
La victoria electoral de Donald Trump en 2024 ha reconfigurado el paisaje político no solo en Estados Unidos, sino también en un contexto global que abarca desde Silicon Valley hasta Moscú. Guillaume Lancereau, en su análisis, presenta una perspectiva crítica sobre cómo la “lucha por los valores tradicionales” ha dado lugar a una convergencia ideológica entre diversas fuerzas políticas que, aunque aparentemente heterogéneas, se unen en su oposición a la modernidad y al progresismo.
La Nueva Convergencia Ideológica
La noción de un “gran arco global” que se extiende desde los EE. UU. hasta Rusia, pasando por Europa del Este, sugiere un fenómeno de interconexión entre movimientos políticos que luchan por rescatar lo que consideran “valores tradicionales”. Esta convergencia no es solo una coincidencia temporal, sino que refleja una estrategia deliberada para desafiar el liberalismo y el progresismo cultural que han dominado las últimas décadas.
El término “wokistas de derecha” acuñado por Alexander Duguin encapsula esta paradoja. Mientras que el término “woke” se asocia comúnmente con movimientos de justicia social de izquierda, su uso en un contexto de derecha indica un intento de apropiarse de la terminología para crear un nuevo marco de referencia que legitime la defensa de valores considerados “tradicionales”. Esta estrategia se basa en la idea de que la moralidad y la cultura deben ser preservadas frente a lo que perciben como una amenaza de descomposición social provocada por el liberalismo.
La Retórica de los “Valores Tradicionales”
Lancereau señala que la promoción de los “valores tradicionales” ha sido un pilar tanto en la retórica de Putin como en la de Trump. En Rusia, la idea de los valores tradicionales se ha utilizado para justificar políticas autoritarias y militaristas, mientras que en Estados Unidos se ha convertido en un mecanismo para movilizar a las bases evangélicas y conservadoras. Ambos líderes utilizan esta retórica para crear un sentido de identidad nacional que se opone a la influencia de Occidente, a menudo caracterizándola como decadente y corrupta.
La vaguedad inherente a la definición de estos “valores” permite una flexibilidad que resulta útil para ambos lados. En el contexto ruso, Putin ha amalgamado conceptos de diversas tradiciones religiosas y culturales, presentándolos como un núcleo inmutable de la identidad rusa. En Estados Unidos, Trump ha hecho lo mismo, apelando a una mezcla de valores cristianos y nacionalistas que resuenan con su base electoral.
La Influencia del Fundamentalismo Religioso
La influencia del fundamentalismo religioso en la política estadounidense es un tema crucial en el análisis de Lancereau. Desde el movimiento del “Fundamentalismo” a principios del siglo XX hasta el auge de los evangélicos en la era de Reagan, la política estadounidense ha estado marcada por la interacción entre religión y política. La victoria de Trump fue facilitada por el apoyo de líderes evangélicos que vieron en él un defensor de sus intereses y valores, a pesar de su falta de un historial de fe ejemplar.
Este fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos. En Rusia, el patriarca Kirill y otros líderes religiosos han jugado un papel similar en la articulación de una narrativa que vincula la identidad nacional con la moralidad religiosa. Esta intersección de religión y política crea un terreno fértil para la movilización de masas en torno a una agenda conservadora que busca revertir los avances sociales logrados en las últimas décadas.
La Guerra Cultural como Estrategia Política
La “guerra cultural” se ha convertido en un campo de batalla en el que se libran luchas ideológicas que trascienden las fronteras nacionales. En ambos contextos, la lucha se centra en el control de la narrativa cultural y la definición de lo que se considera aceptable en la sociedad. La prohibición de libros en las escuelas en Florida y la censura de obras literarias en Rusia son ejemplos claros de cómo ambos lados utilizan el poder del estado para imponer su visión del mundo.
Lancereau argumenta que esta guerra cultural es una manifestación del miedo a la libertad. Los defensores de los valores tradicionales buscan restringir las libertades individuales en nombre de una moralidad que consideran superior. Sin embargo, esta postura es inherentemente contradictoria, ya que se basa en la idea de que solo una visión del mundo puede prevalecer, excluyendo así otras perspectivas.
La Paradoja de la Identidad Nacional
Una de las paradojas más intrigantes de esta nueva convergencia ideológica es la forma en que tanto Trump como Putin han utilizado la noción de identidad nacional para consolidar su poder. En un mundo cada vez más globalizado, donde las identidades se entrelazan y se transforman, la apelación a una identidad nacional “pura” se convierte en una herramienta poderosa para movilizar a las masas.
Sin embargo, esta estrategia también tiene sus límites. La polarización que genera puede llevar a una fragmentación social que debilita las bases sobre las cuales se construyó esta identidad. En lugar de unir, la retórica de los “valores tradicionales” puede exacerbar las divisiones existentes, creando un clima de tensión que, en última instancia, puede resultar perjudicial para la estabilidad política.
El Futuro de la Revolución Cultural
A medida que nos adentramos en un futuro incierto, la pregunta que se plantea es si esta revolución cultural puede sostenerse a largo plazo. La historia ha demostrado que las ideologías que se basan en la exclusión y la represión de la diversidad tienden a ser insostenibles. La resistencia de las voces progresistas, junto con la creciente interconexión global, sugiere que la lucha por los valores tradicionales podría enfrentar desafíos significativos.
Además, el avance de la tecnología y la globalización ha creado un espacio donde las ideas pueden fluir libremente, desafiando las narrativas dominantes. La resistencia a la opresión cultural puede manifestarse de formas inesperadas, y la historia muestra que las revoluciones culturales a menudo surgen de la necesidad de inclusión y reconocimiento de la diversidad.
Conclusión
La revolución cultural impulsada por figuras como Donald Trump y Vladimir Putin representa un fenómeno complejo que trasciende fronteras y desafía las nociones tradicionales de política y moralidad. La convergencia de ideologías en torno a la defensa de los “valores tradicionales” es un intento de restaurar un orden que muchos consideran amenazado por el progreso y la modernidad.
Sin embargo, esta estrategia enfrenta desafíos inherentes, tanto en términos de sostenibilidad como de aceptación social. La lucha por los valores en el siglo XXI es, en última instancia, una lucha por la libertad, la inclusión y la diversidad, y el futuro de estas ideologías dependerá de su capacidad para adaptarse a un mundo en constante cambio. La historia nos enseña que las narrativas que buscan excluir a otros a menudo son las que finalmente quedan relegadas al pasado, mientras que las que celebran la diversidad y la inclusión tienden a prevalecer.
MMag. Karin Hiebaum de Bauer
