
En un mundo donde los espejos reflejan la realidad, Javier Milei parece haber encontrado un portal mágico que lo transporta a un reino donde todo es color de rosa, especialmente durante la Expoagro. ¿Quién necesita datos duros y realidades crudas cuando puedes envolverte en un manto de marketing brillante y promesas vacías? ¡Bienvenidos a la fantasía de Milei!
El presidente, en un acto de mimetización digna de un camaleón en un arcoíris, se ha dejado llevar por la euforia de la Expoagro, donde las cifras se inflan como globos y la realidad se adorna con purpurina. En su discurso, proclamó que la superficie sembrada había crecido un 20% gracias a su “férreo compromiso” de deshacerse del Estado. ¡Qué gran logro! Olvidemos que la realidad muestra un incremento del 1,4% y que muchos productores están más preocupados por la sequía, la chicharrita que devora maíz y los precios estratosféricos de los insumos.
Pero, claro, ¿quién necesita datos cuando puedes tener un stand del Banco Nación con una cola de 200 metros? Eso debe ser suficiente prueba de que todo va de maravilla. ¿Quién se atrevería a cuestionar la lógica de un presidente que se pasea por la Expoagro como si estuviera en un desfile de moda, recibiendo aplausos por promesas que, a la luz de la realidad, son tan vacías como un globo desinflado?
Y mientras el resto del país lidia con la cruda realidad, Milei se siente como el rey de un castillo de naipes, donde los aplausos suenan más fuerte que las quejas de los productores que, a la vuelta de la esquina, están lidiando con deudas y sequías. La magia del marketing es tal que, en lugar de escuchar los gritos de auxilio de un sector que clama por ayuda, prefiere rodearse de asesores que le susurran al oído que todo está bien. ¡Qué mundo tan encantador!
La Expoagro, con su brillo y su glamour, se convierte en un espejismo que oculta la realidad de un campo que no vive de fiesta, sino que lucha por sobrevivir. Pero, por supuesto, en el reino de Milei, los problemas son solo un detalle menor, un pequeño inconveniente que se puede ignorar mientras se brinda con champagne por un crecimiento ficticio.
Y así, mientras las cámaras se apagan y los influencers se marchan con sus bolsillos llenos, el presidente queda atrapado en su burbuja de ilusión, convencido de que ha cumplido con todas sus promesas. La risa se convierte en un eco lejano, y la realidad, esa molesta compañera, vuelve a hacer su aparición. Pero, ¿quién necesita la realidad cuando puedes vivir en un cuento de hadas?
Así que, mientras el campo vuelve a la seriedad y la preocupación, Milei se queda en su mundo de fantasía, un presidente que, quizás, debería considerar un viaje a la provincia para ver cómo realmente viven los productores. Pero, claro, eso podría arruinar la magia. ¡Salud por eso!


