Milei y lo que dice su violencia verbal 

La violencia política siempre comienza siendo violencia verbal. Las palabras flamígeras en la cumbre encienden llamas en el llano. Las usan los liderazgos dogmáticos que se sienten predestinados para concretar su obra

No son infamias de la “casta” a la que proclama recortar privilegios. Hay algo “fidelcastriano” en Javier Milei. Su artillería verbal que dispara a mansalva contra todo lo que no se alinee dócilmente con sus posiciones no es un rasgo secundario que resaltan los “tibios”, los kirchneristas y los “comunistas” para correr el eje de lo principal, que es la transformación económica en marcha.

Incluso los muchos que entienden la necesidad de una reforma que libere las fuerzas de la economía privada, desatando los excesos regulatorios y alivianando el peso del Estado, consideran una señal oscurísima la agresividad con que el Presidente descarga su intolerancia contra la crítica y todo lo que él considera traición y comunismo.

Para espantarse de esos ataques desaforados, no hay que ser comunista sino demócrata, lo que implica pertenecer a la cultura liberal.

El fallecido Jorge Batlle llamó “manga de ladrones” a los argentinos y “Pepe” Mujica dijo: “… esta vieja es peor que el tuerto”, en referencia a Cristina y Néstor Kirchner. Pero ambos presidentes uruguayos creían hablar en off y no públicamente.

También el matrimonio Kirchner recurrió al linchamiento de imagen contra sus adversarios, a los que presentaban como “la antipatria”. Néstor y Cristina se valían de voceros y de un dispositivo periodístico de linchamiento mediático, cuyo principal exponente era el programa 6-7-8.

Por cierto, la violencia política no es exclusiva del sectarismo izquierdista. El expresidente filipino Rodrigo Duterte es un ejemplo asiático de brutal agresividad verbal contra opositores y críticos. El partido español Vox, el trumpismo en Estados Unidos y el bolsonarismo en Brasil son otros ejemplos de violencia política mediante insultos y descalificaciones en la vereda ultraconservadora. Y Milei es el ejemplo argentino de ese recurso autoritario.

Ya no vocifera insultos con el rostro desencajado, como en los programas de televisión donde adquirió la notoriedad volcánica que lo hizo competitivo en la salvaje jungla política argentina.

Sigue lanzando misiles verbales a mansalva, pero lo hace sin gritar con los ojos desorbitados.

Después de llamar Lali “Depósito” a la talentosa cantante y actriz cuyo apellido es Espósito, llamó “nido de ratas” al Congreso y “traidor”, además de “basura”, al respetable economista y político liberal Ricardo López Murphy.

Antes de eso, había publicado una lista negra de legisladores y de gobernadores a quienes llamó “traidores” por el fracaso parlamentario de su desmesurada “ley ómnibus”.

Como si no entendiera la peligrosa asimetría entre la gravitación que le da su posición y la exposición de las personas a las que marca con insultos para hacerlas blanco del agresivo desprecio de sus seguidores.

Igual que Trump al acusar con delirantes teorías conspirativas a Taylor Swift, sabiendo que sobre los escenarios una superestrella popes un blanco fácil para cualquier fanático que quiera atacarla.

La violencia política siempre comienza siendo violencia verbal.

Por cierto, gran parte de la dirigencia política, gremial, etcétera, es una “casta” que actúa para sí misma, como lo es Daniel Scioli, exgobernador peronista-nestorista-cristinista al que Milei asesoró sin cuestionar los fondos públicos que gastaba en espectáculos musicales para llegar a la presidencia. Eso no significa que la cabeza del gobierno esté actuando con equilibrio y verdadero espíritu liberal.

Fue un rasgo detestable de los gobiernos kirchneristas y su aparato de propaganda, y no tiene por qué no serlo ahora, aunque muchos de quienes denunciaban esa violencia política cuando gobernaba Cristina minimizan su gravedad en el accionar libertario.

Ocupar en el pensamiento económico el polo opuesto de un sectarismo populista de izquierda no implica no expresar un populismo sectario.

Las palabras flamígeras en la cumbre encienden llamas en el llano. Las usan los liderazgos dogmáticos que se sienten predestinados para concretar su obra. Igual que en religión, los dogmas políticos y económicos son verdades absolutas. Los liderazgos dogmáticos son sus guardianes, y quienes las cuestionan son blasfemos y herejes que merecen ser aborrecidos.