Si los socialistas caen en la adoración del Estado, la estatolatría, los libertarios como Milei están enfermos de odio al Estado, estadofobia.

El que demuestra no saber cómo funciona el mercado es Milei, ya que ignora, por ejemplo, que está formado por empresas que tratan de distorsionarlo con su inmenso poder de influencia y manipulación. Algo que subrayan los liberales desde Smith a Hayek pasando por Eucken o Jean Tirole. En el liberalismo, a diferencia del anarco-capitalismo de Milei, el Estado y el mercado son instituciones complementarias. Las sociedades más prósperas y libres son aquellas con una mejor regulación de la dialéctica entre Estado, mercado y sociedad civil. Un exceso de mala regulación conduce al socialismo. Un defecto de buena regulación conduce a la anarquía, sea en versión socialista o capitalista (tanto monta, monta tanto).

Argentina corre el peligro de pasar de la Escila peronista a la Caribdis randiana, distopías peligrosas. Milei cree en el Mercado como quien cree en Dios. Como si fuera una entidad sobrenatural con propiedades místicas. Su visión sobrenatural de los derechos confluye en una teología capitalista, una involución respecto a la tradición liberal.

cierta en criticar el feminismo radical. Pero de nuevo por razones equivocadas. Su concepción religiosa de los derechos le lleva a pretender prohibir el derecho al aborto. En este caso se sitúa junto a los libertarios reaccionarios, bien lejos, paradójicamente, de libertarios como Rothbard o Rand, que eran pro elección, y cercano a las corrientes religiosas fundamentalistas que proliferan en Hispanoamérica. Al menos, en algo puede estar de acuerdo con el peronista Papa argentino filomarxista… Los extremos se tocan en algunos puntos al menos.

Cada vez que Milei dice «socialistas» reprobatoriamente está queriendo decir «socialistas y liberales». Acierta al describir cómo la izquierda ha asaltado la esfera de la cultura, las universidades, la Constitución… Pero Milei no solo pretende acabar con el socialismo, también con el liberalismo. Se me podrá decir que para combatir un movimiento del péndulo hace falta un movimiento pendular parecido en sentido contrario. Puede ser. Pero siempre y cuando se sea consciente de que el populismo y el sectarismo son malos. Escribía Hayek, una bestia negra para libertarios como Ayn Rand y Walter Block, que:

Hoy por hoy, en efecto, los defen­sores de la libertad no tienen prácticamente más alternativa, en el terreno político, que apoyar a los llamados partidos conservadores. Encierra indudables peligros esa asociación de los parti­darios de la libertad con los conservadores, en común oposición a institu­ciones igualmente contrarias a sus respectivos ideales. Conviene, pues, tra­zar una clara separación entre la filosofía que propugno y la que tradicional­mente defienden los conservadores.

El presidente argentino ha sido la sensación del evento. Javier Milei les ha explicado el capitalismo de la libertad a los capitalistas del intervencionismo. También en Davos, el CEO de JP Morgan, tradicionalmente cercano a Obama, sorprendió a los periodistas de una televisión progre norteamericana explicándoles que Trump finalmente ha demostrado tener razón en cuestiones como la inmigración y China. Ahora bien, si es cierto que Trump acertaba, lo hacía por las razones equivocadas. Y aunque Milei acierta en defender el capitalismo de la libertad, también lo hace por las razones erróneas.

El discurso de Milei en Davos tuvo dos partes. Una buena y otra mala. En la primera parte hace una acertada descripción del capitalismo como el modo económico de la Ilustración con una vibrante defensa del carácter heroico del empresario –en la estela de Schumpeter, Kirzner y Ayn Rand– como creador de riqueza. Con la excepción del hegeliano Macron, no hay en todo el planeta un líder político con los conocimientos económicos y filosóficos de Milei.

Pero en la segunda parte desbarró Milei con el libertarismo, la enfermedad infantil anarco-capitalista. Necesitamos a liberales para desafiar a los socialistas, no a conservadores ni a libertarios. Milei se manifestó como un antisocialista, pero también como un antiliberal, atacando precisamente los fundamentos de la prosperidad, la libertad y la seguridad del Estado de Derecho liberal. En su lugar, defendió la sectaria ley de la selva económica y el obsoleto laissez faire. El simplismo del modelo de Milei le lleva a negar la realidad de los fallos de mercado, convirtiendo al Mercado en un Dios infalible y al Estado en un Demonio a destruir. Si los socialistas caen en la adoración del Estado, la estatolatría, los libertarios como Milei están enfermos de odio al Estado, estadofobia.

Un fallo de mercado no es una contradicción; una contradicción, en todo caso, sería el declarado libertarismo de Milei y su acción de gobierno, donde no ha desmantelado el Estado sino que, correctamente y con un enfoque liberal, lo está tratando de regular mejor. Es sintomático que cuando los libertarios llegan al poder abandonan sus ensoñaciones utópicas (que ni siquiera tratan de llevar a la práctica, como sí hicieron los socialistas utópicos en falansterios y kibutz) y terminan domesticados por el principio de realidad y los modelos complejos liberales. Le pasó a Alan Greenspan en la Reserva Federal y le está sucediendo a Javier Milei en la Casa Rosada. En lugar de dinamitar el Estado, como pretenden los libertarios, los liberales tratan de diseñarlo de manera que ningún inútil pueda hacer demasiado daño si llega al poder antes de poder sustituirlo sin recurrir a la violencia, mediante elecciones libres. Necesitamos el racionalismo científico y crítico de Karl Popper, fundamento del liberalismo evolucionista de Hayek, no el racionalismo radical y dogmático de Ludwig von Mises, cimentador de los delirios anarquistas de Murray Rothbard y los ancaps norteamericanos (a los que Antonio Escohotado descalificaba rotundamente como «banda de subnormales dirigidos por un analfabeto»).