En el debate político contemporáneo, el término “liberal” a menudo se malinterpreta y se asocia erróneamente con el egoísmo y la indiferencia hacia las realidades sociales. Sin embargo, es fundamental desmitificar esta noción y reconocer que el liberalismo, en su esencia, promueve la libertad individual, pero no a expensas de la empatía y la responsabilidad social.
El liberalismo se basa en la premisa de que cada individuo tiene derechos inherentes que deben ser respetados y protegidos. Esta filosofía no implica un desprecio por el bienestar de los demás, sino que, por el contrario, aboga por un entorno donde cada persona pueda prosperar. La libertad individual es un pilar del liberalismo, pero esta libertad debe coexistir con el reconocimiento de que vivimos en una sociedad interconectada. La prosperidad de uno no debe ser a costa del sufrimiento de otro.
Es importante señalar que hay una tendencia en algunos sectores del pensamiento libertario argentino a desestimar cualquier forma de intervención social o asistencia como “zurda” o “populista”. Esta visión reduccionista ignora la complejidad de las realidades sociales y económicas que enfrentan muchas personas. Ser humano no es ser zurdo, y la empatía no es un rasgo exclusivo de las ideologías de izquierda. La capacidad de preocuparse por el bienestar de los demás, de reconocer las desigualdades y de buscar soluciones que beneficien a la comunidad es, de hecho, una característica fundamental de un liberalismo bien entendido.
El liberalismo puede y debe incluir una perspectiva social. Esto significa abogar por políticas que promuevan la igualdad de oportunidades, la educación accesible y la salud pública, sin caer en el asistencialismo que puede perpetuar la dependencia. La verdadera libertad se logra cuando todos los individuos tienen las herramientas necesarias para alcanzar su máximo potencial. La empatía y la responsabilidad social son, por lo tanto, componentes esenciales de una sociedad verdaderamente libre.
En este contexto, es crucial que los liberales se alejen de la ceguera ideológica que a veces los lleva a rechazar cualquier propuesta que provenga de la izquierda. La crítica constructiva y el diálogo son necesarios para encontrar soluciones efectivas a los problemas sociales. Ignorar las realidades que enfrentan los sectores más vulnerables de la población no solo es una falta de empatía, sino que también socava los principios liberales de igualdad y justicia.
En conclusión, el liberalismo no debe ser visto como una ideología egoísta y ciega. Al contrario, debe ser una filosofía que promueva la libertad individual junto con un profundo compromiso con el bienestar de la sociedad. Ser un verdadero liberal implica reconocer las luchas de los demás y trabajar para crear un entorno donde todos tengan la oportunidad de prosperar. Solo así podremos construir una sociedad más justa y equitativa, donde la libertad y la empatía vayan de la mano.