El fatalismo del mandatario francés en su segundo discurso en la Sorbona marcó el pistoletazo de salida de la precampaña de las elecciones europeas
Mi mensaje de hoy es simple: debemos ser conscientes de que nuestra Europa es mortal, puede morir». Más de siete años después de su histórico discurso en la Sorbona, el pasado jueves el presidente francés volvió a exponer en el mismo escenario su visión sobre el futuro de Europa.
Para Macron, Europa se encuentra «cercada» frente a las grandes potencias regionales y se ve directamente afectada por la creciente crítica y el cuestionamiento de los valores de la democracia liberal.
No tardó en resaltar que el que Europa se vea «debilitada o incluso relegada» en la próxima década «depende únicamente de nuestras elecciones».
Daba comienzo así el presidente de manera solemne (en esto es un experto) a su precampaña electoral.
Ciertamente, ante las malas proyecciones para su formación en las elecciones europeas de junio, un impulso como este se consideraba necesario en las filas liberales francesas.
Aunque, más que un impulso, la lista encabezada por Valérie Hayer parece necesitar un milagro para sobreponerse a la conservadora Agrupación Nacional, algo que por ahora sigue estando fuera del alcance del presidente.
De hecho, Macron no dudó en sacar pecho por los importantes avances en Europa a pesar de las crisis atravesadas.
Resaltó por ejemplo que el concepto de soberanía europea, que él mismo introdujo, se había impuesto en Europa, pues «ya nadie se atreve tanto a proponer salidas, ni de Europa, ni del euro».
Como era de esperar, la quimera de la «autonomía estratégica» protagonizó gran parte del discurso del presidente, quien abogó por una «Europa poderosa» que se haga respetar y garantice su seguridad.
Si bien puede ser deseable que Europa asuma una mayor responsabilidad en la protección de sus fronteras y en la seguridad de las regiones colindantes, la realidad es que ahora mismo este objetivo se antoja lejano y que muchos en Europa se siguen sintiendo cómodos bajo el «paraguas» estadounidense.
Macron sin embargo no desaprovechó la oportunidad de defender su idea de autonomía estratégica, apelando a que Europa no se mostrara jamás como «vasalla de EE. UU.» y a que tuviera su propia voz.
Aunque el afán del presidente resulta encomiable, cabría recordar, entre otras cosas, que mientras Washington aporta más del 40 % de la ayuda militar a Ucrania, la contribución francesa ronda el 0,7 %.
En otras palabras, sin la ayuda estadounidense, el temor expresado por Macron de que Europa «pierda su credibilidad» si gana Putin dejaría de ser un escenario hipotético.
El presidente sigue sin embargo decidido a liderar este proceso de autonomía, y ha anunciado que invitará en los próximos meses a los europeos a construir un «concepto estratégico» de «defensa europea creíble», que incluya por ejemplo un «escudo antimisiles europeo» así como una capacidad «europea de ciberseguridad y ciberdefensa».
Además, defendió una preferencia europea en la compra de material militar y apoyó la idea de un fondo europeo para financiar este esfuerzo.
Macron tuvo tiempo también para abordar la situación económica en Europa, poniéndose como objetivo lanzar la unión del mercado de capitales en los próximos doce meses.
Macron apeló a la necesidad de luchar contra el rezago económico europeo mediante una inversión masiva en la modernización de su economía y comprometiéndose firmemente con las transiciones digitales y ecológicas.
El presidente francés parece determinado a consumar el proyecto de mercado único concebido por Jacques Delors, pero resulta muy optimista asumir que la libre circulación de flujos financieros pueda lograrse en tan poco tiempo.
Al final de su discurso, Macron aseguró que los europeos «no somos como los demás», evocando el humanismo europeo y nuestra «relación única con la libertad y la justicia».
Terminó sin embargo lamentándose por que «nuestra Europa no se quiera» en este momento decisivo.
Puede que el presidente esté en lo cierto y todo se reduzca a una cuestión de amor, pero no parece que el problema sea el propio.