En el actual contexto geopolítico de Europa, Serbia se encuentra en una encrucijada. Aunque aspira a unirse a la Unión Europea, el país balcánico está negociando simultáneamente con Rusia para asegurar un nuevo contrato de suministro de gas por 30 años. Esta situación le permite “jugar a dos bandas”, beneficiándose de la relación con Moscú mientras busca su integración europea.

Recientemente, Serbia ha acordado recibir 2.500 millones de metros cúbicos de gas anuales a través del gasoducto Balkan Stream, lo que representa un aumento significativo en comparación con su suministro actual. El presidente de la compañía estatal Srbijagas, Dušan Bajatović, ha expresado optimismo sobre la posibilidad de fijar un precio más bajo que la media europea.

A diferencia de muchos países europeos que han impuesto sanciones a Rusia, Serbia no ha restringido las importaciones de energía rusa, lo que la convierte en uno de los pocos países en esta posición. Esto ha llamado la atención de Estados Unidos, que ya ha impuesto sanciones a la compañía energética serbia NIS por sus vínculos con Gazprom, la principal empresa de gas rusa.

En este escenario, Serbia enfrenta el desafío de equilibrar sus aspiraciones europeas con su dependencia energética de Rusia, lo que complica su camino hacia la integración en la UE.

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