Por Jorge Sanchez

La empresarialidad puede entenderse como un objeto de cultivo. Concedido esto, podríamos pensar que puede contribuir a catalizar procesos de cambio como los comentados por la columna semanas atrás. En paso más, en nuestro medio estaríamos inducidos a pensar que es la universidad local un ámbito idóneo para eso. Imaginar un curso de acción en ese sentido debiera asumir algunas restricciones importantes.

El modelo científico tecnológico argentino es un producto del pensamiento estructuralista latinoamericano. En líneas generales, este lo supone como un facilitador del proceso sustitutivo de importaciones. Aportaría soluciones técnicas a los problemas de escala de una economía cerrada, de mercados pequeños y canalizadas por la planificación centralizada. En contraste, la evidencia histórica atestigua que el desarrollo tecnológico está imbricado a las exportaciones cuya competividad depende entre otras cosas de la incorporación permanente de tecnología en mercados expansivos.

La Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco UNPSJB tuvo por misión fundacional dar soporte al desarrollo económico de la región por la vía de la formación de recursos humanos y la investigación científica. Claro producto de una concepción que subrayó las bondades de la planificación económica, esplendorosa en la formación de economistas argentinos entre los sesenta y setenta del siglo pasado. Entre ellos, los que revistando en organismos nacionales llevaron adelante los estudios de factibilidad del caso.

El concepto de universidad seguido por los líderes académicos que dominan su gobernanza está incluso hoy, invariablemente alineado a las consignas de la reforma universitaria de 1918. Entre ellas destacan la autonomía universitaria y la gratuidad de la educación superior. Respuestas educativas para un país integrado al mundo por su dominio sobre los recursos estratégicos del siglo XX, los naturales. Entrado el XXI, el país es ajeno a los recursos estratégicos de la época representados por el conocimiento. De ahí su irrelevancia, que incluso expone la soberanía nacional sobre el Atlántico Sur.

Si la gratuidad cristalizó como ideología en sucesivas generaciones de estudiantes, la autonomía devino en aislamiento institucional al calor de los presupuestos federales. La función social de la universidad se ha replegado sistemáticamente hacia su auto reproducción antes que hacia alguna misión transformadora del entorno. Relativamente aislada, los criterios de verdad en la producción científica tienden a asentarse más en la ideología que en la eficacia de alguna transferencia sobre procesos reales de mercado.

El resultado es la pauperización académica que desde luego impacta en la formación de recursos humanos y las prioridades de investigación. Cursos de economía que confunden barreras de entrada al mercado con regulaciones, de sociología reducida al feminismo radical, el indigenismo y en general consignas contestatarias, lo atestiguan. La noción de investigación y transferencia reducida a gastar recursos federales y concursos docentes cerrados a la competencia de proyectos académicos aseguran el aislamiento y cierto blindaje a eventuales contingencias de la nación y la región.

Mención aparte merece la relación concreta con el entorno de negocios de la universidad. Una cotización de servicios de educación continua nominada en dolares estadounidenses, que los funcionarios encargados de esos servicios no conozcan los regímenes de crédito fiscal, o que una pasantía asocie un porcentaje del incentivo al alumno como cargo para la empresa cobrado por la unidad académica, atestiguan como mínimo una enorme distancia respecto de la misión fundacional de la universidad. Es claro que existen islas cuya dinámica contrasta con estas prácticas, pero desde luego no son las generalizables.

El cultivo de la empresarialidad ciertamente requiere de un sistema razonable de gestión de prestaciones educativas, espacio físico y talento como solo la universidad alberga. Pero su ausencia llana de los planes de estudio en carreras de ciencias sociales y económicas mas el enfoque corporativista de relacionarse con el medio, llama la atención sobre una extrema urgencia. La revisión de los supuestos y prácticas universitarias para evitar que se mantenga de espaldas a lo que viene y pueda convertirse en efectivo contribuyente del cambio. Sigamos pensando.

Jorge Sánchez es Consultor Asociado en Claves ICSA Master of Business Administration por Broward International University, Diplomado en Políticas Públicas por UNPSJB, Diplomado en Economía Austríaca por ESEADE y en Negocios Internacionales por UNLZ. Las imágenes son producciones del artista local Mauro Esains.