Las mil vidas de Carolina de Mónaco, la princesa más triste y bella del mundo
Fue la novia de Europa, la royal más elegante y dueña de una belleza hipnótica. Pero también fue la niña que creció en un palacio alejada de sus padres, la joven esposa engañada por un playboy, la madre viuda con 30 años y la mujer que se casó con un hombre tan aristócrata como furibundo. La hija mayor de Rainiero y Grace Kelly cumplió 65 años
Quizá cuando Carolina de Mónaco era pequeña detestaba que le contaran historias de princesas. Como las princesas de los cuentos, ella vivía en un hermoso palacio, rodeada de lujo y cosas bonitas, pero a diferencia de esas princesas que vivían cantando y bailando, ella no sabemos si se sentía infeliz pero sí bastante sola.
Como casi ningún niño del mundo, Carolina creció en un palacio. Como pocos niños en el mundo, no creció bajo la mirada amorosa de sus padres sino de su niñera. “Teníamos más contacto con ella que con nuestros padres”, recordó hace algunos años. A su padre, el príncipeRainiero, y a su madre, la bellísima Grace Kelly solo tenía permitido verlos tres veces al día y no todos los días. Hasta que cumplió 14 años tuvo vedado compartir la mesa con ellos.
“No me parezco a mi madre en absoluto. Físicamente me parezco a mi abuela paterna. Era una mujer muy libre y original. Fue enfermera durante la guerra, luego visitante de la prisión. Totalmente inclasificable”, contó (Getty Images)
Maureen Woodhabía cumplido 19 años cuando los Grimaldi la contrataron para hacerse cargo de Carolina, que tenía un año, y de Alberto, su hermano menor recién nacido. Fue su niñera la que le enseñó a caminar y andar en bicicleta, la que la consoló en medio de una pesadilla y las que le organizó una mini cena de gala cuando Rainiero y Grace marcharon a la boda de los reyes de Grecia. Solo una vez al año, los principitos se separaban de Maureen para veranear junto a sus padres. Cuando Maureen se iba, Carolina y su hermano gritaban “¡no te vayas, no te vayas!” y estaban tristes varios días, tanto que en muchas ocasiones, Grace Kelly llamó a Wood para que volviera antes de sus vacaciones.
La vida en el palacio tenía más de cárcel que de fiesta. Carolina y su hermano no iban a una escuela sino que recibían clases particulares junto a otros tres chicos elegidos no por afinidad afectiva sino por pertenecer a familias de la aristocracia monegasca. Los amigos eran algo desconocido, Rainiero solía decirle a su hija que no debía confiar en los demás, excepto en su familia.
Carolina detestaba las sesiones de fotos oficiales porque se sentía “parte de un decorado”, pero amaba escabullirse a la biblioteca. Leía en francés e inglés. Le gustaban las clases de danza clásica y también las de natación y esquí. Cuando le preguntó a su mamá que algún día le gustaría ir a la universidad, ella cortó su deseo con un “estudiar no es para mujeres”. Recién a los doce años la anotaron en el colegio Saint-Maur, en Mónaco, y luego en, el St. Mary’s School Ascot, en Inglaterra, donde acudían todas las hijas de aristocracia europea. Años después elegiría para sus hijos un modelo de educación bien diferente: escuelas públicas y con chicos de todas las clases sociales.
Carolina recordó cómo fue criada junto a su hermano: «Teníamos que estar siempre listos, seguir las órdenes. Éramos demasiado jóvenes. A los 12 años yo estaba exasperada, no quería tener nada que ver con eso» (Rene Maestri/Sygma/Sygma via Getty Images)
Las vacaciones escolares solía pasarlas en la casa de sus abuelos maternos en Filadelfia o a algún campamento infantil estadounidense. Al terminar el secundario desoyó el mandato materno y decidió anotarse en la Sorbona. Se licenció en Filosofía pero también hizo cursos de biología y psicología. Se perfeccionó en idiomas, al inglés que hablaba con su madre, el francés que hablaba en el principado le sumó italiano, alemán y castellano.
Desde chica, Carolina aprendió que además de los custodios siempre la seguirían los paparazzi, pero al terminar la adolescencia pasó de ser la niña bonita para transformarse en la princesa deslumbrante. Heredera legítima de la belleza y elegancia de su madre sumó además un estilo que rompía moldes. Fue la primera princesa que dio una entrevista descalza en su cocina y la primera que se anotó en una universidad donde la elite intelectual era más importante que la elite aristocrática. Tanto que un profesor alguna vez le dijo: “estás ocupando el sitio de un estudiante digno”.
Tan bella como libre, tan elegante como natural, Carolina se transformó en “la princesa rebelde”, pero también en la mujer con la que los hombres amaban soñar y sin embargo ella sentía lo contrario. “Desde la edad de 14 años hasta los 30, o quizás incluso hasta un poco más tarde, estaba completamente convencida de que todo el mundo me detestaba. Y me decía a mí misma: ‘Si tanto me odian, que me dejen en paz de una vez. Si solo van a decir cosas horribles o crueles sobre mí, que me dejen tranquila. ¡No le he pedido nada a nadie!’. Reconozco que podía llegar a ser bastante agresiva”.
Grace Kelly ansiaba que su hija mayor se casara con el príncipe Carlos, pero ella lo encontraba demasiado aburrido
Carolina se había convertido en una joven y hermosa princesa cuyo reino eran las portadas de las revistas y nadie le disputaba ese trono. Fue entonces que conoció a Philippe Junot que no era de la aristocracia pero ostentaba el título de “emperador de la noche”. Se encontraron en un boliche de París. Cuando lo vio por primera vez se sintió terriblemente atraída por ese hombre, 17 años mayor, hijo de un poderoso empresario pero del que nadie sabía su profesión. “Es un futbolista”, “es un rico heredero”, “es un banquero”, decían algunos pero todos coincidían en “es un playboy”. A Junot le gustaba la noche, el lujo, las mujeres y lucir camisas abiertas que dejaban ver sus cadenas de oro.
Cuando Grace y Rainiero conocieron a semejante candidato pusieron el grito en el cielo. La primogénita siguió con su noviazgo y frente a la oposición de sus padres jugó fuerte. Fue fotografiada en topless junto a su prometido en la cubierta de un yate. La imagen recorrió el mundo, ante semejante presión no hubo vuelta atrás y los padres cedieron.
La boda fue el 29 de junio de 1978. Los novios recorriendo las calles del principado, vitoreados por los vecinos. La luna de miel fue en la Polinesia, pero el viaje fue registrado por distintos fotógrafos, al parecer avisados por el flamante esposo.
En su boda, lució un vestido de dos piezas con delicados bordados florales, mangas transparentes y firmado por Christian Dior. El conjunto lo completaba los adornos en el pelo, peinado en rodetes que servían para sujetar el velo y que solo podían quedarle bien a ella ( ulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)
La vida de casados fue una sucesión de fiestas, viajes y eventos sociales. Pero ya lo dice el dicho “el zorro pierde el pelo pero no las mañas” y pronto comenzaron a trascender las infidelidades de Junot. A Carolina se la veía cada días más triste, demacrada y sola.
Pasaron apenas dos años y 41 días de la boda cuando el matrimonio se terminó. Una revista tituló “Se acabó el capricho”. Philippe reconoció que “Yo no era un hombre adecuado para Carolina. Pertenecemos a dos mundos distintos”.Al parecer, la decisión de conquistar a la princesa nació de una apuesta hecha con amigos en un cabaret de Mónaco. Algo que pesó cuando el Vaticano decidió anular el matrimonio entre el emperador de la noche y la princesa más bella de su tiempo.
Carolina recuerda su boda y matrimonio con Junot como «una locura de juventud» (Photo by Sonia Moskowitz/Images/Getty images)
Carolina vivió otros romances, con Roberto Rossellini, hijo del cineasta y con el tenista argentino, Guillermo Vilas. Siguió ocupando portadas pero el 13 de septiembre de 1982, la vida de los Grimaldi cambiaría para siempre. A los 52 años, Grace Kelly moría cuando su auto cayó por un barranco en un confuso accidente. Su hija con 25 años recibía el título de primera dama de Mónaco pero sobre todo dos tareas titánicas: suceder a su madre como representante del glamour del principado y sostener a su padre en su dolor infinito.
Otra vez una imagen de Carolina dio vuelta al mundo. Ya no era la novia feliz sino una muchacha vestida de luto riguroso que sin perder una pizca de su elegancia mostraba en su rostro todo el dolor de haber perdido a su madre.
La muerte de Grace Kelly fue el inicio de una serie de tragedias familiares que fueron sacudiendo a los Grimaldi (Casa Real de Monaco)
En el verano de 1983, durante un crucero por Córcega, Carolina conoció a un apuesto italiano, Stefano Casiraghi. El muchacho de 23 años -tres menos que ella- no era de la nobleza pero sí de una familia millonaria del norte de Italia. Graduado en Economía, alegre, culto y buen mozo, ambos se enamoraron. El 29 de diciembre de 1983, seis meses después de conocerse se casaban por civil. Fue una ceremonia discreta y de apuro: Carolina estaba embarazada.
El 8 de junio de 1984 nació Andrea. Fue el primero de los tres hijos que tuvieron en cuatro años. El 3 de agosto de 1986 llegó Charlotte, y el 5 de septiembre de 1987 Pierre. Feliz y plena a Carolina ni siquiera le molestó que las normas eclesiásticas consideraran a sus hijos ilegítimos -algo que los excluía de la sucesión al trono- por no haberse casado por Iglesia.
Visiblemente enamorada, feliz con su familia parecía que Carolina por fin tenía lo que queremos todos: un gran amor, una linda familia y ningún problema económico. Al matrimonio se lo veía mimarse ya sea en un torneo de tenis, en el gran premio de Montecarlo o en las playas de Saint Tropez. Dispuesta a no repetir el modelo de familia perfecta para y distante para el abrazo, Carolina se divertía con un hijo a upa y los otros agarrados a su vestido. Las nannys podían ayudar pero jamás reemplazarla. Si de chica la obligaron a aparecer perfecta en las fotos oficiales, no exigió lo mismo para sus hijos. En las imágenes se la veía divertida haciendo malabares para que sus hijos se quedaran quietos y riendo sin disimulo.
Carolina de pequeña detestaba las sesiones oficiales de fotos. Ya como madre posaba natural y divertida con sus hijos (Photo by Pierre Perrin/Sygma via Getty Images)
El 3 de octubre de 1990, mientras Carolina realizaba compras en París, su esposo murió piloteando una lancha de offshore. La muerte enmudeció de dolor a la princesa tanto que fue su padre quien le explicó a sus nietos que se habían muerto Stefano. Tres días después, la pena era tan gigante que Carolina se descompuso en el funeral.
A la semana, visitó a la familia de su marido y el 19 de noviembre, rota de dolor, participó en una misa. Después se exilió/escapó/escondió en Saint Remy, un poblado en la Provenza francesa. Se mudó a una granja, se dedicó a sus hijos, cambió su yate por un bote, el caviar por un sándwich, el ruido por el silencio; la princesa rebelde, la más linda de todas se convirtió en la “viuda de Europa”, la mujer de los ojos tristes y el alma rota.
En el funeral de Casiraghi, Carolina se mostró destrozada: su padre tuvo que sostenerla (Michel Dufour/WireImage)
Pasó un tiempo y a Carolina se la volvió a ver acompañada de Vincent Lindon, un actor francés. Hasta que una noticia otra vez dio la vuelta al mundo: su romance con el príncipe Ernesto Augusto de Hannover.
El príncipe parecía un gran candidato, pertenecía a una de las familias nobles más importantes de Europa. Pero había un pequeño detalle: estaba casado con Chantal Hochuli, una de las mejores amigas de Carolina. El estrés provocado por una relación que comenzó clandestina provocó que la princesa comenzara a perder su cabello. Para ocultar el problema en galas y eventos aparecía con pañuelos y turbantes, lo increíble/maravilloso es que seguía igual de elegante e incluso logró imponer ese look.
El matrimonio con Hannover no funcionó (Photo by Franco Origlia/Getty Images)
El 23 de enero de 1999 sorprendió a todos cuando se casó con Hannover. A los 6 meses nació Alexandra. Durante 10 años participaron de viajes y bodas reales y también protagonizaron algún papelón como cuando Carolina apareció sola en la boda de Felipe de España y Letizia porque su esposo se quedó en el hotel superando una resaca.
Los problemas con el alcohol del marido, su mal carácter y sus constantes “deslices” -léase engaños- hartaron a Carolina. El matrimonio llegó a su fin en 2009, tras varias infidelidades por parte del príncipe, quien incluso fue fotografiado a los besos con otra mujer en una playa de Tailandia, mientras ella estaba esquiando con sus hijos. Separada de hecho nunca se divorció de derecho. Según dicen es para conservar el título de princesa de Hannover y sobre todo, las propiedades.
«La educación de mis hijos no tiene nada que ver con la que recibí”, recordó Carolina y su hija Charlotte agregó: “No fuimos mimados por preceptores a domicilio. Asistimos a escuelas públicas donde aprendimos que es muy educativo enfrentarse a la diversidad humana y social” (POOL/Getty Images)
Si como esposa, Carolina las pasó feas, como madre le fue mejor. Su hijo Andrea se casó con Tatiana Santa Domingo, una bella multimillonaria. Pierre se casó con Beatrice Borromeo, una elegante aristócrata italiana. Charlotte que heredó esa belleza categoría premium resultó más díscola. Vivió varios romances y tuvo un hijo con el actor francés Gad Elmaleh, pero en 2019 se casó con el productor francés Dimitri Rassam y desde entonces lleva una vida tranquila y sin escándalos.
Con 65 años, Carolina sigue marcando tendencia con su elegancia y estilo. Continúa detestando a los paparazzi pero se resigna a “sonreír para la foto”. Parece que por fin encontró el equilibrio entre la vida que quiere vivir y la que le toca vivir o simplemente aprendió a vivir aferrada al hechizo de una sonrisa. Quizá porque sabe que cuando lloraste tanto, a veces algo es mucho.
«Les decía a mis hijos que podía mostrarles la puerta, enseñarles a hacer llaves, pero solo ellos encontrarían la manera de abrirla» (Photo by Arnold Jerocki/Getty Images)
Stéfano Casiraghi: la trágica historia del gran amor de Carolina de Mónaco
Hace 62 años nacía en Milán el hombre que con el tiempo le devolvería la alegría y la fe en el amor a la mayor de los Grimaldi. Formaron una familia feliz y un matrimonio soñado, pero un accidente terminó con la vida del italiano cuando cumplió 30 años
Stéfano y Carolina eran la pareja perfecta: él, un atractivo y culto millonario, y ella, una de las princesas europeas más hermosas y populares (Photo by PL Gould/Images/Getty Images)
En el verano de 1983, Carolina seguía siendo la princesa más bella, rebelde y triste de Europa. Alcanza con mirar algunas fotos de ese momento para comprobar por qué era la más bella. De su rebeldía tampoco quedaban dudas. De novia con Roberto Rosellinni, había elegido un joven que aunque era el hijo mayor de Ingrid Bergman y el director italiano Roberto Rossellini no pertenecía a ninguna monarquía.
Su tristeza también era evidente. Tres años antes se había divorciado de Philippe Junot, el hombre por el que se enfrentó a sus padres, el playboy conocido como “el rey de la noche” y que, según supo después, se había casado con ella no por amor sino para ganar una apuesta hecha con amigos en un cabaret de Mónaco. Ese último año, al dolor por el desamor se le sumó otro. Su madre, la mítica Grace Kelly había muerto en un accidente de auto. Sí no cabían dudas, Carolina era la princesa más bella, rebelde y triste de Europa.
Philippe Junot era 17 años mayor que Carolina pero Stéfano era tres aos menor. (Photo by Jack Tinney/Getty Images)
En el verano de 1983, Stéfano Casiraghi era un apuesto italiano de 23 años. Había nacido el 8 de septiembre de 1960. Sus padres, Giancarlo Casiraghi y Fernanda Biffi pertenecían a la nobleza… empresarial. Multimillonarios, se habían dedicado primero al carbón y luego a una empresa de aires acondicionados, pero la gran fortuna llegó cuando lograron ser los distribuidores de la petrolera Esso en Italia. Stéfano asistió a las mejores escuelas privadas y católicas de Milán. Fue alumno de la Universidad Bocconi donde estudió Economía aunque no alcanzó a recibirse. Si bien no tenía título sí tenía talento y comenzó una serie de emprendimientos inmobiliarios que acrecentaron aún más la fortuna familiar. En el plano del amor tampoco le iba mal. Aunque muy tímido, tenía una elegancia innata, una pinta no apabullante pero evidente y una conversación culta y divertida que lo convertían en un príncipe no de cuento pero sí muy real. Su corazón estaba ocupado -o al menos eso creía- por una joven llamada Pinuccia Macheda.
Fue en ese verano del 83 que Francesco Caltagirone organizó un crucero y decidió invitar a sus amigos. Entre ellos estaban Carolina y Stéfano. Según cuentan, en algún punto entre Córcega y Cerdeña, posiblemente en la casita secreta que Carolina de Mónaco poseía en la isla de los multimillonarios, la isla de Cavallo, ambos olvidaron a sus parejas. Carolina rompió con Robertino y Stéfano con Pinuccia, que solo años después reconoció: “Lo perdono porque está en su perfecto derecho de amar a la mujer que desee”.
Stefano desarrolló gran parte de su trabajo en el sector de la construcción. En 1984 fundó una de las empresas líderes en Mónaco en esa área, ENGECO S.A.M. Actualmente su hijo Pierre trabaja en ella.
La atracción entre Carolina y Stéfano fue tal que, cuando terminó el crucero ,se subieron a un avión y pasaron dos semanas en Nueva York. Después volaron a París para terminar en Milán. Stéfano se quedó asombrado con las dotes políglotas de Carolina que pasaba sin problemas del inglés al francés, del castellano al alemán para terminar riéndose con él en italiano. Ella estaba encantada con ese muchacho que aunque era tres años menor y -como le habían dicho en el crucero- sabía “cómo cuidar y amar a una mujer”.
Dos meses después de ese primer encuentro estaban tan enamorados que decidieron que era el momento de conocer a los padres. Al príncipe Rainiero no le fue difícil aceptar a ese joven que aunque tímido se mostraba muy astuto para los negocios pero también con valores muy grandes y un gran sentido de familia.
Después de Rainiero llegó el turno de conocer a la mamma, la madre de Stefano y referente de los empresarios italianos en Montecarlo. La primera vez que Fernanda vio a su futura nuera quedó fascinada por su sencillez y recordó que el príncipe Raniero III le había advertido “no creas todo lo que leés de nosotros, mi hija es una buena chica”. La complicidad entre ambas mujeres fue instantánea. Con el tiempo, Carolina también llamaría mamma a su suegra, costumbre que todavía mantiene.
Caroline y Stefano Casiraghi en1984 sorprendido por fotógrafos en Nueva York. (Photo by Images Press/IMAGES/Getty Images)
El 29 de diciembre de 1983, seis meses después de conocerse y solo diez días después de anunciar su compromiso se casaban por civil. La boda por iglesia en el rito católico era imposible. Aunque la princesa Grace antes de su muerte había hablado personalmente con el papa Juan Pablo II no había logrado la anulación del matrimonio de su hija con Junot. Para la Iglesia, la muchacha seguía casada, por eso la boda de Carolina y Stéfano fue el primer matrimonio ilegítimo del católico principado monegasco.
La ceremonia fue discreta y de apuro: Carolina estaba embarazada, algo que en esa época era bastante escandaloso. La boda fue oficiada por Noël Museux, presidente del Consejo Nacional de Estado y duró apenas veinte minutos. Carolina lució un vestido diseñado por Marc Bohan para Christian Dior. Llevaba un anillo de oro con tres zafiros: rosa, amarillo y azul, al parecer único en el mundo, regalo de su novio.
El vestido de Carolina disimulaba su incipiente embarazo
La ceremonia no se realizó en el imponente Salón del Trono, donde Carolina se había casado en primeras nupcias, sino en el coqueto pero más discreto Salón de los Espejos. Solo hubo 30 invitados: la familia directa, algunos amigos, y en representación de Grace Kelly viajaron desde Filadelfia su hermana Lizanne LeVine, y su hija, Grace. No asistieron representantes de casas reales, políticos ni celebridades como Cary Grant, Ava Gardner y Gregory Peck, invitados a su boda con Junot. A la pareja no le importó. Carolina ya había tenido su boda “real y protocolar” y prefería no recordarla.
El 8 de junio de 1984, cinco meses y medio después de la boda nació Andrea. Fue el primero de los tres hijos que tuvieron en cuatro años. El 3 de agosto de 1986 llegó Charlotte, y el 5 de septiembre de 1987 Pierre. Felices y plenos, al matrimonio no le molestó que las normas eclesiásticas consideraran a sus hijos ilegítimos -algo que los excluía de la sucesión al trono- por no haberse casado por Iglesia.
Para el «posado oficial», Carolina y Stéfano impusieron un estilo descontracturado y natural que imitan otros royals hasta la actualidad. (Photo by Pierre Perrin/Sygma via Getty Images)
Enamorados, felices con su familia parecía que tenían lo que queremos casi todos: un gran amor, una linda familia y ningún problema económico. Al matrimonio se lo veía mimarse ya sea en un torneo de tenis o en el gran premio de Montecarlo. En invierno disfrutaban de las pistas de esquí de St. Moritz y en verano de las aguas de St. Jean Cap Ferrat. Stéfano se incorporó a las actividades oficiales y protocolares y logró algo que parecía impensado: la aprobación y una buena relación con sus cuñados: Alberto y la entonces compleja, princesa Estefanía.
Dispuesta a no repetir el modelo de familia perfecta para las fotos pero distante para el abrazo, Carolina se divertía en las imágenes protocolares con un hijo a upa, los otros agarrados a su vestido y su marido sonriente y natural. Con Stéfano decidieron que las nannys podían ayudar pero jamás reemplazarlos, por eso era frecuente verlos jugando y paseando con sus hijos.
Stéfano se sumó a las actividades protocolares y también realizó proyectos inmobiliarios en Mónaco. (Photo by Alain Nogues/Sygma/Sygma via Getty Images)
Entre su rol familiar y sus tareas como empresario, Stéfano tenía tiempo para dedicarse a su pasión: la velocidad. El italiano participó en numerosas carreras de autos como la Porsche 944 Cup y hasta logró convencer a Carolina para que lo acompañara en el rally París-Dakar en 1985. La aventura no terminó del todo bien porque el camión con el que competían volcó y tuvieron que abandonar. Si a Stéfano los autos le gustaban, todavía más lo fascinaban las lanchas veloces. Era fanático del offshore, especialidad conocida como “la Fórmula 1 del agua”.
El marido de Carolina comenzó a competir en 1984 y ese mismo año estableció el récord mundial de velocidad: 278,5 kilómetros por hora. En 1989 se coronó campeón del mundo en Atlantic City. Stéfano competía en Clase I donde según el piloto argentino, Oscar Rodríguez: “En la Clase I de hasta 16 litros, el dinero es ilimitado y ya empezó a imponer sus leyes, como el caso de Stefano Casiraghi, que a pesar del respaldo de los bancos del principado no alcanza a terminar una carrera porque siempre rompe el motor”. Pese a las críticas como competidor, el italiano era un hombre querido. Con Daniel Scioli eran muy amigos y en tiempos de carreras solían cenar juntos pastas que cocinaba el argentino en su tráiler, donde se juntaban varios pilotos.
Stéfano Casiraghi se destacó como empresario y también como piloto de offshore
El 3 de octubre de 1990, Carolina realizaba compras en París con su amiga Inés de la Fressange. Temprano había hablado con su esposo, que ese día competiría en Montecarlo con su lancha Pinot di Pinot. Ella esperaba que cumpliera su promesa de retirarse a los 30 años. Él le había asegurado que lo haría pero que antes intentaría revalidar su título de campeón en esa, su última competencia.
Ese día, aunque estaba nublado, el mar parecía tranquilo en Saint-Jean-Cap-Ferrat, la península privilegiada entre Cannes, Montecarlo y Niza donde se desarrollaría la carrera. La Pinot de Pinot de 12,8 metros, cinco toneladas, dos motores de 800 caballos estaba preparada para ganar. “Genial, va todo perfecto”, le dijo un confiado Stéfano a su copiloto y amigo Pierre Innocenti.
El marido de Carolina de Mónaco había ganado 12 de las 80 carreras de offshore en las que participó desde que empezó a competir en 1984. (Photo by Tom Stoddart/Hulton Archive/Getty Images)
Comenzó la carrera con la Pinot liderando sin problemas y a 175 km por hora; entonces la tragedia. Una ola inesperada provocó que la lancha volara por los aires girando sobre sí misma, hasta chocar violentamente con el agua y quedar invertida. Innocenti salió despedido, pero Stéfano quedó atado a su asiento. Las crónicas de esa época cuentan que los equipos de rescate llegaron con rapidez. Socorrieron a Innocenti que solo sufrió heridas leves. Stéfano no sobrevivió. Aunque al principio existieron dudas sobre si se ahogó, la causa oficial de la muerte fue la violencia del impacto.
MientrasCarolinaviajaba de París a Niza, y de allí en coche a Mónaco, el cuerpo de Stéfano fue trasladado primero al hospital Princesa Grace, donde no hicieron más que certificar su muerte y de allí, a última hora de la tarde, al tanatorio ubicado enfrente. Los Grimaldi estaban en shock. Ocho años antes un accidente de auto terminaba con la vida de Grace Kelly y ahora, otro accidente provocaba la muerte del hombre que había logrado sanar el corazón de Carolina.
Según las pericias, Casiraghi murió al instante por el impacto
Carolina quedaba viuda a los 33 años, tras siete de matrimonio. La muerte la enmudeció de dolor tanto que fue el príncipe Rainiero quien tuvo la triste misión de explicarle a sus nietos que ya no tenían papá. Tres días después, se realizó el funeral. La pena de Carolina era tan gigante que se descompuso en medio de la ceremonia. Si no se desmoronó del todo fue porque su padre, todo el tiempo, la sostuvo de su brazo.
A la semana, visitó a la familia de su marido y el 19 de noviembre, rota de dolor, participó en una misa. Después se exilió/escapó/escondió en Saint Remy, un poblado en la Provenza francesa. Se mudó a una granja, se dedicó a sus hijos, cambió su yate por un bote, el caviar por un sándwich, el ruido por el silencio; la princesa rebelde, la más linda de todas se convirtió en la “viuda de Europa”, la mujer de los ojos tristes y el alma rota.
La muerte de Stéfano sumió a Carolina en una tristeza profunda que la llevó a alejarse del principado