Las feministas tratan mal a los hombres
La obsesión con el mal comportamiento de los hombres desvía la atención de los problemas de fondo. Ridiculizarlos y criticarlos no es la forma de mostrar que la revolución feminista es una lucha por la igualdad y que queremos contar con ellos

KARIN HIEBAUM. “FEMINISMO LIBERAL”.

Charla en el estudio. Invitada especial: Karin Hiebaum, periodista, desde Viena.

Los liberales estamos por las libertades individuales: queremos debatir la legalización de las drogas, que en América hemos sufrido mucho por la fallida guerra contra las drogas; debatir el feminismo liberal, la inmigración como un derecho humano, la libertades sexuales…

En este espacio he escrito con frecuencia sobre la libertad y su importancia absoluta para todos los ámbitos de nuestra vida; por algo decimos, “en la duda, la libertad”. En esta ocasión quiero plantear una pregunta: ¿qué implica ser un verdadero liberal?

Recientemente tuve la oportunidad de leer el libro de Deirdre McCloskey, “Why Liberalism Works”, una compilación de 50 ensayos donde responde a esta pregunta desde varias perspectivas: desde lo social y humano, hasta lo económico y político.

Para plantear una respuesta, debemos empezar por considerar el parteaguas que representa el Gran Enriquecimiento del siglo XIX, que fue impulsado por ideas de innovación y de libertad. La Revolución Industrial, materializó esta innovación en artefactos como la máquina de vapor y otras tecnologías, lo que eventualmente se tradujo en un incremento significativo en los ingresos de los trabajadores, a la vez que disminuyó su trabajo físico. En resumen: menos esfuerzo y mayor calidad de vida para todos.

A esta etapa en la historia por lo general se le relaciona directamente con el capitalismo. Pero, de acuerdo con McCloskey, el Gran Enriquecimiento no se puede explicar solo por la acumulación de capital, como argumentan varios economistas o como el mismo nombre de este sistema económico sugiere. Se explica también por las ideas que surgen del liberalismo, una forma de pensar que permite al grueso de la población -por primera vez en la historia- tener una voz. Esta diversidad de puntos de vista es precisamente lo que nos enriquece.

Adam Smith planteó la importancia de lograr igualdad ante la Ley y que todos puedan tener la oportunidad de abrir un negocio u ocupar un puesto de trabajo. Coincido con Adam Smith y Deidre McCloskey en un punto esencial: el desarrollo económico es consecuencia de la libertad. Ninguna mejora es posible sin la capacidad de reinventarse, porque la innovación es hija de la libertad.

Tampoco podemos dejar a un lado la discusión política en torno al liberalismo. McCloskey resalta que la libertad, en la visión tanto de izquierda como de derecha, ha adquirido, paradójicamente, un significado coercitivo y acotado por el gobierno.

Además, el uso de la palabra “liberal” se ha pervertido: algunos la usan con relación a la simple acumulación de capital y otros, como los autodenominados “progresistas”, la utilizan para definirse -mientras que, contradictoriamente, proponen restringirnos al impulsar regulaciones cada vez más absurdas.

La autora muestra las diferencias entre los grupos autodenominados “liberales” y los que realmente se apegan al significado de esta palabra. También argumenta que el concepto de “capitalismo” se debe traducir como el “enriquecimiento global” y no como la visión simplista de acumular por acumular. Es tan absurdo pensar que el dinero es un fin en sí mismo como afirmar que la riqueza es perversa.

El enriquecimiento global, que surgió con la libertad de mercado, aumentó el ingreso promedio diario de los trabajadores en países como Estados Unidos, de tres dólares en el siglo XIX, a 130 dólares en la actualidad. Todo esto, en la mitad de horas de trabajo, consecuencia de la innovación incesante.

El proteccionismo del gobierno en el comercio generalmente corrompe, al favorecer al productor ineficiente pero vinculado políticamente y fijar un impuesto a las empresas que ofrecen bienes y servicios baratos, con lo que siempre se termina perjudicando a los segmentos más vulnerables. Esto viola la libertad de competir en el mercado para ofrecer mejores bienes y servicios, a precios cada vez más accesibles. Bien lo expresó Henry David Thoreau: “El gobierno es mejor cuando gobierna menos”.

Se habla mucho sobre la brecha entre ricos y pobres, pero la fuente más importante de inequidad ocurre por falta de oportunidades. Si millones de personas competentes logran salarios atractivos, esto beneficia a la economía en su conjunto: la riqueza no se debe distribuir, la riqueza se debe crear.

McCloskey lo ejemplifica muy bien al señalar que no importa cuántos brazaletes de diamantes tenga un rico comparado con un pobre, lo que importa es que haya leyes laborales más flexibles que permitan a las personas de la base de la pirámide garantizar su consumo de bienes básicos y proveer una buena educación para sus hijos.

El liberalismo resultó en un incremento significativo en la calidad de los bienes y servicios disponibles para la gente en la base de la pirámide, donde se encuentra la verdadera riqueza de las naciones. La libre competencia nos ha hecho especialmente ricos en capital humano y nos ha convertido en una sociedad más equitativa para lo que realmente importa: calidad de vida, mejores bienes y servicios y mayor democracia.

El filósofo y economista Friedrich Hayek, nos enseñó que un verdadero liberal acepta los cambios en sí. La clave es renovarse. Libertad, innovación y competencia son los ingredientes de la fórmula infalible de creación de prosperidad incluyente.

Un verdadero liberal no se define en la dimensión política de izquierda o derecha, sino que se ubica en una escala distinta. Para él, lo más importante es que los más vulnerables entre nosotros tengan la posibilidad de acceder a una vida digna.


Profile de Karin Hiebaum

Periodista, titular de neurociencias en la Universidad Sigmund Freud en Viena, Austria.
Corresponsal en exteriores para RT de Moscú, RT de España y RTL de Alemania, Suiza y Austria.
Ex embajadora de Austria ante la Union Europea.
Presidente de Mujeres Republicanas Internacionales y Secretaria General del Partido Liberal Austríaco.
Miembro de la Fundacion Mises y representante en el liberalismo libertario en Austria con Herman Hoppe. 

La mujer antes de la Revolución Alfarista

Sabido es que, durante la Colonia, España trasladó a los pueblos conquistados su propio sistema social, y con su aliada la Iglesia, los organizó a imagen y semejanza del orden medieval.

De ahí que los hombres hispanos que vinieron a América, “por Dios y por el Rey”, con la ayuda del caballo y el estruendo de los cañones, utilizaron el miedo y el terror imperantes en la metrópolis para dominar a los conquistados y someterlos a una cruel servidumbre.

Si aquello sucedió con los nativos en general, ya podemos imaginarnos cómo fue su proceder con las mujeres indias, las cuales, a más de sufrir las típicas formas de opresión colonial, eran víctimas del abuso sexual de los conquistadores. Un capitán “era bueno con sus hombres” cuando de su botín de guerra repartía a todos joyas e indias hermosas y galanas.

La india y la negra constituían el último peldaño de la escala social y eran tratadas como animales de carga. Sin importar la clase social, todas las mujeres vivían humilladas, víctimas de la omnipotencia del hombre, a quien la costumbre le autorizaba a pegarle y la tradición a ejercer sobre ella el derecho de vida y muerte. Carente completamente de derechos, además del indispensable catecismo, la mujer hispana era educada estrictamente para las labores de la casa, donde el manejo de la aguja era impartido en forma especial.

Su trabajo consistía en traer hijos al mundo y ocuparse del hogar. Para esto se la preparaba desde pequeña, considerándola débil y enseñándole a adorar al hombre por fuerte, inteligente, sostenedor de la familia. Hasta 1768 en Quito, capital de la Real Audiencia, no existía un solo colegio para mujeres, y como lo expresa el arzobispo Federico González Suárez, a ellas solo se les enseñaba a leer en libros impresos, por cuanto “durante largo tiempo hubo en la Colonia una preocupación, hondamente arraigada, de que a las mujeres les era nocivo y aun peligroso saber escribir”.

Si a alguna se le ocurría incursionar en los campos de la cultura y el arte se la consideraba anormal y hasta de dudosa feminidad. La mujer casada carecía de toda capacidad legal. Solo en 1871 el Código Civil otorgó a la madre la patria potestad sobre sus hijos, pero solo a falta del padre, y estableció la presunción de la autorización general del marido para la mujer casada que ejercía públicamente profesión e industria, mientras no haya reclamación o protesta por parte del mismo.

Todas las injusticias y ominosos prejuicios que el yugo colonial estableció en contra de la mujer, haciendo de ella un ser sumiso y oprimido, fueron arrastrados por la República hasta el triunfo de la Revolución Liberal Alfarista, la cual, como hemos visto en reseñas anteriores, dio en breve los mejores frutos con leyes y decretos trascendentales que mejoraron realmente su condición.