En 1990, mientras estudiaba en Buenos Aires, me encontraba en un momento crucial de mi vida. Había terminado dos carreras: Analista Universitaria en Relaciones Internacionales en la UADE y Profesora de Educación Física en la USAL. Para costear mis estudios en universidades privadas, trabajaba en la Secretaría de Industria y Minería de la Nación y daba clases particulares de inglés y alemán los fines de semana.

Mis días estaban llenos de trabajo y estudio, y al mismo tiempo, comenzaba a despertar un profundo interés por la política. Este interés me llevó a involucrarme en la Ucede, con la esperanza de contribuir a un cambio significativo en mi país. Miraba a mi alrededor y comparaba lo que sucedía en 1989 con la situación de 1990: la gran revolución en Argentina y la crisis que azotaba a la población, con el desempleo en aumento y los precios disparándose. La incertidumbre sobre mi futuro me llenaba de miedo, así que decidí emprender un nuevo camino en Europa, el continente de donde provenía mi familia.

A fines de 1990, tras finalizar una etapa de mis estudios, opté por mudarme a Austria, con Alemania como segunda opción. Desde el primer momento, me enamoré de Austria: su organización, su cultura trabajadora y respetuosa, y sus paisajes, que parecen sacados de un cuento de hadas. Aquí, donde nacieron el socialismo, el liberalismo, la música clásica y el psicoanálisis, encontré el entorno propicio para mi evolución como profesional, persona y madre.

Comencé mis estudios en psicología, completé mi grado en Relaciones Exteriores y obtuve un MBA en Administración de Empresas. En 1993, me involucré en la política conservadora liberal austriaca, donde pude conocer a fondo la verdadera escuela austriaca, desde la filosofía hasta la economía.

Para financiar mis estudios, trabajaba como camarera en la fonda de mis tíos los fines de semana y daba clases de inglés y español en una universidad popular. Agradezco profundamente a mis padres, quienes me enseñaron alemán e inglés durante mi infancia y adolescencia; esos idiomas fueron fundamentales para mi desarrollo académico y profesional.

Formé una familia austriaca con cuatro maravillosos hijos y logré realizarme profesionalmente. Aprendí a amar a Austria como si fuera mi propio país, y le debo mucho a esta nación por la formación que me brindó y el reconocimiento de mis talentos.

Hoy, con casi 55 años, soy docente y estoy jubilada, pero sigo activa en la enseñanza, formando a nuevas generaciones. Aunque mi método puede parecer de una “vieja escuela”, valoro profundamente la capacidad de leer e interpretar un libro, una habilidad que considero esencial.

Sin embargo, hay algo que extraño de mi cultura natal argentina: la amistad. La conexión profunda y auténtica que se establece en Argentina es difícil de encontrar en Austria. Aquí, las relaciones se viven de manera diferente.

Argentina es un país rico en recursos y oportunidades, pero a menudo, los argentinos caemos en la arrogancia, creyendo que lo sabemos y podemos todo, incluso cuando nos enfrentamos a repetidos fracasos.

Recuerdo con cariño el sistema escolar de los años 70 y 80, que consideraba excepcional. Sin embargo, con el tiempo, se ha deteriorado, al igual que muchos aspectos de nuestra cultura. Es fundamental no perder de vista lo que fue productivo para nuestra formación y crecimiento: el respeto, los valores, el amor por la lectura y la posibilidad de vivir una niñez plena.

Los valores nunca pasan de moda. En una sociedad donde el respeto y el amor no tienen cabida, el crecimiento se vuelve casi imposible.

Les deseo un hermoso comienzo de semana.

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