La identidad es un hilo que une nuestras experiencias, nuestras raíces y nuestras emociones. A lo largo de mi vida, he navegado entre culturas y territorios que, aunque forman parte de mí, a veces me han dejado sintiendo una desconexión profunda. Mi historia comienza en Argentina, mi país de nacimiento, pero pronto se entrelaza con los paisajes de Austria, donde he vivido por más de tres décadas, y con el eco de mis antepasados europeos.
Mi padre, nacido en Austria, lleva en su sangre las raíces alemanas y austriacas. Su madre proviene de Baden Baden, una región alemana, mientras que su padre era de Estiria, una provincia en Austria. No conocí a mi abuelo, pero Austria ha ejercido siempre una atracción inexplicable sobre mí, algo más allá de la historia familiar. Su cultura, su idioma, sus paisajes alpinos resuenan dentro de mí, como si siempre hubiera pertenecido a esos lugares, aunque no puedo señalar exactamente por qué.
Por otro lado, mi madre es nieta de abuelos italianos del norte, con una conexión adicional a España a través de una bisabuela catalana de Barcelona. La influencia de estas raíces hispano-italianas también ha estado presente a lo largo de mi vida, aunque nunca me he sentido completamente de España. A veces siento el deseo de estar allí, de conectarme con esa parte de mi historia, pero cuando me detengo a reflexionar, sé que no es un lugar al que pertenezca de manera profunda.
Argentina, el lugar donde nací, también tiene un papel fundamental en esta búsqueda de identidad. Es un país que me ha dado mi infancia y mis primeros recuerdos, pero con el tiempo me he sentido tanto conectado como separado de él. Hay situaciones y experiencias que me anclan a mi tierra natal, pero otras que me hacen sentir distante, como si mi vida ya no estuviera del todo entrelazada con su presente.
Vivir en Austria durante 35 años, formando una vida aquí, ha moldeado quién soy. Aunque mi origen sea argentino, mis sentimientos hacia Austria son profundos y, a veces, me siento más identificada con esta nación. Sin embargo, en medio de esta complejidad, surge una pregunta fundamental: ¿quién soy realmente? ¿Soy el reflejo de mis ancestros europeos, la persona que dejó Argentina, o alguien que ha construido una nueva vida en Austria?
Tal vez mi identidad no puede definirse por una sola cultura o un solo país. Mi esencia está repartida entre Argentina, Austria, Italia, Alemania y España. Cada una de estas tierras ha dejado una marca en mí, aunque a veces sienta que no pertenezco del todo a ninguna de ellas. Pero en lugar de buscar una respuesta única, he aprendido que mi identidad es un mosaico, una composición de experiencias y raíces que me hacen única.
Al final, la verdadera pertenencia no siempre se encuentra en un lugar físico. Quizás mi identidad reside en esa compleja red de historias familiares, en mis recuerdos, en los lazos emocionales que he formado con distintos lugares y culturas. Y aunque a veces no sepa con exactitud de dónde vengo, sé que mi viaje, tanto geográfico como emocional, es lo que realmente me define.
Reflexión: Cómo sobrellevar el desarraigo interior
El desarraigo interior, esa sensación de no pertenecer completamente a ningún lugar, puede ser un peso silencioso que llevamos en el corazón. Sin embargo, también puede ser una oportunidad para explorar nuestras profundidades, entender nuestras emociones y encontrar nuevas formas de estar en el mundo. Al reflexionar sobre mi propia experiencia, he aprendido algunas lecciones que me han ayudado a sobrellevar esta sensación de desconexión interna.
Primero, he comprendido que no tener una pertenencia clara a un solo lugar no es algo negativo. De hecho, es un reflejo de la riqueza de mi historia personal y de mi capacidad de adaptarme. La sensación de desarraigo a menudo proviene de la expectativa de tener un «hogar» definitivo, un lugar al que uno pertenece sin dudas. Pero tal vez ese hogar no es un lugar geográfico, sino algo que construimos dentro de nosotros. En lugar de buscar fuera de mí, he comenzado a trabajar en aceptar que mi identidad no necesita estar atada a un solo lugar o cultura.
Este proceso ha significado aprender a abrazar la fluidez, aceptar que mis raíces están en varios sitios y que eso no me hace menos «auténtico». En lugar de ver el desarraigo como una pérdida, lo veo como un regalo que me permite moverme entre diferentes culturas y perspectivas con una mente abierta. No tengo que elegir entre ser de Argentina, Austria, o cualquier otro lugar; puedo ser una combinación de todos ellos. Esta comprensión me ha dado una libertad que antes no veía, permitiéndome aceptar que mi identidad está en constante evolución.
También he encontrado consuelo en la idea de la comunidad, no como un grupo físico de personas, sino como un conjunto de experiencias compartidas. Las conexiones emocionales que he formado con otros, ya sea en Austria, en mi familia o en amigos de otras partes del mundo, son tan importantes como el lugar de origen. Estas relaciones me brindan apoyo y me recuerdan que no estoy sola en este viaje. Las conexiones humanas pueden ser una brújula en momentos de confusión interna.
Otro paso importante ha sido reconectar con mi historia familiar, no solo a través de los relatos de mis padres y abuelos, sino también buscando entender sus propias luchas con el desarraigo. Mis antepasados también se trasladaron entre países, llevando consigo sus propias inquietudes e identidades cambiantes. En ese sentido, mi experiencia no es tan distinta a la de ellos, y esa conexión intergeneracional me ha dado una nueva perspectiva sobre mi lugar en el mundo. Sus historias me inspiran a aceptar mis raíces multiculturales con más orgullo y a recordar que, a lo largo de la historia, muchos han sentido lo mismo.
Por último, me he permitido sentir sin juzgarme. Hay días en los que el desarraigo es más fuerte, en los que siento la nostalgia de Argentina o el deseo inexplicable de estar en España. Otros días, Austria se siente como el lugar al que realmente pertenezco. Aceptar que mis emociones fluctúan y que no siempre tengo que «resolver» lo que siento ha sido liberador. La autocompasión, el permitirme experimentar estas sensaciones sin presión, es clave para sobrellevar este desarraigo interior.
En lugar de intentar encajar en una sola identidad o un solo lugar, estoy aprendiendo a construir un sentido de pertenencia desde dentro. Este proceso no tiene un final definido, pero lo que he descubierto es que el desarraigo no tiene que ser una carga. Puede ser un espacio de crecimiento, de autodescubrimiento y de aceptación de todas las partes que me componen. En esta mezcla de culturas, historias y emociones, es donde realmente encuentro mi verdadero hogar.
El lunfardo argentino es más que solo un acento o un dialecto; es una expresión única de la identidad cultural de Argentina, que refleja su rica y compleja historia. Originado en los barrios populares de Buenos Aires, el lunfardo surgió como una mezcla de palabras italianas, españolas, francesas y de otros idiomas europeos que llegaron con los inmigrantes. A lo largo de los años, ha evolucionado para convertirse en una parte inseparable de la identidad argentina, especialmente en la forma de hablar del porteño, el habitante de Buenos Aires.
En el extranjero, muchos argentinos sienten una profunda nostalgia por el lunfardo, porque no es solo una forma de comunicación, sino una manera de conectarse con sus raíces, su historia y su sentido de pertenencia. Las palabras, las expresiones y los giros del lunfardo tienen un ritmo propio, un tono que resuena profundamente en aquellos que lo usan, y que muchas veces se siente como un código secreto que solo los argentinos pueden entender en su totalidad.
Esta relación ambivalente con la identidad también se manifiesta en la forma en que los argentinos se perciben a sí mismos y son percibidos en el exterior. El argentino «no es latino y lo es, no es europeo y lo es». Esta dualidad refleja la herencia multicultural de Argentina: un país forjado por olas de inmigrantes europeos que, al mismo tiempo, comparte muchas características con sus vecinos latinoamericanos. El argentino puede sentirse culturalmente diferente de otros países latinoamericanos debido a sus raíces europeas, pero al mismo tiempo, comparte el espíritu latinoamericano de resiliencia, creatividad y pasión.
Esta dualidad se vive intensamente cuando los argentinos están en el extranjero. En Europa, puede que sientan que tienen algo en común, pero siempre hay una sensación de «no ser completamente de aquí». En América Latina, aunque el idioma sea el mismo, el argentino se destaca por su acento, su lunfardo, y esa sensación particular de estar un poco apartado del resto.
En ese sentido, el lunfardo se convierte en un símbolo de esta identidad múltiple y compleja. Es una conexión con lo más íntimo de la cultura argentina, pero también es una barrera que lo diferencia del resto del mundo. Añorar el lunfardo cuando uno está lejos es añorar una parte de sí mismo, esa parte que no siempre encaja del todo en las categorías tradicionales de latino o europeo. Es una expresión de ser único, de pertenecer a un país con una identidad tan mezclada y rica como contradictoria.
Es un sentimiento de pertenecer a todas partes y a ninguna al mismo tiempo. Una mezcla de nostalgia por lo que dejé atrás y curiosidad por lo que aún no he encontrado. El lunfardo, las raíces europeas, la esencia latina, todo se cruza en mí, creando una identidad que no siempre encaja pero que es profundamente mía.