Entre los enigmas que esconde la pintura más estudiada de la Historia del Arte hay quien pone en duda la identdad de la retratada o que el del Louvre no es el original de Leonardo.
el Retrato de Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo cuelga –custodiado bajo fuertes medidas de seguridad– en la sala 6 de la primera planta del ala Denon del parisino Museo del Louvre. Más conocido como Mona Lisa o La Gioconda, el óleo sobre tabla, de 77 por 53 centímetros de mano de Leonardo da Vinci, es difícil de observar, rodeado como siempre está por una multitudde turistas que, cámara en mano, atestan el espacio en busca de una instantánea de este icono de la historia del arte.
La expectación, pero también las incógnitas, han acompañado a este cuadro único desde su creación. Hoy sabemos que hacia 1503 Leonardo comenzó el retrato de una dama florentina: Lisa Gherardini, esposa del mercader Francesco del Giocondo, que pudo encargar el cuadro con motivo del traslado de la familia a su nueva vivienda, o bien tras el alumbramiento de su segundo hijo, en 1502. En 2005 se dieron a conocer unas notas del florentino Agostino Vespucci en el margen de una obra de Cicerón conservada en la biblioteca de la Universidad de Heidelberg, fechadas en octubre de 1503.
Además de criticar a Leonardo por dejar las obras sin terminar, Vespucci indicaba que el pintor se encontraba en esa fecha realizando un retrato “del busto de Lisa del Giocondo“, con lo que parece zanjarse el tema de la identidad de la mujer representada en el óleo del Louvre, fruto de debate durante siglos. A pesar de ello, son muchos los que han querido –y siguen queriendo– ver en la tabla mil y una identidades, sin descartar incluso un autorretrato del propio artista travestido.
UNA OBRA ESTREMECEDORA
La fama de la obra se propagó rápidamente a través de quienes pudieron verla en su taller. Así lo atestiguan las copias que se hicieron pronto de la pintura, empezando por el dibujo que realizó Rafael hacia 1504, conservado asimismo en el Louvre, y que parece que sirvió de base a su retrato de Maddalena Doni, fechado hacia 1506 y que presenta una gran conexión con La Gioconda en cuanto a pose y composición.
Según Vasari, “todo aquel que quisiera ver en qué medida puede el arte imitar a la Naturaleza lo podría comprender en la cabeza de La Gioconda”
Con todo, el mejor testimonio del impacto que causó la Mona Lisa entre los pintores del Renacimiento se encuentra en las Vidas de Giorgio Vasari, publicadas en 1550. Vasari, que también era un pintor destacado, se refirió así a la célebre pintura de Leonardo: “Todo aquel que quisiera ver en qué medida puede el arte imitar a la Naturaleza lo podría comprender en su cabeza [de La Gioconda], porque en ella se habían representado todos los detalles que se pueden pintar con sutileza. Los ojos tenían ese brillo y ese lustre que se pueden ver en los reales, y a su alrededor había esos rosáceos lívidos y los pelos que no se pueden realizar sin una gran sutileza. […]. La nariz, con todas esas aperturas rosáceas y tiernas, parecía de verdad. La boca, con toda la extensión de su hendidura unida por el rojo de los labios y lo encarnado del rostro, no parecía color sino carne real. En la fontanela de la garganta, si se miraba con atención, se veía latir el pulso. Y en verdad se puede decir que fue pintada de una forma que hace estremecerse y atemoriza a cualquier artista valioso”.
Es indudable que la fama que poseía el retrato ya en el siglo XVI no es casual. La calidad de la obra radicaba, en palabras de Vasari, en su verismo, en su proximidad a la realidad y en su carácter mimético. Con esa viveza de la figura tiene mucho que ver la técnica empleada por el maestro, basada en el sfumato que, reduciendo el peso del dibujo, difumina los contornos, funde las sombras y genera una apariencia de objetos poco definidos, casi borrosos, fruto del aire que existe entre el observador y el observado.
En palabras del propio Leonardo: “El mucho aire impide la evidencia de la forma de esos objetos y, en consecuencia, sus más menudos detalles resultan imperceptibles e irreconocibles”. Asimismo, el retrato realizado por Da Vinci se esfuerza por trascender el aspecto físico de la modelo, para adentrarse en su psicología, y mostrar cualidades y hasta virtudes. ¿Acaso el nombre popular del cuadro –La Gioconda– tenga que ver con el adjetivo italiano giocondo que significa alegre, jocoso, feliz?
¿DOS ‘MONA LISA’?
Leonardo mantuvo siempre la pintura entre sus posesiones. Cuando entró al servicio de Francisco I de Francia llevó con él el retrato, que fue adquirido por el monarca francés en 1518, pasando a formar parte de las colecciones reales francesas. En 1797 se integró en los fondos del recién creado Museo del Louvre, si bien en 1800 Napoléon ordenó que la obra se instalara en sus aposentos en el palacio de las Tullerías, donde permaneció hasta su regreso a la pinacoteca en 1804.
Sin embargo, cabe preguntarse si el original del Louvre corresponde a la obra descrita por Vasari. En 1517, el cardenal Luis de Aragón y su secretario, Antonio de Beatis, pudieron observar el cuadro en la residencia francesa de Leonardo, junto al castillo real de Amboise. Allí, según De Beatis, el propio pintor les indicó que se trataba del retrato “de una cierta dama florentina”, encargado por Juliano de Médicis, por lo que la representada sería una de sus amantes. Esto plantea que o bien Vespucci y Vasari están equivocados, o que podemos estar hablando de más de un retrato.
De hecho, el teórico Giovanni Paolo Lomazzo, en una obra dedicada a las artes publicada en 1584, habla de dos obras diferentes, identificadas como La Gioconda y Mona Lisa, respectivamente. Si bien esto puede deberse a un error, no ha dejado de intrigar a los estudiosos. Además, en su descripción, Vasari llama la atención sobre las cejas y pestañas de la retratada –”en las cejas se apreciaba el modo en que los pelos salen de la carne, más o menos abundantes y, girados según los poros de la carne, no podían ser más reales”–, detalles ausentes en la obra del Louvre. Quizá las experimentaciones que acostumbraba a hacer Leonardo pudieron acabar con la desaparición de algunas de las veladuras que componen la pintura. O puede que no se trate de la misma obra.
‘LA GIOCONDA’ ORIGINAL
La Mona Lisa del Museo del Prado supone una importante pieza en el puzle de la obra maestra de Da Vinci. No sólo se trata de la copia más antigua conocida hasta el momento del cuadro –realizada por uno de sus alumnos al mismo tiempo que el original–, sino que presenta unas similitudes técnicas con la pintura del florentino realmente singulares, hasta el punto que fue considerada hasta la segunda mitad del siglo XIX de mano del maestro.
UN ICONO DEL ARTE
mona lisa, la obra maestra más deleonardo da vinci
Entre los enigmas que esconde la pintura más estudiada de la Historia del Arte hay quien pone en duda la identdad de la retratada o que el del Louvre no es el original de Leonardo.
Actualizado a 28 de septiembre de 2023 · 13:17· Lectura:
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el Retrato de Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo cuelga –custodiado bajo fuertes medidas de seguridad– en la sala 6 de la primera planta del ala Denon del parisino Museo del Louvre. Más conocido como Mona Lisa o La Gioconda, el óleo sobre tabla, de 77 por 53 centímetros de mano de Leonardo da Vinci, es difícil de observar, rodeado como siempre está por una multitudde turistas que, cámara en mano, atestan el espacio en busca de una instantánea de este icono de la historia del arte.
La expectación, pero también las incógnitas, han acompañado a este cuadro único desde su creación. Hoy sabemos que hacia 1503 Leonardo comenzó el retrato de una dama florentina: Lisa Gherardini, esposa del mercader Francesco del Giocondo, que pudo encargar el cuadro con motivo del traslado de la familia a su nueva vivienda, o bien tras el alumbramiento de su segundo hijo, en 1502. En 2005 se dieron a conocer unas notas del florentino Agostino Vespucci en el margen de una obra de Cicerón conservada en la biblioteca de la Universidad de Heidelberg, fechadas en octubre de 1503.
Además de criticar a Leonardo por dejar las obras sin terminar, Vespucci indicaba que el pintor se encontraba en esa fecha realizando un retrato “del busto de Lisa del Giocondo“, con lo que parece zanjarse el tema de la identidad de la mujer representada en el óleo del Louvre, fruto de debate durante siglos. A pesar de ello, son muchos los que han querido –y siguen queriendo– ver en la tabla mil y una identidades, sin descartar incluso un autorretrato del propio artista travestido.
UNA OBRA ESTREMECEDORA
La fama de la obra se propagó rápidamente a través de quienes pudieron verla en su taller. Así lo atestiguan las copias que se hicieron pronto de la pintura, empezando por el dibujo que realizó Rafael hacia 1504, conservado asimismo en el Louvre, y que parece que sirvió de base a su retrato de Maddalena Doni, fechado hacia 1506 y que presenta una gran conexión con La Gioconda en cuanto a pose y composición.
Según Vasari, “todo aquel que quisiera ver en qué medida puede el arte imitar a la Naturaleza lo podría comprender en la cabeza de La Gioconda”
Con todo, el mejor testimonio del impacto que causó la Mona Lisa entre los pintores del Renacimiento se encuentra en las Vidas de Giorgio Vasari, publicadas en 1550. Vasari, que también era un pintor destacado, se refirió así a la célebre pintura de Leonardo: “Todo aquel que quisiera ver en qué medida puede el arte imitar a la Naturaleza lo podría comprender en su cabeza [de La Gioconda], porque en ella se habían representado todos los detalles que se pueden pintar con sutileza. Los ojos tenían ese brillo y ese lustre que se pueden ver en los reales, y a su alrededor había esos rosáceos lívidos y los pelos que no se pueden realizar sin una gran sutileza. […]. La nariz, con todas esas aperturas rosáceas y tiernas, parecía de verdad. La boca, con toda la extensión de su hendidura unida por el rojo de los labios y lo encarnado del rostro, no parecía color sino carne real. En la fontanela de la garganta, si se miraba con atención, se veía latir el pulso. Y en verdad se puede decir que fue pintada de una forma que hace estremecerse y atemoriza a cualquier artista valioso”.
Es indudable que la fama que poseía el retrato ya en el siglo XVI no es casual. La calidad de la obra radicaba, en palabras de Vasari, en su verismo, en su proximidad a la realidad y en su carácter mimético. Con esa viveza de la figura tiene mucho que ver la técnica empleada por el maestro, basada en el sfumato que, reduciendo el peso del dibujo, difumina los contornos, funde las sombras y genera una apariencia de objetos poco definidos, casi borrosos, fruto del aire que existe entre el observador y el observado.
En palabras del propio Leonardo: “El mucho aire impide la evidencia de la forma de esos objetos y, en consecuencia, sus más menudos detalles resultan imperceptibles e irreconocibles”. Asimismo, el retrato realizado por Da Vinci se esfuerza por trascender el aspecto físico de la modelo, para adentrarse en su psicología, y mostrar cualidades y hasta virtudes. ¿Acaso el nombre popular del cuadro –La Gioconda– tenga que ver con el adjetivo italiano giocondo que significa alegre, jocoso, feliz?
¿DOS ‘MONA LISA’?
Leonardo mantuvo siempre la pintura entre sus posesiones. Cuando entró al servicio de Francisco I de Francia llevó con él el retrato, que fue adquirido por el monarca francés en 1518, pasando a formar parte de las colecciones reales francesas. En 1797 se integró en los fondos del recién creado Museo del Louvre, si bien en 1800 Napoléon ordenó que la obra se instalara en sus aposentos en el palacio de las Tullerías, donde permaneció hasta su regreso a la pinacoteca en 1804.
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Sin embargo, cabe preguntarse si el original del Louvre corresponde a la obra descrita por Vasari. En 1517, el cardenal Luis de Aragón y su secretario, Antonio de Beatis, pudieron observar el cuadro en la residencia francesa de Leonardo, junto al castillo real de Amboise. Allí, según De Beatis, el propio pintor les indicó que se trataba del retrato “de una cierta dama florentina”, encargado por Juliano de Médicis, por lo que la representada sería una de sus amantes. Esto plantea que o bien Vespucci y Vasari están equivocados, o que podemos estar hablando de más de un retrato.
De hecho, el teórico Giovanni Paolo Lomazzo, en una obra dedicada a las artes publicada en 1584, habla de dos obras diferentes, identificadas como La Gioconda y Mona Lisa, respectivamente. Si bien esto puede deberse a un error, no ha dejado de intrigar a los estudiosos. Además, en su descripción, Vasari llama la atención sobre las cejas y pestañas de la retratada –”en las cejas se apreciaba el modo en que los pelos salen de la carne, más o menos abundantes y, girados según los poros de la carne, no podían ser más reales”–, detalles ausentes en la obra del Louvre. Quizá las experimentaciones que acostumbraba a hacer Leonardo pudieron acabar con la desaparición de algunas de las veladuras que componen la pintura. O puede que no se trate de la misma obra.
‘LA GIOCONDA’ ORIGINAL
La Mona Lisa del Museo del Prado supone una importante pieza en el puzle de la obra maestra de Da Vinci. No sólo se trata de la copia más antigua conocida hasta el momento del cuadro –realizada por uno de sus alumnos al mismo tiempo que el original–, sino que presenta unas similitudes técnicas con la pintura del florentino realmente singulares, hasta el punto que fue considerada hasta la segunda mitad del siglo XIX de mano del maestro.
Su paisaje inacabado y la presencia de cejas y pestañas inducen a pensar que tal vez éste fuera el cuadro descrito por Vasari, quien difícilmente podía haber visto la obra actualmente expuesta en el Louvre, puesto que Leonardo se la llevó consigo a Francia en 1516, cuando Vasari tenía cinco años. Entonces ¿entregó tal vez a Giocondo una obra terminada por un discípulo, o por el contrario no culminó el encargo? ¿Se trataba de retratos de dos mujeres distintas? ¿El que el cardenal de Aragón vio en Francia representaba a una amante de Juliano de Médicis?
Por si fuera poco, para otros la obra que describe Vasari en 1550 sería la denominada Mona Lisa de Isleworth o Mona Lisa temprana, una pintura de dimensiones algo mayores que la del Louvre y pintada sobre lienzo; actualmente se encuentra en manos de un consorcio privado constituido bajo el nombre de Mona Lisa Foundation y con sede en Zúrich. Ésta sería, por tanto, la “auténtica” Gioconda, mientras que la conservada en el Museo del Louvre sería una obra posterior. Esa mujer, con el paisaje inacabado detrás, más joven que la de los cuadros de París y Madrid, sería Lisa del Giocondo, mientras que para las otras pinturas se barajan múltiples identidades, incluyendo a la madre del propio Leonardo Da Vinci.
DEL OLVIDO A ICONO
Comoquiera que sea, durante los siglos XVII y XVIII la fama de la obra fue languideciendo, y en el XIX la Mona Lisa no era probablemente el cuadro más popular del Museo del Louvre. No colgaba en un sitio especial como en la actualidad, sino junto a otras obras de escuela europea. Los medios de reproducción mecánica no conseguían, tal vez por la técnica del sfumato utilizada por Leonardo, captar la pintura en todo su esplendor.
El terreno estaba abonado para la “Lisamanía” que se desató a mediados de siglo entre los literatos del Romanticismo
Aun así, era una obra conocida en el círculo de artistas e intelectuales y muchos autores seguían homenajeándola en sus composiciones, como Mujer con perla de Corot (1868). El terreno estaba abonado para la “Lisamanía” que se desató a mediados de siglo entre los literatos del Romanticismo, que contribuyeron a crear la imagen de Mona Lisa como una femme fatale, de atracción casi mágica, impasible, “la bella esfinge que sonríe misteriosamente”, según Téophile Gautier. Hasta el punto de que cuando la obra fue robada del Louvre en 1911 los investigadores creyeron que el ladrón era un enajenado que se había enamorado de la representada.