Que triunfe el bien sobre el mal, y que por extensión el optimismo sea cada vez más nuestra visión del mundo.
Voy a entrar brevemente en esta pregunta: quizás sea por las Navidades, quizás sea porque esta cuestión es un universal entre los liberales (dos liberales que se encuentran casi lo primero que se preguntan es: “¿y tú cómo llegaste al liberalismo?”), quizás sea porque es un momento algo crítico para el liberalismo.
El caso es que liberales hay muchos. El liberalismo es amplio y estrecho. Amplio por cuanto en su saca caben muchas familias con inquietudes y visiones vitales y sociales bien diferentes, y hasta contrapuestas. Estrecho porque de esa diversidad se deriva que hay una gran parte de materias propias de la filosofía política y moral en las que afloran divergencias importantes entre liberales. Esto lleva a que se hayan de cubrir esas aspiraciones personales de comprender el mundo y a uno mismo dentro de él en otros sitios, casi con seguridad fuera de los muros del propio liberalismo. Al final, el liberalismo es una filosofía de “mínimos”. El resto ya lo buscamos cada uno por nuestra cuenta y a través de asociaciones o personas paralelas. Quizás unos y otros deberíamos empezar a entender que no podemos meter nuestros pareceres con calzador dentro del liberalismo si no queremos excluir a otras de esas variopintas familias.
Por lo anterior, si me hago a mí misma la pregunta que da título a este artículo, llego a respuestas muy diferentes a las de otros liberales, eso seguro. Es más, otra de las grandes preguntas de los liberales es “¿por qué hay pocas mujeres liberales?” o, para matizar algo mejor: “¿por qué hay tan pocas mujeres liberales en España?”. Sin pretender dar respuesta a esa pregunta (lo desconozco), el caso es que ser mujer (aunque algo “rara”, siempre de pantalones) tendrá su influencia en esta cuestión que nos estamos planteando.
Voy a tratar de explicar mi liberalismo respondiendo a dos cuestiones:
Si se ha fundamentado en la razón o en los valores (no son excluyentes).
Visión optimista o pesimista: el hombre dentro de la sociedad.
- Razón o valores.
En mi caso, sin atisbo de duda, lo más preponderante para llegar han sido los valores. Asumamos que en los valores influyen no sólo la familia o el entorno, sino nuestra genética.
En esta vertiente de los valores, mi acercamiento a estas ideas ha nacido de una distinción bastante clara entre el bien y el mal (por simplificar, se crea o no, los diez mandamientos…), y el forzarse a decantarse por lo primero pese a los cantos de sirena de lo segundo. Entre esos valores buenos, ya sabemos: no robar, no matar, respetar, honrar, no mentir (engañar), no codiciar bienes (ni personas) ajenos, etc. Los mandamientos del buen liberal nos hablan de propiedad privada y responsabilidad. Es una forma de racionalizar buenos valores como los expuestos antes: valores de respeto y autorrespeto, incluyendo una perspectiva de largo plazo (aunque no todos los liberales lo tienen tan presente). El típico liberal racionalista gusta de verlo al revés: primero la razón nos explica qué es lo bueno y funcional (de arriba abajo, a través de la sacrosanta razón), y luego la gente en sociedad ha de acatarlo. Al fin y al cabo, ellos saben más que los demás. Es lo normal, que idolatren su sapiencia…
Bueno, ironías aparte, ambas aproximaciones pueden ser compatibles si dan lugar a resultados parecidos. Desde la razón o la tradición se puede llegar a verdaderas aberraciones contra la convivencia, la paz, la confianza y cooperación entre personas, la prosperidad y la libertad.
Lo que apunto en cualquier caso es que yo traía ya unos valores de casa y vi que dentro del liberalismo los podía hacer encajar en una parte esencial. Y lo que sostengo también es que evolutivamente las sociedades más liberales primero se humanizan, cooperan y se civilizan en un arduo proceso y es después, cuando ya adquiere esos valores una parte importante de la población, cuando se puede racionalizar cuáles son las claves que explican ese camino hacia la prosperidad y libertad: propiedad privada, confianza, honor, largo plazo, familia, contrapesos de poderes, etc. Se trata del clásico “bottom-up” frente al “top down”.
Huelga decir que países como Hong Kong, Singapur, Abu Dhabi han conseguido liberalizarse a la inversa. No afirmo que no se pueda conseguir. Cualquier institución es fruto del “prueba y error” y, una vez la institución alcanza éxito, se puede racionalizar qué es lo que ha funcionado en ella, y, si acaso, tratar de replicarlo y extenderlo.
- Optimismo/pesimismo: el hombre y la sociedad.
Ahora detengámonos en la segunda de las cuestiones, también vinculada con una clase de «valores» muy típicamente liberal. Parece que a los liberales les define muchas veces el optimismo, cosa que no es del todo exacto. Ahora mismo hay un debate muy interesante respecto a las innovaciones entre optimistas (por ejemplo, Johan Norberg, autor de uno de los últimos libros del IJM: Progreso) y pesimistas (Peter Thiel, Tyler Cowen, etc.). También podemos ver réplicas de parecidos debates respecto al avance de la libertad entre liberales más conservadores (más pesimistas hoy) y liberales más progresistas (más optimistas hoy).
Esto da para un largo debate en verdad en el que no me voy a detener por una cuestión de extensión. Por resumir, en el ámbito de lo moral no lo veo muy bien; en el ámbito de la abundancia de innovaciones podría ser más optimista, aunque creo muy sinceramente, como el mencionado Thiel, que la sombra del Estado en el mundo empresarial es muy alargada, máxime cuando las próximas grandes innovaciones vendrán en el transporte, la energía, la salud, la construcción… Con todo, una serie de consecuencias de la sobreabundancia me preocupa por su vertiente moral. Como un círculo (vicioso o virtuoso) que es, el desmoronamiento moral y cívico derivado de la sobreabundancia creo que tiene una repercusión en el propio ámbito productivo y, muy importante, en el ámbito de actuación que acaba absorbiendo la política.
“El optimista cree en los demás y el pesimista sólo cree en sí mismo”. Gilbert K. Chesterton.
El liberal, a mi entender, acaba teniendo siempre un poco de ambas cosas, por supuesto en distinto grado según la personalidad o visión de cada quien. Siempre que se parta de un entorno institucional adecuado, el liberal no cree que los demás sean un problema. Más bien, saben que son la solución. No se tiene una visión maltusiana de la población, sino todo lo contrario. Se entiende que su capacidad creativa y productiva es tal que la oferta conjunta excede con creces, si se opera en un marco de competencia y cooperación, las necesidades de consumo. De ahí el incremento de la prosperidad, la tarta que crece. El intervencionista/socialista cree en una economía depredatoria en la que, bien se produce bajo mandato (sin ninguna guía del mercado), bien se rapiña lo que las personas y empresas productivas generan en forma de excedente (se deja mercado, pero intervenido). No cree en la cooperación, sino en la fuerza, en la violencia entre “clases”, en apelar a sentimientos tribales y en la política y politización a ultranza.
El liberal es optimista, pues, en cómo visualiza la potencial cooperación entre seres humanos, siempre en un marco de libre mercado, soberanía del consumidor, gobierno mínimo, pacificación, instituciones sólidas y útiles, etc. Y además es una persona agradecida por poder disfrutar de tan gigantescas externalidades positivas en las que poco ha contribuido debido a la hiperespecialización de la economía (nos especializamos en campos de producción muy pequeñitos). Al fin y al cabo, el mayor generador de free riders que existe es el mercado. Yo lo tengo perfectamente asumido y sigo aprovechándome de ello día tras día. El socialista, obvio es, es pesimista: es una ideología de la envidia y el resentimiento que busca rapiñar. Esto, además de estar «mal», es lo opuesto a crear. Es tremendamente destructivo.
“El precio de la libertad es la eterna vigilancia”. Thomas Jefferson.
Pero el liberal es pesimista por cuanto sabe que la capa de civilización sobre la que caminamos es muy fina y quebradiza. El ser humano lo es todo en potencia: ángel y diablo. Se es tan sumamente consciente de cómo se puede venir abajo el trabajo de décadas (o siglos) con cantos de sirena socialistas como las promesas de paraísos si se apela a la victimización, la polarización, la persecución o el odio, que mejor hacer ciertos experimentos con gaseosa. Nunca se pueden bajar los brazos. El mal se cuela con suma agilidad y pericia en cuanto se atisba un ápice de debilidad en el contrincante.
Por todo esto soy liberal: porque nací y me hice así, porque me gusta respetar y que me respeten, porque soy optimista y pesimista sobre el potencial del ser humano. Y, sí, también es funcional, ya lo sé…