Desde una perspectiva política europea
Para comprender el fenómeno Milei, hay que estudiar detenidamente el contexto en el que nace y que le permite crecer en Argentina —hasta convertirse en presidente—.
En plena crisis diplomática entre Madrid y Buenos Aires, Iván Schuliaquer disecciona el estilo Milei y sus políticas de gobierno a partir de un elemento clave: su ascenso no fue en contra de la lógica de funcionamiento del debate público argentino, sino que se produjo desde adentro y gracias a ese mismo espacio.
El gobierno de Javier Milei corrió fuertemente el horizonte de lo realizable en la política argentina y logró, en cinco meses, movilizar reformas de una radicalidad no vista desde que regresó la democracia hace cuatro décadas. Pero si bien hay novedades, muchas cuestiones que nombra el presidente tenían varias de sus condiciones de posibilidad en el debate público desde mucho antes.
Milei se inscribe en la égida de la alt right y representa en Argentina la dilución de la centroderecha y la derecha mainstream en una visión radicalizada. Autodefinido como anarcocapitalista, repite que el Estado es “una organización criminal”, comparable a un “pedófilo en un jardín de infantes con los nenes encadenados y envaselinados”. Califica a la última dictadura como una guerra y relativiza sus crímenes, como las desapariciones y el robo de bebés, y define al calentamiento global como “otra mentira del socialismo”. Trata a diputados y senadores públicamente como “ratas” y “una mierda” y, si no votan sus proyectos, los denuncia en sus redes sociales como “traidores”, con nombres y fotos.
Las claves y las acciones de su gobierno van en distintos planos, siguiendo un plan de reformas estructurales, con su plan “motosierra” contra el gasto público y su objetivo de bajar la inflación y reducir el déficit fiscal a través de un ajuste inédito (en sus propias palabras: “el más grande de la historia de la humanidad”), con fuerte repercusión sobre la vida cotidiana de los argentinos. Entre sus focos fundamentales están la licuación de salarios, que perdieron 20% en promedio, el debilitamiento de distintas instituciones estatales, el freno de transferencias a provincias, incluso incumpliendo la ley, y una reducción de 35% de las jubilaciones: el núcleo financiero más importante del ajuste. En los primeros cinco meses de gobierno, la inflación fue de 107%, con picos en diciembre y enero, y con un 8.8% en abril que fue festejado por el gobierno como un indicio de que la inflación empieza a ceder.
Autodefinido como anarcocapitalista, Milei repite que el Estado es “una organización criminal”, comparable a un “pedófilo en un jardín de infantes con los nenes encadenados y envaselinados”.
Las políticas del nuevo gobierno Milei
La llegada de Milei a la presidencia fue desde un partido nuevo, La Libertad Avanza, formado para las elecciones legislativas de 2021, que rompió con el esquema bicoalicional que se había formado desde 2015 en la Argentina entre centroizquierda y derecha mainstream. El partido del presidente no tiene ni gobernadores ni intendentes en todo el país y solo cuenta con 40 diputados y siete senadores. Sin embargo, por el momento eso ha estado muy lejos de transformarse en un problema de gobernabilidad. Los dirigentes de la alianza de la derecha mainstream Juntos por el Cambio apoyaron la gran mayoría de las medidas de Milei y el rumbo general de su gobierno, con el alineamiento casi monolítico de la fuerza política más importante, el PRO, y con el apoyo mayoritario del tradicional radicalismo.
Milei está lejos de ser un presidente débil. Aún está vigente un Decreto de Necesidad y Urgencia que saltó las instancias legislativas de manera inédita para la democracia y modificó o derogó más de 300 leyes a sola firma (incluyendo una reforma laboral, la derogación de la ley de alquileres o la desregulación de la salud privada, entre otras). Además, obtuvo la media sanción en Diputados de la Ley Bases, de más de 200 artículos, que incluye facultades extraordinarias en distintos ámbitos por un año, permite cambios jurídicos de largo alcance, la privatización de empresas públicas muy significativas —como la aerolínea y el correo nacionales, la empresa de agua de Buenos Aires y los medios públicos—, un blanqueo de capitales muy amplio y abierto a todo tipo de actividad, una reducción de impuestos inmobiliarios, un aumento de impuestos a los trabajadores, la posibilidad de disolver la enorme mayoría de los organismos públicos y de echar a su personal, y un aumento de la edad jubilatoria. Un cambio de paradigma.
Un núcleo central de la ley, que en este mismo momento se debate en el Senado con destino incierto y con movilización de distintos sectores en contra, es un régimen de grandes inversiones para quienes inviertan 200 millones de dólares o más y que brinda 30 años de beneficios en cualquier actividad. Una apertura a contramano, cuando la mayoría de los países se protege. El régimen brinda beneficios inéditos: suspende leyes ambientales, prioriza recursos naturales para los inversores por sobre la población —como el agua—, no cobra derechos de exportación —algo que sí se cobra a los empresarios argentinos—, permite todo tipo de importación, no exige liquidar las divisas en el país ni contratar personal, impide leyes posteriores que busquen modificar esos beneficios y elige tribunales internacionales para resolver su posible judicialización. Distintos sectores ligados a las pequeñas y medianas empresas y a la industria señalan que esto arruinaría la actividad productiva del país, ya que establece una competencia desleal que llevaría a la quiebra al sector que más empleo genera en Argentina.
El grado de radicalidad de las políticas del nuevo gobierno, la reforma estatal en los hechos, tanto como el tono del debate público a base de insultos y descalificaciones, sin embargo, fueron rápidamente tramitados por la capacidad instalada del debate público argentino, luego de más de una década de polarización política entre el kirchnerismo y el antikirchnerismo. Esa división ha tendido a subsumir otros tipos de distinciones sociales y políticas, de manera de transformar la disputa política y la escena pública en un permanente conflicto entre “nosotros” y “ellos”. Así, mientras aquellos que se reconocían en variantes del centro hacia la izquierda —sobre todo peronistas— rechazan los cambios radicales que se proponen en tan poco tiempo, los sectores del antikirchnerismo que se referenciaban en opciones antiperonistas desde la centroderecha hacia la derecha se encuentran como aliados de Milei. En el caso de algunos dirigentes más moderados, las renuencias al estilo del presidente y al poco interés que exhibe por negociar con ellos, no les impide apoyar su rumbo general.
Gran parte de lo que construye el mileísmo como antipolítica incluye en su subtítulo el nombre del antikirchnerismo y articula a distintos sectores en esa lógica. IVÁN SCHULIAQUER
Eso tiene consistencia ideológica en un sector importante de la población: en identificar al Estado con la corrupción, con el peronismo, con la protesta social, con los sindicatos, los movimientos sociales y las ayudas sociales para los sectores populares. En este primer tramo, eso también se ve en el apoyo de la mayoría de los medios mainstream y en los diferentes partidos que le dan base de gobernabilidad, así como en el apoyo explícito y sostenido de los principales empresarios argentinos, pese al desplome de la actividad. Milei es un outsider, pero cuenta con un apoyo claro de un sector importante del establishment. El antikirchnerismo más el malestar con la gestión previa de la derecha mainstream rearticularon esos rechazos en torno de la figura de Milei, con posiciones más claras y radicalizadas. En ese marco, la composición electoral que le dio el triunfo en ballotage es policlasista: mayor entre clases altas y medias, como en el caso de la derecha mainstream ante un peronismo que sostuvo la mayor parte del voto de los sectores populares, aunque con más presencia plebeya, en tanto suma apoyo fuerte entre los jóvenes, los varones y los trabajadores informales.
La experiencia previa del gobierno de coalición peronista, encabezada por Alberto Fernández, hacía prever un cambio de fuerza política. Sin narrativa clara ni conducción política nítida, con internas a cielo abierto entre el presidente y su vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, y con malos resultados económicos en sus dos últimos años de gestión luego de la pandemia. Los niveles de actividad económica se sostuvieron altos y el desempleo en un piso histórico. Sin embargo, pese a las promesas de campaña, los salarios sostuvieron el mismo nivel en el que lo dejó el gobierno previo —cuando habían perdido 19%— y la inflación creció hasta llegar a 161% en el último año. El candidato, además, fue el ministro de Economía, Sergio Massa. La derrota era previsible, aunque eso no explica por qué ganó una opción de la alt right y no de la derecha mainstream ni por qué para los electores la disputa entre esos dos sectores funcionó más como una primaria del mismo espacio que como una lucha entre fuerzas políticas diferentes1. La derecha radical resultó más atractiva para ese sector del electorado que un espacio mainstream ya probado y brindó narrativas más convincentes.
Aunque el elenco de dirigentes más relevantes del oficialismo actual incluye figuras que son verdaderos outsiders, sin experiencia en la política, la coalición de apoyo social, mediática y política tiene una consistencia previa, que se inscribe en una radicalización, también programática, de uno de los polos de la disputa. Gran parte de lo que construye el mileísmo como antipolítica incluye en su subtítulo el nombre del antikirchnerismo y articula a distintos sectores en esa lógica. Así se selló la alianza entre los candidatos de Juntos por el Cambio con La Libertad Avanza, con la promesa de “terminar con el kirchnerismo para siempre”. Patricia Bullrich, la línea dura de la derecha mainstream, que quedó tercera en la elección presidencial, actualmente es la Ministra de Seguridad y quien fuera su candidato a vicepresidente, Luis Petri, es el Ministro de Defensa. Por eso Milei puede ser leído como una profundización de la polarización previa2.
Milei puede ser leído como una profundización de la polarización previa.
El presidente y la disputa por la verdad
Milei no reivindica la democracia. De hecho, en su discurso suele remitir a dos períodos para hablar de la decadencia argentina: o habla de lo que pasó en los últimos 40 años, el tiempo que se cumple desde que terminó la dictadura, o de 1916, cuando empezó lo que llama como “etapa colectivista” en Argentina. Una fecha no banal, ya que desde ese año gobernó el radical Hipólito Yrygoyen, el primer presidente elegido por el voto popular en Argentina.
En su disputa permanente por los hechos y la verdad, Milei ha elegido varios enemigos. Entre ellos están el sistema científico y las universidades públicas. El Conicet, el organismo científico gubernamental más importante de América Latina y el número 20 a nivel mundial3, está en su mira desde antes de gobernar. En campaña prometió cerrarlo y ha manifestado varias veces su voluntad de avanzar contra él. En lo que refiere a las universidades públicas, el gobierno ha reducido, de facto, 75% su presupuesto. El presidente las ha tachado como centros de adoctrinamiento, algo que hizo también con la educación pública en general. Con la inflación galopante del país —289% interanual en abril—, repitió nominalmente el presupuesto del año anterior. Según las autoridades, eso dejó a las universidades al borde de cerrar sus puertas por la imposibilidad de pagar gastos básicos como la electricidad. En ese contexto se dio la manifestación callejera más importante contra Milei, donde más de un millón de personas se movilizaron en todo el país. La primera respuesta del presidente fue subir una imagen donde aparece un león —que lo personifica a él— tomando de una tasa que dice “lágrimas de zurdo”. De acceso libre, gratuito y reconocidas por su prestigio, el peso del presupuesto de las universidades públicas argentinas es similar al de Colombia y Chile donde el acceso es pago y restringido. El avance sobre instituciones educativas y culturales también incluye el cierre de la agencia de noticias Télam, la intención de privatizar los medios públicos y el vaciamiento del Instituto Nacional del Cine.
El gobierno ha reducido 75% el presupuesto de las universidades. El presidente las ha tachado como centros de adoctrinamiento, algo que hizo también con la educación pública en general.
Milei es un presidente que no ha recorrido la Argentina, pero sí ha viajado al exterior. Cuando lo hizo, priorizó encuentros de grandes empresarios o cumbres de extrema derecha. Así, sus relaciones internacionales están subsumidas a su proyecto ideológico antes que a las cuestiones de Estado del país que conduce. En esa línea, en su asunción le ha dado estatuto de presidente de Brasil a Jair Bolsonaro y en Estados Unidos ha priorizado los vínculos con Donald Trump antes que con la administración actual de Joe Biden. Si Bolsonaro y Trump tenían en el trasfondo una reivindicación del orgullo nacional, Milei no es nacionalista: no aparece desde su retórica ni desde su política, ni siquiera desde el pragmatismo de la conveniencia. La evidencia más reciente es la disputa diplomática por la que España retiró a su embajadora de Argentina, un conflicto autogenerado y que no defiende intereses estratégicos nacionales. Milei decidió viajar a España, ser orador en la cumbre del partido opositor de extrema derecha Vox, no reunirse con el gobierno y acusar públicamente de corrupción a la esposa del primer ministro. Ante el pedido de retractación, subió la apuesta y los ataques personales a Pedro Sánchez en el marco de su batalla global contra las izquierdas. Milei reniega públicamente de su propio estatuto institucional: a pesar de ser el presidente argentino y de viajar como cabeza de su Estado, dice que habla a título privado. A esto se agrega que desde el inicio de su gobierno ha decidido dinamitar puentes diplomáticos con Brasil y China, los dos principales socios económicos de la Argentina, tras asegurar que no negocia con comunistas y que los privados pueden llegar a acuerdos sin necesidad de que el Estado intervenga.
En un discurso reciente ante grandes empresarios dijo que los evasores son héroes, en línea con su discurso histórico de que los impuestos son un robo. Probablemente una dificultad para garantizar el superávit fiscal, en un país con acceso restringido al crédito internacional desde que el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019) contrajo la mayor deuda de la historia del Fondo Monetario Internacional. En su retórica, además, señala a la justicia social como una aberración.
Si Bolsonaro y Trump tenían en el trasfondo una reivindicación del orgullo nacional, Milei no es nacionalista. La evidencia más reciente es la disputa diplomática por la que España retiró a su embajadora de Argentina, un conflicto autogenerado y que no defiende intereses estratégicos nacionales.IVÁN SCHULIAQUER
Su ataque contra el Estado también está en su gestión. No solo porque echó decenas de miles de empleados, sino también porque aún el 63% de los puestos jerárquicos del Estado nacional siguen sin nombrarse4. Además, el gobierno ha tomado medidas drásticas luego de denunciar irregularidades, como el freno total de la compra de medicamentos oncológicos y del envío de alimentos a todos los comedores comunitarios del país. Esto último en un contexto dramático: desde que es presidente, el consumo masivo cayó 20%. Según datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina, de la Universidad Católica Argentina, en el primer trimestre del año la pobreza pasó de 44 a 55% y la pobreza extrema se duplicó —pasó de 9 a 18%—. Son los peores registros desde la crisis de 2002. A eso se suma el desmantelamiento de políticas estratégicas de larga data en el país, que además brindan divisas, como la paralización de obras públicas ligadas a los hidrocarburos o el freno y el desmantelamiento del desarrollo de reactores nucleares.
Según diferentes encuestas, el gobierno sostiene alrededor de 50% de apoyo. Por ahora, ni irradió a sectores que no lo votaron ni perdió el apoyo de quienes sí lo hicieron. La narrativa de Milei es coherente y está articulada en torno de su discurso: desde su campaña prometió mejorar la economía argentina, pero luego de un duro ajuste y de un camino de sufrimiento. Es cierto que dijo que el mayor costo lo pagaría la “casta política” antes que la sociedad, algo que no se sostiene empíricamente.
El estilo Milei
Milei es un político y es un economista, pero se hizo conocido como influencer. Más específicamente como un troll que busca romper el debate, deslegitimar a sus contrincantes, erosionar su reputación y dejarlos fuera de carrera. Para él los opositores son enemigos a los que se puede insultar de manera frecuente y la violencia está naturalizada en su discurso. Milei utiliza fake news, entendidas como operaciones políticas producidas con el objetivo de dañar a los adversarios. Lejos de ser excepcionales en su participación pública, son parte constitutiva: su figura pública no se configuró a pesar de eso, sino gracias a eso. Pero no lo hizo solo, sino que encontró terreno fértil en el debate público argentino, tanto en redes sociales como en los medios masivos. Eso estuvo lejos de ser castigado. Por el contrario, fue celebrado y fomentado. Más allá del rol performativo que tiene la palabra de cualquier presidente, en tanto autoridad que incide sobre los tonos y marcos del espacio público, la radicalización política tampoco empezó con él.
En el primer trimestre del año la pobreza pasó de 44 a 55% y la pobreza extrema se duplicó —pasó de 9 a 18%—. Son los peores registros desde la crisis de 2002.IVÁN SCHULIAQUER
En ese sentido, Milei es novedoso para la política, pero no para el debate público. Viene de una carrera como economista asesor de grandes corporaciones y profesor en algunas universidades privadas argentinas. Se hizo conocido desde 2018 en la televisión, cuando pasó a ser panelista habitual de la señal América. Su llegada había sido por pedido de Eduardo Eurnekián, una de las mayores fortunas de Argentina y accionista minoritario de la señal, pero con derecho a incidir sobre la línea informativa5. Ese empresario estaba peleado con el por entonces presidente Mauricio Macri (2015-2019) y decidió correrlo con un discurso más hacia la derecha. Ese mismo año, Milei fue el economista con más minutos en radio y televisión del país. Desde entonces, sus ideas radicalizadas y su éxito como personaje mediático que insultaba a quienes no pensaban como él y los calificaba de comunistas y/o keynesianos redundó en éxito de audiencias y en invitaciones a distintos canales. Su visión radicalizada incluyó llamar al Papa como “el representante del maligno en la Tierra”, admitir que estaba de acuerdo con habilitar el mercado de venta de órganos, decir que prefiere la mafia al Estado “porque tiene códigos” y advertir, durante la pandemia del Covid-19, que Argentina estaba al borde de la guerra civil por las medidas sanitarias del gobierno. Su participación en la televisión fue acompañada de una presencia cada vez mayor en redes sociales y de una articulación con nuevos sectores radicalizados que lo seguían, tanto como con aquellos que habían orbitado, desde discursos extremos, cerca del macrismo y estaban frustrados por su experiencia.
Un elemento central que vuelve aceptable y natural el tono propuesto por Milei es el esquema mediático argentino. Lejos de ser un espacio de freno y balance ante los insultos o las fake news, gran parte de los medios mainstream argentinos y de sus figuras periodísticas más reconocidas fomentaron ese tipo de lógica.
Esa lógica comenzó en 2008, con lo que se llamó “conflicto del campo”, y confrontó al kirchnerismo y a los empresarios rurales por un aumento en el monto de retenciones a la exportación de granos. Sobre todo, implicó un nuevo clivaje político entre kirchnerismo y antikirchnerismo y gran parte de la disputa se dio entre el gobierno y el gran grupo mediático argentino, Clarín-Personal, el multimedio más concentrado a escala nacional de América. Esa disputa se profundizó muy claramente desde 2012, en el segundo mandato de Cristina Fernández y el tercero del kirchnerismo. Ahí fue cada vez más difícil que existieran espacios informativos de encuentro entre quienes se sentían más cerca del kirchnerismo y quienes se sentían más cerca del antikirchnerismo. Los medios dejaron de colocarse en el medio y pasaron a ser decididos protagonistas de la polarización política. Del lado del kirchnerismo, en la retórica de la defensa del gobierno contra las corporaciones. Del lado antikirchnerista, en la retórica de la libertad de prensa contra el gobierno, y en algunos casos bajo la lógica de un “periodismo de guerra”6. No solo desde sus páginas editoriales, sino, sobre todo, desde las informativas.
Milei es novedoso para la política, pero no para el debate público.
Ahí incidió una partidización e instrumentalización de los medios que se dio por arriba y por abajo. Por arriba, producida por los propietarios y dirigentes de medios, que aumentaron su esfera de influencia directa sobre los contenidos. Por abajo, porque en tiempos de pleno empleo en el oficio, los periodistas eligieron en muchos casos trabajar en medios más afines ideológicamente. Así, la mediación profesional que se da en cada medio entre quienes tienen perspectivas políticas distintas, pero comparten pautas profesionales, pasó a ser cada vez más inhabitual7. Así, los medios actuaron como productores y reproductores de los distanciamientos con los otros algo que, además, fue acompañado por las audiencias.
Para 2012 ya se había generado una escena mediática dividida, con medios, periodistas, audiencias y políticos que circulaban por uno u otro de los dos polos de la disputa donde el periodismo como reporteo de hechos verificados quedó, en general, detrás de las conveniencias de los propietarios y de las opiniones ya formadas de sus figuras más notorias. Desde esta época y hasta hoy se institucionalizó un watchdog selectivo8. En lugar de controlar al gobierno o al poder público, se pasó a denunciar y controlar “conductas desviadas” solo de aquellos a los que se percibe como opositores o parte del otro sector político. Esto incluyó, como contraparte, la suspensión de ese rol ante aquellos considerados propios. Es decir, el reporteo de los medios, y su construcción de verdad, quedó subsumida más claramente al alineamiento editorial. El chequeo de información y la idea del periodismo como servicio público quedaron en un segundo plano. El mundo de las redes sociales y los algoritmos se caracterizan por la congruencia cognitiva y por espacios cómodos ideológicamente, al tiempo que crece el extrañamiento respecto de los otros políticos. Sin embargo, en la Argentina eso ya estaba presente desde antes por la lógica de los medios9. El nivel de rechazo y estigmatización del otro llega a extremos como negarle la legitimidad de ser fuentes para expresarse públicamente10.
Gran parte de los contenidos más exitosos en redes sociales de Milei, en Youtube y Tik Tok, vienen de fragmentos que incluyen gritos e insultos proferidos en sus participaciones en medios masivos tradicionales. Antes de su carrera política, Milei era invitado a los talk shows a hablar de su vida privada, pero también de su idea de quemar el Banco Central o de su caracterización del Estado como organización criminal. Desde que es presidente, Milei ha insultado a medios y periodistas con nombre y apellido y los ha acusado de “ensobrados” (corruptos). No obstante, en la mayoría de los sitios informativos más leídos, en dos de los tres canales de noticias más vistos y en varias de las radios más escuchadas lo apoyan decididamente. En esos medios audiovisuales prima un claro watchdog selectivo: los políticos bajo sospecha y control son los de la oposición. Quizás ahí esté una de las principales diferencias con líderes de la alt right como Donald Trump y Jair Bolsonaro, que no contaron con el apoyo claro de la mayoría de los medios mainstream. Más aún, de 2015 a esta parte, en Argentina esa escena mediática dividida es cada vez más asimétrica: los medios más cercanos al kirchnerismo son minoría.
Gran parte de los contenidos más exitosos en redes sociales de Milei, en Youtube y Tik Tok, vienen de fragmentos que incluyen gritos e insultos proferidos en sus participaciones en medios masivos tradicionales.
El esquema mediático argentino
Milei suele utilizar en sus discursos datos que desinforman, son imprecisos o falsos. Y, en general, los medios más cercanos a él no señalan ni chequean esos datos. Se cuentan, entre ellas, que Milei dice que a inicios de siglo XX Argentina era la principal potencia mundial y que hoy es la economía 140 o su diagnóstico, cuando asumió, de que sin las medidas del nuevo gobierno la inflación iba camino de ser 17000% anual. Se suman la falta de cobertura que tuvieron en varios medios las acusaciones y pruebas de plagio en los libros del presidente. Tanto en libros anteriores, como en el que acaba de publicar12. Entre los plagiados, se cuenta un investigador del Conicet. En mayo también, su editora en España quitó de circulación un libro suyo porque en la solapa decía que Milei (licenciado por la Universidad de Belgrano –privada—) tenía dos títulos con los que no cuenta: que era licenciado de la prestigiosa Universidad de Buenos Aires (pública) y que tenía un doctorado en la Universidad de California.
Milei rara vez recorre la calle o viaja por el país. Su territorio predilecto es el mediático-digital. Da entrevistas frecuentemente, siempre a periodistas cercanos que lo tratan con deferencia y evitan preguntas incómodas, y pasa varias horas al día en redes sociales. En Twitter es hiperactivo, maneja su cuenta y no evita amenazas y estigmatizaciones a los adversarios. Allí, por ejemplo, a través de un “me gusta” confirmó una textual que había publicado un medio: si los gobernadores no acompañaban sus leyes los iba “a fundir a todos”13. El presidente dijo que las redes son su manera de saber qué dice la calle. En sus retuits y “me gusta”, que promedian cerca de 300 al día14, se combinan trolls, cuentas fake, figuras políticas, medios tradicionales y periodistas. El presidente no marca una diferencia clara entre esos actores, como no lo hace el debate público digital contemporáneo. Lo particular en Argentina es que esas fronteras tampoco las marcan ni la política institucional ni los medios informativos.
En un gobierno cuyo círculo de confianza es muy pequeño, gran parte de los funcionarios construyeron su vínculo con el presidente en las redes o en la televisión. Milei logra desde la provocación político-comunicacional imponer gran parte de la agenda: para propios y ajenos lo que el gobierno hace o dice es central. En ese marco, por ejemplo, la motosierra no se esconde: cada vez que se frena o un financiamiento o cada vez que se echa a empleados estatales —acusados de vagos que reciben un sueldo por no trabajar— se festeja como un logro. Así, el vocero presidencial celebró el cierre de la agenda de noticias Télam y el presidente el del Instituto Nacional contra las Discriminaciones.
Un ejemplo para ilustrar la configuración de la escena pública argentina se dio pocos días antes de las elecciones primarias presidenciales de agosto de 2023. Una niña de 11 años fue asesinada en la calle por dos ladrones cuando se dirigía a su escuela en una localidad de la Provincia de Buenos Aires. El gobierno local, de Juntos por el Cambio, detuvo a un menor de 14 años por el hecho a través de su propia policía y lo divulgó a los medios. Cuatro meses antes, el menor había sido detenido por la policía y era golpeado en la calle cuando una diputada, Natalia Zaracho, intervino para frenar la golpiza. La diputada en cuestión pertenece a un espacio del peronismo ligado a los movimientos sociales, siendo ella misma cartonera. Mientras medios y redes reproducían en loop el video que mostraba cómo había sido el asesinato, políticos ligados al partido de Milei, a Juntos por el Cambio, medios tradicionales, periodistas políticos y trolls difundieron en redes la información sobre quién había sido detenido y su vínculo con Zaracho. La diputada ligada al kirchnerismo fue presentada como co-partícipe del asesinato que conmocionó la agenda pública.
En sus retuits y “me gusta”, que promedian cerca de 300 al día, se combinan trolls, cuentas fake, figuras políticas, medios tradicionales y periodistas. El presidente no marca una diferencia clara entre esos actores.I
Menos de un par de horas después se supo que los asesinos eran otros: dos adultos, que ya habían confesado y estaban encarcelados. El menor detenido, defendido meses atrás por la diputada, no tenía ninguna relación con el hecho y fue liberado. Si existía un dilema respecto de qué hacer ante la difusión de información falsa que puede ser útil política y electoralmente, y cuyo origen había sido una fuente oficial interesada, no pareció plantearse. Las figuras de la política institucional no se rectificaron ni pidieron disculpas. Todavía hoy se encuentra, por ejemplo, el tuit de la canciller actual donde responsabiliza a Zaracho por el crimen15. Lo mismo sucedió con algunos periodistas políticos muy reconocidos. Uno de ellos, de La Nación, había escrito un tuit que seguía viralizándose —con más de un millón de reproducciones— donde informaba que uno de los asesinos era el menor al que había defendido la diputada. Cuando ciertos colegas suyos le pidieron que borre el tuit o lo desmienta para frenar la circulación de una versión errónea, su respuesta fue que él no tenía nada que desmentir: cuando él escribió, esa era la información. Entre tanto, el sitio de la radio más escuchada del país (Mitre, del Grupo Clarín-Personal) y sus redes sociales difundieron la liberación del menor acusado cuando ya se sabía de su inocencia, pero sin frenar la fake news. Su titular textual fue: “Liberaron a los motochorros acusados de matar a Morena Domínguez en Lanús”16. Aunque la evidencia de los hechos desmienta lo informado, eso no ordena el debate a posteriori ni implica una retractación de los actores. Este episodio no es excepcional. Por el contrario, y retomando la conceptualización de Guillermo O’Donnell, esta lógica está institucionalizada informalmente en la Argentina. Así funciona la participación en el debate público.
Analizar a los medios y al periodismo no implica negarle consistencia a la base de apoyos que tiene Milei, ni a su narrativa antipolítica y antiestatista. Solo apunta a señalar el rol que juegan esos espacios y sus actores para la salud del debate público. En varios países se rescata al periodismo y a los medios tradicionales como guardianes de la información, como una barrera para resguardar los hechos, pero en Argentina no actúan de esa forma. Así, el ascenso de Javier Milei no fue en contra de su lógica de funcionamiento, sino que se produjo desde adentro de ella.