busquen imponerse mediante el raciocinio y opten por la violencia. “Debemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Debemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia […]”, escribió.

En función a esta mirada, convendría que nuestro Estado preste mayor cuidado a su política de acercamiento hacia grupos que en los últimos tiempos han brindado no pocas y evidentes muestras de intolerancia, racismo, poca disponibilidad al diálogo, acoso político y hasta actos de violencia contra quienes no piensan como ellos, llegando incluso a perseguir a sus víctimas a domicilio. Tal sector encarna todo lo que debemos erradicar de nuestra sociedad, aun cuando algunas autoridades parecen no tener plena conciencia de ello.

Esta teoría, por regla general, sólo se aplica a los demás, a aquellas personas cuya opinión difiere de la nuestra. Es así como nos impide escuchar de forma paciente las opiniones de los otros y tomarlas en serio. Impide la discusión, produce un deterioro de nuestra curiosidad natural, de nuestro interés por hallar la verdad de las cosas.  

En vez de preguntarnos cuál es la verdad sobre un tema particular planteamos una pregunta de mucha menos importancia: ¿cuál es su interés personal, cuales sus motivos ocultos?

Detiene el aprendizaje de quienes tienen opiniones que no coinciden con las nuestras. Popper alerta sobre el peligro que engendra: lleva a la disolución de la unidad basada en nuestra común racionalidad.

Creer que la discusión racional o crítica sólo es posible entre personas que coinciden en lo fundamental implica que la crítica o discusión sobre los fundamentos de lo que se plantea no es posible. Para aprender a evitar las equivocaciones deberíamos aprender de ellas, encubrirlas constituye el mayor pecado intelectual.

ERRORES

El gran filósofo nos alienta a aceptar con gratitud cuando otras personas nos llaman la atención sobre nuestros errores, sin olvidarnos cuando somos nosotros quienes los señalamos, que los hemos cometido  porque  de este modo se  favorece la tolerancia. 
Nos señala que la crítica debe ser lo más impersonal posible, dando razones a favor o en contra de una teoría definida y criticable.

La aproximación a la verdad debe estar alejada de los ataques personales para que nos ayude a lograr una mayor comprensión, aún en el caso de no alcanzar un acuerdo. 

La búsqueda de la verdad y la idea de aproximación a la verdad, explica Popper, son principios éticos como lo son también la idea de integridad intelectual y falibilidad, las cuales nos conducen a la idea de autocrítica y tolerancia.

Considera mucho más importante que saber quién tiene razón, si se está más o menos cerca de la verdad objetiva. Es una obligación, afirma, no dárselas de profetas,  algo así como innovadores religiosos, capaces de revelar los secretos más profundos de la vida, intentando en vez de ilustrar, dominar.  Advierte que tenemos en Occidente muchos falsos dioses y profetas, hay personas que creen en el poder y en esclavizar a los demás, otras creen en en una ley de la Historia que podemos adivinar y que nos permite prever el futuro. 

Hay profetas del progreso y profetas de la reacción. También hay adoradores de los dioses del Éxito y la Eficacia,   creyentes en el crecimiento de la producción a cualquier precio, en el milagro económico y en el poder del hombre sobre la naturaleza.

Si bien todos ellos encuentran discípulos fieles, Popper piensa que tienen más influencia los quejosos profetas del pesimismo, los que rechazan la sociedad de alta complejidad en que vivimos. 

Resalta, más allá de sus defectos, las bondades de nuestra civilización. La cuestión no es para él quien debe gobernar sino que haya instituciones políticas que impidan a los gobernantes incompetentes o poco honestos,  no causar mucho daño. 

Por eso expone que lo fundamental es el problema de los pesos y contrapesos mediante los cuales se puede controlar al poder político, su arbitrariedad y abuso.

Es pueril, asegura, perseguir ideales en política. Cualquier hombre razonablemente maduro en Occidente sabe que toda acción política consiste en elegir el menor mal. 

Considera que debemos estar orgullosos de no tener solo una idea, una creencia o una religión sino muchas,  algunas buenas y otras malas. Sólo Occidente puede permitírselo y eso, afirma, es el signo de su suprema fuerza. 

Si Occidente acordara -como lo hizo la Unión Soviética-  en tener una idea y una creencia única, una sola religión, sería el final, nuestra capitulación, nuestra rendición al totalitarismo.   

Hoy todos estamos al tanto que este sistema político implica la eliminación de los partidos y rivales, una doctrina única obligatoria, el monopolio de las comunicaciones, el control del sistema educacional, la policía secreta destinada a controlar a la población civil, a  la Iglesia y a la religión. Destruye, hasta donde sea posible, toda espontaneidad social. 

No define Karl Popper al liberal como simpatizante de un partido político sino a quien aprecia la libertad individual y tiene siempre presente los peligros de todas las formas de poder y autoridad.

La libertad de pensamiento y la libre discusión son valores liberales, juegan un papel importantísimo en la búsqueda de la verdad, nos permite el descubrimiento gradual de nuestros prejuicios. 

Por ello distingue a la democracia, nos la describe como la forma compatible con la oposición política pacífica y efectiva, reclama libertad política.

No puede conferir beneficios al ciudadano pero proporciona el marco normativo, el armazón en el cual se puede actuar de una manera más o menos organizada, coherente. Sin embargo, no olvida señalar que las mayorías toman a menudo decisiones equivocadas.

Se ha de insistir dice,  en los derechos y libertades de las minorías, las cuales  no  pueden ser invalidados por ninguna decisión mayoritaria.  

La tradición de la discusión racional heredada de los griegos nos consiente en el campo político la tradición de gobernar mediante la discusión, y con ella el hábito de escuchar el punto de vista del otro, el desarrollo del sentido de la justicia y la predisposición al compromiso. 

Con respecto a la opinión pública, uno de los pilares de la democracia, Popper advierte que puede ser un peligro para la libertad cuando se aleja de la tradición liberal,  constituyéndose en árbitro de “la verdad”. 

En cuanto al Estado, nos muestra la necesidad de su existencia porque sin él los más débiles no tendrían ningún derecho legal para ser tolerados por los más fuertes. Se lo necesita para que proteja el derecho de todos de vivir y ser protegido contra el poderoso. 
Siendo el Estado un mal necesario, al poseer el monopolio de la violencia debe ser considerado un peligro: sus poderes no deben multiplicarse más allá de lo inevitable,  las instituciones deben  protegernos del mal uso de esos poderes, aunque nunca podremos eliminar completamente el riesgo, no existe la panacea. 

No deberíamos olvidar en este precario resumen de sus ideas, la importancia que siempre tiene el azar en toda circunstancia histórica, puede crear condiciones para que ciertos individuos puedan actuar  como fuerzas capaces de quebrar el  siempre  precario equilibrio social. 

El próximo presidente debería moverse dentro de un proceso que afirme el sistema de partidos, la opinión pública institucionalizada y el Estado de Derecho, naturalmente,  con todas las limitaciones iniciales que es razonable esperar,  por la magnitud de los cambios estructurales que se necesitan para debilitar la dominante raíz corporativista que ha operado, en Argentina, con altibajos durante tantos años.