Nací en Argentina, en el seno de una familia de clase media alta, hija de migrantes europeos que encontraron un nuevo hogar en este vibrante país. Mis padres, profesionales con una sólida educación, me inculcaron desde pequeña la importancia del conocimiento y la perseverancia. Cuando cumplí 15 años, en 1986, decidí que quería un viaje a Europa en lugar de la típica fiesta de quinceañera. Así fue como, junto a mi familia, emprendimos una aventura de 45 días por cinco países: España, Francia, Austria, Alemania y Suiza.

Ese viaje fue más que una simple travesía; fue el inicio de un amor profundo por Europa, especialmente por Austria. Las ciudades de Viena y Graz me cautivaron con su cultura, su historia y la perfección de su organización. Al regresar a Argentina, mi entusiasmo por el idioma alemán me llevó a estudiar con dedicación, buscando cada semana la prensa alemana y sumergiéndome en libros para perfeccionar mi conocimiento.

En 1989, realizamos nuestro último viaje familiar, esta vez a Estados Unidos. Pasamos un mes recorriendo Florida, y aunque me impresionó la energía y la diversidad de ese país, sentí que la perfección y la paz que había experimentado en Europa eran difíciles de encontrar allí. Durante mi infancia y adolescencia, mis vacaciones se dedicaron a explorar las diversas provincias de Argentina, gracias a mis padres que me permitieron conocer casi cada rincón del país y sus vecinos, como Chile y Brasil.

A los 18 años, comencé a estudiar Educación Física y Relaciones Internacionales en Buenos Aires. Durante esos años, también me involucré en la política, militando en la Ucede y trabajando para la Secretaría de Industria y Minería de la Nación. Fue una experiencia fascinante que me permitió entender el funcionamiento de la política argentina y conocer a figuras influyentes de la época. Sin embargo, a pesar de mi éxito y de las relaciones que había forjado, había un presentimiento en mí sobre una inminente catástrofe social y económica.

El año 1990 marcó un cambio en el ambiente argentino. La economía comenzaba a deteriorarse, y aunque en Recoleta todavía se podía salir con tranquilidad, la inquietud social era palpable. Mis amigas de la infancia, Carolina y Patricia, decidieron emigrar a Estados Unidos, donde encontraron oportunidades en las Naciones Unidas y Harvard. Yo, en cambio, tomé el camino hacia Europa, estableciéndome en Graz, donde continué mis estudios en Psicología y Relaciones Internacionales, financiando mi educación dando clases de deportes y lenguas.

En 1994 y 1995, me gradué y comencé a trabajar en la política liberal austriaca con el Partido FPÖ, involucrándome en las relaciones diplomáticas y en la creación de la Unión Europea. Estos años fueron cruciales para mi desarrollo profesional y personal. Conocí a mi esposo, un austriaco excepcional, y formamos una familia hermosa con cuatro hijos. A través de mi trabajo, pude observar de cerca los efectos de la globalización y las complejidades de la política europea, especialmente durante la guerra de Yugoslavia y la llegada masiva de inmigrantes a Austria.

La vida en Austria me enseñó el valor de la independencia y la lucha por uno mismo. Sin embargo, mi corazón siempre anheló Argentina. En 2015, regresé por tres años debido a un contrato laboral en San Martín de los Andes y Bahía Blanca. Durante este tiempo, vi de primera mano los desafíos que enfrentaba mi país: la lucha entre kirchneristas y macristas, la violencia, el desempleo y el deterioro en la educación. Mis hijos menores tuvieron la oportunidad de conocer la vida en Argentina, pero lo que vieron fue un país en crisis, con una sociedad resignada.

A finales de 2018, volví a Austria, esta vez a Viena, donde encontré un entorno más estable y seguro. Desde entonces, mi vida ha estado dividida entre Argentina y Europa. Aunque disfruto de la tranquilidad y la belleza de mi nueva vida, no puedo evitar sentir la tristeza por la situación de mi país natal. La distancia me ha hecho reflexionar sobre mis raíces y la historia que me conecta con Argentina.

Hoy, miro hacia atrás y comprendo la lucha de mis abuelos, quienes emigraron en busca de un futuro mejor. Siento una profunda tristeza por la Argentina que amo, un país que parece haber perdido su rumbo. Desde aquí, en Viena, sigo llevando a Argentina en mi corazón, esperando que algún día mi patria encuentre el camino hacia la paz y el progreso que merece.

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