
Osvaldo Bayer eligió a Santa Cruz como refugio, como raíz y como horizonte. Fue a estas tierras donde volvió luego del exilio, para reencontrarse con los paisajes y con las luchas que marcaron su vida y su obra. Fue en estos paisajes que sembró memoria, con la firmeza de su palabra y la ternura de su compromiso con la historia y los pueblos del sur.
Destruir su monumento es mucho más que dañar una escultura: es intentar silenciar la historia intrínseca que corre en las venas santacruceñas, y nos trae al presente valores y dignidad; es desconocer la riqueza de la diversidad de opiniones; es retroceder en materia de derechos humanos.
Es negar las huelgas obreras, los fusilamientos en la estepa, los relatos a los que Osvaldo le dedicó su vida para reconstruir, párrafo a párrafo, una de las historias más tristes de la Patagonia.
Bayer no solo investigó Santa Cruz: la quiso con el alma. “Que sigan allí –decía–, que sus hijos y sus nietos y sus bisnietos sigan allí, sigan metidos en esa tierra preciosa que yo quiero tanto”. Esa conexión profunda es también parte de lo que hoy se intenta borrar.
La construcción simbólica se consolida de generación en generación; y es nuestra tarea que la memoria de Osvaldo Bayer y toda su obra persistan a través del tiempo.
Es por eso, que desde la Secretaría de Estado de Cultura y la Secretaría de Igualdad e Integración exigimos la restitución inmediata del monumento retirado arbitrariamente, y su reubicación con el respeto que merece quien iluminó una de las páginas más silenciadas de nuestra historia.
La memoria histórica es un pilar de nuestra identidad como santacruceños y patagónicos.