El 28 de julio se cumplirán cien años del nacimiento en Viena de Karl Raimund Popper, uno de los más originales e influyentes pensadores centroeuropeos del siglo XX. El filósofo español Jacobo Muñoz nos acerca a su figura y su obra y nos ayuda a comprender el alcance de su pensamiento, imprescindible para entender el siglo que ya se fue.
Al igual que Freud o Wittgenstein, Karl R. Popper nació y se formó en Viena, en el seno de una familia de ascendencia judía. Y al igual que ellos acabó sus días en el Reino Unido. En sus noventa y dos años de vida (1902-1994) conoció el irrepetible esplendor cultural de una Viena que pronto dejaría de ser la capital de un gran Imperio plural. Padeció las consecuencias de la Gran Guerra y los efectos de la Revolución Soviética en Centroeuropa. Vivió en carne propia el exilio tras la irrupción del nazismo. Y pudo finalmente, como su gemelo enemigo Wittgenstein, integrarse con éxito en el mundo académico inglés. Nombrado caballero por Isabel II, recibió en 1984 el Premio Alexis de Tocqueville por el impresionante conjunto de su obra, una de las más influyentes del siglo XX. Con la particularidad de que a diferencia de Gadamer o Carnap, pongamos por caso, la influencia de los escritos popperianos no se ha circunscrito al ámbito interno o gremial de los filósofos profesionales, por mucho que su presencia destaque largamente en representantes tan diversos del pensamiento filosófico de las últimas décadas como Hans Albert, Paul K. Feyerabend o Karl O. Apel. Como Ortega entre nosotros, Popper desbordó muy pronto, en efecto, ese ámbito restringido y su huella -la huella de un ilustrado de estirpe kantiana que gustaba de autodefinirse como “racionalista crítico”- está presente en científicos, en políticos, en teóricos del arte e incluso en eso que de modo provisional podríamos llamar la autoconsciencia de nuestra época.
No son pocos, en efecto, los rasgos -en ocasiones programáticamente radicalizados– que el racionalismo crítico de inspiración popperiana comparte con Kant: la creencia en la capacidad humana tanto de autodeterminación moral como de desarrollo de una razón crítica que no busca seguridades últimas sino, más allá de toda “estrategia de inmunización”, meras aproximaciones tentativas a una verdad nunca definitivamente alcanzable; la apuesta radical por la sorprendente e inagotable creatividad humana en todos los ámbitos; la convicción de que es el activismo de la razón el que ordena, mediante teorías, el mundo, de modo que todo enunciado sobre hechos debe ser asumido como una interpretación a la luz de una teoría dada; la creencia, en fin, en que el progreso humano en cuanto liberación respecto de la “minoría de edad autoculpable” es posible, en todos los órdenes, mediante la deliberación racional… Cierto es que Kant todavía era -en última instancia- fundamentalista. Y que la limitación de su horizonte científico a la física newtoniana, a la geometría euclidea y a la matemática clásica condiciona en sentido monoteórico su metaciencia. Pero, con todo, su legado opera sumamente vivo, cualificado en sentido falibilista y reconducido a un pluralismo perfectamente autoconsciente, en Popper.
En lo que hace al estatuto y validez de las teorías científicas el “racionalismo crítico” no se interesa tanto por los mecanismos de confirmación positiva de las mismas, o por su reducibilidad -tan buscada por el Círculo de Viena en alguna de sus fases- a tal o cual tipo de “enunciados básicos”, cuanto por su contrastación negativa, por su falsación, según el primado metodológico del ensayo y error. Con ello asume paralelamente, como va de suyo, que el desarrollo del conocimiento tiene lugar mediante la eliminación de las teorías falsadas, esto es, desconfirmadas por la experiencia, y su consiguiente sustitución por otras en el marco de un proceso nunca cerrado, autocorrectivo, guiado por un método de “conjeturas audaces e ingeniosas seguidas por intentos rigurosos de refutarlas”, que Popper no duda en asumir como “el método de la ciencia”. Un método que hace suyo también el empeño de la verdad y de la objetividad con su aceptación de nuestra capacidad de aproximación tendencial a la verdad y de construcción de objetivaciones, de “mundos”. Aunque, desde luego, lo que a esta luz está realmente en juego no es tanto buscar “verdades” cuanto precaver errores.
Este principio conforma asimismo el carácter del racionalismo crítico en cuanto filosofía moral y política. Una filososía que se opone críticamente a los dogmas morales inamovibles y a los monopolios políticos de la verdad, así como a las teorías y utopías salvíficas, precisamente porque es consciente de los límites de nuestro conocimiento. O lo que es igual, de la omnipresencia de error. Una filosofía que, aceptando básicamente que “yo puedo equivocarme, tú puedes tener razón, y juntos podemos seguir acaso el rastro de la verdad”, considera la libre ocurrencia de puntos de vista en la democracia, en las “sociedades abiertas”, como la única forma racional de confrontación política y asume explícitamente la crítica de lo existente como motor del progreso, lo que explica el interés que despertó siempre tanto en medios liberales como socialdemócratas. (Helmut Schmidt, por ejemplo, incluyó en alguno de sus manifiestos programáticos la expresión y el concepto popperianos de “ingeniería social fragmentaria”). Una filosofía, en fin, que frente a la huida o el refugio en sistemas cerrados, propugna una actitud que el propio Popper ha caracterizado así: “El racionalista… es un hombre que trata de llegar a las decisiones por la argumentación o, en ciertos casos, por el compromiso, y no por la violencia”.
Es evidente que la obra de Popper suscita dudas. Y encierra zonas de sombra. La normatividad extrema de sus enfoques metacientíficos -tan criticada en su día por Kuhn y sus seguidores-, su optimismo progresista, su confianza un tanto ciega en el sentido común, su propio racionalismo en alguno de sus flancos… todo ello ha exigido y sigue exigiendo debate. Pero si algún filósofo del siglo XX puede reclamarse del legado de Kant, mereciendo a la vez la consideración de renovador del mismo, este es Karl R. Popper.
Viena 1902-1994 Londres
1902. Nace Karl Raimund Popper el 28 de julio en Viena (Austria), en el seno de una familia judía.
1918. Tras una larga enfermedad ingresa en la Universidad de Viena. Estudia Matemáticas, Física, Filosofía, Psicología y Musicología.
1919. Es el año más importante en la formación intelectual del joven Popper. Se acerca a las ideas políticas de izquierda, se une a la Asociación de Estudiantes Socialistas y pronto se desilusiona de las ideas marxistas. Descubre las teorías psicoanalíticas de Freud y Adler y se empapa del espíritu crítico de Einstein.
1925. Obtiene el diploma para la enseñanza de educación primaria.
1928. Se doctora en Filosofía con Karl Böhler, con una tesis “Sobre la cuestión metodológica en psicología del pensamiento”. Entra en contacto con el llamado Círculo de Viena, formado por intelectuales congregados alrededor de Moritz Schlick. La relación con sus miembros fue tensa y mantuvo una fuerte polémica con Wittgenstein.
1929. Obtiene el título para la enseñanza en secundaria de Matemáticas y Física. Da clases en Viena hasta 1935.
1930. Se casa con Josefine Anne Henniger.
1934. Publica su primer libro, La lógica del descubrimiento científico.
1935-6. El éxito del libro se extiende por Europa y es invitado a a dar clases en Inglaterra, donde sus estancias cada vez son más prolongadas. Sus trabajos se centran en Ciencia y Filosofía. El nazismo le fuerza a abandonar su país.
1937. Ejerce como profesor de Filosofía en la Universidad de Canterbury de Nueva Zelanda hasta el final de la II Guerra Mundial.
1938. La anexión de Austria le llevó a replantearse las bases de sus escritos de filosofía política y social.
1944. Publica los primeros dos volúmenes de La miseria del historicismo.
1945. Publica La sociedad abierta y sus enemigos y el tercer volumen de La miseria del historicismo.
1946. Regresa a Gran Bretaña, donde fija su residencia.
1949. Es nombrado miembro de la Academia Internacional de Filosofía de la Ciencia.También será miembro de la Academia Europea de las Ciencias, las Artes y las Letras, de la Real Academia de Bélgica, de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias y miembro honorario de otras instituciones.
1957. La editorial londinense Routledge & Kegan Paul edita en un solo volumen La miseria del historicismo.
1959. Se edita en inglés (Harper & Row) La lógica del descubrimiento científico.
1963-65. Publica Conjectures and Refutations: The Growth of Scientific Knowledge. Dos años más tarde es investido con el título de “sir”.
1969. Abandona la Universidad de Londres, aunque permanece como conferenciante.
1976-77. Publica sus memorias Unended Quest: An Intellectual Autobiography y un año más tarde El yo y su cerebro en colaboración con el premio Nobel John Eccles.
1982-84. Publica El universo abierto y El desarrollo del conocimiento científico. Recibe el Premio Tocqueville en Francia. Participa en un simposio internacional en Madrid que reúne a especialistas de todo el mundo para analizar su obra.
1989. Recibe el I Premio Internacional de Cataluña. En 1991 es nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense.
1992. Se publica su última obra En busca de un mundo mejor.
1994. Muere el 17 de septiembre a los 92 años en Londres, víctima de una larga enfermedad.
Sankt Veit como hijo de un abogado judío. Su padre poseía una gran biblioteca, y en su autobiografía “Puntos de Partida” podemos leer1: “Por lo tanto, los libros formaban parte de mi vida mucho antes de que supiera leerlos.”
Una impresión honda e imperecedera le causó en su infancia la miseria que conoció en Viena. Aún así diría después2: “A pesar de todo, en aquellos años anteriores a 1914, en Europa, al oeste de la Rusia zarista, corrían aires bastante libertarias: un liberalismo que también impregnó a Austria y que fue destruido por la Primera Guerra Mundial – casi parece que para siempre.”
El primer problema filosófico, con el cual se encontró cuando tenía unos ocho años de edad, fue la infinitud del espacio. Pues se dio cuenta que no podía imaginarse ni un universo finito ni uno infinito; porque en el primer caso surge la pregunta de qué hay más allá del límite del mundo, y en el segundo caso uno se encuentra con la imposibilidad de reducir lo actualmente infinito a lo potencialmente infinito, que de alguna manera resulta más comprensible. Este es el tema de la primera antinomia en la “Crítica de la Razón Pura” de Kant, y, como Popper agrega3, “especialmente cuando se agrega la parte temporal, constituye un problema filosófico serio y todavía sin solución.”
Otro problema filosófico se le planteó cuando su padre le sugirió leer la autobiografía de August Strindberg. En alguna parte del libro, el escritor sueco intenta derivar del “verdadero” significado de una palabra, una afirmación sobre su contenido. Popper hijo opinaba que era un esfuerzo estéril, pero en la discusión con su padre, sorprendido se dio cuenta que éste pensaba distinto. Más tarde, Popper llamó este problema Esencialismo y lo combatió enérgicamente. Cuando su padre le recomendó leer – casi como remedio – a Descartes y Spinoza, para su gran desencanto vio que, si bien en sus escritos abundan las definiciones, éstas no aclaran en nada las palabras. En este contexto hace una interesante acotación4: “El resultado fue que contraje una aversión de por vida contra toda teorización sobre Dios. La teología es, como sigo creyendo, un síntoma de falta de fe.”
De las discusiones que a la edad de quince años había tenido con su padre sobre el problema del significado, más tarde decantaría lo que llamó su “pauta o máxima anti-esencialista”, a saber5: “Nunca caigas en la tentación de tomar en serio problemas que tratan de las palabras y su significado. Lo que sí hay que tomar en serio son cuestiones y afirmaciones sobre hechos; teorías e hipótesis; los problemas que éstas resuelven; y los problemas que plantean.”
Esto es una abierta crítica a la filosofía del lenguaje, por lo menos en la medida que ésta cree poder reducir cuestiones objetivas a problemas lingüísticos. Más adelante en el libro, Popper refiere un incidente con Ludwig Wittgenstein que revela con claridad el interés objetivo de Popper. En el año académico 1946/47, fue invitado por el secretario del Moral Sciences Club de Cambridge para dar una charla sobre algún “puzzle filosófico”. Detrás de esto estaba la tesis de Wittgenstein que sostenía que en la filosofía no existen los problemas auténticos, sino tan sólo juegos lingüísticos o, como dicen los neopositivistas, problemas aparentes. “Ya que esta tesis me desagradaba profundamente “, escribe Popper6, “decidí hablar sobre el problema: “¿Existen los problemas filosóficos?”.” La conferencia tuvo lugar en octubre de 1946 en el King’s College, Cambridge, y llevó a que Wittgenstein, quien se encontraba en el auditorio, interviniera varias veces e improvisara a su vez una conferencia sobre la no existencia de los problemas filosóficos. Entonces Popper lo interrumpió, leyendo de una lista preparada una serie de problemas filosóficos, como por ejemplo: ¿Es posible conocer los objetos mediante nuestros sentidos? ¿Obtenemos nuestros conocimientos por inducción? ¿Realmente existen los infinitos? Wittgenstein respondió diciendo que el último era un problema matemático, y los dos primeros problemas lógicos. Pero Popper insistió, argumentando con el problema de las normas morales. Démosle la palabra a Popper7: “En este punto Wittgenstein, quien estaba junto a la chimenea, jugando nerviosamente con el atizador, y usándolo de vez en cuando cual batuta para subrayar sus argumentos, dijo: “‘¡Déme un ejemplo de norma moral!” Yo repuse: “No amenazarás al conferencista invitado con el atizador.” A lo que Wittgenstein, enojado, tiró el atizador, y dando un portazo abandonó de la sala.”
En la discusión posterior, ya más pacífica, participó Bertrand Russell, y Richard Braithwaite felicitó a Popper por haber sido el único hombre que logró interrumpir a Wittgenstein del mismo modo que éste acostumbraba hacerlo con todo el mundo.
El final de la Primera Guerra Mundial llevó entre otros a que Popper abandonara la Enseñanza Media (Gymnasium) porque las clases le aburrían. Se matriculó en la Universidad de Viena, ingresó a la Asociación de Estudiantes Socialistas y fue comunista por algunos meses durante la primavera de 1919. Sin embargo, la participación en una manifestación que terminó con muertos, lo hizo alejarse nuevamente del marxismo. “A los diecisiete años era antimarxista”, escribe8. Y más adelante comenta9: “Mi encuentro con el marxismo fue uno de los acontecimientos más relevantes para mi desarrollo intelectual. Me enseñó cosas que nunca he olvidado; me enseñó la sabiduría de la frase socrática “sé que nada sé”; me hizo un faliblista, y me enseñó la importancia de la modestia intelectual. Y gracias a él tomé conciencia de la diferencia que hay entre el pensamiento dogmático y el pensamiento crítico.”
Al mismo tiempo, Popper conoció la psicología individual de Alfred Adler y el psicoanálisis de Sigmund Freud; sin embargo, más duradero fue el efecto que le causó la teoría general de la relatividad de Albert Einstein, en especial porque su autor indicó las circunstancias bajo las cuales su teoría probaría ser falsa.
“Aquella era una actitud que se diferenciaba fundamentalmente de la postura dogmática de Marx, Freud y Adler – y más aún de la de sus discípulos… Esa, pensaba yo, era la actitud verdaderamente científica. Era fundamentalmente distinta a la actitud dogmática que eternamente busca presentar “verificaciones” de las propias teorías. De este modo, hacia fines de 1919, llegué a la conclusión que la actitud científica era la actitud crítica; una actitud que no apuntaba a la “verificación”, sino que buscaba revisiones críticas: revisiones que podían rebatir la teoría, pero jamás demostrar su veracidad.”10
Popper hizo un aprendizaje como carpintero y por un tiempo pensó ser músico. Su gusto musical era ciertamente conservador; consideraba a Franz Schubert como el último gran compositor. Esto no le impidió ingresar en su momento a una agrupación musical dirigida por Arnold Schönberg, la que sin embargo abandonó poco después para integrar el departamento de música sacra del conservatorio de Viena, al que fue admitido debido a una composición de fuga. Sin embargo, también aquí rápidamente llegó a reconocer que su talento no bastaba para ser músico. En su autobiografía cuenta: 11 “Pero todo esto no hizo más que fortalecer mi amor por la música “clásica” y mi admiración sin límites por los grandes compositores del pasado.”
En su teoría de la música, Popper distingue entre música objetiva y música subjetiva, la primera personificada en Bach, la segunda en Beethoven. En este contexto, Popper hace algunas observaciones acertadas. Así por ejemplo opina:12 “Existen grandes obras de arte sin gran originalidad. Es casi imposible que surja una gran obra de arte cuando el artista aspira ante todo a ser original o “diferente” (excepto quizás en un sentido lúdico). El objetivo principal del verdadero artista es la perfección de su obra. La originalidad es un regalo de los dioses; lo mismo que la ingenuidad, es imposible de obtener ni con plegarias ni a la fuerza.” O:13 “La ambición de escribir una gran obra puede tener su atractivo y pudiera ser que realmente contribuya a escribir una gran obra; aunque muchas grandes obras son el resultado exclusivo del esfuerzo por hacer un buen trabajo. En cambio la ambición de crear una obra que se adelante a su época, que ojalá no sea comprendida demasiado pronto – y que en lo posible provoque y desconcierte a muchas personas – no tiene nada que ver con el arte, a pesar de que muchos críticos de arte apoyan y difunden esta actitud.”
En el año 1928, Popper se doctoró con una disertación sobre psicología. El neopositivista Moritz Schlick (1882 – 1936) lo examinó en historia de la filosofía. Popper sabía tan poco sobre Leibnitz que creyó haber reprobado. Pero al final el voto fue “con distinción”. Al año siguiente obtuvo la habilitación para ejercer como maestro de matemáticas y física en escuelas primarias superiores, donde efectivamente enseñó a partir de 1930. En 1934 publicó su primer libro: Lógica de la Investigación. La consecuencia fue una invitación a Inglaterra, a la que siguió en 1936 el llamado a un cargo docente de la universidad de Christchurch, Nueva Zelandia. Popper ejerció este cargo hasta 1945, cuando fue llamado a la London School of Economics (primero como profesor extraordinario de lógica, metodología y filosofía). En su autobiografía escribe al respecto:14 “A pesar de eso no cabía duda que mi modo de pensar, mis intereses y mis problemas, poco le simpatizaban a muchos filósofos ingleses. Desconozco el porqué. En algunos casos puede haberse debido a mi gran interés por las ciencias naturales. En otros puede haber sido mi actitud crítica frente al positivismo y a la filosofía del lenguaje.”
(En este contexto relata la historia que citamos arriba, sobre su encuentro con Wittgenstein).
En otra parte15 dice: “Ni mi esposa ni yo nos sentíamos a gusto viviendo en Londres; pero desde que en 1950 nos mudamos a Penn en Buckinghamshire, sospecho que soy el filósofo más feliz que jamás he encontrado.”
Aún así, en un ensayo que publicó en 1978 bajo el título “Cómo Veo la Filosofía”, y frente a los grandes filósofos, de los cuales para él Sócrates era el más grande, hace la siguiente confesión:16 “Incluso creo que el hecho que yo mismo sea un filósofo profesional, habla seriamente en mi contra: lo percibo como una acusación.”
En este contexto cae la frase notable:17 “Todos los seres humanos son filósofos.” Y la explica como sigue: “Aunque no estén conscientes de tener problemas filosóficos, de todos modos tienen prejuicios filosóficos.”
El 8 de junio de 1984, Karl Popper recibió el título de Doctor rerum politicarum honoris causa en el Aula Magna de la universidad de Frankfurt. En la ocasión hizo un discurso que publicó ese mismo año bajo el título “Acerca del Saber y el No Saber”. Popper comienza rindiéndole tributo al genius loci, citando versos del monólogo de Fausto: “Me llaman maestro, incluso doctor”, para pasar en seguida a la Apología de Sócrates escrita por Platón, según sus palabras:18 “el escrito filosófico más hermoso que conozco”, y a la famosa frase con que Sócrates reaccionó frente a la sentencia del oráculo de Delfos que lo señalaba como el más sabio entre los mortales: “Porque sé que no soy sabio; ni muy sabio, ni siquiera un poco.”
Esta, dijo Popper en aquella ocasión, es la expresión perfecta de la modestia intelectual de la que demasiadas veces carecemos, y que tampoco Platón tuvo cuando exigió del gobernante tener la máxima sabiduría.
Ahora bien, es innegable que desde Sócrates y Platón la humanidad ha avanzado en el campo del saber, especialmente en las ciencias naturales. Como paradigma de una victoria intelectual sin parangón citó los “Principios Matemáticos de la Filosofía de la Naturaleza” de Newton que contienen un conocimiento seguro en el sentido de la episteme platónica, y que justamente por su certeza plantea nuevas interrogantes en el sentido de la pregunta kantiana: “¿De qué manera es posible la ciencia natural pura?”
Popper argumenta que la respuesta a la pregunta de Kant está contenida en su afirmación: “La razón no extrae sus leyes de la naturaleza, sino que se las prescribe.”
Catalogó de “sumamente original” el giro copernicano que Kant dio a la teoría del conocimiento, pero lo consideró refutado por la aparición de la Teoría General de la Relatividad de Einstein, ya que ésta sólo admite la teoría newtoniana de la gravedad como caso límite. Esto significa: La certeza es imposible. “Debemos conformarnos con un saber basado en suposiciones.”19
Pero: “La ciencia es la búsqueda de la verdad”20, y aunque no exista un criterio de verdad, tenemos la posibilidad de acercarnos a ella mediante un examen crítico de nuestras teorías, vale decir: exponiéndolas a la falsificación. Al respecto, Popper dice:21 “Esto nos compromete a la lucha contra el pensamiento dogmático. También nos compromete a una extrema modestia intelectual. Y sobre todo nos compromete al uso de un lenguaje sencillo y no pretencioso: éste es el deber de todo intelectual.”
Y agrega: “Todos los grandes científicos fueron sumamente modestos intelectualmente; y Newton habla por todos cuando dice: “No sé cómo me verá el mundo. Yo mismo me veo como un niño jugando en una playa que se divertía recogiendo aquí y allá un guijarro más liso que los demás, o una conchita más bonita, mientras que el gran océano de la verdades yacía inexplorado ante mí.”
En otras palabras: Ya que el saber, si es que puede ser llamado así, nunca será más que una fracción del no-saber, sigue siendo imperativo admitir al igual que Sócrates: “Sé que nada sé”.
Al final de su discurso, Popper habló de la crítica de Goethe a la óptica de Newton. Explicó que las objeciones del poeta contra Newton “no fueron por cierto concluyentes”22, pero enfatiza: “En su polémica contra la fe dogmática en la autoridad de Newton, Goethe sin duda tuvo razón.”
Y en el mismo contexto lanzó un ataque sin ambages contra la sociología del saber y de las ciencias y su “arrogante presunción de saber”, que en el ámbito de las ciencias sociales habría llevado “al reinado de la grandilocuencia”. Y terminó su discurso de la siguiente manera: “Goethe también conoció esta ideología enemiga de las ciencias, y la condenó. Es el diablo mismo quien está al acecho, a ver si nos lanzamos en los brazos de esta ideología anticientífica. Las palabras que Goethe pone en boca del diablo, son inequívocas: “Desprecia la razón y las ciencias / la mayor potencia del hombre… /y te tendré del todo en mis manos”. Señoras y señores, espero que no me condenen si por esta vez he dejado la última palabra al mismísimo diablo.”
En 1961, en un congreso de sociólogos en Tubinga, Popper dictó la conferencia inaugural con el título “La Lógica de las Ciencias Sociales” que desencadenó la así llamada disputa sobre el positivismo en la sociología alemana. En él defiende la tesis que las ciencias no comienzan en el sentido del positivismo con la recolección de datos, sino que desde un comienzo tienen que ver con problemas y su solución. La piedra de tope fue su sexta tesis:23 “El método tanto de las ciencias sociales como de las ciencias naturales consiste en probar intentos de solución para sus problemas, o sea para los problemas de los cuales parte.”
Es decir, el método no es inductivo, sino orientado a problemas. Tampoco es propiamente objetivo en el sentido siguiente de la undécima tesis:24 “Es completamente erróneo suponer que la objetividad de la ciencia depende de la objetividad del científico: y es completamente erróneo creer que el cientista natural es más objetivo que el cientista social. El cientista natural es tan parcial como todas las demás personas, y lamentablemente… por lo general demuestra una enorme estrechez de miras y parcialidad en la defensa de sus ideas. Algunos de los físicos contemporáneos más sobresalientes incluso fundaron escuelas que opusieron una poderosa resistencia a nuevas ideas.”
Pero a pesar de toda la subjetividad individual, en último término el método científico resulta ser objetivo porque es crítico. Es precisamente este aspecto el que a su juicio la sociología del saber pasa por alto, por lo que la consideraba “completamente equivocada”.25 Por eso, su vigésimo primera tesis dice: “No existe una ciencia puramente observadora, sino solamente ciencias que teorizan de manera más o menos consciente y crítica. Esto también vale para las ciencias sociales.”
La disputa sobre el positivismo que estas tesis provocaron entre los sociólogos de Frankfurt llevó a que Popper escribiera una carta que publicó en 1984 bajo el título “Contra las grandes palabras”.
En ella fustiga “el pecado contra el espíritu santo” o “la arrogancia de los cultos con tres cuartos de educación”: “son las frases rimbombantes, la pretensión de una sabiduría que no poseemos”, y agrega:26 “La receta es: tautologías y trivialidades sazonadas con disparates paradojales. Otra receta es: escribe frases ampulosas y difíciles de entender, y agrega de vez en cuando algunas trivialidades. Eso le gustará al lector que se sentirá halagado por haber encontrado en un libro tan “profundo” pensamientos que él mismo ya ha tenido alguna vez.”
Por lo demás, Popper reclamó que Theodor Adorno y Jürgen Habermas, quienes lo habían considerado un positivista y bajo ese supuesto desataron la disputa sobre el positivismo, no tomaron en cuenta su “Lógica de la Investigación” y “ahogaron sus 27 tesis en un mar de palabras”27; toda la disputa sobre el positivismo no habría sido más que una “pedantería y de una insignificancia francamente grotesca.”
Aquí encontramos palabras que son dignas de ser tomadas en consideración, a pesar de que hayan sido escritas en son de polémica: “Soy de la convicción (véase “Open Society”) que nosotros – los intelectuales – somos los culpables de casi toda la miseria, porque no luchamos lo suficiente por la rectitud intelectual. (Por eso al final probablemente el anti-intelectualismo más hosco se llevará la victoria.)”
Ya que Habermas intervino en la disputa con un artículo en un diario, Popper se dio el gusto de traducir al alemán sus frases altisonantes. P.ej. Habermas: “La totalidad social no tiene vida propia por encima de lo en ella comprendido, de lo que ella misma consiste.”
Popper tradujo: “La sociedad se compone de relaciones sociales.” O, Habermas: “Ellas [las teorías] resultan ser útiles para un determinado campo objetivo, cuando la multiplicidad real se somete a ellas.” Popper tradujo: “Son aplicables a un determinado campo, cuando son aplicables.”
Popper explicó:28 “El juego cruel de hacer complicado lo que es sencillo, y difícil lo que es trivial, lamentablemente es considerado como su legítima tarea por muchos sociólogos, filósofos etc. Así lo aprendieron, y así lo enseñan. Ahí no hay nada que hacer.”
Fausto ya lo dijo: “El hombre, apenas escucha unas palabras, suele creer / que éstas han de esconder algún pensamiento profundo”.
Hasta aquí la crítica racionalista de Popper frente a Adorno y Habermas, el segundo de los cuales recibió hace poco el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes.
En este contexto quizás sea indicado referirnos a otro discurso que Popper hizo en 1981 en la universidad de Tubinga sobre el tema “Tolerancia y responsabilidad intelectual”. En él recuerda que Moisés, habiendo bajado del monte Sinaí con las tablas de la ley, y viendo a su gente danzar alrededor del becerro de oro, olvidó el quinto mandamiento y mató – o hizo matar – a tres mil herejes. Frente a esto no sólo señaló la ética de Schopenhauer, que llamó “simple, directa, clara”, con su frase29: “No perjudiques a nadie; sino ayuda a todos lo que más puedas”.
Sobre todo citó a Voltaire, quien a la pregunta: ¿Qué es la tolerancia? respondió: “La tolerancia es la consecuencia necesaria de la comprensión que somos seres humanos falibles: errar es humano, y todos permanentemente cometemos errores. Perdonémonos entonces nuestras torpezas. Este es el fundamento de la ley natural.”
La exigencia de tolerancia de Voltaire es, por así decirlo, una consecuencia lógica de la tesis de la falibilidad de Popper. La aceptación de nuestra falibilidad demanda entonces una nueva ética profesional. Mientras que el antiguo imperativo del intelectual era: “¡Sé una autoridad, sabe todo en tu campo!”, pero por el otro lado es imposible no cometer errores, Popper exige:30 “Por lo tanto, debemos cambiar de actitud frente a nuestros errores. Aquí es donde debe comenzar nuestra reforma ética práctica… La nueva ley fundamental es que, para aprender a evitar errores en lo posible, debemos aprender precisamente de nuestros errores. Por lo tanto, ocultar errores es el mayor pecado intelectual.”
Consecuentemente, el octavo de los doce principios de la ética profesional de Popper decía:
“Por consiguiente, la actitud autocrítica y la sinceridad se convierten en un deber.”
Se entiende que las consecuencias de la ética de la tolerancia de Popper, en lo político, derivan al liberalismo. “El Estado es un mal necesario”, dijo en 1954 en una charla sobre “La Opinión Pública”, y, refiriéndose a ésta última, afirmó:31 “Debido a su anonimato, la opinión pública es un poder sin responsabilidad y por eso, desde el punto de vista del liberalismo, especialmente peligroso.”
Y en “Contra la grandilocuencia ” dice: “Soy antimarxista y liberal.”32
El último libro alemán que Popper publicó lleva el título (que resume toda su teoría de la ciencia): “Vivir es resolver problemas”. Su prefacio está fechado a 12 de julio de 1994. Su autor contaba entonces noventa y dos años. Dos meses más tarde, el 17 de septiembre de 1994, Karl Popper falleció en Londres.
Dr. Ulrich Hoyer
Profesor de Filosofía en la Universidad de Münster (Alemania) desde 1975, en el ámbito de Teoría de las Ciencias. Nacido en Weimar (Alemania), estudió Física y Matemática en las Universidades de Mainz y Viena. Doctorado en Ciencias, en 1969, en la Universidad de Mainz con un trabajo sobre Física Atómica. Obtiene su habilitación para la especialidad de Historia de la Física en la Universidad de Stuttgart.
1 Karl R. Popper, 11979 [ing. 1974], Ausgangspunkte. Meine intellektuelle Entwicklung, (Puntos de Partida, Mi Desarrollo Intelectual) Hamburg: Hoffmann und Campe, p. 7
2 ibid. p. 5
3 ibid. p. 15
4 ibid. p. 18
5 ibid. p. 20
6 ibid. p. 175
7 ibid. p. 177
8 ibid. p. 42
9 ibid. p. 45
10 ibid. p. 48
11 ibid. p. 73
12 ibid. p. 84
13 ibid. p. 97
14 ibid. p. 175
15 ibid. p. 180
16 Karl R. Popper, 1978, “Wie ich die Philosophie sehe” (Cómo Veo la Filosofía), p. 195
17 ibid. p. 201
18 Karl R. Popper, 1984, “Über Wissen und Nichtwissen” (Sobre el Saber y el No Saber), p. 41-54 en: Auf der Suche nach einer besseren Welt. Vorträge und Aufsätze aus dreißig Jahren (En la Búsqueda de un Mundo Mejor. Conferencias y Ensayos de Treinta Años), München: Piper, p. 41
19 ibid. p. 49
20 ibid. p. 50
21 ibid. p. 52
22 ibid. p. 53
23 Karl R. Popper, 1984, “Die Logik der Sozialwissenschaften” (La Lógica de las Ciencias Sociales), p. 79-98 en: véase nota 18), p. 82
24 ibid. p. 88
25 ibid.
26 Karl R. Popper, 1984, “Gegen die großen Worte” (Ein Brief, der ursprünglich nicht zur Veröffentlichung bestimmt war) (“Contra la grandilocuencia”. Una carta originalmente no destinada a la publicación), p. 99-113 en: véase nota 18), p.103
27 ibid. p. 109
28 ibid. p. 112
29 Karl R. Popper, 1984, “Duldsamkeit und intellektuelle Verantwortlichkeit (gestohlen von Xenophanes und von Voltaire)” (“Tolerancia y Responsabilidad Intelectual (hurtadas de Xenófanes y de Voltaire)”), p. 213-229 en: véase nota 18), p. 214
30 ibid. p. 228
31 Karl R. Popper, 1984, “Die öffentliche Meinung im Lichte der Grundsätze des Liberalismus” (“La Opinión Pública a la Luz de los Principios del Liberalismo”), p. 165-177 en: véase nota 18), p. 174
32 véase nota 26), p. 100
Atreverse a más Kant
“La tolerancia hacia otras opiniones está disminuyendo”. Un retorno al filósofo Immanuel Kant puede ayudar. Según él, la duda sobre su propio conocimiento es el requisito previo de la libertad
Supuestos básicos de Kant
Aquí es donde entra en juego el filósofo Immanuel Kant, nacido hace 295 años. Immanuel Kant es, lo que a menudo se ignora, el filósofo de la duda. La filosofía moral y jurídica de Kant se basa en dos supuestos básicos. La primera suposición básica es que no es necesaria una referencia a Dios para justificar la moral: según Kant, el hombre no necesita a Dios para ser moral.
La segunda suposición básica es la necesidad de la duda: según Kant, no sabemos exactamente lo que es moralmente correcto, ni sabemos nunca con suficiente certeza si nosotros mismos estamos actuando moralmente o no. Ambos supuestos básicos de Kant son supuestos que todavía deberían ser de suma importancia hoy en día.
Moral sin Dios
Según Kant, el hombre mismo, pero no Dios es la fuente de la normatividad, el origen del deber y el permiso. Kant resume esta convicción en frases maravillosas que al mismo tiempo refutan que Kant es un filósofo seco que apenas se puede leer hoy en día: “Dos cosas llenan la mente de admiración y asombro cada vez más nuevos y crecientes, cuanto más frecuente y persistente se ocupa de la reflexión: el cielo destinado sobre mí y la ley moral dentro de mí”.
Según Kant, la ley moral está, por lo tanto, en el hombre mismo, no está fuera del hombre, no está anclada en Dios. Sin embargo, según Kant, esto no significa necesariamente que no haya ningún Dios. Dios simplemente no crea moral, es incindible en este sentido. La declaración del aprox. 100 años después, el escritor ruso Fyodor Dostoievski “Si no hay Dios, todo está permitido”, por lo tanto, Kant habría rechazado duramente.
La libertad del alimentador de palomas
Legal y políticamente, casi aún más emocionante es la “ley de derecho general” de Kant, que constituye el núcleo de su doctrina jurídica. Según la Ley Jurídica General, un acto es legal exactamente cuando el actor respeta la libertad de la otra persona para hacer o no hacer lo que quiere en la mayor medida posible. Por lo tanto, la protección de la libertad general de acción está en el centro de la Ley Jurídica General. La única condición de su protección es que esta libertad sea compatible con la libertad de todos.
Según Kant, la libertad no es solo la “libertad del disidente” (Rosa Luxemburg), sino también, para retomar casos conocidos del Tribunal Constitucional Federal, la libertad del alimentador de palomas o la libertad de montar en el bosque. Según Kant, los actos supuestamente banales e incluso supuestamente inmorales también deben protegerse legalmente en principio.
Esta actitud básica liberal de Kant se basa en su opinión de que “no es posible que el hombre mire tanto en la profundidad de su propio corazón que alguna vez pueda estar completamente seguro de la pureza de su intención moral y de la uteridad de sus sentimientos en una sola acción”. En otras palabras y aún más vívidas: “No se puede hacer nada recto de madera tan torcida como de lo que está hecho el hombre”.
En caso de duda, por la duda
Por lo tanto, dado que no sabemos con certeza lo que es moralmente correcto, ni podemos decir con suficiente certeza de nosotros mismos si realmente estamos actuando moralmente o no, Kant concluye que la libertad del individuo debe protegerse en la mayor medida posible. Mientras no se vean afectados los derechos de los demás, se prohíbe, según Kant, no poner bajo protección legal las acciones que han sido reconocidas como inmorales con supuesta certeza. En términos positivos: mientras no se vean afectados los derechos de los demás, es necesario poner los actos bajo protección legal, incluso si se han reconocido como inmorales con supuesta certeza.
Por lo tanto, la ley jurídica general de Kant se basa en dudas de conocimiento; es una expresión de modestia moral: cualquier acción que sea compatible con la libertad general de acción de todos podría (pero no tiene por qué) ser una acción moralmente requerida y esto justifica y ordena proteger legalmente toda la libertad externa de acción, en la medida en que sea compatible con la libertad general de acción de todos. ¡En caso de duda para la duda! Es, por tanto, el lema de la filosofía del derecho de Kant.
Los que dudan hacen que el mundo sea mejor
El liberalismo, que siempre lo ha tenido dificultades en Alemania, puede y debe referirse cada vez más a los mejores filósofos de Alemania; – a Immanuel Kant. De él se puede aprender que una teoría política liberal puede prescindir de una referencia a Dios, pero tampoco tiene que excluir la fe en Dios.
Por lo tanto, la teoría de Kant sigue siendo conectable tanto para los ateos como para los creyentes. Sin embargo, el punto de partida de esta teoría es la persona individual, con capacidad de conocimiento limitado. El mundo puede no pertenecer a los dudosos, a los halters, a los Hamlets; pero son ellos los que hacen que el mundo sea mejor.