Podemos mediante el recuerdo, mirar hacia atrás y rememorar nuestro natalicio ante el cual surgirá, nos dice, la «gratitud por el don absoluto de la vida (…) pues incluso en la desdicha se celebra la vida»
Es el descalabro de la natalidad que padecemos, la «cuestión de las cuestiones» de nuestro tiempo como acaba de hacer público The Lancet: para 2050, más de las tres cuartas partes de los países tendrán tasas de fertilidad tan bajas que no podrán mantener el tamaño de su población. Y esta tendencia será en 2100 la del 97 por ciento de los países. Ya Nietzsche anticipó la «vocación por la nada» de nuestra época, en la que el avance del nihilismo tiene en la progresiva extinción de los hijos su más simbólico exponente. Frente al ser del hijo, del nacimiento humano, se postula culturalmente el «no ser» de su ausencia que pone en peligro la continuidad de nuestro mundo e historia.
Y es en esta tesitura crepuscular donde surge, por oposición, la luminosa oportunidad de la obra de la pensadora judeo-alemana Hannah Arendt (1906-1975) una de las cumbres del pensamiento filosófico del pasado siglo especialmente en su dimensión política.
En contraposición con la fascinación por la nada de su profesor y maestro Heidegger tan influyente hoy, que ve en la muerte el sentido del ser y al hombre como «ser para la muerte», Arendt pone el énfasis dentro de la estructura de la vida humana no tanto en su fin sino justamente en el polo opuesto de su mismo comienzo: en nuestra natalidad. El nacimiento visto así como el modo en que el ser humano «entra en el mundo», supone que cada uno de nosotros sea un «Inicio», en este caso de una vida inédita en la que precisamente el comenzar nuevas cosas en el mundo (proyectos, iniciativas, deseos, transformaciones… ) resulta la capacidad suprema de nuestra condición humana. Por eso para Arendt no somos tanto «mortales» cuanto «natales», ya que hemos venido a la vida para comenzar antes que para morir. Y desde estas premisas opuestas a la primacía de la extinción y la nada, da el salto a su original concepción política: como la acción es justamente la actividad política por excelencia, entonces el hecho de la natalidad (y no la mortalidad) se convierte en la categoría central, en el quicio, de lo político. Justo lo contrario de las experiencias totalitarias del nazismo y estalinismo que tan bien conoció y diseccionó, que mediante el Terror y el estrangulamiento de la libertad anulan la espontaneidad humana propia del hombre entendido como «ser de comienzos» o «principiante novedoso». Toda pulsión totalitaria y toda política «inhumana» inciden -como comprobamos hoy en el drástico fracaso de nuestra natalidad- como basamento último en lo mortecino, en la mecanización de nuestra vidas con la desaparición de la realidad personal y comunitaria, una vez disuelta la voluntad espontanea en el reino de la necesidad.
Por el contrario, una concepción política basada en el hecho del nacimiento de cada ser humano concibe a éste como un sujeto libre que «vive entre» una pluralidad de otras personas existentes que constituyen el mundo nuestro. Y ello posibilita tanto la convivencia de nuestra polis como garantiza con sus comienzos y recomienzos la continuidad del mismo, lo que hoy a la vista de las cifras demográficas se ha puesto en duda.
Hay también otra derivación esclarecedora y oportuna de esta primacía de la natalidad en el planteamiento de Arendt. El hecho decisivo de nuestro nacimiento aparece en nuestras vidas como la fuente de nuestra memoria, del recordar y por tanto del agradecimiento (tan olvidado hoy). Podemos mediante el recuerdo, mirar hacia atrás y rememorar nuestro natalicio ante el cual surgirá, nos dice, la «gratitud por el don absoluto de la vida (…) pues incluso en la desdicha se celebra la vida». Justamente, lo que echamos en falta en tantas políticas actuales, cuyo énfasis en el fin y no en el comienzo del ser humano explica el fondo nihilista de sus planteamientos y la desaparición del fenómeno del agradecimiento entre nosotros por el hecho de haber venido al mundo. Todo esto y muchos más descubrimientos valiosos nos da gratuitamente la generosidad intelectual de Arendt y su voluntad de comprender el mundo y lo humano.
Por ello, ante la encrucijada en que nos encontramos bien podemos verter nuestra mirada turbada en los ensayos de nuestra pensadora de la natalidad humana, tan original y luminosa como inclasificable. Esa misma que escribió:
«El milagro que salva al mundo, la esfera de los asuntos humanos, de su normal y natural ruina es en última instancia el hecho de la natalidad.»
Y construir así una nueva política necesaria en estos momentos baldíos, que desde el amor mundi inicie nuevos cursos de acción opuestos a la «fascinación por la nada» de nuestros días y salve de este modo, como ella anhelaba , la continuidad humana y el sentido del mundo.