
En las décadas centrales del siglo XIX la pampa y la Patagonia fueron escenario de encuentros violentos y complejos entre pueblos indígenas de la región y los estados nacionales emergentes. Uno de los hechos menos comprendidos por el público es que numerosos jefes araucanos (hoy habitualmente denominados mapuches) que actuaron en territorio pampeano y patagónico procedían de la Araucanía, la región del sur del actual Chile, y eran percibidos en su tiempo como “chilenos”. Explicar por qué se hizo esa lectura en su momento ayuda a comprender la dinámica fronteriza, los reclamos de soberanía y las causas del conflicto.
Origen y movimiento de los araucanos
Antes de la consolidación de los estados nacionales no existían fronteras políticas fijas en la región andina. Los pueblos mapuche/araucanos habían ocupado históricamente territorios que hoy pertenecen tanto a Chile como a Argentina. A comienzos del siglo XIX, tras las guerras de independencia, la República Argentina se proclamó soberana (1816) y Chile poco después consolidó su propio Estado. Sin embargo, la continuidad de redes familiares, comerciales y de parentesco atravesaba la cordillera: grupos y caciques cruzaron los Andes en diferentes momentos impulsados por razones económicas, políticas y militares.
Calfucurá y la impresión contemporánea
Un caso paradigmático es el del cacique Calfucurá (nacido hacia 1790), identificado en la historiografía como moluche de la Araucanía. Fuentes contemporáneas registran su llegada a la llanura pampeana alrededor de 1830, su establecimiento en la región de las Salinas Grandes (lugar que denominó Chilihué, “pequeño Chile”) y sus campañas de malón y control de rutas de arreos hacia Chile. En correspondencia de la época —por ejemplo, una carta atribuida a Calfucurá dirigida a Mitre en 1867 y conservada en el Museo Mitre— el jefe afirma su vinculación con Chile (“estaba en Chile y soy chileno”), declaración que explica por qué sus actos fueron entendidos como procedentes de Chile y no como violencia interna sin rasgos transnacionales.
Acciones y percepción argentina
Las incursiones araucanas se tradujeron en robo de ganado, secuestros de cautivas, incendios y asesinatos en diversas localidades del interior argentino (hay registros de episodios violentos en la región de Epecuén en 1834 y los grandes malones de la década de 1870). Para la sociedad y los gobiernos provinciales y nacionales argentinos esto no fue solo un problema de orden público: se interpretó como agresiones que amenazaban la integridad territorial de una nación ya constituida. Esa percepción fue decisiva para legitimar respuestas estatales que buscaron terminar con el control que ciertas liderazgos indígenas ejercían sobre rutas y territorios estratégicos.
La respuesta estatal: la llamada Conquista del Desierto
Frente a la continuidad de ataques y a la dificultad de pacificar la frontera, el Estado argentino impulsó campañas militares que se conocieron bajo la denominación general de la Conquista del Desierto (década de 1870 en adelante), encabezadas entre otros por el general Julio A. Roca. El objetivo declarado por el gobierno fue recuperar y asegurar territorios que, en la práctica, estaban bajo la influencia política y militar de caciques araucanos que tenían origen en la Araucanía chilena. La campaña produjo la derrota de varios jefes, la reconfiguración del control territorial y posteriores pactos y acuerdos con otros líderes indígenas; algunos jefes como Manuel Namuncurá terminaron incorporándose al esquema estatal argentino en roles reconocidos formalmente.
¿Por qué entonces se hablaba de “chilenos”?
La etiqueta de “chilenos” aplicada a estos araucanos responde a varios factores combinados:
• Origen geográfico y cultural: muchos líderes nacieron o mantuvieron vínculos directos con la Araucanía chilena y así se identificaban.
• Práctica contemporánea: en informes gubernamentales, cronistas y correspondencia de la época se consignó esa procedencia como explicación de la dirección de los malones y del destino final del ganado y de las cautivas (contrabando/venta hacia Chile).
• Perspectiva soberana: para el Estado argentino, agresiones organizadas que partían desde territorios vinculados a otro país se leían como un problema internacional o, por lo menos, transfronterizo, lo que agravaba la percepción de amenaza.
• Economía y logística: rutas de arreos, puntos de sal (como las Salinas Grandes) y mercados en Chile configuraban un circuito que convertía a algunas bandas en actores que operaban más allá de una sola jurisdicción nacional.
Consecuencias y matices necesarios
La conclusión de estas dinámicas fue la firme incorporación de amplios territorios de la Patagonia a la órbita efectiva del Estado argentino, y la caída del poderío de los caciques araucanos que habían instalado bases en la pampa. Sin embargo, es imprescindible evitar simplificaciones: hablar de “los mapuches” como un bloque monolítico o afirmar que todos eran “chilenos” oculta la pluralidad interna, las alianzas variables, y las distinciones entre jefes, parcialidades y comunidades. Además, reconocer el origen chileno de algunos líderes no implica desvalorizar derechos indígenas contemporáneos ni justificar violencia estatal desmedida.
Cómo usar este argumento hoy (recomendaciones para difusión)
Si la intención es informar o persuadir, conviene presentar estos hechos con fuentes documentales (cartas, informes militares, crónicas) y con un tono que explique sin deshumanizar. Señalar que muchos caciques procedían de la Araucanía es válido históricamente; pero en la Argentina actual la convivencia, la ley y los derechos indígenas exigen soluciones institucionales que no pasan por estigmatizar pueblos enteros. Para debates públicos: combinar la exposición de hechos con propuestas concretas (respeto a la propiedad, cumplimiento de la ley, mecanismos judiciales y diálogo intercultural) aumenta la legitimidad del reclamo.
Cierre
La historia demuestra que, en el siglo XIX, la presencia y las operaciones de jefes araucanos originarios de la Araucanía fueron percibidas por la Argentina como acciones provenientes de Chile y como una amenaza a su soberanía. Esa percepción se sustentó en testimonios, prácticas económicas y en la autodefinición de algunos caciques. Explicar ese pasado contribuye a entender por qué se hablaba de “chilenos” en aquel contexto; sin embargo, la memoria histórica debe ir acompañada de prudencia, precisión y propuestas para resolver de forma legal y pacífica los conflictos que perduran en nuestros días.