Recientemente, un estudio de Heinz von Foerster, presentado en 1960, ha resurgido en el debate público, señalando que el 13 de noviembre de 2026 podría marcar un punto crítico para la humanidad debido al crecimiento poblacional descontrolado. Sin embargo, más allá de los análisis y proyecciones científicas, es fundamental recordar que la fecha del fin del mundo solo la conoce Dios.

La Propaganda del Apocalipsis

El informe de Von Foerster se centraba en el posible colapso de los sistemas vitales de la sociedad moderna, como la escasez de alimentos y agua, en lugar de catástrofes naturales. Aunque sus advertencias sobre la sostenibilidad son válidas y reflejan preocupaciones legítimas, el uso de una fecha específica como símbolo del «fin del mundo» es, en última instancia, una forma de manipulación que alimenta el miedo y la incertidumbre. A lo largo de la historia, múltiples predicciones sobre el apocalipsis han sido formuladas, muchas de las cuales han resultado ser infundadas.

Las predicciones de desastre, desde las de Nostradamus hasta las más modernas, han capturado la imaginación del público, pero todas comparten un rasgo común: la incapacidad de cumplir con sus augurios. El caso de Von Foerster, aunque respaldado por un análisis estadístico, no escapa a esta tradición de alarmismo que ha acompañado a la humanidad durante siglos.

Sostenibilidad vs. Fatalismo

Es importante destacar que el estudio de Von Foerster invita a reflexionar sobre la sostenibilidad de nuestros recursos y el impacto humano en el planeta, una discusión crítica que merece atención. Sin embargo, asociar esta conversación con una fecha específica para el «fin» no solo distrae de la urgencia de estos problemas, sino que también crea un ambiente de fatalismo. La preocupación por el futuro del planeta debe inspirar acción y responsabilidad, no pánico o resignación.

La Sabiduría de la Incertidumbre

La incertidumbre acerca del futuro es inherente a la condición humana. A pesar de los modelos y proyecciones, el devenir del mundo sigue siendo un misterio. La idea de que una fecha podría marcar el final de la humanidad es, en última instancia, una proyección antropocéntrica de nuestras ansiedades y temores colectivos. Recordemos que, en última instancia, solo Dios conoce el tiempo y la naturaleza de lo que está por venir.

Conclusión

Mientras que el análisis de la sostenibilidad es crucial para enfrentar los desafíos globales, es vital no caer en la trampa del fatalismo que estas predicciones pueden provocar. En lugar de temer un «fin del mundo» pronosticado, debemos enfocar nuestra energía en soluciones prácticas que fomenten un futuro más sostenible. El diálogo debe centrarse en la acción, la innovación y la esperanza, reconociendo que el verdadero poder sobre el futuro del planeta reside en nuestras manos y no en una fecha predeterminada.

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