Lee la Biblia… si quieres ser libre

Un gran deseo
Andrea cometió un error grave. No voy a entrar en los detalles de la acción, sino en la consecuencia que ese acto le ha traído: varios años de prisión. Pasar una parte de la vida tras rejas es para Andrea una carga casi insoportable. A ello se suma una culpa que la tortura día y noche. ¿Libertad? Esa palabra ya no forma parte de su vocabulario cotidiano. Andrea se siente prisionera, tanto por fuera como por dentro. Sueña con la libertad que antes tenía, con poder volver a mirar el mundo sin el peso constante de la vergüenza y del remordimiento.

La historia de Andrea no es única. Hay quienes cumplen penas legales, pero también hay muchos que, aunque caminan por la calle sin esposas, cargan cadenas invisibles: rabia, adicciones, resentimientos, miedo, vergüenza, pensamientos destructivos. La libertad es un anhelo humano universal, pero ¿qué entendemos por ella? ¿Es simplemente ausencia de barrotes? ¿O es algo más profundo? Y si la Biblia ofrece una invitación a la libertad, ¿qué clase de libertad propone?

¿Qué es la libertad?


En el lenguaje cotidiano, solemos definir la libertad como la posibilidad de actuar sin restricciones, sin controles ni límites. Para muchos, la máxima expresión de libertad sería hacer lo que se desea en cada instante, sin rendir cuentas a nadie. Esa idea seduce: viajar a donde quiero, gastar como quiero, escoger mis afectos sin compromisos. Pero esa libertad absoluta es, en la práctica, imposible y paradójica: la libertad total de uno colisiona con la libertad de otros. Si mi libertad consiste en invadir, herir o dañar a otra persona, estoy usurpando la libertad ajena. La convivencia humana exige límites; sin ellos, la “libertad” se transforma en egoísmo y en la causa de mayor sufrimiento colectivo.

Además, existe otra trampa: la búsqueda frenética de libertad puede convertirse en su opuesto. Quien está obsesionado por no tener límites puede volverse esclavo de sus impulsos, de su propia necesidad de independencia a toda costa. El deseo de “libertad absoluta” puede convertirse en una forma de compulsión. La libertad, entonces, no es ausencia de toda norma, sino la capacidad de elegir bien en medio de límites y responsabilidades.

Libertad externa e interna
Podemos distinguir dos dimensiones fundamentales: la libertad externa y la libertad interna. La libertad externa se refiere a las circunstancias: ausencia de encarcelamiento, la posibilidad de moverse, de tomar decisiones legales, de trabajar, de participar en la vida social. Andrea hoy tiene limitaciones externas evidentes. Su cuerpo y sus días están restringidos por normas, horarios y control.

Pero la libertad interna es más profunda: es la paz del corazón, la ausencia de culpa que carcome, la capacidad de elegir sin estar dominado por miedos, obsesiones o adicciones. Es posible que alguien en libertad externa esté irremisiblemente preso interiormente; y también es posible que una persona encarcelada exteriormente experimente libertad interior sorprendente.

La tragedia de Andrea es que ambas dimensiones se ven afectadas: la cárcel restringe su libertad externa, y el peso de la culpa, la vergüenza y el remordimiento anida en su interior como una prisión todavía más sofocante. ¿Cómo salir de allí?

Responsabilidad: la otra cara de la libertad
Freiheit y Verantwortung — libertad y responsabilidad — son dos caras inseparables. Tomar decisiones, elegir caminos, implica responsabilizarse de las consecuencias. La ética de la libertad reconoce que mis actos afectan a otros y que por ello debo responder. Negar la responsabilidad o buscar excusas para evadirla no me hace más libre: me hace menos humano.

Esto no significa una glosa de culpa infinita. Asumir responsabilidad puede ser liberador. Cuando una persona reconoce su error, pide perdón y, en la medida de lo posible, repara el daño, experimenta un alivio profundo. La reparación no borra el pasado, pero cambia la relación entre la persona y su culpa: deja de ser una carga insoportable y se convierte en un punto desde el cual reconstruir.

La Biblia presenta la libertad vinculada a la verdad y a la responsabilidad. En Juan 8:32 Jesús dice: “y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. La verdad a la que se refiere no es solo información; es honestidad consigo mismo, reconocimiento de la realidad propia y de las consecuencias de los actos. A partir de esa verdad, la persona puede tomar decisiones distintas, puede arrepentirse y cambiar de rumbo.

La esclavitud del pecado y la promesa de liberación
En las Escrituras, la palabra “pecado” no se reduce a una lista de actos incorrectos; apunta a todo aquello que nos aleja de la plenitud, que nos esclaviza y que rompe nuestra relación con Dios y con los demás. El pecado trae cadenas: culpa, miedo, ocultamiento, repetición de patrones destructivos. La buena noticia bíblica es que hay una liberación real posible: “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36). Esa libertad no es simplemente una licencia para hacer lo que uno quiera, sino una emancipación del poder que domina la vida: el poder del error repetido, de la culpa que paraliza, de los vínculos que destruyen.

Para Andrea, la experiencia bíblica de perdón puede ser transformadora. El perdón no borra la pena legal, ni siempre elimina todas las consecuencias, pero sí cambia el estado del corazón. Sentirse perdonada por Dios, por la comunidad o por las personas que han sido heridas (cuando esto es posible y apropiado), abre la puerta a la reconciliación interna. Y la reconciliación genuina exige una secuencia: reconocimiento del daño, arrepentimiento, pedir perdón, reparación en la medida de lo posible y un compromiso claro de cambio.

La libertad como madurez
En la carta a los Gálatas, Pablo escribe: “Para libertad fue que Cristo nos liberó. Permanezcan, pues, firmes y no se sometan otra vez a un yugo de esclavitud” (Gálatas 5:1). Aquí la libertad cristiana se entiende como madurez para vivir según el amor, no como licencia para el egoísmo. Ser verdaderamente libre implica usar la libertad para servir, para amar, para construir. La libertad madura cuida al otro; no lo explota.

Esto tiene implicaciones prácticas. Una persona que decide vivir en libertad madura opta por disciplinas voluntarias: límites en el uso de redes sociales, horarios de trabajo, prácticas espirituales, renuncias necesarias para sostener relaciones. Estas renuncias no son pérdida de libertad, sino su ejercicio responsable. El atleta que desea ser libre de su cuerpo para competir en la mejor forma impone horarios y sacrificios; el músico, las horas de práctica; quien vive en comunidad, escucha y limita el propio ego.

Prácticas para una libertad interior real
¿Cómo avanzar desde la prisión interior hacia la libertad? Aquí algunas prácticas concretas, sostenidas por una visión bíblica y por la psicología práctica:

  1. Ver la realidad con honestidad. Evitar la negación, la minimización o el autoengaño. Decir con palabras claras qué se hizo, cómo afectó a otros y cómo me afectó a mí.
  2. Pedir perdón y pedir ayuda. La humildad para pedir perdón transforma relaciones. Pedir ayuda a personas de confianza —familia, amigos, consejeros, ministros— es clave para no permanecer aislado en la culpa.
  3. Reparar en la medida de lo posible. La responsabilidad implica buscar maneras de reparar el daño. A veces la reparación es directa (restituir, compensar), otras veces es indirecta (servir a la comunidad afectada, trabajar en proyectos de justicia). La reparación restituye sentido y dignidad.
  4. Practicar el arrepentimiento activo. En la tradición bíblica, el arrepentimiento (metanoia) es un cambio de mente y de rumbo. No basta sentir remordimiento; hay que transformar hábitos y tomar decisiones concretas que evidencien el cambio.
  5. Cultivar la espiritualidad: oración, lectura de la Escritura, silencio. Para muchas personas, la Biblia ofrece palabras de esperanza, relatos de perdón y modelos de vida que dan sentido nuevo. Leer la Escritura no es una fórmula mágica, pero sí un acompañamiento que reencuadra la historia personal en una trama más amplia de redención.
  6. Construir una comunidad de apoyo. La soledad intensifica la prisión interior. Una comunidad que escucha sin juzgar, que acompaña y que sostiene es esencial para la libertad. En la comunidad se aprende a ser responsable y a recibir gracia.
  7. Terapia y acompañamiento profesional. En casos de adicciones, traumas o conductas repetitivas, la ayuda profesional es imprescindible. La fe y la terapia no se oponen; se complementan.
  8. Servicio y contribución. Muchas personas liberadas de la culpa encuentran sentido al ayudar a otros. El servicio transforma la mirada: ya no soy el centro de mi mundo, sino parte de una red humana. Esto sana el ego herido y da un propósito nuevo.

La libertad, entonces, es práctica: no un estado abstracto, sino un modo de vida que se construye día a día con decisiones concretas.

La decisión: renunciar o someterse
Al final, la libertad implica una decisión. Pablo habla de permanecer firmes en la libertad —es decir, elegirla una y otra vez—. Para algunas personas esa decisión es renunciar a patrones de vida anteriores: dejar una adicción, aceptar las consecuencias legales, terminar una relación destructiva. Renunciar duele, pero muchas veces es el precio del crecimiento.

Otra dimensión de la decisión es la de entregarse a algo más grande: a valores, a una comunidad, a Dios. La libertad cristiana se entiende como liberación para amar. No es atarse a una doctrina opresiva, sino poner la voluntad al servicio de la verdad y del amor. Esa entrega es paradójicamente liberadora: cuando dejo de imponer mi querer sobre todo, encuentro un espacio interior donde la paz puede entrar.

Libertad y perdón: dos caminos que se encuentran
El perdón es central en la Biblia y en la experiencia de la libertad. No es un mandato fácil: perdonar puede costar años, sobre todo cuando el daño es grande. Pero el perdón, cuando se recibe o se concede, rompe cadenas. Para quien ha sido herido, perdonar no significa olvidar ni aprobar el daño; significa soltar el derecho a la venganza y permitir la posibilidad de reconciliación. Para quien ha fallado, ser perdonado es abrirse a una nueva identidad: ya no soy solo mi peor acción.

En la historia bíblica hay muchos ejemplos: David, tras su grave pecado, experimentó el peso del juicio y la necesidad de arrepentimiento verdadero. El hijo pródigo, que malgastó su herencia, vivió la humillación y, al arrepentirse, fue recibido por el padre con abrazo y fiesta. Estas historias muestran que, aún cuando las consecuencias externas persistan, la relación interna y con los demás puede ser restaurada.

¿Leer la Biblia puede hacerme libre?
La Biblia no es una pócima mágica, pero es un libro que ha acompañado a millones en su búsqueda de sentido y libertad. Leerla no garantiza la libertad automática; lo que sí ofrece es dirección, palabras que nombran la experiencia humana, relatos de perdón, modelos de arrepentimiento, promesas de gracia y una invitación a vivir de otra manera. Para muchos, la lectura de la Biblia ha sido el principio de una transformación profunda: encontrar un perdón que no depende de mis méritos, recibir el amor que reconstruye la identidad y aprender a vivir con responsabilidad y servicio.

Si alguien te dice “lee la Biblia si quieres ser libre”, no te propondrá una receta de autoayuda instantánea. Te estará ofreciendo un camino donde la verdad, el arrepentimiento, la comunidad y el amor encarnado trabajan juntos para sacar a las personas de la prisión interior. Leer la Biblia con humildad y acompañamiento —con un grupo, con un guía espiritual, con preguntas abiertas— puede ser una experiencia sanadora.

Conclusión: un llamado a la esperanza y a la decisión
La libertad es un deseo legítimo y profundo. Andrea lo sabe bien: sueña con recuperar la paz y la dignidad. El camino para ella (y para muchos) no será sencillo. Implica reconocer el daño, aceptar las consecuencias, pedir perdón, reparar en lo posible y tomar decisiones nuevas que demuestren un cambio. Implica también recibir la gracia que sana y la comunidad que acompaña.

No se trata de evadir la responsabilidad ni de minimizar el sufrimiento causado; se trata de transformar ese sufrimiento en un punto de partida. La libertad verdadera no es la ausencia de límites, sino la capacidad de elegir bien dentro de ellos, de hacerse responsable y de vivir para el bien de los demás. La Biblia ofrece un marco en el que la verdad encuentra perdón, la culpa encuentra propósito y la decisión abre nuevas posibilidades.

Si te sientes prisionero —por algo que hiciste, por lo que te hicieron, por una adicción o por un miedo— te invito a tomar pasos concretos: confronta la verdad, busca ayuda, pide perdón donde sea necesario, haz las reparaciones posibles, acércate a una comunidad que te pueda sostener y abre tu corazón a la posibilidad de ser transformado. Lee la Biblia con humildad si te resuena: no como un simple texto, sino como una conversación que puede darte palabras para nombrar tu dolor y esperanza para construir un futuro distinto.

Libertad es palabra y obra: palabra honesta que confiesa y nombra; obra que repara y sirve. La decisión de vivir libre comienza hoy, en una elección concreta: ¿seguiré preso de lo que me ata, o daré los pasos —aunque duelan— hacia la libertad? La respuesta define no solo nuestro destino, sino también la calidad de nuestras relaciones y la posibilidad de redención. Si eliges la libertad, no estarás solo: hay comunidad, hay guías, hay herramientas y, para quienes creen, hay una promesa de amor que acompaña el camino.

Feliz Domingo

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