
Bajada: En el cierre de listas nacionales se consumó la sangría para Patricia Bullrich: vetos, pocos lugares y la sensación de que su armado político fue neutralizado por la hermana presidencial. El episodio expone tensiones internas y abre preguntas sobre el rol futuro de la ministra en el gobierno y en la carrera por 2027.
El cierre de listas nacionales dejó algo más que disputas por puestos: confirmó un reordenamiento de fuerzas dentro del mismo oficialismo. La denominada “montonera” de Patricia Bullrich —el núcleo de dirigentes y operadores que la acompañan desde su paso por JxC y luego como figura de La Libertad Avanza— sufrió pérdidas relevantes que indican que, por ahora, la jefa política de Seguridad quedó despojada de su capacidad para armar candidaturas de peso.
Según la cobertura del cierre, la hermana presidencial, Karina Milei, ejerció un rol central en la confección de las listas y en la aplicación de vetos que afectaron a varios referentes cercanos a Bullrich. Pablo Walter, Gerardo Milman, Daniela Reich y Felicitas Beccar Varela fueron rechazados para integrar las boletas nacionales; a Fernando Iglesias, uno de los más visibles del espacio, también se le cerró la puerta. Bullrich consiguió, en rigor, apenas un lugar con posibilidades en la provincia y otro en la Ciudad, números magros para quien era considerada por el gobierno como su figura más competitiva.
Qué se vetó y por qué
Las excusas oficiales y los argumentos difundidos por el entorno oficial varían: incompatibilidades por candidaturas cruzadas en distritos, la intención de no potenciar determinados operadores o lecturas políticas sobre alianzas previas. En el caso de Milman, los argumentos oficiales incluyeron la conexión de su entorno familiar con candidaturas locales y, según trascendidos, su nombre arrastra cuestionamientos por su presunta vinculación a causas judiciales, una versión que desde su entorno niegan o relativizan.
En varios episodios, las explicaciones ofrecidas a Bullrich fueron percibidas como poco elaboradas: “No se gastaron en darle una explicación”, señaló a este medio un dirigente libertario cercano a la negociación. La sensación dentro del sector bullrichista es que las decisiones no respondieron solo a criterios técnicos, sino a un cálculo político más amplio que priorizó espacios y lealtades cercanas a la familia presidencial.
Motivos de la purga
Detrás de la decisión de Karina Milei, según fuentes internas y analistas consultados, hay dos motivaciones principales. Por un lado, la intención de neutralizar las bases orgánicas de Bullrich, que mantienen estructuras y aspiraciones propias dentro del electorado de derecha; por otro, el temor a que la ministra se erija como alternativa presidencial de relevo para 2027 en caso de que el gobierno fracase o desgaste su imagen. Bullrich, por su parte, mide electoralmente casi a la par de Milei en algunos sondeos, lo que explica en parte el recelo de la Casa Rosada.
Para la estrategia oficial, además, se buscó consolidar listas de confianza alrededor de la figura presidencial y de operadores alineados con la nueva estructura partidaria, dejando fuera a armadores que podrían disputar influencia o autonomía política.
Costos políticos y simbólicos
El resultado es doblemente costoso para Bullrich. En lo inmediato, pierde presencia parlamentaria: operadores y referentes que se quedarían sin fueros y sin la posibilidad de actuar con la protección que ofrece una banca. En lo político, la ministra sufre un debilitamiento público de su capacidad de negociación y una erosión de su liderazgo dentro del espacio libertario.
Para el gobierno, la jugada tiene réditos: concentra poder y evita la proliferación de tensiones internas en el corto plazo. Pero arriesga costos en términos de cohesión y de imagen ante electores que valoran cierta pluralidad y federalismo interno. Además, la expulsión o el desborde de cuadros puede alimentar resentimientos que se traduzcan en filtraciones, rupturas o campañas paralelas.
Escenario futuro
Patricia Bullrich queda ahora en una encrucijada: aceptar un rol subordinado y reconstruir su influencia desde dentro del gobierno, o canalizar su liderazgo hacia otras instancias —mediáticas o territoriales— fuera del circuito de decisiones centrales. Para Karina y el núcleo presidencial, la prueba será sostener la unidad del frente mientras retienen a los votantes que Bullrich podía aportar en distritos claves.
En el mediano plazo la lectura política es clara: el oficialismo prioriza la disciplina interna y el control de los espacios clave para su proyecto. Pero esa misma decisión obliga a los dirigentes a gestionar la desafección y a demostrar que la consolidación del poder no acabe diluyendo soporte social y capacidad electoral. Si la “montonera” de Bullrich se recompone, lo hará fuera del guion que hoy domina la Casa Rosada; si no, el tablero político de la derecha argentina habrá cambiado de manera irreversible antes de 2027.
