
En marzo de 2022, Javier Milei, entonces diputado y líder del bloque de La Libertad Avanza, se opuso rotundamente al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que impulsaba el gobierno de Alberto Fernández. Desde su banca, Milei argumentó que el endeudamiento era “altamente cuestionable desde lo técnico y reprochable desde lo moral”. Afirmó que la deuda representaba un futuro de impuestos que recaería sobre las generaciones venideras, es decir, nuestros hijos y nietos. Su postura, cargada de un fervor casi profético, denunciaba la irresponsabilidad del gobierno por cargar a las futuras generaciones con deudas que no habían contraído.
Sin embargo, hoy, como presidente de la Nación, Milei parece haber olvidado sus propias palabras y principios. La ironía es palpable: aquel legislador que clamaba contra el endeudamiento y la carga fiscal ahora se encuentra en el poder, tomando decisiones que contradicen su discurso anterior. La hipocresía es un rasgo distintivo en la política, pero Milei ha llevado este concepto a un nuevo nivel, mostrando una desconexión alarmante entre sus discursos y sus acciones.
Durante su intervención en 2022, Milei enfatizaba que “no podemos seguir sosteniendo esta economía parasitaria” y advertía sobre el “abismo” al que se dirigía el país si continuaba con la misma política económica. Hoy, sin embargo, parece que ha hecho de la economía parasitaria su modus operandi. Las decisiones que está tomando —desde la concentración de poder en su administración hasta la falta de transparencia en la gestión pública— no solo contradicen sus principios de antaño, sino que también ponen en riesgo la estabilidad económica y social del país.
La reciente chicana del diputado Máximo Kirchner en el recinto, recordando que “el presidente no lo votó”, resuena con una verdad incómoda: Milei no solo traicionó a sus votantes, sino que también traicionó sus propias convicciones. Este cambio de rumbo no es solo una cuestión de política; es una cuestión de principios. La falta de coherencia en su discurso y su actuar es una señal de alarma para todos aquellos que valoran la honestidad y la integridad en la política.
La retórica de Milei, que antes resonaba con un fuerte sentido de moralidad, ahora se ve empañada por decisiones que parecen estar más alineadas con el autoritarismo que con la democracia. La concentración de poder en su gobierno y la descalificación de la oposición como “zurditos de mierda” son ejemplos claros de cómo ha cambiado su enfoque. En lugar de fomentar un debate constructivo, ha optado por dividir y polarizar, creando un ambiente hostil para el disenso.
La crítica de Milei a la deuda como un “impuesto futuro” se convierte en un eco vacío en el contexto de su gobierno. ¿Qué legado está dejando para las futuras generaciones si sus políticas actuales continúan en la misma línea de endeudamiento que tanto criticaba? La falta de un plan claro y responsable para abordar la crisis económica solo agrava la situación, poniendo en riesgo el bienestar de millones de argentinos.
En conclusión, la transición de Milei de diputado a presidente ha estado marcada por una alarmante falta de coherencia y un abandono de los principios que alguna vez defendió. La hipocresía de su postura actual no solo es un insulto a aquellos que lo apoyaron, sino que también es una traición a la democracia y a la responsabilidad política. Los ciudadanos deben mantenerse alerta y exigir rendición de cuentas a un líder que parece haber olvidado lo que significa realmente gobernar con integridad. La defensa de nuestros derechos y libertades depende de nuestra capacidad para cuestionar y desafiar a aquellos que, como Milei, han perdido de vista lo que prometieron.