Conferencia en el Partido Democrata en CABA por la Diplomática Karin Silvina Hiebaum

Si Austria creciera en un sistema libertario como la mejor estrategia política, ya lo hubiese implementado. Argentina juzga todas las diferentes ideologías políticas como si fueran enemigos entre sí cuando opinan de manera diferente. ¿Es una ideología libertaria, liberal o es el mismo temperamento latino del argentino? Argentina habla de una escuela liberal nacida a comienzos de 1880 en Austria, de seguidores del libertarismo o liberalismo también inglés y aplicado en Francia después de la invasión francesa. Austria es no solo la cuna del liberalismo, libertarismo, sino que también es la cuna del final de una monarquía del imperio austro-húngaro y del nacimiento de las repúblicas. Se puede hablar de muchas filosofías, ideologías implementadas en la aplicación de estrategias políticas y económicas. Cada liberal como liberal siempre va a ser más conflictivo que si hablamos o analizamos a un socialista o a un derechista. ¿Por qué? Porque la libertad es la libertad de expresión, la libertad de pensamientos y no existe una verdadera ideología netamente liberal. Por lo que en casos de países hispano-americanos de habla hispánica con esa sangre fuerte latina se vive un liberalismo o un supuesto liberalismo de maneras diferentes y en el caso de esta charla titulada Si el libertarismo fuera tan productivo, entonces Austria ya lo hubiese implementado. Nos gustaría hablar sobre estos temas. ¿Qué es el liberalismo? ¿Qué es el libertarismo? ¿Cómo nace la ideología libertaria, liberal en Austria? ¿Qué sucedía en esos momentos en toda la situación geopolítica europea? Y también justo en Austria. ¿Y por qué en un país donde nace el marxismo, donde nace tristemente el nazismo, donde se termina una monarquía con un imperio tan grande, se implementaron tantas diferentes estrategias políticas sociológicas? Un tema que vamos a charlar.

Antes de continuar con el tema principal de nuestra charla, me gustaría dar a conocer un poco sobre el tema del liberalismo y la democracia, porque en Europa, de dos historias a una Europa entre 1919 y 1960, desde Max Weber hasta, por ejemplo, Norberto Bobbio, dos nombres que no los han escuchado mucho dentro de la historia de la escuela austríaca, pero sí que tienen gran influencia en todo esto que ha resurgido. Entonces, hay que reconstruir cómo y por qué entre las dos guerras mundiales se construyó un paradigma historiográfico que unificó por primera vez la historia del liberalismo decimonónico con la democracia nueva del siglo XX y un paradigma potente y muy exitoso no sólo ante los historiadores, sino también en la opinión pública culta. Pero para explicar un tema en este alcance, la metodología utilizada debe ser siempre conocer las ideas de los distintos autores como los grupos representativos sobresalientes y también ver cómo ha funcionado esto en la práctica. Y de ahí vemos si es una ideología que se ha implementado netamente, puramente o dentro de las políticas mixtas.

Una referencia que tenemos para hablar lo que se llama libertad, y la libertad la vemos por ejemplo, algo que se fue muy implicado en la historia europea, en las condiciones actuales del mundo tras la caída del muro de Berlín, donde se pone a la vista la necesidad de ir más allá de este paradigma de modo de recuperar la autonomía histórica de cada uno de los dos siglos, cosa especialmente importante en el caso también como se va a ver en América Latina, y porque estas influencias europeas deben ser estudiadas para entender también bien lo que es realmente la libertad.

Entre los siglos XIX y XX, como dos etapas de un único desarrollo modernizador, podemos hablar que gran parte de la historiografía llegó por este camino a la idea de que en el siglo XX, a pesar de las dos guerras mundiales, se cumplieron muchas de las expectativas de los proyectos de los valores del siglo XIX, pero sin embargo, hoy esta visión optimista de la continuidad no nos convence. Por eso hay que notar y ver bien los pasos que aquella visión fue en cierto sentido universal, como fue compartida en Europa y América Latina a pesar de las diferencias históricas, lo que realmente fue una visión del mundo más que una sencilla tesis historiográfica. Entonces, ¿por qué hoy la ponemos en tela de juicio? Sin duda hay varias explicaciones. Una es el desencanto de los procesos de modernización después de las guerras ideológicas del siglo breve. Otra, una globalización sin control ni gobernarse que amenaza los derechos más elementales de la ciudadanía. Por ejemplo, vivimos en unas economías dis-de-socializadas, que por primera vez no se logra imaginar el mundo diferente de lo que es y por primera vez, lo que antes se llamaba capitalismo, se mueve en una esfera de ilegalidad cada vez más extensa. Otra explicación puede ser el ocaso de la imagen triunfante del siglo XIX, la típica de la tradición historiográfica europea. O sea que los historiadores del viejo mundo se imaginaron un siglo XIX lleno de triunfos, de la burguesía, del Estado, de la nación, del liberalismo. Pero tampoco las historiografías críticas como la marxista o la conservadora ponían en duda esta visión. Hoy, aquel siglo es percibido como una época difícil fragmentada, llena de experimentos políticos de corta duración, que logró por supuesto consolidar nuevas sociedades y nuevas instituciones, pero al mismo tiempo sin aquella continuidad de los procesos constituyentes que las historiografías de lo moderno celebraron y lo criticaron. O sea que de manera que hoy las conexiones entre los siglos XIX y XX perdieron el carácter evidente de antes legitimando la necesidad de reflexionar críticamente sobre el paradigma que se puede tratar.

En primer lugar podríamos hablar de las explicaciones y hasta podría compilar una lista y dibujar otro campo de reflexión, pero esto no es el tema que queremos tratar, ya que se considera prioritario reflexionar acerca de cómo y cuándo se construyó aquella imagen de una historia común a los dos siglos. Y podría analizarse o añadirse la otra pregunta, ¿por qué fue tan exitosa? Confieso no estar a la estructura para responder cubriendo los dos continentes, solo que me ocuparé de Europa, ya que de esa forma se puede tener una idea de cómo esto puede funcionar en la Argentina o no. Es decir, hay que entender cuál es la época básicamente en que las décadas entre las dos guerras mundiales y entre dos pensadores como Berger y Bobbio, que sin embargo cubren con sus vidas muy activas casi todo el siglo, los dos representan una acción simbólica que define un campo, por supuesto mucho más grande de pensamiento y acción y que involucró una minoría de los sujetos pensantes en las décadas que transcurren entre la muerte del liberalismo decimonónico y la invención de la democracia de masas de la segunda posguerra.

Uno de los logros de este dramático camino fue precisamente el paradigma historiográfico que unificó los dos siglos, XIX y XX, alrededor de una supuesta continuidad entre el liberalismo y la democracia. Pero casi no vale la pena recordar que a lo largo del siglo XIX, liberalismo y democracia constituyeron dos campos discursivos y políticos enemigos. La explicación del éxito rotundo con que el siglo XX fueron unificados es sencilla e incuestionable la democracia de masas o algo totalmente nuevo salido de la guerra en contra de los totalitarismos que tenía que reivindicar una legitimidad histórica o mejor dicho una razón histórica de ser. Las nuevas constituciones europeas, o sea un mero derecho, no eran suficientes. La resistencia que luchó en contra del nazifascismo fue siempre minoritaria. Necesitó legitimarse reivindicando una herencia de larga duración por encima de unas opiniones públicas trágicamente responsables del totalitarismo. El fantasma de Weimar, supuestamente apenas a la historia alemana, según la vulgata nazi y, a recordarlo, socialdemócrata, estuvo siempre presente. Las constituciones de las nuevas democracias tenían que acudir a la historia alemana. Es decir que al final de las cuentas la idea no era nueva. El constitucionalismo liberal fue siempre en la historia su raíz y su legitimidad. Sin embargo, a pesar de todas las dificultades, el camino liberal y el desafío para la democracia fue más dramático. Precisamente por la muerte culmina del liberalismo en las trincheras de la primera guerra mundial.

Desde hace unos años, los que se definen como escritos políticos de Weber son percibidos como en un conjunto dominado mucho más por incertidumbres y preguntas irresueltas que por lo contrario. En esta perspectiva me interesa matizar lo que Weber representa para el tema, de lo que hablamos y que tiene mucha coherencia en los desafíos de una época que puso en discusión toda la herencia del siglo XIX. En el mismo sentido que cabe señalar dos puntos estrechamente relacionados entre sí. Las ambigüedades implícitas en el concepto weberano de politeísmo de los valores y en segundo el análisis del problema democrático. Lo cierto es que junto a Weber, reivindicado por la sociología norteamericana de Talcott Parsons y luego convertido en un ícono de la disciplina, existió mucho más complejo. Es solo una paradoja aparente que este segundo Weber se vea con toda claridad en la famosa conferencia de la ciencia como profesión de 1917, unos pocos años antes de su muerte.

Sin embargo, si hablamos de Max Weber, es el que hizo el esfuerzo intelectual más completo y complejo para entender la ruptura y sus consecuencias. Gramsci era un revolucionario y le interesaba la revolución. A Weber le interesó la relación entre masas y democracia, precisamente para evitar una revolución o una dictadura. La literatura sobre Weber es enorme y está llena de disputas. Weber es todavía un argumento conflictivo, o por lo menos lo fue hasta hace poco en el sentido de su proteico esfuerzo intelectual que quedó prisionero de la Guerra Fría. Durante más de medio siglo, Weber fue más un campo de batalla que de estudio. Es suficiente recordar el congreso de 1964 en Heidelberg para celebrar el centenario de su nacimiento. En aquella reunión hubo un quereche increíblemente de violencia acerca de la identidad filosófica del pensador alemán. También tenemos los protagonistas y personalidades como Horkheimer en contra de Parsons y Toppisch, Adorno y Marcuse en contra de los alumnos de Popper y en medio se ubicó una alianza bastante rara entre las Habermas y Aron. La respuesta en juego era ubicar a Weber en una y otra parte de las dos perspectivas filosóficas que competían en aquel entonces para conquistar la hegemonía cultural, es decir, afrontar la modernidad y sus contradicciones.

O sea, acá tenemos que tocar dos o tres palabras que a los liberales no nos gusta pronunciar, pero sí que tenemos que tener en cuenta si hablamos de una visión en lo netamente sociocultural. Por ejemplo, el empleo del término muerte y no crisis o fracaso, porque me parece más apropiado. La así llamada crisis de la conciencia europea ha sido, por supuesto, muy estudiada. No obstante, falta todavía explorar más a fondo aquella dimensión de Mark Bloch, que definió el elusivo mundo de las creencias colectivas. En pocos años, enormes masas humanas apoyaron entusiastamente a regímenes cuyos despotismos no eran ni de lejos comparables con los dos jacobinos o el de Napoleón, que tanto inquietaron a la cultura liberal decimonónica. Lo que sólo ahora la cultura europea empieza a aceptar es el hecho de que el liberalismo no sufrió una de sus típicas crisis, como la del 1848, sino que se empleó un llanamente Se hundió en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, dejando un vacío que llenaron los totalitarismos. El liberalismo murió junto a los 10 millones de soldados que perdieron la vida en los campos de batalla. La ruptura fue aún más profunda porque aquella guerra desencadenó un radical proceso de socialización, es decir, un hecho sin precedentes en la historia europea. Las trincheras plasmaron un nuevo sujeto colectivo, las masas un sujeto que la cultura liberal rechazó o no percibió. Al igual que la situación de crisis profunda, las masas pueden ir a la izquierda o a la derecha. Si no hubiéramos entendido desde el primer momento la novedad absoluta del movimiento de facci combatenti de Mussolini, que también hace a la historia de la guerra que socializó a las masas mucho más que el trabajo, y esta fue la gran e imprescindible novedad.

Bueno acá podemos analizar un poco de cómo estas culturas que de acuerdo a la teoría weberiana comenzaban a pensar en las culturas de masas entra un poco dentro de una democracia más denominada como el populismo donde tenemos a Thomas Mann o Werner Sombart para citar ejemplos conocidos que ya se dirigen a una relevancia más en lo que el último Bobbio llega en los años 80 del siglo XX tras un largo recorrido a las más conclusiones que la democracia es un conjunto de reglas mínimas una definición compartida también por Giovanni Sartori la selección competitiva de las élites entonces acá tenemos que Weber entiende algo que los liberales de su tiempo no entendieron y no aceptaron esto es que los movimientos de masas representan una forma de acción social que expresa distintas y más complejas formas de solidaridad con respecto a las formas tradicionales estas nuevas formas son las que él llamó burocráticos legales vinculadas con el desarrollo del estado administrativo y del capitalismo industrial en otras palabras Weber fue el primero en percatarse de que las masas expresan una nueva racionalidad que hay que estudiar cuyo efecto es la profesionalización creciente y total de la política Weber no celebra que hay que estudiar y cuyo efecto es la profesionalización creyente de estas masas que ubican un contexto de una democracia sin valores en sí porque la democracia es una necesidad y nada más hay un eco lejano de toque bille nunca por cierto aclarado en el sentido de que también él consideró que la democracia como una inevitable necesidad la gran diferencia en que el pensador francés se medía con una américa y sobre todo con una francia la de 1848 todavía no industriales toque bille era un liberal desencantado por ser un aristocrata que lo había perdido todo con la revolución el desencanto weberiano viene como se ha dicho de nietzsche y posiblemente también de freud todos empezando con el autor de así hablo zaratustra compartieron la idea de que el ser no es la representación armónica en un proyecto racional del mundo.

Y acá vemos por qué la influencia de Freud ideologías socialistas y porque las políticas socialistas se inclinan más a la ideología freudiana.

Bueno, y tenemos entonces también que conocer en las comparaciones entre Weber y otros autores de su época para medir la ruptura de su forma de pensar introdujo en el vacío dejado por la muerte del liberalismo. Por ejemplo, Ortega y Gasset, que publicó La rebelión de las masas en 1929, contenó la política de sus tiempos basado en una personal visión de la teoría de las élites, puesto que todas las civilizaciones tienen una aristocracia para contrarrestar la barbarie, el problema fundamental en la sociología, o sea, para entender que la civilización occidental estaba, según Ortega, en el hecho de que el Estado había otorgado a las masas una seguridad y una posibilidad de realizarse que antes habrían sido de las élites. Así, las masas se habrían apoderado de la vida civil y social borrando al individuo y su libertad. El crecimiento monstruoso de un Estado esclerótico favorecía únicamente a las multitudes anónimas. Y de ahí la tradición liberal de Seymour Nónica, que había celebrado accidentes, mientras que los sobrevivientes de la posguerra lo criticaron porque se sintieron traicionados como sabemos fueron aquellos de los años del auge de las teorías elitistas de la política, pero es igualmente cierto que la gran mayoría de sus protagonistas, como Pareto, Mosca, Michels, fueron críticos del parlamentarismo y de los partidos. A pesar de que hoy aquellas teorías son consideradas una de las raíces de la ciencia política, no podemos olvidar que en su época fueron percibidas por los que eran una crítica demoledora de la tradición liberal. Quizá valga la pena hacer también una pequeña referencia a Marx, que en primer lugar porque Weber lo consideraba uno de los más grandes pensadores del siglo XIX, a pesar de no compartir su idea de revolución, y en segundo lugar porque Marx desarrolló su pensamiento en el marco de la primera revolución industrial, mientras que Weber se enfrentó con los efectos totalizantes de la segunda revolución industrial. Y así es que el Estado administrativo, segundo capitalismo industrial, las masas, constituyen por lo tanto las tres caras de un mismo fenómeno que cambia la naturaleza de la política y de la democracia. Marx vio en la primera revolución industrial la amenazante proletarización del mundo, y Weber vio en la segunda revolución industrial una amenazante burocratización que generaba masas, y no sólo proletarios.

Y yo me hago la pregunta en este caso, ¿en qué sentido entonces Weber representa la ruptura más radical y a la vez un puente entre los siglos XIX y XX? Bueno, aunque la respuesta puede también sentirse un poco simplista, se podría decir que esta ruptura weberiana la encontramos en la obsesiva y a veces dramática voluntad de aceptar lo que los liberales de su época no aceptaban. El costo fue dejar a un lado la nacionalidad de los actores para quedarse con una sola racionalidad de los procesos en todas sus formas, como muestra la gigantesca empresa de Economía y Sociedad, un costo que lo han subrayado muchos autores, tiene un perfil trágico puesto que en Weber ningún principio superior puede decidir algo frente a los conflictos de los valores. Solo una visión polisémica puede salvar a la política de la catástrofe. Esta fue la herencia pesada y conflictiva de Weber. Alguien como Carl Schmitt llegó a teorizar cómo sabemos que la política sigue la lógica del amigo-enemigo y para ver más, Schmitt es el verdadero alumno de Weber. Otros como Hans Keysen tomaron en aquellos años el camino de una filosofía relativista de la democracia, es decir, imaginada como el espacio de un compromiso entre valores, negando que estos tengan una naturaleza inmanente.

Bueno y más allá de las aporías weberianas lo que cuenta para nuestro tema es que Weber por una parte rompe con la optimista visión liberal de la política pero por la otra teoriza la necesidad de articular las instituciones liberales del siglo XIX y los nuevos actores sociales, es decir las masas con sus representantes, los nuevos partidos burocráticos y los nuevos políticos profesionales. Esto es para Weber la democracia de masas que crea nuevas élites y disminuye el peso de aquellos notables locales que tuvieron un papel fundamental en la selección de los candidatos y en la organización de las elecciones. Sin embargo si bien el peso de los notables disminuye no es así el de los pequeños grupos dirigentes que al revés se ve reforzando. Weber se queja en este modo del campo de las teorías elitistas que no por casualidad nacieron como respuesta a la dimensión masiva de la política. Weber muere en 1920 antes del nazismo y de la forma del poder de Mussolini pero en sus escritos se encuentran muchos análisis proféticos quizá el más llamativo para nuestro tema de la reflexión donde dice este es el destino de nuestra época con su característica racionalización e intelectualización y sobre todo su desencantamiento del mundo que hacen que se retiren de la vida pública los últimos y más sublimes valores y buscan refugio ya que en el reino extraterreno a la vida mística o en las relaciones inmediatas y recíprocas de los individuos. Es decir que frente a la muerte del siglo XIX mientras 1919 ocurría una oleada de eventos en Versalles se gestionaba el nuevo orden europeo. ¿Qué significa? Hungría vivía la corta experiencia de la república de los soviets. Trotsky marchaba con el ejército rojo hacia Alemania. Rusia se precipitaba en la guerra civil. La Félix Austria se deshacía de Mussolini y movía a sus huestes. Weber trató la capacidad de identificar un cambio sin duda época y profundo pero silencioso e irreversible digamos que los cuyos efectos eran y serán evidentes en las dos décadas siguientes. Es decir acá vemos con la excepción obvia de la Unión Europea todos los regímenes nuevos y viejos salidos de Versalles fueron parlamentarios inclusive Turquía. Sin embargo, en  los 20 años que transcurrieron entre la conquista del poder por parte de Mussolini en 1922, y el cénit militar del eje alemán-japonés en 1942, la situación cambió radicalmente. ¿Por qué? Porque en 1920 las asambleas legislativas fueron cerradas en dos estados europeos, en los años 20, y otros seis en los 30. En nueve y en los primeros dos años de guerra, las ocupaciones nazis destruyeron cinco regímenes parlamentarios y el consenso fue masivo. Es decir, que la europeización de Wilsonino se reveló en una ilusión. Los únicos países que mantuvieron instituciones representativas fueron Gran Bretaña, Irlanda, Suecia y la Confederación Helvética. 

Pero supuestamente hoy, al final de las guerras frías y no frías de nuestro pasado, es posible entender que los dilemas weberianos y la búsqueda de una convivencia posible entre la democracia y el liberalismo representaron también el esfuerzo intelectual más logrado para salir definitivamente de una malaise constitutiva del liberalismo decimonónico que lo acompañó desde 1848. Es curioso, ¿no? O quizá no lo sea, pero el hecho de que la obsesión para lograr una definición doctrinaria coherente y de larga duración del liberalismo haya marginado unos datos indiscutibles. Es decir que, por ejemplo, es bien conocido el odio liberal en contra de cualquier tipo de jacobinismo, pero no solo por el peligroso conflicto social que este último podría desencadenar, sino también por su visión del mundo, por ejemplo, por haber definido como naturales los derechos eminentemente políticos como el voto y la ciudadanía. Derechos por lo que tanto nada son intangibles. Volver universal la política, al igual que el mundo privado significaba para los liberales socavar la libertad, de la que se llamó sociedad civil, un espacio no público pero titular de la soberanía de los derechos fundamentales del individuo, que en tanto naturales se volvían inmodificables.

Y bueno, por eso de ahí que podemos, no se ha atrevido a decir que la frontera entre lo político y lo natural, entre los derechos que siempre bastante fueron la crítica para el liberalismo decimonónico, una de las razones es sencilla y olvidada. Y a primera vista inaceptable. El liberalismo nunca pensó en la revolución industrial, más bien fue anti-industrialista. Su ideal siguió siendo ruralista. Una sociedad de propietarios arraigados en sus comunidades que por su ilustración e independencia económica tenía las capacidades como para dedicarse al bien común. Nada que ver con los tradicionalismos antimodernos, se trataba más bien de una visión que permitía moderar lo político frente a lo civil y natural. Y aunque parezca otra vez atrevido recordar los liberales de la Inglaterra de la primera revolución industrial, tuvieron la misma actitud. De manera que el liberalismo del siglo XIX convivió bastante más con los procesos de la industrialización que rompieron aquella visión y o ilusión según la cual los derechos naturales del individuo, su autonomía frente al poder político, tenían en una sociedad de propietarios rurales su mejor garantía mientras que la industria hacía depender a los hombres uno del otro. Si minimizamos este dato neurálgico del credo liberal clásico no podemos evaluar la gran ruptura conceptual introducida por Marx, que vio la tan desprestigiada dependencia a lo revolucionario que llamó cooperación, de manera no prevista y luego rechazada por los liberales. La industrialización hizo que los individuos se asociasen más estrechamente de lo que habría logrado hacer la política. Frente a la comunidad imaginaria de los individuos propietarios de los bienes de raíces empezó a desarrollarse una sociedad muy concreta de asociados por el trabajo a pesar de las voluntades individuales.

La malaise del liberalismo clásico tiene entonces una de sus raíces en la dificultad de conciliar la libertad liberal con el nuevo tipo de socialización, es decir, la cooperación marciana, desencadenada por la industria. Si tomamos en cuenta este dato no parece tan extraño identificar un hilo rojo entre Marx y Weber. Aceptar la inevitable y totalmente nueva socialización inducida por la industria para luego redefinir la naturaleza de la política y las formas de vivirla. Las soluciones que ambos pensadores dieron a la cuestión estuvieron en las antípodas, pero este dato no minimiza el hecho de que los dos compartieron el mismo tema y con una fuerza intelectual única para sus tiempos. Como Weber heredó la malaise liberal no la inventó al igual que los demás que se enfrentaron con ella en aquellos años salidos de las trincheras de la primera guerra mundial, pero él le dio una vuelta irreversible que fue a la ruptura con el pasado. Y si el lector o quien interprete estas apretadas notas nos permite jugar con estas palabras, Weber descubrió la malaise democrática en la que vivimos es decir, la dificultad e imposibilidad de conciliar el politeísmo de los valores con la democracia de masas. En este sentido Weber representa simbólicamente la borderline entre la muerte del liberalismo decimonónico y la invención de aquel paradigma que unificó dos historias en una, la liberal y la democrática de masas.

No es entonces casual que las relaciones inmediatas y recíprocas de los individuos, allí llamadas por Weber, estructurarán por afuera de las instituciones y también de los partidos nuevas formas de sociabilidad que plasmaron lo que James Wilkinson llamó precisamente en 1981 la resistencia intelectual en Europa. Como bien sabemos existió también una resistencia armada clandestina donde militaron muchos intelectuales pero la primera tuvo su autonomía y en cierto sentido fue más amplia porque trabajó muchas veces por encima de las divisiones políticos ideológicas. Como anotó por ejemplo Albert Camus poco después de la guerra la resistencia fomentó la transición de una actitud de revuelta solitaria al reconocimiento de una comunidad cuya lucha había que competir. Y acá tenemos el tema de la identidad europea que también hablamos muchas veces sobre que la resistencia es una mezcla de desafío y de idealismo lo cual es cierto por una parte la cuestión es que la segunda guerra mundial empezó con una capitulación ante el fascismo y pareció terminar con una reafirmación de los valores que habían muerto de la primera guerra. Sin embargo no fue así no hubo ninguna restauración del liberalismo sino el comienzo de una nueva etapa de la historia europea dominada por regímenes democráticos de masas obviamente sin Europa del Este y la España franquista. La ilusión de una restauración de las libertades políticas e individuales que fue precisamente el logro de una nueva idea de la historia europea fundada en la invención de una continuidad que logró pacificar una discontinuidad de todo lo que se había vivido. ¿Y por qué esta novena es tan representativa de la frontera weberiana entre la malaise histórica del ser liberal y el desafío democrático?

Bueno, podemos acá entonces entender el porqué de la aplicación de estas políticas mixtas dentro del contexto europeo. Que quiere decir que, en este caso, la respuesta en la historia y contexto germanico, todo se vuelve político a pesar de las apariencias, pero está definitivamente construido en lo natural de lo privado. No hay fronteras entre el mundo antagónico, democracia, democracia, y el otro, eros, natos. Ningún de los dos mundos logra involucrar realmente al protagonista, cuya incertidumbre no es una debilidad psicológica, como piensan los dos diablos tentadores. El joven y simpático Hans Astor, ingeniero y naval de los astilleros de Hamburgo, que está seguro de sí mismo, tiene sencillamente una mirada diferente y desencadenada. Y en la montaña es mágica, pero el mundo de la burguesía ya no lo es. La historia en el sentido hegeliano-liberal, de la muerte hacia la libertad, existe solo para los dos demonios en una forma residual. Es decir, que a diferencia de los artistas, los historiadores nunca pudieron encerrarse en la dimensión personal, aun si abierta a los demás. Y, durante la primera guerra mundial, algunos de ellos fueron empujados a repensar la historia del continente y otras interpretaciones y genealogías de su civilización. No todos se ocuparon del liberalismo y de la democracia. Sin embargo, es importante no perder la vista que el tema que nos interesa fue reformado en esta historia, como por ejemplo el historiador belga Henri Pierenne, brillantemente analizado por Cinzio Violante, que entre 1917 y 1918, hay un campo de prisión alemán, Pierenne escribió su historia de Europa sobre las invasiones bárbaras hasta el siglo XVI, una historia que, sin embargo, había sido pensada con otra cronología llegando hasta 1914. ¿Por qué quedó encabada? Una de las tesis principales de la obra es que la invasión musulmana de Europa, que acaba con la conquista del Imperio Romano de Oriente en 1454, quiebra mundos de Mediterráneos y rompe la milenaria conexión entre Oriente y Occidente, con consecuencias que según Pierenne duraban todavía en 1914, explicando la tragedia de la guerra. A partir del siglo XII, la expansión de los alemanes hacia oriente desconectó del desarrollo occidental a estos pueblos creando dos Europas: la del origen romano y la del origen alemán. Esto, simplificando de manera escandalosa un libro que permanece entre los clásicos, que me interesa llamar la atención. Es decir, el primero de Pirenne que interrumpe su braco con una cronología igual que al final del siglo dieciocho que definió los fundamentos de la civilización europea, donde acá me puedo referir a las historias de Voltaire, Roberson, y luego de Cuisot en 1828 el segundo punto que con la teoría de la doble Europa Pierenne quería explicar cómo entre 1300 y 1450 Europa occidental comienza el camino hacia el capitalismo y la burguesía con el triunfo de las ciudades. La parte oriental de Alemania toma otro camino, el de una nueva servidumbre feudal, de un nuevo autoritarismo: el prusiano, luterano, y de una forma estatal sin libertad. En lugar de las virtudes del ciudadano estaban las del funcionario, las del militar y las del súbdito. El tercer punto, estas tesis no son muy lejanas de las que en aquellos mismos años -1917-1918- Weber desarrolló para plantear la necesidad de fortalecer el parlamentarismo alemán.

Bueno, y acá te podemos hablar, por ejemplo, de los tratados de Versalles, que nacieron varias Europas. La occidental, desde luego, pero también la Mitteleuropa Antijermanica del presidente chico Nazarick. La ambivalente Europa Balcánica de Yugoslavia, que terminó siendo identificada a los eslagos del sur de Europa. Y por fuera, la Nueva Rusia. Por supuesto que las fronteras entre estas Europas fueron fluctuantes según las coyunturas. Es decir, ¿cuál era entonces, en ese momento, la historia de Europa después de 1918? Este fue el gran tema de todos los congresos de historiadores europeos hasta los años 50 del siglo XX. Una anotación al margen de esta cronología, creo que valdría la pena reflexionar en la perspectiva acerca del concepto Revoluciones Atlánticas. Hoy, otra vez, de moda, que no casualmente fue representado por el Congreso de Roma en 1955, con esto no quiero señalar el evidente paralelismo entre las dos posguerras que obligaron a reinventar el concepto de Europa y su civilización. En el segundo caso, la Atlantización de Europa Occidental, que fue el evidente efecto de la Guerra Fría y de la hegemonía estadounidense. Y acá podemos tener en cuenta también la importancia de la relación de Estados Unidos para con estas otras políticas.

Lo cierto es que con la Primera Guerra Mundial se acabó el mito de la civilización europea unitaria. Como lo dijo Lucien Febre en 1944 que para muchos intelectuales europeos de los años de las entreguerras era una idea de Europa de la civilización que quedó como refugio. Es decir, con más realismo, Marc Bloch, que nunca escribió en una historia de Europa, notó en los anuales de 1935 que la noción de Europa es una noción de crisis, una noción de pánico y fue en ese contexto donde la resistencia intelectual buscó el camino para redefinir la historia de Europa como una historia de libertad más que como una historia, como una política de Estado-Nación con sus nacionalismos y con sus guerras. La recuperación del liberalismo y de sus vínculos con la nueva democracia es parte de este esfuerzo centrado en el debate sobre la responsabilidad de la profesión intelectual. O sea, un debate intenso y continuo marcado por las contribuciones de Oswald Sprengler, Thomas Mann, Julien Benda, Albert Einstein, Sigmund Freud, para citar, son los más conocidos. Hay algo de Weberiano en este debate. Weber analizó la profesionalización de la ciencia y de la política desarrollando el gran tema de la ética de la responsabilidad, algo muy parecido que se discutió antes y después de la Segunda Guerra Mundial acerca de la profesión intelectual frente a la política. Y estas relaciones de ética y política tuvieron una ubicación estratégica en la redefinición del liberalismo, el concepto que empezó a revolucionar o a evolucionar cada vez más con el sentido polisémico, ético, político e histórico.

Y ahí es como comienza este análisis en donde decimos la reinvención del liberalismo y de las políticas de masas. Por eso es que muchas veces se dice, ah, es un liberalismo de izquierda, es un liberalismo de derecha, es un progre. El liberalismo no tiene ni izquierda ni derecha, puede ser de o puede ser combinado. Y eso es lo que en Europa se llaman las políticas mixtas, donde si bien con una ideología liberal se puede aplicar una política social más, digamos, social-democrática.

Hay varios autores que podemos decir, no solo de la escuela austríaca, sino del liberalismo europeo. Por ejemplo, tenemos un autor que no es tan mencionado en el ámbito hispanohablante, pero que se trata de Guido Ruggiero, que él habla mucho de la libertad europea en la historia del liberalismo europeo, donde la publicó en el año 1925, pero en la que contaba, al igual que otros liberales, Ruggiero dejó en las trincheras no la democracia, sino su antidemocracia elitista, típica del liberalismo decimonónico, y se lanzó a una redefinición del liberalismo como precursor y fundamento de la nueva democracia de masas. O sea, que con esa interpretación podemos hablar de un liberalismo, digamos, más populista, más popular. De manera que, según de Ruggiero, no fue el liberalismo italiano el que fracasó por incapacidad, sino que los liberales italianos que no fueron capaces de defender el verdadero espíritu burgués y liberal. Fue de Ruggiero quien lanzó la expresión liberal-democracia como síntesis entre el futuro y el pasado, pero una síntesis que privilegiaba la centralidad de la libertad liberal para equilibrar la uniformidad, mortificante y opresiva de la sociedad democrática. De hecho, de Ruggiero pensó en una apertura hacia las capas medias y el valor educativo de la historia del liberalismo para las masas. Hoy, estas ideas son obviamente obsoletas, pero por lo que cuenta, revisitar un camino que tuvo éxito no solo tras la Segunda Guerra Mundial, sino antes. El libro, que fue pronto traducido al inglés, al francés, al español y al alemán y al checo, porque al fin cuentas anticipadas muchos de los caminos que siguieron, empezando por la reevaluación de la ilustración en un sentido muy peculiar, diferente, a este actual del siglo XIX. Es decir, que el mismo legado de la revolución francesa, Ruggiero habla de lo que se pacificó en estas interpretaciones, como tenemos, por ejemplo, un libro que se utiliza mundialmente sobre liberalismo, La libertad de Montesquieu. La potestad de hacer lo que no lastima a los demás y el concepto de la voluntad general, Rousseau-Augnano. Esto gracias a la mediación del historicismo de Jean-Baptiste Abico y de la ética kantiana de la emancipación individual como deber. El historicismo ético del liberalismo se definió como conciencia de la superioridad otorgada por la historia pasada y por la aspiración presente de llenar el liberalismo de nuevos contenidos democráticos. El liberalismo de Ruggiero se transformó de hecho en un método para pensar en la historia de Europa. Se transformó en una meta conceptuación cuya naturaleza historicista permitía abarcar múltiples formas y tiempos históricos. El mismo Ruggiero distingue en su libro un liberalismo inglés, uno francés, uno italiano y uno alemán, cada uno con su historia pero con un contexto común de valores. El esquema básico fue el siguiente: el liberalismo reivindicó las libertades individuales y la función limitada del Estado. Gracias a estos conceptos fue posible deshacerse de los privilegios de las corporaciones. Sin embargo, en el momento en el que el liberalismo rompía una desigualdad creaba otra, entre ricos y pobres. La libertad de las premisas disimuló una no completa libertad. Ahora, el respeto formal de las libertades tenía que ser subordinado a la evaluación de los contenidos efectivos de las libertades mismas. En ese sentido, la liberal democracia tenía que cumplir las premisas de las promesas históricas del liberalismo del siglo XIX que volvían a ser un antecedente en el siglo XX. 

Bueno, y por eso llegando al tema de cómo nace el liberalismo en Austria, tiene mucho que ver con esta relación en todo lo que iba sucediendo en la historia europea. Muy fascinante de por sí, ¿no? Porque se ve cómo de un imperio monárquico se deshacen esos imperios, nacen las ideologías liberales con distintas posturas, después nacen las teorías marxistas, donde también se ve que todo era como perfecto pero no había evolución. Ahí se volvió a repensar en la implementación de un liberalismo, pero un liberalismo que sea social, entonces nacen las socialdemocracias y ahí tenemos que empezar a entender las diferencias entre la democracia, la socialdemocracia, el liberalismo y donde entran también los conceptos en la continuidad y la comunicación entre la geopolítica y la política nacional y por qué los sistemas parlamentarios. Es muchísimo que necesitaríamos todo un año para hablar sobre todo esto, pero bueno. La idea es, como lo dijo Norberto Bobbio, que representa uno de los momentos más altos de este largo camino de la resistencia intelectual europea, en donde se prolonga la vida de 1909 a 2004, que escribió 28 libros para recapitular su pensamiento que no es fácil, y no solo por el tamaño de su obra, sino por el gran hecho de que Bobbio no fue solo un pensador sistemático, sino que también existe en su gran libro. Su forma de pensar fue coherentemente en movimiento, buscando siempre redefinir las cosas sin perder su personal perspectiva intelectual. O sea que si miramos sencillamente esta cronología de la obra, de sus obras, nos percatamos que entre 1934 y 1963 se dedicó solo a la teoría del derecho, con una significativa excepción, la filosofía del decadentismo, escrita que no fue por casualidad en 1945. O sea, un duro ataque contra la decadencia o la decadente meditación sobre la existencia individual y la nueva escatología histórica del marxismo-leninismo a la soviética, en aquel entonces triunfante en la Francia de Sartre. Pero a la vez, aquel libro marcó la definitiva opción de Bobbio en la pos del racionalismo analítico inglés aplicado al estudio del lenguaje jurídico. Y de ahí donde se nacen a redefinir los intelectuales tienen que sembrar dudas y no certezas. Porque el tema de la duda es como lo que se implementa mucho en el liberalismo. El liberal pregunta, pregunta, no se pone de acuerdo. ¿Y por qué? Porque el liberal es un pensante, y como la palabra lo dice, liberal, la libertad de pensamiento, si bien tienen todos una ideología muy similar con un objetivo similar, todos tienen distintos pensamientos. Entonces, entran en ese conflicto porque no dejan de pensar, pensar, discutir y debatir.

Y bueno, ahí tenemos, como dije, la filosofía del decadentismo, ¿no? Y de ahí nos vemos cómo van sembrando esas dudas, y no certezas, los liberales, que desde 1963 este Bobbio, Norberto Bobbio, se dedicó a la ilustración, a la comparación, a lo que se llamaba un proceso de neo-ilustrado, que ya podemos ver en una comparación entre lo vivido entre el siglo XIX y XX. Es decir, que para esto vemos también lo que se llamaba el camino del reconocimiento de las repúblicas de las letras, lo que pasó en el cambio de la Primera Guerra Mundial. El método de Bobbio consiste realmente en extraerle a la historia una perspectiva teorética para aclarar los conceptos. Por lo tanto, el liberalismo es una específica concepción de Estado, un Estado con poderes y funciones limitadas. El liberalismo nació de la necesidad de limitar el poder estatal, mientras que la democracia moderna nació con la necesidad de redistribuir aquel poder. Lo que es el padre del liberalismo porque articuló estrictamente el yus naturalismo con el contrato social. Los individuos tienen derechos que no pertenecen al príncipe. El contractualismo moderno fue, según Bobbio, el desenlace más importante de la modernidad, porque por primera vez la sociedad fue pensada no como sujeto natural, sino artificial, que es una creación de los individuos a su imagen y semejanza. Con el fin de defender sus derechos, Bobbio a la vez tuvo gran estima por Jobes y logró ajustarlo a Locke para decirlo en forma algo burda. Lo hizo desarrollando una tesis interesante. En cada época existen conceptos políticos fundamentales que a veces son tan fuertes que sus mismos adversarios tienen que utilizarlos para hacerse entender. Lo que para Bobbio, Joves es sustancialmente un yus posivista que utiliza las categorías yus naturalistas dominantes en lo que se llaman las ideologías liberales también de Kant y Montesquieu. Y acá tenemos un caso que, para nosotros los austríacos, Kant tiene una ideología liberal. En cambio, liberales clásicos que se inclinan más hacia la escuela de Chicago, que hoy no es un tema, pero ¿qué pasa? Tienen también la noción de que Kant no es liberal. O sea, que cada uno ve desde su perspectiva. Hoy no es el tema Kant, pero es un tema que realmente vale la pena para un liberal discutir y comparar Montesquiu con Kant. Desde dónde, hasta dónde, cómo.

En fin, hay mucho para decir, ¿verdad? Pero voy simplificando. Un pensador lleno de complejas articulaciones y de dicotomías problemáticas, es decir, lo que interesa destacar, en bovio, que logró construir el método para teorizar una teoría liberal democracia. Es una historia larga, pero con la conciencia de que en esta historia gira alrededor de continuas dicotomías y se puede comprender la diferencia del liberalismo puro con los liberalismos democráticos que son los que se implementan en estos países desarrollados como serán Alemania, Austria, Suiza, entre otros.

Por eso, y ahora se van a reír con lo que digo, el europeo no conoce que te digan sos un zurdo, sos un radical, sos un peronista, sos un derechista; no, el liberal es liberal y piensa libre y le importa un bledo si este es zurdo, si el otro no, sino que piensa en la libertad y en sus objetivos y ahí estamos y eso es liberalismo. Es decir, que de manera es obvio que se puede decir que hay como una lógica circular en la historia intelectual de la crisis europea que se mereció una larga reflexión. Lo que me parece importante rescatar o destacar es que esta circularidad constituye la cara menos conocida y más inquietante del potente discurso ya mencionado que legitimó a la nueva democracia de masas de salida de la segunda guerra mundial. Es decir, que con aquel conflicto empezó con la capitulación frente al fascismo y terminó simplemente en la reafirmación de los valores que tan cerca habían estado presentes en la primera guerra mundial. Es decir, que en realidad, como dije, aquellos valores murieron en las trencheras de la primera guerra mundial y lo reafirmaron porque fueron otros. Fueron valores aceptables porque la resistencia intelectual logró construir el único paradigma histórico de la larga duración que podía legitimar el costo humano de la nueva democracia. Es decir, los 30 millones de muertos europeos víctimas de los dos conflictos. Por supuesto, la guerra fría contribuyó a reproducir el paradigma y me pregunto si la naturaleza global de esta nueva forma de guerra no globalizó con todas sus variantes ese paradigma afuera del viejo mundo. Al fin de cuentas, la famosa tesis de las revoluciones atlánticas que viene de aquel tronco común. Como es necesario aclarar a esta altura de mis apretadas reflexiones, que no quieren negar en absoluto la validez de aquel paradigma, pero que funcionó muy bien y dio lugar a un desarrollo historiográfico espectacular. Es decir, la cuestión es otra. Los grandes paradigmas historiográficos no escapan a las rupturas y a los nuevos desafíos de la historia, como es obvio. En nuestro caso se trata de responder la siguiente pregunta. Con la caída del comunismo, ¿se desvanecieron o no las condiciones que dieron la fuerza y legitimidad del paradigma? Yo creo que sí. Podría hacer un planteo de analogía. La primera guerra mundial puso fin no solo a la manera de pensar de los vencidos, sino que también a los grandes imperios, como también los vencedores, como la caída del Muro pasó algo semejante. A pesar de que no existe una amenaza comparable a la del fascismo, existe la difundida percepción de una incertidumbre frente al futuro. Quizá no queremos ya otro paradigma, pero el éxito de ¿de qué? el éxito de la palabra revisionismo es un síntoma significativo que expresa más un malestar que una actitud positiva. A fin de cuentas, nuestro trabajo analítico es la revisión del pasado a partir del presente. Lo repito: la revisión del pasado a partir del presente. Para mí, a fin de cuentas coincide que en el siglo breve está cambiando la manera de pensar del mundo. El problema es que no sabemos cómo se está dando este cambio ni hacia dónde vamos. Más allá del revisionismo el desafío es cómo repensar hoy las relaciones entre el siglo XIX y XX. Por supuesto que estamos limitados al campo de los estudios de la historia política, pero es cierto que justo tras la caída del Muro la historia política empezó a desplazar la centralidad de la historia económica, que es un fenómeno ni teorizado ni reivindicado por nadie, pero que coincidió con el fin de una época. Quizá una posible explicación de este cambio se encuentre en el elusivo mundo de las creencias colectivas. La historiografía económica había valorizado la larga duración de los cambios lentos y contínuos y no por una discontinuidad imprevista y definitiva, sino casualmente la historia del capitalismo coincidía con la de la liberal democracia y quizá no sea casual que la mediterránea  Braudel, también escrita en un campo de prisión en 1939-40, en esos años, fuera inspirada por la obra de Pirenne. Las historiografías del liberalismo y el capitalismo tuvieron muchas veces raíces históricas muy diferentes, pero compartieron el mismo paradigma cronológico de la larga duración. Hoy llama la atención el uso traído de conceptos fundamentales nacidos en el XIX y XX, proyectados hacia el pasado para unificarlo en contra de un presente, en aquel entonces inaceptable. Si no me equivoco, estamos frente a un caso único en la historia. Sin embargo, en la condición de que el siglo breve fue uno de los más trágicos de la humanidad. 

Y en un último dato que se acerca al tema, el término liberalismo nació también en España de Cádiz, después de la experiencia de la constituyente en 1810 y 1814, que nadie lo nombra, pero ahí también hubo un nacimiento del liberalismo, que también es cierto que en la Francia del directorio napoleónico, el grupo que se constituyó alrededor de las sièges Madame de Sauterle y Benjamin Constant se definió liberal y republicano, de ahí vienen las teorías republicana-liberal, que vienen más por la ideología francesa. Pero no cabe duda de que a partir de la experiencia hispánica el concepto del éxito fue rotundo y definitivo. Podría ser interesante recordar hoy la historiografía inglesa de la época victoriana que así apoderó un concepto revolucionario hispánico, para volverlo anglosajón, como también reformular en la larga duración la historia del constitucionalismo británico. En fin, un concepto nacido en España alrededor de los 30 en el siglo XIX, fue utilizado en forma retrospectiva en gran parte de Occidente, con excepción de los Estados Unidos, para inventar una cronología plurisecular para el gran tema de las libertades modernas.

Y acá estamos. ¿Qué? Las consecuencias de la gran y exitosa operación cultural de la resistencia intelectual fueron tan numerosas y fundamentales que se necesitará bastante tiempo para identificarlas. Se pueden citar muchas algunas de evidentes, pero hubo supuestamente países que lo experimentaron de marinera temprano, y otros menos, con fracasos. Podemos hablar, por ejemplo, de las revoluciones industriales que no existen en las obras de los pensadores liberales desde Constance hasta George Stuart Mill, sino que en la misma Inglaterra victoriana la base popular del Partido Liberal fue básicamente rural. Y podríamos agregar otro olvido. Importante, ningún pensador liberal del siglo XIX teorizó de la competencia electoral otorgarse la legitimidad al voto. En la misma Inglaterra, en 1832 y 1900 hubo 17 elecciones políticas, y un solo candidato en 36,6% de las conscripciones electorales se llamaban anpositor. Se escribe un opositor, y de hecho en estos casos ni siquiera había elección. Por último, el voto público se suprimió en Gran Bretaña bastante tardiamente, entre 1872 y 1880. La competencia electoral devino el valor básico de la democracia del siglo XX solo después de la Segunda Guerra Mundial, pero no fue para el liberalismo del siglo XIX. En grande interés que hoy despiertan los estudios de la historia política se aplica en el desarrollo espectacular de las investigaciones, o sea, el proceso que abrió nuevas perspectivas de reflexión y planteos de preguntas radicalmente nuevas. La historia política ha definido o ha identificado fenómenos sociales que antes se desconocían, y estos estudios nos llevan a poder interpretar lo sucedido en los siglos XIX y XX con este mecanismo de procesos que cien políticos en grupos notables.

Y estas reflexiones de lo que más de concentrarme en este momento hasta este momento en Austria, me concentré en el liberalismo en el viejo mundo, en Europa, cómo se ve, cómo se vivió, cómo se vive, por qué se van, para tener en cuenta de una apertura mental. Tenemos que abrir nuestras mentes, no casarnos con una ideología, no casarnos y pegarnos fanáticamente a una ideología, sino mirar globalmente y ver cuáles son las mejores estrategias que podemos implementar dentro del contexto y de la necesidad de nuestra sociedad en este momento.

Bueno y la reflexión sobre estos temas es muy avanzada. Los procesos que constituyen la representación democrática de nuestra época están dominados por una óptica estatalista en el sentido de que el Estado es la fuente de la legalidad política, regulador de la reciprocidad social y ese es el problema que tenemos y que donde los liberales aborrecían o aborrecemos también a los democráticos precisamente por esta razón. En la democracia nuestra no existe, por ejemplo, aquel espacio político intermedio que permitió a los liberales moverse entre formaciones sociales diferentes con el objeto de reformarlas sin destruir las jerarquías. Pero al fin de cuentas el liberalismo fue un proyecto de revolución moderada, algo que pareció desaparecer con las masas incontrolables del siglo XX. Lo que todavía falta estudiar entender son los procesos que hicieron desaparecer aquel espacio intermedio tan orgánico a la experiencia liberal. Por otra parte, este espacio permite identificar un dato histórico fuerte entre la desigualdad social y la igualdad jurídica, objeto de un sinnúmero de disputas ideológicas que existió también una desigualdad política, una inegalité típicamente liberal, nunca teorizada de manera abierta para siempre reproducirla por medio de la representación. No me refiero a la distinción entre quien vote y quien no, sino a cómo los procesos electorales permitieron, aun si fueron universales, transformar las jerarquías sociales en nuevas jerarquías políticas, incluyendo y ubicando electores por medio de normas y de prácticas.

Y esto que se fue viendo en Europa podemos llevarlo, en el caso de Argentina, a América Latina, porque hoy podemos hablar de una América Latina unificada, donde se están viendo distintas perspectivas y donde se trata también como de evangelizar, abrir cabezas, ¿no? Para que se vaya entendiendo qué es realmente el liberalismo y cómo se puede llevar a la práctica. Pero en América Latina, el caso quizás más transparente, fue el chileno hasta 1958 en el voto en el Chile, donde fue virtualmente público, puesto que cada elector, antes de votar, tenía que escoger en la casilla la lista de un partido entre las de los demás partidos, cada uno de color diferente, como también se puede recordar, el objeto que fue de reproducir la representación mayoritaria. Bueno, y así podemos hablar de otros países, como también en la España de Cánavas del Castillo, en el final del siglo XIX, donde los liberales también fueron utilizando estas estrategias, estos pactos en los ámbitos del voto, y donde también podemos ver la cuestión más relevante que se pueden ver en otros países, cómo es importante que se vea, que representar a las reflexiones acerca de una cuestión, cómo recuperar la autonomía histórica, cómo recuperar nuestro paradigma antifascista, y cómo realmente lograr que América Latina tenga una apertura de una política de libre mercado, de una política liberal, y sobre todo, lo que se vaya implementando en la República Argentina.

Bueno, y ahora vamos, sí, al final de todos estos temas y explicando el tema que realmente nos interesa tanto. ¿Por qué Austria, siendo una de las cunas más importantes del liberalismo y, sobre todo, de lo que habla nuestro querido presidente, el libertarismo, ¿no? La política anti-estado, libertaria. Pero, ¿por qué Austria no implementó esta política en, digamos, en la práctica cuando es la cuna de toda esta teoría? Es muy simple, hay que entender lo que hablamos antes, el tema de las democracias, de la sociedad, las necesidades de una sociedad y cuáles son los objetivos realmente de una nación. Y el liberalismo de por sí no es anti-estado, el liberalismo cree en la limitación del estado, pero como dije, no es anti-estado. Entonces, por eso, no implementó Austria estas ideologías, ¿por qué? Porque vio, analizaron, en el diálogo, que es muy importante entre los políticos, que implementar las políticas mixtas, pero con una visión liberal, iba a sacar adelante estos países. Iba a a conseguir ese balance entre lo que es estado y lo que es también la política liberal. ¿Y qué pasa? Está bien, muchos liberales me van a decir, bueno, vamos ahora a los números, a los números, ¿dónde está ubicado Austria? Si implementamos la ideología de los pensadores austríacos, no son tan importantes fijarse en los números, sino de ver cómo, implementando el cuidado de una sociedad, o sea, el mejor capital de inversión para los austríacos son las nuevas generaciones. El estado invierte en las nuevas generaciones, ¿por qué? Porque cuanto mayor cultura haya, mejor salud mental, mejor salud médica, pública, como sea, y la educación es el futuro de las generaciones, donde estos niños, estas nuevas generaciones, van a ser pensantes, libres pensadores, donde libremente van a tomar decisiones y también van a querer producir y a motivar o alterar la motivación de ser cada día mejor. Entonces, en eso tiene que ver, es todo con un trabajo muy psicológico también. Pero bueno, podemos ver el tema de qué tipo de política tiene hoy Austria. Bueno, Austria tiene hoy una política socialdemócrata liberal, políticas mixtas.