
Ah, Javier Milei, el nuevo maestro del “romper todo” en la economía argentina. En un giro de eventos que haría sonrojar a cualquier economista convencional, el presidente ha decidido que la mejor manera de sanar nuestra economía es, efectivamente, destruir lo que funciona y lo que no. Es como si hubiera tomado una clase magistral de cómo aplicar la lógica de un niño en una tienda de juguetes: “Si no me gusta, lo rompo”.
En una reciente entrevista, Milei se despachó con su visión de un “sinceramiento de la economía”. Claro, porque nada dice “sinceridad” como abrir las puertas a un tsunami de importaciones sin control y dejar que el mercado se regule solo, como si la economía fuera un juego de Monopoly. “Acá se compite”, afirma, como si la competencia fuera un valor absoluto y no un campo de batalla donde los más fuertes aplastan a los débiles.
Bajo su liderazgo, hemos visto una baja de aranceles que haría palidecer a cualquier liberal clásico. Más de 1.000 productos han sido liberados al vaivén del mercado internacional, desde hornos hasta urnas funerarias. Porque, ¿quién necesita una industria local cuando se puede llenar el país de productos importados que, evidentemente, son más baratos y de mejor calidad? ¡Bienvenidos sean los fideos de Albania y el vino a granel de España!
Y no olvidemos la brillante idea de eliminar las licencias no automáticas. ¿Por qué complicar las cosas con regulaciones? Lo que necesitamos es un flujo libre de productos, incluso si eso significa que los alimentos ingresen sin la supervisión de ANMAT. Después de todo, ¿quién necesita seguridad alimentaria cuando se puede tener un mercado abierto y competitivo?
Las cifras hablan por sí solas. En el primer semestre de 2025, las importaciones han alcanzado cifras récord, mientras que la capacidad instalada de la industria nacional se ha estancado en un triste 55%. Pero, claro, eso es solo un pequeño detalle. ¿A quién le importa el empleo local cuando se pueden importar motos y electrodomésticos a precios de liquidación?
Y, por supuesto, el mantra de Milei: “El que hace bien las cosas, le va bien. El que no, quiebra”. Una lógica tan sencilla que casi parece sacada de un libro de autoayuda. Pero, ¿qué pasa con aquellos que han estado haciendo bien las cosas durante años y ahora se ven obligados a cerrar sus puertas? Ah, sí, ellos son solo “parte de la vida”.
Mientras tanto, la industria nacional se desmorona, con miles de puestos de trabajo perdidos y empresas cerrando a un ritmo alarmante. Pero no se preocupen, porque, según Milei, la inversión en bienes de capital importados va a salvarnos. Es como poner una curita en una herida de bala: no va a funcionar, pero suena bien en teoría.
En este juego de “romper todo”, el verdadero perdedor es el país. La protección desmedida y la apertura indiscriminada no son soluciones; son recetas para el desastre. Y mientras Milei y su equipo continúan con su cruzada de destrucción creativa, los argentinos se preguntan: ¿realmente necesitamos romperlo todo para construir algo nuevo?
Quizás, solo quizás, la respuesta no esté en romper, sino en construir, planificar y proteger lo que realmente importa: el futuro de nuestra industria y el bienestar de todos los argentinos. Pero, claro, eso no tiene el mismo atractivo que una buena demolición.
