La preocupación de Occidente por el enfoque chino de dominar
el mundo necesita un análisis profundo de la estrategia de Pekín
y los desafíos que enfrenta.
Las experiencias de la primera Guerra
Fría pueden ser reveladoras respecto a la política de las grandes
potencias de formar alianzas basadas en la convergencia de intereses económicos, ideológicos y militares; y cuestionar la capacidad de China para perseguir un resultado comparable en una realidad mucho más compleja
Finales de agosto de 2023, Johannesburgo. Seis nuevos miembros amplían el llamado club brics. En todo el mundo, los comentaristas se centran en el único ganador: China, quien, se dice, formaría un club de equilibrio contra el G7 dominado por Occidente.
El discurso cobra fuerza también porque, desde hace algún tiempo, prevalece un supuesto general que reza que China está centrándose en la dominación mundial para reemplazar a los Estados Unidos, el antiguo poder hegemónico. La evidencia de tal suposición parece demasiado obvia: nadie como el presidente de China, Xi Jinping, enfatiza, en cada ocasión, que el «destino compartido de la comunidad humana» ya no estará dirigido por Occidente. Ideólogos estatales chinos, como el filósofo y profesor Zhao Tingyang, han promovido durante más de tres años la tesis del universalismo chino —el todo bajo el cielo o tianxia— como una mejor base teórica —que cualquier sistema occidental, como la propuesta por Emmanuel Kant— desde la que plantear el mundo del siglo xxi. Enfrentamientos reales en el sudeste asiático, el sur de Asia, el noreste de Asia y, cada vez más, en África y América Latina se describen con un lenguaje llano en el que solo hay dos combatientes: China contra Estados Unidos.
Sin embargo, si se mira de cerca, surge una duda razonable: el hecho de que el club brics, cuya ampliación ha estado visiblemente impulsada por China y Rusia, aparezca como otro club, distinto del G7, ¿es ya una declaración de desafío de China hacia Occidente, no se diga ya de un desafío exitoso? ¿Cómo es la relación entre los cuatro miembros fundadores Brasil, Rusia, India y China? ¿Están liderados por China?
Por no hablar de los seis nuevos miembros, con conflictos entre ellos, como el de Arabia Saudita contra Irán. ¿Cabe esperar que China medie en un conflicto de raíces religiosas con una historia de siglos? La realidad es mucho más compleja de lo que es aparente, también de lo que el liderazgo chino bajo Xi
Jinping pudiera desear.
En cuanto a tres de los cinco miembros iniciales de los brics: Brasil, Sudáfrica e India, ninguno de ellos está muy interesado en la iniciativa de China de impulsar el proceso conocido como desdolarización. India todavía se siente bastante vinculada a Rusia como un aliado tradicional en el ámbito geopolítico. Como contraste, China ha comenzado a debilitar la influencia de Moscú en Asia Central, por ejemplo. Tres meses antes de la cumbre de Johannesburgo, el presidente Xi Jinping presidió una cumbre con cinco Estados de Asia Central. Rusia, que considera a Asia Central como su patio trasero, no estuvo presente. Como revancha, en julio Moscú invitó a Vietnam, Filipinas y la India, tres contendientes de China, a un «simposio» centrado en las disputas en el Mar Meridional de China, que esta ha declarado como su «zona de interés central», negando a los demás cualquier derecho de reclamo. Esta vez, Pekín no fue invitada.
El «destino compartido
de la comunidad humana»
ya no estará dirigido por
Occidente (Xi Jinping).
Se podría pensar que los esfuerzos de China en Johannesburgo fueron solo para vincular redes más allá de Occidente, en el sentido de una «desobediencia» y no como una medida realista para establecer un anti club alrededor de China. Otra conocida organización internacional con un rol similar, la llamada Organización de Cooperación de Shanghai (ocs), también fue ampliada recientemente con Irán como nuevo miembro y la perspectiva de incluir a Bielorrusia en el futuro.
Una vez más, muchos medios occidentales leen esto como una señal de los esfuerzos de Rusia y China para contrarrestar la abrumadora influencia de las organizaciones occidentales, como la otan y la serie de
nuevas alianzas, aún en formación, como la aukus (eua, Gran Bretaña y Australia) o el Quad (eua, Japón, Australia e India). Y, de nuevo, nadie puede identificar, de manera confiable, que China juegue un papel de líder o, al menos, de moderador. Más bien, todo lo contrario: los países de Asia Central están tratando de neutralizar el dominio ruso. Pakistán está tratando de escapar del control económico y militar tecnológico de China.
Si Rusia y China no han podido preservar el control sobre los países dentro de su propia órbita, si Rusia y China, por igual, parecen luchar contra países con los según momento creyeron contar, ¿cómo podemos estar seguros de que ha llegado su momento para enfrentar los desafíos globales a los que, por otra parte, ellos creen que se enfrentan, con Rusia atrapada en el atolladero de la guerra en Ucrania, por ejemplo?
Más convincente que unirse a múltiples clubes como la ocs o los brics resulta el hecho de que, hasta ahora, China no ha mostrado señales de querer formar una alianza propia, con bases geoeconómicas, geopolíticas y geo militares. Hasta ahora, cualquier gran potencia ha necesitado dichas bases
para dominar, así sea, solo amplias regiones, por no hablar del mundo. Washington formó la otan a principios de la década de los cincuenta y sigue siendo fiel a esta alianza, incluso bajo el mandato de un absolutamente imprescindible Donald Trump.
Hasta su desmantelamiento en 1991, la ex Unión Soviética permaneció leal al Pacto de Varsovia en sus tres niveles: económico (Comecom), político (Comintern) y militar (Pacto de Varsovia). Ninguna de las principales disputas con el polo opuesto se llevó a cabo sin vincularla con la alianza: en la crisis de los misiles cubanos (1963), en la Guerra de los Seis Días (1967) en Medio Oriente, en la guerra del Golfo (1991) y en la guerra de Kosovo (1999). Del lado de la antigua Unión Soviética, contamos la invasión de
Checoslovaquia (1967) y la guerra de Afganistán (1979). La propagación del impacto, también en sentido económico, derivado de esta construcción de bloques ha sido global durante toda la Guerra Fría.
La experiencia de la Guerra Fría pudiera resultar reveladora. Muchos ya hablan de una Guerra Fría 2.0 con China como principal adversario de Occidente. Si es así, la lógica sería: durante más de cuatro décadas, la ex Unión Soviética y los Estados Unidos fueron poderosos. Cada uno de los dos fue, y es, capaz de arruinar a nuestro mundo, una y otra vez, con tan solo la fuerza de sus arsenales nucleares. Sin embargo, ni siquiera ambos podrían dominar el mundo sin una alianza firme y confiable, en ninguno de los tres sentidos: ideológico, económico y militar. ¿Qué nos hace creer que esta aparente regla de hierro de construir y promover una alianza confiable y duradera no sería aplicable para la recién llegada China? ¿No necesitaría, China también, una esfera de influencia geoeconómica, al menos, para hacer converger los intereses básicos de muchos países haciéndolos depender de Pekín como los países de Europa alguna vez dependieron de Moscú?
Alguien podría notar que, para China, formar una base política común con vistas a una alianza no sería sencillo, puesto que Pekín no dispone ni de la ideología comunista ni de una religión mundial, como el islam, para que múltiples aliados se le unan. Militarmente, durante la Guerra Fría la ex Unión Soviética superó muchas veces a su adversario, los Estados Unidos, en términos de alta tecnología. Por ahora, incluso los estrategas estadounidenses más preocupados argumentan que, en algunas áreas, China
podría estar acercándose peligrosamente al nivel de alta tecnología de los Estados Unidos.
Apenas está confirmada una toma de control sustancial. ¿No implicaría esto para Pekín la urgencia de una alianza militar, mucho más importante que lo fue para Moscú durante la Guerra Fría? ¿No estamos asistiendo ya a los primeros pero cautelosos pasos de acercamiento de China a Vladimir Putin?
Ni siquiera África
sigue siendo leal a China
como principal donante
Finalmente, el debate sobre el desacoplamiento impulsado por los Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump, y posteriormente adoptado como estrategia occidental, denominado estrategia de reducción de riesgos, significa para cualquier gran economía una diversificación de la producción industrial de todos los bienes críticos fuera de China. China se encuentra bajo una presión sin precedentes: su escala industrial, establecida en función de la producción de acero, cemento, vidrio, máquinas industriales básicas, tornos e incluso automóviles, desapareció, puesto que actores principales de Estados Unidos, Japón, Corea del Sur, Gran Bretaña, Francia y Alemania, entretanto, también movieron su foco de atención lejos de China, hacia otros países como Indonesia, Vietnam y la India. Además, el volumen del mercado que seguía atrayendo inversiones occidentales que llegaban a China se marchitó. Ahora, el desempleo masivo y la caída del poder adquisitivo de la clase media, junto con una desastrosa política e control de la pandemia, desde 2020 hasta principios de 2023, persuaden a que más dinero abandone China, dejando obsoleta el arma más afilada de Pekín para luchar contra el dominio occidental. Una esfera económica confiable, centrada en torno a China, ayudaría mucho a neutralizar la presión.
Pero no se vislumbra ninguna de importancia.
Alrededor de la vecindad con China se pueden considerar tres zonas de libre comercio reales, o posibles, de influencia global: la rcep incluye a China pero está bien equilibrada con muchos otros actores como Japón, Corea del Sur y Singapur. El cptpp, liderado por Japón y al que se han sumado potencias europeas como Gran Bretaña, mantiene a China excluida. Y el apec, que, de cualquier forma, todavía está luchando con tener una opción de libre comercio.
Mientras tanto, otros actores importantes están acelerando sus esfuerzos para construir alternativas, como la Comisión Federal de Comercio de la Unión Europea con Japón, Corea del Sur y con estados miembros importantes de la asean, Vietnam y Singapur. La ue también ha iniciado negociaciones en torno a una Comisión Federal de Comercio con la India, pero no con China. Mientras que el cai, un acuerdo integral sobre servicios, inversiones y comercio, fue congelado en 2022 por la ue debido a disputas políticas, como la violación de los derechos humanos en Xinjiang.
No es de esperar su reapertura. De forma sorprendente, el fracaso de China a la hora de construir una esfera de influencia económica en el sudeste asiático, por ejemplo, se debe en parte al propio Partido Comunista. Bajo Xi Jinping, el partido gobernante de China está abandonando la doctrina de basar su legitimación de poder en el crecimiento económico. Una premisa que durante tres décadas permitió a China molestarse apenas en converger con la economía de estilo occidental. Sin embargo, desde su toma de posesión a finales de 2012, y en adelante, Xi declaró que el crecimiento económico, medido por el pib de China, ya no era su principal objetivo de desarrollo para que el país liderara el mundo, a más tardar en 2049
Al estilo del America First
de Donald Trump, China,
bajo el mando de Xi Jinping,
está aplicando una política
que podría denominarse
«Sólo China»
En cambio, combatir los peligros desde el exterior, especialmente aquellos que provienen de Occidente, se ha convertido en la prioridad principal de China. En consecuencia, buscar el acuerdo económico con
Occidente dejó de ser un método adecuado, a pesar de entender lo mucho que la economía china necesitaba la mayor cooperación posible con Occidente, o con cualquier otro socio influyente, como los brics o los Estados miembros de la ocs. Los conflictos de intereses con cualquiera, también con aquellos que pertenecen a ambos clubes, «más allá del alcance occidental», se ven cada vez más como amenazas a las que hay que hacer frente a cualquier costo y con base en el impulso económico de China en su conjunto.
Al estilo del America First de Donald Trump, China, bajo el mando de Xi Jinping, está aplicando una política que podría denominarse «Sólo China». Hasta ahora, a diferencia de la ue, China no ha emprendido negociaciones para una Comisión Federal de Comercio con América Latina en tanto región; prefiere prevalecer sobre cada uno de los países más pequeños y débiles, negociando con cada uno de ellos por separado para imponer los intereses chinos a cualquier costo.
Sin haber formado ninguna alianza geopolítica y geomilitar remotamente comparable al estilo de las superpotencias de la Guerra Fría, y sin ninguna posibilidad de hacer converger sustancialmente sus intereses económicos con los de sus socios en el mundo, la única herramienta que le queda a China para afirmar su deseo de dominar el mundo es una opción militar-tecnológica. La carrera armamentista, unida a la convergencia de la producción civil con la capacidad militar (doble uso), se acelera; en algunas áreas de alta tecnología como los misiles hipersónicos está dando alcance a una superpotencia como los Estados Unidos. Esta es una realidad preocupante para Occidente, que ha lanzado un boicot cada vez más estricto en todos los sectores de alta tecnología, empezando por la alianza de los cinco en el ámbito de los chips, formada por eua, Corea del Sur, Japón, Taiwán y los Países Bajos
Para repetir la pregunta abierta: en comparación con la antigua Unión Soviética, que durante la Guerra Fría muchas veces superó la alta tecnología estadounidense, en términos de capacidad real e industrial-militar; y en comparación con la firme alianza de Moscú bajo la forma del Pacto de Varsovia —donde China, como parece, solo podría contar consigo misma—, ¿bastaría, in absentia, para que Pekín cuestione e incluso ponga de cabeza la estructura de poder existente en el mundo de hoy y, más aún, en el de mañana?
Muchos factores, que determinarán el rumbo futuro de China, siguen siendo una incógnita. Solo una cosa está clara: la determinación de los dirigentes del pcch de cumplir lo que se conoce como el sueño chino de superar a todos los demás en el mundo. Uno puede dudar, con razón, sobre la posibilidad real de que China lo consiga.
Sin embargo, el mundo debe recordar que Mao Zedong en la década de los sesenta soñó consistentemente con una revolución mundial, no solo para acabar con el imperialismo mundial como tal, sino también para prevalecer sobre el traicionado campo socialista dominado por Moscú; lo que significa que la China de Mao desafió a ambas superpotencias al mismo tiempo.
Por muy pobre que fuera China entonces, por poco realista que pudiera parecer la visión de que Pekín abrumara a cualquier gran potencia del mundo, la visión de la revolución mundial ayudó a Mao a sobrevivir todas las luchas internas e intestinas por el poder. En cuanto a la supervivencia de China, en 1971 fue el propio Mao quien, todavía soñando con su revolución mundial, decidió desviar toda la política exterior de China de cualquier utopía socialista y dirigirla hacia el campo imperialista, liderado por Estados Unidos. Cinco años después, en 1976, Mao murió. Pronto, su imperio desaparecería, cuando China abrió las puertas al mundo.
Ahora, con crisis sin precedentes estallando en el interior de China y un creciente aislamiento con respecto al mundo exterior, ¿necesita Xi Jinping el sueño de dominar el mundo por las mismas razones? Es decir, en ausencia de esa visión ¿podría su imperio, como el de Mao, colapsar como un castillo de naipes?
Una opinión sobre “¿De la revolución mundial a la dominación mundial?”
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